viernes, 19 de julio de 2024

Ventura

El inmenso coloso descargaba su ira contra la escollera excitando lamentos de las oscuras y desesperadas volutas que surcando presurosas la parda y colérica bóveda impactaban, con su llanto, la peñascosa muralla. Los restos del velero destrozado por el vendaval se prendían de las rocas y el casco prensado entre ellas, se deshacía con cada golpe de agua…

Cuando Agustín, exhausto y desfalleciente, abrazado a un madero llegó a la playa, el mar era manso y pródigo en luces y reflejos iridiscentes esparcidos sobre el tranquilo oleaje. El rollizo marinero pensó ser el único sobreviviente del “Ventura”. Estaba por averiguarlo cuando a la distancia vislumbró multitud de canoas acercarse al lugar del naufragio rescatando cuerpos, mercancías y utensilios, para transportarlos seguramente a su aldea. Advirtió, desde la playa a un grupo de nativos armados que presurosamente se acercaron, lo apresaron y lo desvistieron. Sorprendidos por la blancura de la piel y lo robusto de su complexión, lo picoteaban con sus lanzas y reían. Lo llevaron en vilo a su aldea y encerraron en una choza. 

El chirriar de la puerta y el resplandor agresivo del mediodía empujaron la figura de un anciano pequeño al interior; con su bastón despertó a Agustín y haciendo dibujos sobre el piso de tierra, le informó sería parte de las ofrendas al rey, que llegaría en treinta lunas. Le explicó, con ademanes grandilocuentes, que era importante y sería tratado como alguien especial: con abundancia de comida, higiene y cuidados; le indicó que le mandaría una esclava cada noche, hasta la llegada del mandatario.

Y sucedió tal cual estaba ordenado: fue bañado, aceitado y perfumado todas las mañanas; desayunaba, comía y cenaba alimentos suculentos de extraños y diferentes olores y sabores y por la noche, lo atendían jóvenes esclavas, satisfaciendo sus caprichos. Dormía en un lecho de hierbas que lo envolvían en su frescura y lo impregnaban de finos aromas. En fin, se sentía en el paraíso, con la sola excepción de su reclusión.

Escuchó los tambores y el bullicio del pueblo que reía entre bailes y aplausos. Se asomó por una rendija y vio la gran comitiva, plena de Fausto y colorido, de plumajes y ocarinas. Pasaron las horas y en la intensidad del caluroso atardecer, las esclavas lo cubrieron con un atuendo de hierbas y lo llevaron al centro de la aldea frente al estrado dónde se encontraba el rey y sus dignatarios.  

Aterrorizado, Agustín se percató del otro prisionero a su lado: de piel muy oscura, vestido similarmente. Observó también que se había encendido una gran fogata en la cocina. Al ser anunciado por los tambores, el anciano del bastón se acomodó entre ambos prisioneros y señalando alternativamente con su báculo a cada uno, solicitó al rey escoger. El mandatario, con amplia sonrisa, seleccionó a Agustín.



Sintió fuertes apretones en el tórax antes de expectorar y evacuar un torrente líquido, aspirar en forma desesperada el ansiado aire libertario y, al despertar, oír a la distancia el sonido del ulular de una sirena. 

19/07/24