La gruta
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La lluvia caía lentamente, barnizando los altos árboles y rocas en un lagrimeo persistente sobre la aridez de un largo estío reflejado en la montaña. El ambiente húmedo envolvía a los cuatro exploradores en el velo etéreo de un intenso petricor, inundando sus exhaustos organismos con emanaciones de vida. Con dificultad salvaron las últimas grandes y resbalosas rocas hasta encontrar la boca oscura de la gruta cubierta de maleza y hacinada entre grandes paredes; estrecha y oscura como la boca de un infierno imaginado y un atrayente desafío para la espeleología que practicaban. Era una gruta inexplorada porque las consejas en el pueblo señalaban que ese socavón se tragaba a los que osaran penetrar en ella.
Luis, guía del grupo, después de preparar el equipo, dio la orden de avanzar. Se introdujo por la estrecha abertura haciendo a un lado la maleza que la encubría, le siguieron Verónica y María Luisa; Carlos, con el resto del equipo, entró al final.
La oscuridad, acobardada, retrocedió ante el agresivo resplandor de las lámparas que mostraron una pequeña galería cubierta por series de estalagmitas y estalactitas que, como dentaduras informes, se preparaban a triturar a sus presas. Avanzaron entre aquel bosque de formas pétreas por varias horas, hasta llegar a un claro donde decidieron descansar y almorzar. Recostados sobre sus mochilas y equipo, se alimentaron.
Antes de reiniciar la exploración, enfocaron las lámparas al entorno para localizar el camio a seguir, no lo encontraron. María Luisa exclamó, algo asustada:
⏤ ¡Regresemos, no se puede avanzar más!
Alumbraron el sitio por el que habían entrado y estaba cercado por estalactitas y estalagmitas recientes que les impedían el regreso.
¡Desesperados comenzaron a romper la roca que les impedía el paso!, con infructuosos resultados, pues cada que trozaban una formación surgía otra más. El cerco se fue estrechando y el cúmulo rocoso… fue creciendo y alimentándose de todas las cosas vivas.
1/04/25