Luz de vida y muerte
JLLM
La tía Magdalena vivía en el Oro, poblado rural y minero del Estado de México en una vieja hacienda rodeada de reliquias ⏤aunque lo merecía, no se consideraba entre ellas⏤. Para conmemorar a los seres que habían partido, organizaba una verbena anual la noche del día primero de noviembre, a la que invitaba a la comunidad. La conmemoración se había hecho costumbre por la abundancia de comida y la original ofrenda, que incorporaba espléndidos arcos de flores de cempasúchil en honor a Cihuacóatl ⏤la recolectora de almas⏤, el papel picado, cuyo afán por volar ayudaba al tránsito entre la vida y la muerte; y la luz de las velas, en su bamboleo, atraían a las almas al altar sahumado de copal que alejaba a los malos espíritus; la comida y bebida abundaban; esparcidas entre ellas, la múltiples fotografías de personajes muertos que incitaban a los espíritus a rememorar olores y sabores de su paso por la humanidad.
Ese día, a sus diez años de edad, Ana observaba desde un balcón el patio de la hacienda desbordante de vida, personas ávidas de contemplar el exhorto a los espíritus de sus seres queridos. Los mariachis animaban la reunión, los fuegos artificiales, tintaban el espacio de múltiples colores. Los adultos comían, bebían y comentaban vidas ausentes, anécdotas, alegrías y fatalidades…
En el balcón, Ana, vislumbró la distinguida figura de la tía Magdalena hablando sola, moviendo sus brazos y señalando hacia los invitados. Le entró la curiosidad y atravesó el pasillo para llegar a la habitación de la tía. Desde la oscuridad del cuarto, la observó resplandeciente por la contraluz; la rodeaban cuerpos translúcidos, evanescentes, en una gran charla animada. Trató de identificarlos y ¡con sorpresa y pavor, reconoció las fotografías de la ofrenda!... Quiso huir, pero su cuerpo no respondió. Paralizada, escuchó:
—Esta será mi última transferencia, amigos, he sido avisada qué, cuando el almendro estéril dé fruto y una niña deje correr su llanto, me uniré con ustedes.
Ana corrió hacía el jardín con una lámpara en la mano, atravesando la maleza llegó al viejo árbol, recorrió con su luz el tronco y ramas del anciano plenas de hojas y frutos, y lloró al pensar en la próxima muerte de su querida tía. Con orgullo, el longevo vegetal la consoló mostrándole su renacimiento, y con un estremecimiento de su ser, le regaló algunos frutos.