lunes, 29 de enero de 2018

Sombras de lealtad

Sombras de lealtad

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Escuchó con sobresalto los pasos que precedieron el aparecer de la sombra reflejada en la pared frontal de la habitación. El haz de luz amarillento, titubeante e impreciso,  empujó la figura oscura de Lavrenti Beria ¾Comisario del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD)¾  que aumentaba de tamaño conforme se acercaba a él.
            José Stalin, líder de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), vencedor de Hitler, tirado sobre la alfombra de su habitación tras un derrame cerebral, observaba indefenso como se iniciaba la destrucción de su poder. Con desesperación repensaba lo que alguna vez expresó: “La muerte de un hombre es una tragedia. La de millones, una estadística.  La mía, será una adversidad nacional,  la desaparición de nueve millones de soldados rusos y veinte millones de población civil en la guerra, será : una estadística para la historia.”
            Beria se acercó a su oído, musitándole  con sarcasmo:
¾Permanecerás en la habitación, acompañado sólo por las sombras de tus víctimas… Y salió, seguido por  los médicos…
Inerte, sin posibilidad de llamar la atención, con total dependencia de sus guardianes, el dictador, seguro de que moriría pronto por la enfermedad, o asesinado, comprendió la “lealtad al poder” de su fiel colaborador.
El tiempo discurría lentamente en su memoria, arrastrando recuerdos en flujo constante, en turbulentos cauces, o en plácidos remansos:
 “…el asesinato y deportación de adversarios y compañeros, para alcanzar  y mantenerme en el  poder, ¡era necesario! ¡Como también inevitable era, que muriera de hambre gran parte del pueblo ruso! Tantos que, “cuando no quedó espacio en el infierno, los muertos caminaron sobre la tierra”*, caviló, antes de perder el sentido.
Percibió el gélido roce de cientos de masas gelatinosas rodear su cuerpo, miles de dedos tratando de asirlo,  presionando sus piernas y costados. Los gelatinosos apéndices clavando las uñas, desgarraban la piel y le arrancaban aullidos mudos, que hacían vibrar sus entrañas. Experimentaba angustia por su impotencia y desesperación por no poder cambiar su destino. Un rictus de dolor reflejado en el rostro por el sufrimiento, se agudizó por el desbordamiento de sus congestionados globos oculares, que en el paroxismo de la tortura, amenazaban explotar.  El terror lo invadió al ver reflejados en la pared, escenas  apocalípticas de muerte y destrucción de pueblos. El poder de las miles de sombras, se materializó en su mente y sentidos, dejándolo indefenso y atrapado como nunca. Inmóvil, sufría la desgarradora agonía que lo carcomía lentamente. Las masas gelatinosas alcanzaron su rostro, y clavaron sus garras en las mejillas y boca; los borbotones de sangre se deslizaron por la cara, tintando las grotescas sombras frente a su mirada. Los dedos llegaron al cuello y apretaron hasta que el crujido sordo indicó la fractura de la tráquea, y el siseo prolongado, la fuga del aire de los pulmones…
¡Qué placidez refleja tu rostro ahora, grandísimo cabrón!, le susurró Beria al abandonar la habitación.

*El amanecer de los muertos vivientes (película)

29 de enero de 2018