martes, 8 de julio de 2014

El ropavejero


El ropavejero






Penetrar en la región de la fantasía es algo muy sencillo,
basta con tener muchas ganas de emprender el viaje.
Cri-Crí
Francisco Gabilondo Soler

Corrían de un lado a otro de la calle empujando un balón que libraba piernas, escurriéndose para ser interceptado por el contrario y devuelto en sentido opuesto; un sinfín de movimientos continuos que terminaron cuando oscureció la tarde. La ardua competencia en la terracería de la calle contribuyó a que se mancharan de sudor cuellos y rostros; hilillos ocres resbalaban por las caras  marcándolos como las cicatrices a los guerreros.
            El chirrido de las ruedas al cruzar la calle interrumpió la partida, el conductor empujaba lentamente la carreta, pregonando sus servicios. Tras una larga nariz atusada con escasos bigotes finos y dispersos, los pequeños y agudos ojos recorrían nerviosamente el camino buscando clientela. El sombrero de alas ondulantes cubría la descuidada cabellera que asomaba por los costados del rostro, tapando las puntiagudas orejas. Caminaba desgarbado y cadencioso, haciendo que el astroso traje rayado que portaba acompañara el chirrido del vehículo con el crujir de la tela y de sus viejas articulaciones. Era conocido en el barrio como el “Tlacuache”, y efectivamente, sólo le faltaba la cola para parecerse al animal. Su aspecto espantaba a los niños que se escondían al verlo  avanzar por la calle.
            —¡Botellas que veeendan! ¡Zapatos usados! ¡Sombreros estropeaaados! ¡Pantalones remendados!, ¡cambio, vendo y compro por igual! era su pregón. Complementaba el canto con una segunda estrofa, que intimidaba a los pequeños, porque sus madres los amenazaban de “cambalachearlos” por una lámpara, un llavero o, hasta por un calendario, aunque estuvieran en el mes de mayo.
            —¡Chamaaacos malcriados! ¡Miedosos, que veeendan! ¡Y niños que acostumbren dar chillidos o gritar!, ¡cambio, vendo y compro por igual! vociferaba a voz en cuello.
El ropavejero atravesó el área del juego y se perdió con su cantar al final de la calle. La prole prosiguió con el partido hasta que en una jugada desafortunada, Miguelito, el as del equipo de los descamisados, pateó el balón tan fuerte que cayó encima de la barda de una casa ensartándose en las protecciones puntiagudas, desinflándose en la punta de un barrote, en un lugar difícil de rescatar, ante la mirada angustiada de los participantes. Los jugadores no tuvieron más opción que retirarse.

El chirrido de todos los días, precedía al pregón del ropavejero:
¾Ahí viene el Tlacuache, cargando un tambache, por todas las calles de esta gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches...
          
La fiesta de graduación del sexto grado de primaria sería el sábado por la mañana. Miguelito fue seleccionado para hablar en representación de los alumnos. Sus padres, orgullosos de la designación,  le habían comprado un nuevo uniforme de gala.  Ellos adquirieron, un traje y vestido elegantes para estar a la altura de la ceremonia. Miguelito ensayaba todas las tardes su discurso, hasta que las voces de sus amigos traspasaban las ventanas solicitando con insistencia que lo dejaran salir. El viernes, llegó por la noche sucio, lleno de lodo, enmarcado en sudor y ruborizado por el ejercicio. La madre lo mandó a bañar antes de la cena. Subió a su cuarto, metió el balón debajo de la cama, se desvistió y derramó su ropa en una hilera, como indicando el rumbo, hasta llegar a la ducha.
            Por la mañana, comenzó el rito del arreglo personal para el evento de graduación. El desayuno temprano, antes del baño, para no ensuciar la nueva ropa con comida; después, la ducha por turnos y por último, el  engalanado.
            El padre y Miguel estuvieron listos en media hora. Esperaban trajeados y olorosos en la sala. Escuchaban pisadas presurosas en el piso superior, abrir y cerrar de puertas, de cajones; carreras desenfrenadas, y por último, un grito desgarrador:
 —¡Mi vestido nuevo! ¡Mi vestido rojo! ¡No lo encuentro!
            Subieron a saltos las escaleras y vieron a la mamá con el rostro descompuesto, llorando desgarradoramente.
¾¡Me han robado mi vestido! Ahora, ¿qué me pongo?
            No te preocupes, por ahí debe de estar, ¿quién entraría a robar sólo el vestido? Miguel, ayuda a buscar ¾ordenó el papá.
            Exploraron todos los cuartos, los rincones más escondidos, hasta que el padre hurgó debajo de la cama de Miguel.
            —¡¿Y este balón?!...
          
Ahí viene el Tlacuache cargando un tambache por todas las calles de la gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches…



El pacto roto


Pacto roto cual papel, querer y no querer.
Decisiones erradas, falsas promesas…
Mery Bracho

Un lóbrego atardecer desparrama sombras y murmullos oscuros sobre la estrecha calle, los últimos rayos del sol otoñal se alejan dorando débilmente las hojas de los árboles y delineando apenas, con reflejos mustios, la pequeña ventana donde el hálito susurrante y frío, se apresura a arrastrar las hojas muertas para dispersarlas en pequeños remolinos que rozan el cristal, donde  la figura encorvada de Antonio puede ser observada a contraluz. El viejo bar cercano al panteón, herencia de una arquitectura colonial, se ha resistido a morir; sobrevive gracias a la asiduidad  de su ancestral clientela.  
         En la soledad de una  mesa alejada del bullicio, inclinado sostiene con las manos el mentón de su cabeza cana, frente a una botella de ron. La débil iluminación amarillenta del local, y el perfil reflejado en el espejo del bar, le otorga rasgos dramáticos a la escena. La ropa oscura y ajada, coincide con las circunstancias que lo atormentan; su apariencia denota descuido de varios días, falta de pulcritud y aseo. El sufrimiento lo doblega, le demuestra que en instantes el destino puede alterar los sueños, ilusiones, planes y… la vida misma.
         Levanta la cabeza, se sirve una copa y observa en el cristal frente a él, una mirada triste, llena de emociones encontradas, de recuerdos intensos, imágenes que le desgarran las entrañas,  confusión de ideas que desbordan en sutiles lágrimas cargadas de angustia. Por momentos, la desolación violenta concentra en los puños la ira, emblanqueciendo los nudillos, y lastimando las palmas. Manifiestan el rechazo a la tragedia que lo arrincona con dolor  en aquel vetusto bar.
         Con rabia, trataba de digerir la última e incomprensible despedida de una relación que fue apasionante, inagotable en emociones y caricias; un amor entrañable y respetuoso. No comprende el fin del compromiso, no asimila el abandono, el rompimiento forzado del vínculo. No acepta la huida.
         Se sirvió otra copa y desvió la mirada para observar nuevamente su imagen. Sonrió con melancolía al recordar momentos felices al lado de Alicia, la única mujer que ha amado. Pasaron en tropel imágenes de la juventud compartida con Pablo, el amigo de ambos. Aquel compañero de infancia, juventud y juergas que los ha acompañado en su zascandilear por la vida.
          Termina de un trago el resto de su ron, el líquido le escuece la garganta y una sensación caliente bajó por su esófago, dispersándose en el organismo como un abrazo de consolación: la confortación amigable de un compañero que intenta tranquilizarlo. Recuesta su frente sobre el borde de la mesa y llora el dolor que lo abruma. La ansiedad, la desesperación e impotencia por l lo inmovilizan, es incapaz de pensar en el futuro.
         ¿Qué hará?, ¿cómo vivirá sin ella?
         El sentimiento de despecho aflora de su garganta y provoca un rugido interior, un dolor ahogado, angustiante y opresor que le provoca una constante taquicardia y  congoja expresada en lamentos, y palabras apenas audibles, ocultas tras el llanto:
         ¾¡Me dejaste!  ¡Traidora!... ¿Por qué me abandonaste?...
         Levantó la cabeza y sollozó largo rato sin importarle las miradas inquisitivas e incomodas  de la clientela.
         El desabrido sonido del teclado, ejecutado por una figura gris escondida tras el proscenio, se mezcla en el ambiente nebuloso del tabaco y el olor a alcohol. El tufo decadente y triste del lugar, se acentúa por el mobiliario oscuro y desgastado, escondiendo en su negrura al horizonte clientelar.  Da un trago a su bebida y piensa:
         Tengo que esperar, él tarde o temprano, llegará…
         Las puertas abatibles del bar se abren intempestivamente, el furtivo rayo de luz  que trata de penetrar la penumbra, es degollado lentamente al cerrarse ambas hojas tras la entrada de Pablo. Con gesto adusto, denotando un profundo malestar, se dirige con paso firme a la mesa.
         Antonio, con el rostro desencajado se levanta bruscamente liberando en su caminar apresurado, las emociones reprimidas… El ímpetu de ambos los lleva a encontrarse en la penumbra.
         Chocan sus cuerpos en un fuerte abrazo fraternal. Las lágrimas hermanadas en los rostros, se confunden en instantes en un sólo cauce. Pablo deposita sobre la mesa la urna con las cenizas de Alicia:
         —Duró tres horas la cremación, amigo. Qué bueno que no fuiste, no lo hubieras aguantado.



SUSPENSIÓN DE ACTIVIDADES



Es más fácil llamar prostituta a alguien, que serlo.
Stanisław Jerzy Lec


Contigo me iría gratis… le dijo al oído, y se alejó con un dejo de coquetería y una sonrisa incitadora. Caminó balanceando provocativamente la cadera, y dejando translucir en su andar la diminuta ropa interior  cubierta por la tersura del vestido corto, adherido al cuerpo.
La siguió a distancia hasta que abandonó el bar por la puerta trasera. El callejón oscuro al que desembocaba el lupanar escondió la atrayente figura, y sólo el sonido del taconeo delató el movimiento en la penumbra. Caminaba despacio, segura de que era seguida de cerca  por el sujeto que había enganchado con su seductora provocación.
Sintió el jalón que la aprisionó contra el muro y el abrazo cercándola,  el cuerpo que le impedía el escape, del que no deseaba huir. Las caricias ardientes y apresuradas que él intentó inmediatamente, buscaban una respuesta de igual intensidad; los besos apasionados,  acicateados  por una lengua vivaz, húmeda y caliente, estimulando el apetito sexual, provocaron su excitación. Se dejó llevar por la fogosidad del momento, y en un frotar de cuerpos, sudores y gemidos que se prolongó por minutos, terminaron recostados en los adoquines del estrecho callejón.
¾Soy Juana, y trabajo en éste lugar. Me gustas desde hace tiempo. No me había acercado, porque me vigilan; sólo convivo con los clientes que el Chueco  escoge. Ahora escapé, pero no puedo hacerlo seguido. Dame tu número de celular y te aviso cuando podamos vernos. Y, tú ¿Quién eres?
¾Soy Guillermo, el Memo me dicen los cuates. Bueno, me decían, ahora me llaman el Memijes, porque así se llama la compañía de anuncios espectaculares en la que trabajo.
¾¿Pegas anuncios  de los que están en las azoteas y los muros?
¾Sí. Cuando veas un anuncio que diga: “DISPONIBILIDAD”, es señal de que pronto llegaré a darle color con un comercial; y si lo que ves es: “CLAUSURADO” o “EN SUSPENSIÓN DE ACTIVIDADES”, es que ya me quitaron el trabajo ¾dijo sonriendo.
Siguieron frecuentándose subrepticiamente, cada que había una oportunidad, la aprovechaban: el celular era el mensajero de la pasión. La relación creció sentimentalmente y, comenzaron a planear la fuga. La fecha se fijó para un domingo del mes  de octubre. Ella saldría de compras a una tienda departamental ¾como siempre, acompañada por un guardián. El Memo había localizado una lencería en el centro de la ciudad que colindaba en su parte trasera con un callejón. La visitó varias veces y establecieron la estrategia: Se escaparía por el vestidor, él la esperaría afuera en un vehículo.

Juana escogió varias prendas y se metió al probador. Después de un rato, salió y seleccionó otras más; siguió haciéndolo bajo la mirada aburrida del guardián en turno, que sentado frente al cubículo, observaba sus idas y venidas, recorría el almacén con la mirada y bostezaba. Movió su mano para cambiar de posición y rozó el bolso de la chica, con curiosidad lo abrió y comenzó a hurgar: pañuelos desechables, lápices, encendedor, cigarrillos… teléfono celular. Lo encendió y vio su directorio; llamó su atención un contacto identificado con el número uno. Marcó y, contestó una voz varonil…

El noticiero matutino informó:
“Un hombre de unos 25 años, fue hallado colgado de un puente de la delegación Iztapalapa, en la Ciudad de México, presentaba dos disparos de arma de fuego en la cabeza. El cuerpo vestía pantalón de mezclilla, playera obscura y estaba descalzo. Se localizó una cartulina a varios metros,  con un mensaje que será analizada por personal especializado:
¡Ahora sí, Cabrón!, estás ¡CLAUSURADO!…,   en ¡SUSPENSIÓN DE ACTIVIDADES!

¿Compartir…?


Lo mejor que podemos hacer por otro
no es sólo compartir con él nuestras riquezas,
 sino mostrarle las suyas. 
Benjamin Disraeli

¾¡Se lo juro, padre! ¡Por ésta cruz! que representa nuestra salvación eterna ¡no robé! ¾y sobreponiendo el dedo pulgar sobre el índice los besó. ¾Sería incapaz de robar las limosnas de San Martín de Porres.
En la cena, delante de sus diez hijos, Francisco oró: Donde hay fe, hay amor. Donde hay amor, hay paz. Donde hay paz, está Dios. Y donde está Dios, no falta nada. Y, aquí no falta nada.
¾ ¡Gracias, Fray Martín, por compartir con nosotros tus excedentes!  Al que Comparte… no lo roban.


Amigas


La amistad es un alma que habita en dos cuerpos;
 un corazón que habita en dos almas.
Aristóteles

Tengo cincuenta y dos años y me acabo de divorciar. Estoy tirando por la borda veinticinco años de mi vida, transformándome en águila que se deshace de sus plumas y pico para iniciar un ciclo nuevo; disolviendo prejuicios, quebrantando ataduras sociales y costumbres que me tenían ceñida a una armadura física y emocional; renovando mi existencia. Y con esa idea rondando en mi cabeza, vendí la casa y alquilé un pequeño departamento de espacios limitados cerca del trabajo, para convivir únicamente con mi conciencia. No necesito más, mis hijos  estudian fuera del país, y muy probablemente regresarán sólo de visita, por lo qué prácticamente soy una mujer libre.
            El proceso de cambio a un departamento pequeño es complicado y latoso, implica deshacerse de objetos innecesarios, estorbosos, y superfluos; revisar archivos, papeles y libros acumulados que llenan espacios y saturan el ambiente. Es simplificar el camino, desbrozar el futuro. Escombrando en el closet, me encontré una caja con fotografías y el viejo diario que inicié cuando ingresé en la secundaria y continué por costumbre un buen tramo de mi existencia.
            Detuve el empaque de pertenencias necesarias y el deshecho de objetos impregnados de recuerdos y bellas emociones, ahora intrascendentes por el paso de los años que han borrado las vibraciones de mi interior y olvidado colores, sabores y olores, de los instantes que los generaron. Tomé el diario y me dirigí al bar, me serví una copa de vino y arrellanándome en un sillón, comencé a leer:

6 de agosto
Querido diario:
Hoy fue mi primer día de clases en la secundaria. Estaba muy emocionada  y con miedo. Como es una escuela nueva estaba desorientada. El uniforme me quedó muy bien, me encanta el moño rojo y el color azul del vestido me hace ver más delgada. Lo que no me gusta son las calcetas blancas, parezco niña de primaria.
            Papá me trajo a la escuela, entré cuando tocaban la campana. La directora nos formó por grupos y por estaturas. Soy del primero "B". Me senté en la última fila en la clase de Biología, y mientras pasaban lista conocí a Helena, mi compañera de banca. Al salir de clase, platicamos. No me gustan los descansos de diez minutos, prefiero los recreos de media hora, como los de la primaria...
            Al leer, me vinieron borbotones de recuerdos y añoré esos años juveniles. Iniciaba mi adolescencia, época de grandes cambios físicos y mentales; de emociones desbordadas, sueños, aventuras y amistades fraternales.
            Helena, dos años mayor que yo era morena clara, de pelo negro largo y grandes ojos mulatos ribeteados por cejas insinuadas y arqueadas que precedían a una nariz recta. A sus catorce años, su cuerpo tenía la formas que yo envidiaba: busto medianamente desarrollado, cintura estrecha y glúteos levantados. Era armónica físicamente, inteligente y muy divertida.
            Nos hicimos amigas íntimas. Ayudó e influyó en mi cambio de vida. De niña tímida, me convertí en dos años, en una atractiva adolescente de pelo castaño claro y ojos verdes,  con una figura agraciada como la de ella.
            Vivíamos en un mundo de fiesta y galanteo permanente con nuestros compañeros de escuela. Compartíamos estudios, familias, amistades, deseos, gustos... Discurrían las horas como minutos, enredadas en nuestras pláticas, en los estudios o, en las diversiones. 
            Leí el  cuaderno completo con delicia y seguí revisando. Una idea me comenzó a dar vueltas por la cabeza y a buscar otro escrito del último año de preparatoria. Revolví papeles y la búsqueda se hizo apresurada, confusa y desordenada; levantaba escritos, los revisaba brevemente y desechaba, en un movimiento continuo, hasta que lo encontré. Bebí un sorbo de vino, abrí el cuaderno en la página que me interesaba y comencé a leer:
            Escribo lo siguiente para que no se difumine en mi memoria el suceso más impactante acaecido en mi vida. No me importa si alguien lo lee, necesito tratar de describir lo que pasó porque no quiero olvidar ningún detalle:
            Después  de la fiesta de Antonio, me quedé a dormir en casa de Helena. Llegamos sudadas de tanto bailar y decidimos bañarnos antes de acostarnos. Me desvestí rápidamente y me metí a la regadera; no acababa de hacerlo, cuando llegó ella y me preguntó si no había inconveniente en que nos bañáramos juntas. Le dije que no, y nos mojamos jugueteando. Comencé a enjabonarme y se ofreció a hacerlo con mi espalda. Sentí sus manos acariciarme y recorrer lentamente mi talle. Pausadamente, se extendieron hacia mi vientre y subieron en giros muy suaves a mis senos y  pezones; al sentir el contacto, reaccionaron en una erección súbita. Pensé pararla, pero la sensación era tan agradable ¾muy diferente a cuando me toco yo¾ que me abandoné y la dejé continuar. Con el mismo movimiento circular, fue bajando hasta las nalgas e ingle, me enjabonó el sexo y jugó con él. Estaba excitada, respiraba entrecortadamente y sudaba a pesar del agua de la regadera que se deslizaba por nuestros cuerpos. Comenzamos a movernos acompasadamente frotándonos con intensa suavidad: su sexo rozando mis  glúteos y ella, acariciando el mío. Acercó su boca a mi cuello y sentí su aliento ardiente cerca del oído; lo comenzó a lamer con delicadeza, y posteriormente a chuparme el lóbulo como si lo hiciera con mis pezones. No aguanté más; me volteé y la  besé con desesperación, nuestras piernas se entrelazaron apretándose contra los muslos. Tomándonos por las nucas acercamos nuestros labios. En un entrar y salir constante, nuestras lenguas acariciaron el interior de las bocas, intercambiando pasión y deseo. Salimos de la regadera y nos metimos a la cama desnudas. Pasamos la noche en un juego de caricias y acciones desconocidas totalmente para mí, pero disfrutadas con el máximo placer. Exhaustas nos dormimos al amanecer.
            Me es difícil escribirlo, pero la pasión que ha desatado en mí es incontrolable... ¡La amo!
            Dejé el cuaderno de lado e impulsé a mi memoria a traer las imágenes de aquel encuentro y de los subsecuentes. Me Llené de recuerdos y, a pesar del tiempo transcurrido, disfruté de sensaciones aletargadas. Evoqué nuestras últimas vivencias  en la Preparatoria y las de la Universidad.
            Ambas tuvimos siempre relaciones heterosexuales, pero nuestro vínculo no se rompió. Ocasionalmente pasábamos fines de semana solas en alguna cabaña alquilada, y en el peor de los casos, en algún motel alejado de la ciudad.
            Seguí persiguiendo al pasado y recordé el triste adiós y nuestra apasionada despedida, obligada por cuestiones de trabajo. Tomamos rumbos distintos y nuestras vidas se diluyeron como el paso de las horas. 
            Ambas formamos familias y construimos historias. No volvimos a vernos por un tiempo largo, aunque de vez en cuando, escribíamos unas líneas.
           
Crecieron mis hijos y las diferencias con mi esposo se fueron agrandando, nos desviamos y apartamos por visiones distintas del mundo y objetivos, convirtiéndonos en desconocidos. Por beneficio mutuo, decidimos separarnos.
           
Me quedé rememorando en el sillón vivencias, emociones e imágenes de nuestras largas pláticas sentadas en la cama, sobre las situaciones que vivíamos y nuestras expectativas. Reíamos y nos acariciábamos; y en ocasiones, tomando demasiado vino terminábamos por llorar…
            Cubierta por el cálido edredón que cubre mi cuerpo evocó los momentos de ternura y cariño pasados junto a ella, me sirvo otra copa para acompañar mis reflexiones, y la abandono en el buró cuando la oscuridad me invade y vela mi conciencia.
            Ayer contacté a Helena por Facebook y chateamos largo rato. Le dio gusto saber de mí. Ella también está sola. La invité a pasar un fin de semana conmigo y aceptó…






Armonía




Sin una familia, el hombre,
solo en el mundo, tiembla de frío.
   André Maurois

Murió la abuela y heredé su espejo. Al descolgarlo, me sorprendieron olores salobres, y una suave brisa acarició mi rostro al contemplar desde la ventana el plácido turquesa del mar caribe. Era una reliquia ancestral, como las fotografías familiares que lo rodeaban enmarcando generaciones en disonancia. La abuela pasaba horas enteras en la recámara. Tras la puerta, se le escuchaba platicar, discutir, reír y llorar. Le preguntamos sobre su extraño comportamiento, y nos respondió: actualizo mi historia familiar. La edad la ha chifló, decíamos, y la dejábamos disfrutar con sus locuras. Ubiqué el espejo frente a mi cama, y mi vida cambió: traje los retratos familiares al cuarto, rescindí el contrato de televisión. Y desde entonces, paso las noches armonizando a mi ancestral familia.



Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho…



Hay dos cosas infinitas:
el Universo y la estupidez humana.
Y del Universo no estoy seguro.
Albert Einstein


¾¡No Martina!, ¡no! Estoy cansado de que me injuries constantemente, qué me exhibas con tus amigas como un marido mentiroso, desobligado, corrupto, y… ¡pendejo! ¾esto último, ¡si me dolió!¾ sólo por que no cumplo con tus exigencias, y caprichos.
Viéndolo bien, ahora estás mejor que hace dos años, cuando vivías con aquel chaparro, matón y borracho, que te dejó en la miseria; era un tranza, hipócrita, y ladrón. Sus pecados se lavaban en la iglesia, con excelentes regalías para el señor cura.
No estimas el cambio que ha tenido tú vida, porque para ti, lo bueno no cuenta, pero cuenta mucho…
Sí, yo vendí lo que te restaba, pero fue con el fin de hacer un cambio en tú vida… que mejoraras; aún no se nota, pero en el futuro me lo agradecerás.
¾¿Mejorara?, vendiste la vaca y ahora tenemos que comprar la leche; te asociaste con el güero, nuestro vecino, para comprar la bomba del pozo, y ahora resulta que no nos pasa agua para el riego de nuestro maíz.  También, sin consultarnos, puso una cerca tan grande entre su propiedad y la nuestra, que nuestros animales ya no pueden pastar en los terrenos que antes lo hacían.
¡No entiendo tu pendejéz, Enrique!, todavía que te está cobrando la barda, y se la estamos pagando con las crías del ganado actual y las de las próximas a parir, lo invitas a comer, ¡para que vea cómo se ve la cerca desde nuestra propiedad!
¾¡No entiendes de negocios, Martina! Hay cosas buenas que casi no se cuentan, pero cuentan mucho, y una de ellas es que los vecinos saben que somos amigos del güero y nos respetan. ¿No te has dado cuenta cuando vamos al pueblo? Nos voltean a ver, sonríen con nosotros, y nos saludan con respeto… y estar bien con la comunidad, cuenta Martina, cuenta.
¾¿Sonríen y nos saludan? ¡Se burlan de nuestra estupidez!, Enrique… De la tuya, pero ya me involucraste.
¡Ah! Y qué bueno que la bruja de Hilaria no aceptó venir a la comida, porque era capaz de venderte otra maquinaria que igual que las anteriores, no nos sirven para nada; como esa cosechadora que tenemos desde hace dos años, que nos faltan diez más para pagar, y que no hemos utilizado porque no tenemos qué cosechar.
¾Y a propósito de que hay cosas buenas que no se cuentan, pero cuentan mucho, me pidió el güero que te dijera que te invitaba a cenar a su rancho. Que te bañaras y arreglaras, porque iba a ser un festejo elegante; y yo podría ir por ti, en la mañana. ¿no es magnífico?
¾¿Sabes qué, Enrique?...
¡Chinga tu madre!






El compadre



Comadre que no le mueve
las caderas al compadre
no es comadre.
Refrán popular



16 de marzo de 2009. En esa fecha, cambió mi vida. Prudencio llamó a la carpintería para celebrar el día del Compadre en la cantina "La Mundial". Quise resistirme, pero insistió —Nomás una, Pedro, para que no pase desapercibido nuestro cariño. Y, como le había bautizado al niño..., me sentí obligado, y lo acompañé. Después de varias rondas, me despedí porque tenía que entregar unos muebles. Estaba cortando las tablas y  pensando en la anatomía de mi comadre, cuando de repente vi manchas en la madera y mi mano sangrante, sin el dedo índice. Lo recogí e injertaron en el hospital, pero desde entonces quedó rígido. Dejé la carpintería por temor a usar las máquinas y me dediqué a jugar dominó de apuesta en la cantina. Ahí fue donde me localizaron los del partido verde, me propusieron sacarle ventaja a mi dedo erecto. Ahora soy diputado y lo utilizo frecuentemente; los contrincantes temen a mis señalamientos y me apodan: Pedro el admonitorio.  



Aislado


Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges

Me he acostumbrado al lugar, a la cabaña de troncos que resguarda mi vida en el ancestral bosque del hemisferio norte. Me he acostumbrado al contorno de las paredes con la curvatura natural de los árboles, a  la chimenea de piedra que mantiene la temperatura agradable durante el invierno; disfruto el calor dispersado por las dos habitaciones que permite andar ligero de ropa, cuando en el exterior azota la ventisca haciendo vibrar los cristales de las ventanas, y retumbando con intensidad en la puerta de entrada, como si  solicitara ser recibida para calentarse un poco. Es invierno y hay poco que hacer, el bosque enmudece conforme se viste de blanco, los sonidos se aletargan y espacían respetando el luto níveo de la naturaleza que hiberna esperando mejores días. Sólo el viento rebelde no duerme, fustiga permanente llevando en andas a la nevada. Algunas sombras se atreven a salir de sus guaridas y escudriñan bajo el ensabanado bosque el escaso alimento que les permitirá mantener la vida. 
            Mis  días transcurren largos y lentos en la tranquilidad cansada de una rutina tediosa, acompañado del Ruano, mi perro manchado, peludo, de raza indefinida y nobleza de carácter; el compañero y confesor de mis avatares, cofre de mis tristes y amargos recuerdos. A mis pies, me acompaña en mis largos viajes por los libros y participa, pasivo, en los acontecimientos por los que transito en mi mente. El fuego perenne de la chimenea caldea, y  en el sillón con un cobertor sobre las rodillas y calzando mis inseparables pantuflas, experimento las emociones que me son negadas físicamente por el letargo obligado.
            Cuando el tiempo lo permite, me cubro de pies a cabeza y salimos a pasear. Debo palear primero la nieve acumulada en la entrada de la cabaña,  lo que permite intentar la caminata hasta el lago congelado. Andar con raquetas de nieve es lento, porque el Ruano se hunde, y  lo tengo que subir al trineo. Al salir del bosque, el descampado permite  observar en toda la amplitud el extenso cristal  matizado de tonos azulados verdosos y el blanco parduzco del contorno, cercado de montes arbolados que intentan destacar el verdor tras su cubierta alba. En la lejanía, el azul profundo de rocosos gigantes, sosteniendo con firmeza un horizonte gris de tristeza infinita.
           
El lago se descongeló, los árboles del bosque se han despojado de su ropa de dormir. Aparecen los colores en la naturaleza, los rojos, amarillos y verdes contrastan  con un cielo azul, despojado de nubes. La luz del sol penetra a mi cabaña y alumbra atrevidamente los troncos carbonizados de una chimenea exhausta.
Recorro todos los días la orilla del tranquilo lago, ilusionado en escuchar el sonido del motor de la areonave que me ha de abastecer. Sentado sobre una roca, mientras Ruano persigue ardillas, observo el desolado paisaje, y le comento de mi reclusión en ese inhóspito lugar. Le platico que me buscan y he sido perseguido intensamente por diferentes ciudades; parece entender al voltear a verme y fijar su mirada sobre mi cuando le señalo, que mis socios nos  aislaron del mundo hasta que la sociedad acepte mi muerte fingida y sea olvidado. Insisto en que prometieron hacerme regresar con otra identidad.
 Espero con ansiedad y desesperado las provisiones que tráe el hidroavión. Hace semanas que no llega. Temo que ya haya sido olvidado...




Augurios

La superstición en que fuimos educados conserva su poder
 sobre nosotros, aun cuando lleguemos a no creer en ella.
Gotthol Ephrain Lessing


El licenciado Benítez, presidente municipal del pueblo, sintió ligeras cosquillas en la oreja izquierda y se rascó inconscientemente. Al oír un rápido y persistente parpadeo cercano y molesto, despertó. Volteó hacia el buró y encendió la luz de la lámpara. Trató de descubrir la causa, escudriñó en el mobiliario de la habitación, se hincó y observó bajo la cama sin localizar nada, se sentó en el borde del lecho y levantó la vista para revisar las paredes. La encontró cerca de la ventana, una enorme mariposa negra y parda con sus alas extendidas a ambos lados del cuerpo, en medio de ellas dos círculos negros como ojos amenazantes, y un par de antenas velluda que moviéndose lentamente, cual dedos índices, largos, torcidos y amenazantes, que marcan un destino ineludible, un próximo desastre o una muerte cercana. Así se lo habían inculcado desde pequeño y aún lo creía.
las mariposas negras anuncian calamidades —le decía con frecuencia su madre. Fue por una escoba y trató de sacar la polilla al jardín sin lastimarla, porque en el pueblo también se comentaba que estos insectos son los espíritus de los muertos visitándonos para traer mensajes; por esa condición, no pueden ser lastimarlos. Abrió la ventana y con cuidado la empujó hacia el jardín. El lepidóptero voló erráticamente en dirección a la luz de una luna enorme, parcialmente escondida por las ramas de los árboles, incorporándose al transitar de un sinfín de insectos. Somnoliento apagó la lámpara, e intentó dormir. Nuevamente sintió el aleteo cercano a la cara. Alumbró la habitación y descubrió más ojos amenazantes pronosticándole desastres. No durmió el resto de la noche tratando de expulsar los insectos de la casa.
            Llegó a la oficina somnoliento, con los ojos semicerrados, abotagado y con dolor de cabeza. Se extrañó de que Antunes y Martínez, anduvieran igual. Observó con mayor atención y se dio cuenta de que varios empleados de la oficina parecían desvelados y cansados. Platicando con ellos, se enteró de que habían tenido extrañamente las mismas dificultades. Citó a una reunión de Cabildo en la que concluyeron que era una plaga como la de 1807, que originó desmanes y muertes en el pueblo. No podían combatirla porque destruirían el medio por el cual los espíritus estaban tratando de comunicar su mensaje. Tendrían que esperar a que el destino cumpliera su cometido. Sólo se recomendó a los pobladores que por las noches se encerraran, para no ser los destinatarios de las misivas de muerte.
            El cura del pueblo, en su homilía dominical, aventuró que la forma de vida de algunos habitantes había desatado la ira divina y con ella la plaga; el Creador mandaba una amenaza, un aviso, advertencia que deberían tomar en serio; conminó a los creyentes a efectuar actos de constricción y arrepentimiento. Realizó  procesiones y misas todos los días.
            Los grupos religiosos, atentos a los mensajes del Creador se dieron a la tarea de detectar a las ovejas descarriadas, a los vecinos cuyas vidas licenciosas habían ofendido a Dios. Las brigadas comenzaron la destrucción de lugares pecaminosos; como consecuencia  se inició el caos, el saqueo de almacenes para abastecerse de alimentos, acumulando víveres para sobrevivir a la plaga, encerrados en sus casas.
            Murmuraba la gente en la iglesia que por las noches se escuchaban los mensajes de las mariposas  transmitidos a través del pensamiento: las acusaciones formales contra vecinos de vida pervertida, ateos y practicantes de dogmas ajenos a la religión verdadera. Comenzaron las detenciones y los juicios populares desatándose el odio y la violencia…
            Las mariposa negras, portadoras de mensajes de destrucción y muerte, acertaron en sus augurios… hoy, el pueblo está abandonado.



El compromiso


Padre, alguien que te ama y hace cualquier cosa por ti
Texto Bíblico: Proverbios 23: 24


¿Qué compromisos tengo hoy, Estelita?
            ­­—A las diez vienen los alemanes para revisar el proyecto de la fábrica de alimentos, dejó dicho el director que usted los atienda; a las doce, tiene la reunión de trabajo en la Secretaría de Comunicaciones; quedó de comer con el licenciado Velázquez en el restaurante Del Bosque a las tres de la tarde. ¡Ah! y habló su esposa, pidiéndome le recordara la ceremonia de graduación de su hija Erika a las seis, en el teatro de Los Insurgentes. Que no vaya a faltar como de costumbre, su hija está muy ilusionada con su asistencia. Por otra parte, le informo que aún no entregan el carro del taller, hasta ahora tendrán la refacción y estará  listo mañana por la tarde.
            Rubén Olmos salió de la Secretaría de Comunicaciones a las dos de la tarde y abordó un taxi.
­­            —¡Al restaurante Del Bosque!, segunda sección de Chapultepec.
            —Sí, señor. Nos vamos a tardar un poco por los bloqueos, los maestros se están manifestando en la ciudad.
            El taxi se desplazó por la avenida Lázaro Cárdenas. Conforme se aproximaban al centro histórico el tránsito se hacía más lento. Los automóviles circulaban a la misma velocidad que las personas y éstas los comenzaron a rebasar. Gritaban consignas en contra del gobierno, llevaban en alto cartelones y mantas alusivas del rechazo a la reforma educativa y a la defensa del petróleo. Levantando los puños para enfatizar sus demandas, caminaban a los costados del taxi impidiéndole desviarse y buscar una salida. Después de varios intentos el conductor lo logró, y por callejuelas estrechas llegaron al restaurante con media hora de retraso.
A las  cinco de la tarde, tomó el taxi que lo esperaba en la puerta, salieron del bosque y encontraron las calles bloqueadas; maestros, trabajadores de la Compañía de Luz, organizaciones sociales y estudiantes, les impedían avanzar.
            Desesperado, abandonó el vehículo y comenzó un exasperante trajinar en una carrera sofocante. La ciudad era un caos, vivía  una trombosis generalizada, sus arterias bloqueadas No había ningún medio de transporte, ríos de gente circulaban por aceras y avenidas. Los edificios vomitaban oficinistas que se incorporaban al caudal engrosándolo; afluentes que alimentaban el río de insatisfacción social, de hartazgo de un mal gobierno, dificultaban el transitar de la gente. Luchando codo a codo, avanzó invadiendo espacios, abriendo huecos entre las personas adyacentes, sudando el amontonamiento, respirando el aliento vecino. Se coló en la primera calle que encontró menos saturada y, con el portafolio en mano y la gabardina en el brazo, comenzó un trote largo hacia su destino.
            Llegó a la avenida Revolución por Río Mixcoac, dobló por la calle de Félix Parra y exhausto se detuvo a recuperarse. La sed lo consumía, transpiraba abundantemente empapando la camisa, sofocado se desabrochó la corbata, se quitó el saco y entró a la tienda de abarrotes por una botella de agua. Excitado, con el rostro encarnado por el esfuerzo y la vestimenta  arrugada, bebió de un solo trago el líquido y prosiguió su carrera, consciente de que aún le faltaban varias cuadras.
            Eran las siete y media de la noche cuando llegó al teatro, con una  hora y media de retraso. Subió los peldaños de la escalera a saltos, abrió las cortinas de entrada y en la oscuridad de su entorno sintió la proximidad de algunos espectadores parados junto a él en el pasillo. Dilucidó que la sala estaba repleta y no avanzó más. El publicó aplaudía mientras los estudiantes lanzaban los birretes al aire echando a volar tres años de recuerdos con los que finalizaban un ciclo, y se abrazaban despidiéndose para comenzar un nuevo capítulo en su  vida. El alumbrado del  escenario disminuía de intensidad, y el pasado se apropiaba gradualmente de la escenografía.
            Encendieron las luces de la sala, y nervioso buscó a Lucila, su esposa. Llegó junto a ella y lo recibió con una mirada agria y un gesto de desdén, diciéndole frente a algunos padres:
            — ¡Cómo siempre, tarde y desarreglado!      
            Sintió el golpe bajo, la contracción de las vísceras, la apariencia sanguínea se volcó en una palidez de ira, rencor y odio, atizada por las sonrisas de los circundantes.
            Oyó el grito de ¡Papá!, repetido varias veces y el paso atropellado de su hija que de un saltó llegó a sus brazos.
            —¡Papito! ¡Papito! ¡Qué bueno que viniste! Es el mejor regalo que me han dado este día.
            —Hija, te amo…
Fue lo último que alcanzó a decir antes de sentir un dolor intenso en el pecho que lo hizo emitir un quejido gutural y caer desvanecido sobre las butacas.


El Diligente rayo


No puedes desear lo que no conoces.
 Voltaire

En la tarde lluviosa, el tendero correteaba al escuincle que le había robado varias barras de chocolate. Agitado y sudoroso, veía que se alejaba  a pesar del esfuerzo que hacía por alcanzarlo. Se paró, y levantando los brazos al cielo, imploró al Divino: ¡Qué lo parta un rayo!... ¡Broooommm!, se escuchó como respuesta inmediata del elíseo y… desde entonces, son dos gemelos los que lo roban.


Autocrítica


La fama es efímera, el éxito es peligrosísimo,
si pierdes autocrítica, pierdes sentido de realidad.
Paco Ignacio Taibo I

Las letras se iban ordenando en palabras conforme los dedos tecleaban las instrucciones giradas. La pantalla del computador reverberaba sutilmente y mostraba el texto que los caracteres negros iban delineando. El escritor, asombrado observaba las frases que intempestivamente aparecieron a la mitad de su relato:
Observo con curiosidad la labor de escritor que desarrollas. Vivo con entusiasmo las historias que nuestra mente fragua; las emociones plasmadas, los ambientes descritos, las caracterizaciones de los personajes. Me consta  el esfuerzo de imaginar esas historias, concebirlas estructuralmente, limar las piezas para embonarlas en un planteamiento congruente; los largos días en que los pensamientos rondan por tu cabeza tratando de cumplir con las indicaciones y condiciones que deberán respetarse, para elaborar ese cuento en particular. El rompecabezas que se va formando desde el momento en que en base a un tema, imaginas el ambiente, los personajes y el conflicto generado entre ellos. El clímax y el desenlace final, generalmente lo tienes vislumbrado desde un principio, guardado celosamente para insertarlo, como las esferas convirtiendo un  pino en el árbol de navidad.
Pasmado, descansó las manos haciéndolas a un lado, y con curiosidad preguntó mentalmente, ¿era su crítica?
Mira, ¡no te hagas el que la Virgen te habla!, sabes que tu pecado es de vagancia, de falta de compromiso con la labor de escritor; le dedicas poco tiempo y dejas todo para el final, lo que trae por consecuencia relatos no explotados a cabalidad en la potencialidad de la idea; problemas para la concreción de los planteamientos; deficiencias en la sintaxis de las oraciones, errores ortográficos y de presentación de los trabajos. En fin… ¡Dedícate a escribir! Por otra parte, no todos tus cuentos deben ser humorísticos, algunos temas no se prestan y los fuerzas hacia soluciones chuscas, quitándoles sentido...
El escritor echó la cabeza para atrás cerrando los ojos y meditó un rato sobre lo redactado. Se levantó del sillón, vio la hora en su reloj de pulsera: 1:30 a.m. Estiró lo brazos hacia la computadora, y sin guardar lo escrito, la apagó mientras pensaba: tienes razón… otro cuento sin terminar.



Destino alterado


El destino es el que baraja las cartas,
 pero nosotros somos los que jugamos.
William Shakespeare

Había asistido al abuelo durante la larga enfermedad, advirtiendo día con día, entristecido y desalentado, el deterioro progresivo. Sabía que el término de su existencia estaba muy cercano, y al igual que toda la familia sentía un dolor profundo por la pérdida de un hombre sabio, amable y cariñoso, que siempre apoyó a cada uno de los parientes en las circunstancias difíciles.
            Exitoso en su trabajo, el abuelo llegó a tener holgura económica desde muy joven, su empresa era líder en la industria del libro. Hombre de cultura amplia, pasaba grandes ratos en la biblioteca de la Editorial. Siempre tenía tiempo para la gente cercana y amigos que lo visitaban solicitando orientación y consejo.
            La certeza de sus sentencias le fincaron fama de clarividente entre los conocidos y el respeto por la certeza de las recomendaciones; condición que él aminoraba con natural modestia. La gente solicitaba asesoría y tras el escritorio, lugar central de su reino, los escuchaba atentamente. Cuando tenía una comprensión completa del problema, les requería le dieran un momento para analizarla. Se introducía a la oficina contigua, y después de un largo rato, volvía para manifestarles el consejo. Ese extraño proceder, lo justificaba con el dicho: Permítanme, voy a mi cámara de meditación.
           
El abuelo, enfermo, mandó llamar a Carlos. Al llegar, un sirviente lo condujo a la recámara y al verlo desde su lecho, el anciano pidió que salieran todos y se acercara a su lado para hablarle de algo personal. Hincado junto al tálamo, escuchó bisbiseadas palabras a su oído:
            ¾Carlos, he decidido que te encargues de mis responsabilidades en la Editorial como director de la empresa, y como parte del cargo, heredarte el espejo especial que ha acompañado a la familia por generaciones. Sólo tú puedes conocer de su existencia. Me lo heredó mi padre, afirmando que llegó a la familia hace muchos años procedente de Arabia, y que fueron sus propietarios famosos hechiceros desde la antigüedad remota; tiene la virtud de reflejar imágenes simultáneas por ambas caras, la real y la virtual. Esta última, proyecta una visión del futuro del sujeto captado, siempre y cuando continúe su vida como hasta ese momento la ha hecho. El espejo está en  la oficina sobre un marco, de tal forma que puede reflejar la imagen de las personas sentadas frente al escritorio y al envés, predecir el destino del reflejado. Es por eso que mis opiniones y consejos son, en la mayoría de los casos, acertados. Al aceptar el cargo de Director General, tomas la responsabilidad del espejo.
Poco después el abuelo expiró tomado de la mano de su nieto.
            Carlos ocupó el cargo de Director en la Editorial. Asumió también, con éxito, la labor de orientador y agorero. Aconsejaba sobre el cambio de actitudes y acciones en las vidas de los consultantes, si veía problemas en su futuro; lograba así, armonizar sus existencias y evitaba que cayeran en los conflictos augurados.
           
El verano siguiente llegó a saludarlo su hija Natalia, fue a despedirse, se iba de vacaciones con los niños a Orlando, Florida. Carlos, consultó al espejo para anticipar sus vivencias, y ¡lo que vio, lo horrorizó! El avión explotaba en el aire y se consumía en una nube de fuego. Salió lívido del cuarto y pidió a Natalia que suspendiera el viaje. Ella se negó rotundamente, pidiendo explicaciones que él no debería de dar. Sin embargo era tal su desesperación que, rompiendo la promesa hecha al abuelo, le comentó el poder del espejo heredado. Su hija se rió de la historia. Le trató de demostrar físicamente su capacidad de vaticinio, llevándola al cuarto contiguo, pero el cristal permaneció oscuro. Exasperado, le rogó encarecidamente que no viajara. Ella lo ignoró, despidiéndose molesta y desconcertada por la  actitud de su padre.
            Era imprescindible impedir el viaje. La fecha de partida se acercaba y no se le ocurría algo. No sabía cómo salir de aquel laberinto. Pasó horas elaborando planes que desechaba al poco rato. Por fin un día concibió un proyecto. Consiguió el material y el equipo necesario; contrató personal especializado y… esperó ansioso.
            Le hablaron sus nietos para despedirse. Trató de aparentar tranquilidad y bromeó con ellos. Al colgar el teléfono, terminó su café y  caviló su angustia.
           
Anunciaron la salida del vuelo por los tableros electrónicos, y el magnavoz del aeropuerto avisó: Pasajeros del vuelo 606 de American Airlines con destino a Orlando, Florida, favor de abordar por la sala veinte…
            Al llegar a la sala, los pasajeros ocuparon los asientos del área de espera; observaban a través del ventanal las maniobras de carga del aeronave y a lo lejos, la llegada y partida de los aviones en las pistas; percibían el vibrar en los cristales, producido por el continuo despegar. Vieron como el aparato se acercó lentamente al túnel de acometida y los maleteros se aprestaron a subir el  equipaje a las bodegas.
            Cuando cerraron los almacenamientos y alejaron los carros vacíos, se oyó un estruendo que hizo vibrar los ventanales de la sala de espera: grandes llamaradas cubrían a la aeronave. Los pasajeros se agolparon a observar al avión partido en dos por la parte central, y fuego saliendo de sus bodegas; fueron desalojados inmediatamente por personal de seguridad. Al siniestro llegaron rápidamente carros de bomberos y controlaron el incendio cubriendo con espuma el aparato, una tétrica escena invernal. No hubo más percances que lamentar, que la pérdida del avión.
            Desde el restaurante Carlos observó entre decenas de asombrados espectadores, la labor de los bomberos; apagó su teléfono celular, lo guardó, dio el último trago a su café y pido la cuenta…
           
En el noticiero nocturno se informó:
...la agencia investigadora descubrió que fueron dos bombas las que estallaron en el avión, una en el área de servicio y otra en las bodegas, entre un embarque de libros. La lista de pasajeros incluía a políticos importantes, por lo que se sospecha de un atentado por parte de algún grupo terrorista…


 El secuestro

La vida sin libertad
es solo la muerte oculta
en un manto de oscuridad.
Rncer
La sensación de asfixia era exasperante, transpiraba copiosamente por nerviosismo y ansiedad. El áspero costal que cubría la cabeza, le raspaba; la resequedad escozaba su garganta, y una saliva pastosa, enlodada, con sabor a tierra seca, le pegaba la lengua cuarteada  al paladar; dolía al moverla, como si rocas calientes le friccionaran al interior. El calor extenuante lo sofocaba, y un sudor profuso que le recorría el cuerpo, empapaba su ropa. Oyó el grito triunfador desde el otro cuarto: ¡Ya pagaron!... ¡Mátalo! Las pisadas lentas resonaron en los adoquines, cronometrando sus últimos momentos; sintió la respiración ronca del sicario junto a él, e inhaló en una náusea un aliento pestilente. Con terror, percibió el sonido metálico del cargador, y… sus esfínteres se aflojaron al escuchar el disparo… El fétido hedor llegó a su nariz e invadió el ambiente nocturno de su recámara.

El aleteo de la mariposa

Durmiendo sobre la piedra, mariposa,
¿Sueñas tú de mí el infortunio?
Masaoka Shiki
El vuelo vagabundo de la mariposa agita el aire con rápidos y nerviosos movimientos de sus coloridas alas, mortificando a los rayos del sol matutino que trabajosamente la persiguen en su errático deambular; acalorados, descansan cuando el insecto se posa en alguna de las abundantes flores del jardín a libar el néctar que la sustentará en su efímera vida. Como en un tapiz multicolor de estampado cambiante, las mariposas se entremezclan con la vegetación creando dinámicas pinturas al aplaudir con sus policrómicos apéndices.
            Casi todos nuestros actos diarios se sujetaban a un ritual distinto, las mariposas en el jardín alimentándose y polinizando flores, cumpliendo con su ceremonial de supervivencia. Yo, a mis dieciséis años consumando el mío atada a una silla de ruedas, observando florecer la vida en el jardín incapacitada para disfrutarla con la intensidad que anhelo. La naturaleza se presenta a mis sentidos en armónicos colores: los ocres árboles, arbustos con  diferentes verdes en sus hojas; los variados tonos de los malvones y rosas; las margaritas de pétalos blancos y centro amarillo. La humedad se plaga de aromas y penetra a la sala por el ventanal. El observar esa belleza es parte de mis distracciones. 
Contemplo con envidia la vida porque tengo los días contados. La enfermedad deformante que padezco limita los más sencillos movimientos. Estoy varada en una silla de ruedas, con un esqueleto quebradizo y un monstruo interno devorando paulatinamente mi organismo, que escasamente me permitirá prolongar mi existencia.
            Dependo de los cuidados cariñosos de mi madre, y paso los días frente al ventanal de la sala que da al jardín; a veces leo y escucho música, pero la mayor parte del tiempo la paso observando los acontecimientos, como si estuviera pendiente de un televisor. Los vasos con leche que solícitamente acerca mamá se acumulan, sin importar la súplica para que los consuma. ¡No tengo hambre de alimentos, la tengo, de vida!
            Desde hace tiempo me deleito viendo a las mariposas, he sentido la obsesión de ser como ellas: de ser libre y volar; aletear sintiendo transitar el aire a través del cuerpo acariciándome con impulso de mis alas; disfrutar aromas y sabores; ser colorida y estéticamente hermosa; soberana como el aire y radiante como el sol. Su vida es corta, lo sé… la mía, también.
            Con la ensoñación duermo, y con ella despierto. La idea me confunde y atosiga todo el día, cansa… Tengo dificultad para respirar, el cuerpo se debilita,  duelen los brazos. Creo que  estoy desvaneciéndome... ¿Estaré muriendo?
Floto en un mundo de inquietud, me siento rara. Una ligera brisa refrescante me acaricia al pasar por el cuerpo; volteo hacia los lados y descubro el origen del hálito: ¡dos hermosas y coloridas alas!, estampadas en una geometría iridiscente. Las agito con entusiasmo y recorro la estancia; franqueo el ventanal… ¡Al fin, libre
Destino soterrado


Si no conoces todavía la vida,
 ¿cómo puede ser posible conocer la muerte?
Confucio.

Lo había conocido cuando cenaba  en compañía de un matrimonio de amigos. Frente a ella, a tres mesas de distancia descubrió su mirada fija, persistente, perturbadora, acariciándole las mejillas, rozándole los lóbulo de las orejas; imaginó los dedos de él entrelazando su cabellera y atrayéndola, sólo el pensarlo le provocó un cosquilleo de placer que la ruborizó. En el encuentro de las miradas, él levantó su copa y brindó a la distancia. Con discreta timidez, ella asintió moviendo levemente su cabeza.
La orquesta tocaba música lenta, cadenciosa y sensual, cuando la invitó a bailar.  Al extender su brazo y aceptar la mano fuerte que se cerraba suavemente sobre la suya, sintió un fuerte vínculo entre los dos, un calor confortante que le daba seguridad, como si un eslabón se incorporara a la larga cadena de su destino. Lo observó mientras se levantaba:  alto, delgado, cara ovalada, ojos y cabello negros, nariz recta y manos largas de pianista; vestía  traje oscuro que enmarcaba la elegante y sobria figura. Su trato amable, la tranquila seguridad de su voz y la paz que transmitía su presencia, eran sensaciones no experimentadas con anterioridad. Al ser abrazada con delicadeza en la danza, el calor del cuerpo cercano y excitante, propalaba el humor de una virilidad que vibraba y conmovía,  alterando su intimidad; y como si fuera quinceañera, se sonrojó. Bailaron hasta que la claridad del amanecer los empujó de la pista a la terraza, deslumbrándolos con promesas de una permanencia de vida. Se despidieron aceptando él la invitación de cenar en su departamento en fecha próxima.
Alicia era poco agraciada y enfermiza, padecía del corazón desde su niñez. Su situación había empeorado y estaba en espera de una cirugía mayor. Esa sería la última cena antes de la operación.
            Nunca había invitado a un hombre a su departamento. Su timidez  y enfermedad la habían limitado para el establecimiento de relaciones sentimentales. El hecho de estar ahora  en una situación de precariedad en su salud la impulsó a arriesgarse a vivencias emotivas no experimentadas.
            Se esmeró en la preparación de los alimentos y el arreglo de la mesa. Compró un par de botellas de vino tinto recomendadas en el almacén y se puso la ropa interior y el vestido más sensuales de su escasa colección. El toque final lo dio la música suave y la luz tenue de dos velas. Recorrió con la mirada la estancia del pequeño departamento, viendo como se reflejaba la luz titilante en el espejo adosado a la pared. Encendió el aparato reproductor, seleccionó música instrumental y esperó…
Llegó puntual, en un elegante traje negro que resaltaba los rasgos firmes del rostro, suavizados por su atractiva sonrisa y el ramo de rosas rojas que le entregó al abrir la puerta.
La cena, ambientada por una conversación placentera, seductora y el estímulo logrado tras varias copas de vino, culminó en un baile lento, acompasado, casi sin movimiento; en un balanceo de pasiones crecientes por el tránsito de caricias íntimas.
La cargó hasta la recámara y depositándola delicadamente sobre el lecho se acostó a su lado y la miró intensamente acercando sus rostro; ella  se perdió en la profundidad de aquellos ojos negros. Se sintió atraída por una inmensa oscuridad que le prometía seguridad, la paz que había anhelado; felicidad sí …felicidad al fin. Terminaron de desprenderse de los artificios sociales que aún limitaban sus deseos y, con suavidad iniciaron el rito a la vida, el juego lúdico del amor, explorándose en caricias que afloraban la necesidad urgente de satisfacer ansiedades. La transpiración abundante perlaba sus pieles, la pasión los consumía, el ansia de fundirse en un sólo ser los apremiaba. Cuerpos entrelazados en movimiento rítmico y pausado que se incrementaba por momentos, provocando palpitaciones trepidantes de lujuria. Alicia gemía en paroxismos de gozo —nunca había sentido la necesidad de terminar explosivamente con esa sensación de placer y de no querer hacerlo, por prolongar el momento. La vida y la muerte, la plenitud y el vacío. El éxtasis, perdurable en su mente hasta el último instante.
En los ojos de Alicia quedó un dejo dulce y lánguido de agradecimiento, mientras la luminosidad los abandonaba lentamente. Él, la estrechó en un cálido abrazo que la separó de su cuerpo físico y unidos en una sinergia, partieron a cumplir con el destino.


El cisne negro



¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello 
al paso de los tristes y errantes soñadores? 
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, 
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío


Las luces aumentaron de intensidad clarificando el ambiente; las últimas parejas abandonaron la pista y la orquesta guardó sus instrumentos; solo quedaron mis amigas. Estaba cansada de tanto bailar y exhausta, cuando mi madre me llamó para ayudarla a recoger los presentes de mi cumpleaños. Entusiasmada comencé a abrir envolturas, apartando etiquetas y anotando el tipo de regalo, para enviar una nota de agradecimiento: perfumes, collares, dijes, prendedores, fueron adornando la mesa. Comentaba en cada apertura la opinión sobre el regalo y el otorgante. Una caja rectangular, envuelta austeramente en papel aluminio color azul llamó mi atención; no tenía etiqueta, ni mensaje alguno. Rasgué la envoltura, pensando que en su interior traería la identificación del donante. Era un alhajero de madera con un cisne en un lago, labrado sobre la tapa. Al abrirla, apareció una bailarina que se reflejaba en el espejo interior, dando vueltas con la melodía El lago de los cisnes. Divertida escuché la música y disfruté el movimiento de la bailarina. Reparé en una elegante tarjeta de presentación con un nombre en letras garigoleadas: Conde Alejandro Von Rothbard, y unas palabras manuscritas: Mía por siempre.
            —¿Quién es, Odette? preguntó Maricela
​—No lo conozco, pero el mensaje me parece de un engreído. No le agradeceré el regalo. Tal vez sea conocido de mis padres.
            El alhajero está hermoso comentó Rosalbay la bailarina se parece a ti, ¿no crees?
Me fijé detenidamente en la muñeca y ¡sí!, había un parecido enorme, me sentí halagada por el detalle y cerré la tapa.
            Varios meses usé el alhajero, disfrutaba la melodía. Cada vez con más frecuencia, lo abría y la escuchaba, era como sentirme cortejada. Imaginaba el ballet y sentía una  emotividad erótica que seduciéndome me proporcionaba placer y un buen sueño.
            Un día al llegar a mi cuarto abrí el alhajero y  guardé mis joyas, comencé a oír la música más intensa, y voluptuosa que antes. Suavemente invadió mis sentidos la melodía y me adormeció transportándome a un bosque de coníferas que bordeaba un hermoso lago. Me posé en medio de él, y bajo el reflejo de los rayos de luna pude observar en la superficie mi imagen esbelta:
¡El cisne blanco en el que me había transformado!
Desconcertado me maravillé de la belleza y gracilidad del animal en que era moraba. Tratando de entender la situación, un ambiente de concupiscencia y lascivia me fue absorbiendo; un fuerte deseo sexual tomó posesión de mi cuerpo, la lujuria se incrementó al sentir las caricias de un enorme cisne negro, que cortejándome en una danza sensual, se acercaba y abrazaba con sus grandes alas; se alejaba circundándome, para continuar el acoso desde otra posición. Sorprendida y asustada, quise regresar, agité mis alas tratando de elevarme, y la sombra oscura me avasalló… En mi angustia, alcancé a escuchar dentro de mí, una voz:
            Odette, soy el conde Von Rothbard, conóceme de esta forma: ¡Soy tu señor y ¡amo! ¡El ángel negro de la vida!, he decido hacerte mi consorte y procrear una raza de seres superiores que transforme la religiosidad actual de creyentes en un dios estéril, carente de fuerza, por la de una doctrina que promueva la ley del más fuerte, del placer, lujuria sin límite y la guerra; utilice la destrucción y  violencia para subyugar a los pueblos,  dominarlos y  esclavizarlos…
            Desperté por la mañana, angustiada por aquella pesadilla que me atormentó el día entero. Decidí no abrir más el estuche. Me acosté cansada, dispuesta a dormir de inmediato y reparar el sueño atrasado. Pasarían dos horas cuando alcancé a percibir una melodía lejana y conocida. encendí la lámpara del buró, observé sobre la cajonera el alhajero abierto y la bailarina dando vueltas: ¡Horrorizada me arrebujé en la cama!, ¡no lo podía creer! ¡Entonces no fue un sueño!, pensé angustiada. Me levanté y traté de tomar la caja para destruirla. Al tocarla me quemó los dedos. Lancé un alarido de dolor, y un intenso miedo me avasalló, corrí hacia la puerta intentando abrirla, sin resultado. Aullé de impotencia, el pavor y la desesperación se agolparon en mi ser, la pateé y arañé hasta desvanecerme…

Los padres de Odette esperaban nerviosos el resultado del reconocimiento médico. La habían llevado al Hospital de Neurología después de rescatarla de su cuarto, en medio de convulsiones y gritos histéricos en los que suplicaba que la alejaran del diablo.
            El médico encontró a la familia en el pasillo y acercándose a los padres les explicó qué: su hija había tenido al parecer un ataque de esquizofrenia por lo cual, la mantendrían en observación varios días. Tratando de tranquilizarlos les señaló que no se preocuparan, el producto no había sufrido contratiempos, el embarazo seguía su curso normal…



El club de la eutanasia


La muerte es el único hecho que el ser humano
 puede dar por seguro e ineludible.
Si se le brinda el derecho a elegir cómo será su vida,
¿por qué otros dictaminan acerca de cómo debe morir?
Derek Humphry


Llegó Gustavo y saludó a los ocho camaradas de mano, palmeando a algunos en la espalda, ordenó su desayuno a la mesera y se incorporó a la conversación, comentando:
         —Fui a ver a Luis al hospital, sigue en coma, está lleno de tubos, lo mantienen vivo artificialmente. ¡Qué triste que la última decisión en tu existencia esté en manos del médico o de los familiares!, ¿no? Luis, siempre tan dinámico e independiente nunca habría permitido que prolongaran su existencia en esas condiciones.
         Un silencio expectante se apoderó de la mesa, los integrantes del grupo fijaron la mirada en Gustavo, atentos a su opinión; los diálogos cesaron y el tema acaparó la atención de los concurrentes. Fueron fluyendo los comentarios, se citaron casos de amistades con enfermedades terminales sufriendo dolores insoportables, pasando sedadas la mayor parte del tiempo; muchas pedían con urgencia no seguir viviendo y esperaban ansiosas que lo ineludible se cumpliera a la brevedad.
                   Sin que se tome como algo superficial —dijo Fabián— hay una película que habla sobre el tema, una comedia de humor negro que invita a reflexionar sobre la difícil situación que enfrentan algunas personas cuando familiares los consideran una carga, o han sido olvidados en casas de salud o en asilos. En la cinta, los internos formaron un club para proporcionar la muerte asistida.
         Si existe un seguro de vida, ¿por qué no un seguro de muerte, que te permita decidir cuando terminar con la tuya y haya quién se encargue de cumplir lo que estableces previamente en un contrato? —comentó Gustavo¾, hablamos de la decisión de interrumpir la existencia del que lo solicite, sin remordimientos, sin cargas morales, cumpliendo una función social, un trabajo como cualquier otro.
         Intervino Antonio diciendo:
         No me parece mala idea, y hasta se podría establecer una organización discreta para asumir tal labor. ¿No les parece?
         Después de varias tasas de café se concluyó que la propuesta era interesante, y si acaso se llevara a cabo, a todos les tranquilizaría tener asegurado un final digno.
         Gustavo levantó un poco la voz para que lo oyeran, y volvió a preguntar:
          —¿Les gustaría que les presentara una iniciativa la próxima semana?
          El grupo aceptó pensando que tal vez sólo quedaría en una plática, sin embargo todos afirmaron  quedar pendientes del planteamiento.
        
Gustavo llegó temprano al desayuno con unas carpetas bajo el brazo, saludó, repartió el material y comenzó la explicación:
         —Les entregó la propuesta del tema comentado la semana pasada. Consiste en una organización secreta que garantizaría la muerte asistida a sus asociados, siempre y cuando el miembro haya firmado un contrato en el que se especifique que, en el caso de una enfermedad terminal y falta de conciencia del involucrado, la decisión de su muerte se someterá a votación. Si el socio está consciente, tendría que solicitarlo y se votará. El servicio tendría un costo de inscripción y una cuota por cada defunción. Un número secreto por socio, con el cual emitiría su voto para autorizar la asistencia en la muerte. A su correo llegaría la descripción del caso y el número del socio por asistir. La administración estaría a cargo de un comité, y se invitaría a amistades a incorporarse en forma confidencial.
         Lo formal no sería problema —dijo Fabián— es importante saber quién lo va a hacer, que parezca muerte natural o accidente.
         No te preocupes —comentó Gustavo— eso ya lo solucioné, conozco unos policías judiciales que lo harán gustosos mediante el pago convenido.
         Se designó a varios compañeros para concretar la propuesta, y en pocos meses se formalizó el Club. Pronto se amplió la membrecía y comenzaron a llegar a los correos con las descripciones de asistencia requerida. Los socios votaban como si con el sufragio eligieran un candidato político, sin remordimientos ni culpas, eran tan sólo números a seleccionar…
         Después de multitud de asistencias, a Fabián le entró la curiosidad de saber quién era el encargado de culminarlas, esperó se presentara el caso de un enfermo terminal que fuera conocido. Acudió al hospital y sobornó a un trabajador de limpieza que le ayudó a esconderse por las noches debajo de la cama del paciente, y aguardó… Salía del hospital por las mañanas, antes de que se permitiera la entrada a los familiares. En la madrugada de la tercera noche oyó que abrían la puerta y observó a un hombre con bata de enfermero acercarse a la cama. Como la penumbra permitía ver con cierta claridad, asomó ligeramente la cabeza y distinguió el rostro del operador. Salió abruptamente y se enfrentó a él.
         —¡Gustavo!, tú eres el que realizas las asistencias. ¡Jamás lo imaginé!
         Sorprendido, Gustavo se quitó el tapabocas y el gorro de enfermero para enfrentarlo.
         Ni modo, mi hermano, no tenía trabajo y esto ha dado estabilidad económica a mi vida. Además, estoy velando sus intereses, al realizar yo la asistencia no los comprometo ni están en peligro de que alguien  los delate. Agradécelo y ¡vete!, que tengo  trabajo. Cuidado con que me descubras o te adelanto el contrato. Dicho lo cual, procedió a apagar la alimentación del oxígeno del socio 3235.                                                                                


La primera…



Tomando mi cara entre sus manos me enfrentó, me recorrió. Tensa mientras sus brazos velludos rozaban suavemente mi rostro en una brisa de caricias y movimientos lentos, me exploró. La excitación creció al sentir la opresión de su cuerpo, moví las piernas para liberar angustia y me dejé llevar. Observó mi comportamiento y sonrió tratando de tranquilizarme. Metió su instrumento lentamente, zarandeándome, haciéndome emitir un leve quejido.
            —Es la primera… dijo. ¡De las tres que hay que sacar!...



El Estrés

 …la cárcel en la que creemos
 estar encerradosno lo es.
Su puerta no tiene cerrojo
Catherine Rambert

¡Despierta, Abelardo!, que se te hace tarde para el trabajo. ¡Siempre con esa flojera! ¡Así cómo quieres que te aumenten el sueldo, si toda la vida llegas tarde! ¡Ah! Y a propósito de sueldo, apenas es día cinco y ya no tengo dinero. ¡A ver cómo le haces!, le debemos a todo el mundo y yo tengo que poner mi carota a donde voy. Ya nadie nos quiere prestar…
Después de oír sin escuchar, a su mujer, un pensamiento lo invadió:
¡Te tengo!… Me encanta martirizarte, que sudes, te angusties, sientas dolor en el pecho, no descanses, apenas duermas… Eres de mi propiedad hasta el fin de tu vida. Soy tú estrés, amigo mío, ¡jamás te soltaré!
            Perturbado, llegó a la oficina con dolor de cabeza y arrastrando los pies de cansancio. Con el sueño atrasado y gran desgana comenzó su día laboral. Del otro lado de la oficina su jefe le gritó:
            —¡Gonzalitos! ¿Ya están los documentos que hay que enviar a la notaría? ¡Se los pedí desde el jueves!
            —En un momento más, señor. Ya casi los termino.
            —¡Acuérdese, tiene que contestar las tres demandas de ayer! También ir a los juzgados a revisar el avance de nuestros juicios. Antes de que se vaya, pase a mi oficina, le voy a pedir algo… ¡Apúrese Gonzalitos!
            Se desató el nudo de la ancha corbata azul a rayas, sentía que lo ahorcaba. El sudor le escurría por el cuello y  el palpitar de las arterias como un llamado de tambores a combate, lo embotaba.  Respiraba agitada y entrecortadamente, sintiendo que unas manos calientes y húmedas le apretaban la garganta, intentando asfixiarlo. Se quitó el arrugado saco gris que tantos años le había dado prestancia en el despacho de abogados y un frío húmedo le recorrió la espalda, despegó la camisa y se dedicó a revisar documentos. Las manos le temblaban, le dolía la cabeza y tenía sed. Quería huir, salir a la calle y gritar…, ¡ser libre!, desprenderse de ese ser que lo dominaba y martirizaba. La dificultad para respirar lo seguía atormentando, y lo desesperaba;  el calor en la oficina era insoportable e irritante. Salió a la calle buscando paz, un poco de tranquilidad reconfortante. 
             El sol chillante y déspota del mediodía lo sarandeó. El abrasador pavimento sudando vapores de las atarjeas y digiriéndo pisadas, calcinaba la suela de sus zapatos. Trató de avanzar pero la muchedumbre lo arrastró en vilo. El rumbo no lo determinaba él, sino las circunstancias… como su vida. Encontró una banca  y se sentó a descansar. Echó la cabeza hacia atrás y respiró con profundidad. La voz del estrés invadió sus pensamientos:
¡Te tengo, eres mío, como gran parte de la humanidad!, mi siervo. Sufrirás el infierno en este mundo, no en el futuro. Padecerás del tormento que el Gran Maestro diseñó, inventándome. Crezco conforme la presión por sobrevivir aumenta; las necesidades me alimentan, la prisa por aprovechar el tiempo es el lubricante y la urgencia de mayor productividad, el combustible. ¡Qué el humano sufra la vida!  ¡El castigo está aquí, en la Tierra! Las promesas de las religiones de una vida feliz en un mundo espiritual… son sólo ilusiones, propaganda…
            Tomó una decisión. Empeñó su reloj y acudió con un psiquiatra quién le recetó ansiolíticos. En casa y una vez tomado el medicamento, pensó: Ya ves, no me tienes dominado, todavía conservo mi libre albedrío.
Pero con medicamentos. No podrás sostenerte por mucho tiempo… Te estaré esperando, le contestó con ironía el estrés.
            Esperarás sentado, imbécil. Mañana me jubilo, dejo a mi vieja y me voy a una playa… ¡Vete al carajo, estrés!



El robo

El mundo es un gran mercado,
o serás ladrón, o serás robado.
Refrán popular
Corría desesperado por los pasillos de la moderna plaza comercial tropezando  a cada paso con la  multitud de  eufóricos compradores, llevaba un montón de ropa bajo el brazo. La policía lo perseguía a corta distancia. En su loca carrera soltó una a una, todas las prendas sustraídas en la Boutique Soft & esquisite. Volteando a ver quién lo perseguía, se tropezó con un bote de basura y rodaron ambos. Levantó el depósito, lo orilló y siguió su carrera hasta una de las puertas de salida, donde fue detenido y entregado a la patrulla de la Policía Municipal.
            El sargento Joel Espinoza, lo registró sin encontrar nada de lo robado.
¾Ramírez ¾dijo a su asistente¾  mételo a la patrulla.
Apenas el vehículo había iniciado la marcha, cuando el sargento, le dijo:
            ¾¡Si serás pendejo, Faustino!, ésta es la tercera vez que te pesca la policía de los centros comerciales, tendremos que cambiarte a otro lugar, y… no quedan muchos. ¡Ah!, y pasa el billete que traes en el bolsillo derecho.
            El ratero entregó el billete de quinientos pesos.
            Durante el camino, trataba de encontrar el modo de no ir a la cárcel ese día. Era el último del año y en la vecindad festejarían, como siempre, la llegada del nuevo año con una gran fiesta. Se había comprometido con Mariana a pasar por la noche. Estaba enamorado de esa morena de ojos negros y mirada ardiente.
           
Buenas tardes, jefe, dijo el sargento Espinoza, cuadrándose ante el agente del Ministerio Público. Le traemos a Faustino,  lo agarraron en  Plaza Galerías Veracruz.
            ¾¿Cuánto traía?
            ¾Sólo doscientos pesos, se los paso, jefe.
            ¾Mira Faustino ¾dijo el agente¾ es muy triste que el fin de año lo pases entambado.
            ¾¡No, jefe!, ¡hoy no!, pídame lo que quiera, pero hoy no me encierre. ¡Lo que quiera, jefe!...
            ¾Bueno, sí hay algo en lo que me puedes ayudar. Tengo en los separos a tres niños ricos acusados de la violación de una adolescente. Desde que los trajeron se mostraron arrogantes y prepotentes. Me trataron con sorna, y presuntuosos me indicaron que no tardarían en salir, pues sus padres son muy poderosos en el Estado. Quisiera darles una calentadita, pero no puedo porque me correrían, y a cualquier guardia que les pusiera una mano encima. Ese es el favor… y sales. Ya están ahí el Choro y el Manitas. Nada más… déjenlos vivos.
            El sonido de la cerradura en la reja despertó las conciencias y las emociones iracundas de los regios ocupantes de la celda.
            ¾¡Ya déjenos salir!, policías de mierda, o se los va a llevar la chingada, cuando lleguen nuestros padres.
            Feliciano entró pausadamente a la celda, su andar denotaba la soltura del que conoce el lugar y  lo considera un espacio propio. Divisó a sus camaradas en un rincón y en el lado opuesto a las joyas de la corona. Se dirigió a ellos y plantándose frente al que se parecía a él en el cuerpo, le dijo:
            ¾¡Bonita la ropa que traes!, tus mocasines deben ser importados ¿No?
            ¾¡Qué te importa, pendejo!
            ¾No me hables así… porque me ofendo.
            ¾¡Chinga tu madre, pinche indio!...
            ¾¡Te lo advertí, cabrón!
Diciendo esto, le soltó un puñetazo en la cara, y cuando caía comenzó a patearlo; lo tundió a golpes en la cabeza y el cuerpo. No se paró más, quedó desmayado en el suelo sangrando y con el rostro abotagado. Sus amigos quisieron intervenir, pero el Choro y el Manitas, se abalanzaron sobre ellos, dándoles el mismo tratamiento. Media hora fue suficiente para lograr la abdicación de la realeza, en un crujir de huesos y charcos sanguinolentos.
            Faustino terminó de vestirse estrenando ropa y calzado de marca, hizo ruido en los barrotes para que el guardia se apresurara a abrir la reja y los retirara de la comisaría por una salida lateral.
            En la calle asaltaron a varios transeúntes para hacerse de dinero. Faustino tomó un taxi y se dirigió nuevamente al centro comercial. Apresurando el paso llegó a la zona donde había tropezado, localizó el depósito de basura, y regresó en el vehículo a la vecindad, a tiempo para pasar por Mariana.
            ¾Hola, mi amor ¿estás lista? ¾preguntó al verla bajar por la escalera enfundada en un vestido rojo que parecía ser parte de su anatomía. Te ves hermosa, pero vas a tener que ponerte el complemento: ¡El rojo del amor y el amarillo del dinero!
Le presentó en cada mano, una tanga de marca francesa.
¾Producto de mi trabajo, cariño. 


Masacre


Los rayos candentes del sol de mediodía caen  afanosamente sobre la vieja carreta que crujiente transita al final del camino pedregoso. El viejo, con la aguijada en la mano azuza al buey para mantener el paso. Con su lento caminar, el animal precede el duelo por la partida de un pueblo hacia la memoria colectiva. La tristeza encorva el cuerpo del anciano. La desolación, fiel compañera, apenumbra sus movimientos aprisionándolo a la historia  como las cadenas a un galeote. Lleva la masacre de  su pueblo sobre la carreta; un símbolo de maldad, una mancha más del género humano. El genocidio de aquella comunidad por el poder, avaricia, impunidad y odio de la cleptocracia. La tristeza y el rencor, no es un sentir individual… es de la humanidad. La carreta llega con su carga de desgracia al final del camino… y se pierde, difuminándose en el horizonte de la indiferencia colectiva.

           

El Conde desnudo



Antes de que los daneses llegaran a Erin,
 vivía un rey que tenía tres hijas. La menor,
 sentía especial fascinación por la historia
que hablaba sobre el “caballero-gnomo”.
Leyenda Irlandesa
El rey de Muskerry, al ser avisado por la guardia real que se acercaba al castillo la princesa Fiongall, desaparecida días antes, acompañada de un individuo desnudo, ordenó se abrieran las puertas y le proporcionaran al hombre el atavío requerido para ser presentado ante la corte.
            Después de escuchar a su hija decir que su acompañante era el caballero Crimthan, famoso guerrero y poeta en los tiempos de su abuelo, embrujado por la reina Aine y convertido en gnomo. La princesa contó la obsesión que desde pequeña tenía de comprobar la veracidad de la leyenda. Había oído contar las hazañas del famoso caballero y la curiosidad la impulso a explorar el prohibido bosque de Clemneth y a los seres fantásticos que lo habitaban. Relató cómo había encontrado al gnomo, el interés que le había suscitado la figura deforme y la voz de angustia, chillante e incomprensible del pequeño ser; y cómo intuyó que dentro de esa horrible cobertura se hallaba el ente hermoso, tierno y valiente del que hablaba la leyenda. Enteró a su padre de la liberación mediante el rompimiento del ritual que la comunidad de seres fantásticos llevaba a cabo, y la persecución a la que fueron expuestos; así como de las vicisitudes confrontadas para llegar al reino. Culminó, explicando que después de la liberación surgió entre ellos una pasión tan intensa, que les era imposible vivir separados.
Viendo tal firmeza y decisión por parte de su hija, el rey ordenó la celebración de las nupcias y los festejos; nombró al guerrero derwydd* del reino, ya que la magia del bosque pervivía y lo protegía al aparentar veinte años de edad, cuando en realidad tenía más de cien.
            La dote de la princesa Fiongall fue el condado de Tipperary, incluía a el bosque de Clemneth donde reinaba Aine, la hechicera que había mantenido embrujado a Crimthan por cien años, soberana de la comunidad de las gnómidas, gnomos, elfos y demás seres mágicos malignos, aliados de los enemigos del  Reino de Muskerry. Al dotar al nuevo matrimonio con el condado, el rey les hizo prometer el desalojo de esos seres de sus fronteras.
            El derwydd estuvo meditando por un tiempo la forma de hacer el trabajo, sin encontrar respuesta. Decidió entonces, invitar a los más sabios druidas celtas y galos a Tipperary.
            Al poco tiempo, los granjeros del condado comenzaron a comentar el paso  de animales extraños por sus tierras. Hablaban de dragones, arpías, estirgas, grifos, mantícoras, que por la noche sigilosos se encaminaban al castillo de Tipperary. Los druidas habían llegado de lejanos reinos.
            El derwydd ofreció riquezas a los druidas que pudieran encontrar el medio para expulsar a esos seres. Los hechiceros comenzaron a explorar el bosque, a recorrerlo tratando de identificar flora y fauna. De noche y día, palmo a palmo, con bruma o sol, recorrieron Clemneth. Al atardecer, en los salones se escuchaban sus pláticas, disertaciones y controversias.
            Por fin, después de largos meses, Crimthan  fue citado por los druidas que le explicaron: Los gnomos viven  en ese bosque porque se alimentan de un hongo singular que crece adosado a varios árboles concentrados en el centro de la arboleda. Este alimento les proporciona los poderes que manifiestan. Si se quiere expulsarlos, hay que acabar con los hongos. Sin embargo,  para hacerlo, se debe entrar en el mundo fantástico inmerso en el ambiente. Sólo es posible durante los equinoccios, cuando se abre la puerta entre los dos mundos. Usted, Crimthan, que ha estado ahí, puede intentar destruir su fuente alimenticia. Tendrá que llegar a los árboles, comer algunos hongos, incendiar la floresta y salir rápidamente antes de que se vuelva a cerrar la puerta, le dijeron.
            El derwydd esperó pacientemente la fecha; un día antes, los druidas le entregaron la túnica de espejos que le cubriría el cuerpo y reflejaría las corrientes energéticas con que lo acometerían los gnomos.
Por la mañana cuando ingresó al bosque, los rayos del sol llegaban aún horizontales a su cuerpo reflejados por la túnica que iluminaba las partes oscuras del entorno, los dispersos haces parpadeaban desparramando colores, pringando la floresta como efímeras mariposas. Aguardó en la misma encina en la que Fiongall lo había rescatado con anterioridad, de los seres malignos. Cuando el corcel enano apareció llevando a la reina en el inicio de la procesión, corrió sigilosamente a través de la cobertura vegetal sorteando arbustos y maleza, saltando rocas hasta llegar al centro del bosque. Advirtió a corta distancia seis frondosos árboles con la corteza cubierta de una gran masa grisácea que circundaba su grosor. Con ambas manos, arrancó del árbol más próximo, pedazos de ella y engulló un bocado con rapidez,  el resto lo embolsó en sus calzas. Acumuló ramas delgadas en la base de cada árbol y les prendió fuego. Las llamas pronto encendieron las cortezas, y las masas grisáceas consumidas por el calor comenzaron a desprenderse, desintegrándose con rapidez. El derwydd oyó el tropel estruendoso a su espalda, volteó y la visión de una avalancha de monstruosos animales enfurecidos haciendo un ruido ensordecedor, lo impactó. Levantó los brazos a la altura del pecho como queriendo detener el alud, y sorpresivamente se formaron delante de él varios dragones que volaron a enfrentar con fuego a los atacantes. Corrió hacia la salida, mientras la batalla continuaba. Pocos metros adelante paró en seco cuando frente a él, una barrera de gnomos, elfos, hadas y demás seres mágicos,  impedían la huida. Lanzaban rayos que lo tambaleaban al impactarse en su cuerpo y ser dispersados por la túnica de espejos. Avanzó contrarrestando el ataque con sus brazos en alto; igual que ellos, él también lanzaba rayos. La batalla fue disminuyendo en intensidad, la energía comenzó a faltar en los adversarios, y ya no tenían forma de abastecerse; a lo lejos, el incendio continuaba y las llamas alcanzaban las copas de los árboles.
Enfocó sus disparos al centro del grupo atacante y abrió un pequeño hueco por el que se impulsó con el resto de la fuerza que le quedaba, pasando entre brazos y cuerpos que pretendían detenerlo. Al traspasar el orificio, una masa gelatinosa lo envolvió formando un capullo. Sin poder moverse, en el silencio y oscuridad absolutos, con dificultad para respirar, se desvaneció…
            Despertó al sentir el movimiento de la cápsula en la que se encontraba aprisionado, no supo cuánto tiempo había transcurrido. Primero una sacudida, como si el fuerte viento lo empujara. Después, el deslizamiento brusco y un choque; le pareció haber impactado con una roca. El golpe abrió una grieta por la cual se filtró un delgado rayo de luz que le permitió observar las paredes reticulares de su celda. Escuchó a lo lejos el rugido del viento y el bandeo de la cápsula al comenzar a rodar. De pronto, la parte baja dejó de restregarse con la superficie, y sintió la sensación de vacío, la velocidad aumentó y, tras unos segundos de caída libre, impactó sobre el agua. Su prisión flotaba y balanceaba con el movimiento. Atontado por el golpe, el derwydd comenzó a moverse, girando lentamente su cuerpo para separarse de la masa gelatinosa que lo tenía atrapado a las paredes rígidas. Por la grieta, comenzó a filtrarse agua, la cápsula lentamente se inundó. La sensación de asfixia lo invadió, y en un esfuerzo desesperado estiró las extremidades, partiendo un costado de la cubierta. Trató de salir y al distender su cuerpo, sintió un peso sobre la espalda, un objeto largo y pegajoso que rebasaba la altura de su cabeza y lo presionaba hasta las corvas. El sol de mediodía concentró su rigor sobre ese cuerpo extraño que soportaba y comenzaba a endurecerse conforme se secaba, sus brazos sintieron un estiramiento progresivo y doloroso; tuvo la necesidad de moverlos, y aulló de dolor al sentir una nueva masa muscular que movía cuatro espléndidos apéndices multicolores de brillo nacarado. Los batió con firmeza y se desprendió definitivamente del cascarón al elevarse sobre la corriente mansa del ancestral río. El dolor  disminuyó con la agitación continua y prolongada. Con rumbo titubeante se dirigió a la orilla, plegó sus apéndices y se acercó a un remanso para observarse.
 En el espejo de agua vio reflejada su figura estilizada: brazos y piernas alargados, de color pardo cobrizo. Conservaba aún, los restos andrajosos de las calzas. Un par de antenas destacaban de la cabeza ovoide, y al moverlas percibía olores y aromas del ambiente con una nitidez nunca sentida. En su cara resaltaban dos globos formados por millares de pequeños ojos; su visión reticular lo desconcertaba en un principio, con la práctica logró sincronizar las imágenes.
En el atardecer, emprendió el vuelo de retorno a su reino, los rayos del sol se deslizaban por la parte central del la corriente, dorando las ondulaciones del agua e irisando los imponentes apéndices con reflejos cerúleos y ambarinos. En un vuelo impreciso, siguiendo el curso del río llegó a su castilo.
La impresión de Fiongall al verlo entrar por la ventana fue enorme. Se quedó inmovil recibiendo el beso de amor del lepidóptero. Ingirió solidariamente el hongo que el insecto puso en su boca y lo deglutió lentamente.  Crimthan continuó besándola apasionadamente, y con esa acción comenzó a generarse una masa gelatinosa que fue cubriendo paulatinamente el cuerpo hasta encapsularla. La acomodó cuidadosamente sobre la cama, se dirigó apresuradamente a los jardines del castillo y localizó varias encinas en las que plantó el resto de los hongos mágicos.
Los sirvientes del castillo comentaban temerosos la transformación del conde, intentando abandonar el castillo. El derwydd los detuvo e informó que el cambio sufrido era para bien, que se había convertido en un ser mágico y la condesa estaba en proceso de hacerlo, eso les proporcionó algunos poderes y cambió su forma de vida. Los invitó a vivir una aventura con ellos y formar una comunidad de seres mágicos. Hizo la misma invitación a todo el pueblo, y permitió a los que no aceptaran, abandonar el condado sin represalias.
La mayoría aceptó y se extendió el cultivo de los hongos y el de flores, se reforzó el resguardo de los árboles, y poco a poco, conforme los hongos se fueron reproduciendo, el cambio se fue dando en la población.
Cada eclosión fue motivo de júbilo. Comenzó con la de la condesa, emergiendo esplendorosa  con el dibujo que caracterizaría a la nueva especie, y los colores: azul, rojo, blanco y naranja, estampados sobre la superficie de sus amplios apéndices.

*Mago poeta

           


El mundo al revés


Quede al revés o al derecho,
 lo que se hizo ya está hecho.
Anónimo


Sonaron los tambores de alerta y el lago se llenó de canoas, de gritos manifestando odio hacia los invasores que estaban cercados en el palacio de Axayacatl. Los españoles trataron de burlar el cerco y salir combatiendo con dirección de Tlaxcala. Cargados con lo que pudieron robar del tesoro de Moctezuma Xocoyotzin huían de la furia de los guerreros aztecas y sus aliados; los soldados tropezaban mientras combatían,  y  tiraban las joyas a la laguna en el acto desesperado de salvar su vida. El lago se cubrió de negrura, la mancha de embarcaciones avanzaba como hormigas, vallando la salida de los invasores. La masacre tintó de rojo las zonas litorales;   combatientes y animales heridos saturaban el ambiente con gritos y gemidos de dolor. Obstaculizaban la huida restos humanos diseminados en el campo de batalla; numerosas bestias despanzurradas relinchaban de dolor tratando de levantarse y huir de esa vorágine incomprensible de odio y ambición. La sangre hacía pastosa y resbaladiza la superficie, imposibilitando el caminar o correr sobre ella. Los españoles fueron diezmados, y Hernán Cortés tuvo que rendirse ante Cuitláhuac, jefe del ejército mexica.
El pueblo pedía el sacrificio de los invasores, quería sangre para ofrecerla a Huitzilopochtli; anhelaba venganza: destazar, masacrar a los invasores, desaparecer aquella inmundicia humana que alteró la vida de la ciudad; quería acabar con esos semidioses que habían traído enfermedades y muerte.
            El Consejo de Ancianos deliberó toda la noche. Y en la madrugada, teñido el lago de rojo, de olor a muerte y destrucción, pululado de aves carroñeras disputándose la podredumbre del ambiente; de cadáveres flotando como tulillos o chalupas, de chozas quemadas y humeantes que oscurecían el horizonte, dio su veredicto: No más muertes, necesitamos aprender sus costumbres, su cultura...
            Así, los agresores sobrevivientes fueron esclavizados y obligados a mostrar a los jóvenes mexicas la crianza de animales domésticos traídos por ellos: aves, cerdos, borregos, cabras, burros y caballos; a enseñarles la extracción y manejo de los metales duros; la elaboración de armas de fuego, la fabricación de pólvora y proyectiles; el uso de la rueda en el transporte; el papel y la imprenta. Los escasos mandos sobrevivientes instruyeron al enemigo en el manejo de armas occidentales. Cortés abandonó su soberbia y prepotencia ante el convencimiento firme de un látigo lacerante. Se convirtió en instructor de los ejércitos y estratega en los combates que el pueblo mexica emprendía para establecer su dominio en tierras lejanas.
            Tenochtitlán se recuperó, los mexicas afirmaron su autoridad sobre todas las tribus del continente. Con la utilización de armas españolas, sojuzgaron la rebeldía de los pueblos y conformaron la gran civilización que floreció en los siguientes lustros.
            Conforme extendían su autoridad por tierra, iniciaron la fabricación de embarcaciones de mayor calado, para agilizar el comercio y establecer la flota guerrera que resguardara sus costas.
            En el Calmecac se estudiaba, aparte de las materias tradicionales, las culturas extranjeras. Ante la necesidad de ser eficientes en la administración de territorios tan vastos, se optó por crear nuevos procesos e instrumentos que facilitaran el trabajo; se instauró un instituto encargado de desarrollar armamentos. Diseñaron innovadores artefactos de guerra, mortíferas máquinas que centuplicaron su poderío destructivo, permitiendo que varios decenios después del episodio de la Noche Triste en la gran Tenochtitlán, se contara con armamento avanzado, un ejército y armada disciplinados, capacitados en estrategias militares, integrados por combatientes bravíos, comprometidos con la nación, y ardientemente motivados por el recuerdo.
           
Cuitláhuac Tlapoloani ¾el conquistador¾ tomó la decisión, y el Consejo de Ancianos lo apoyó, de invadir a España, con la finalidad de colonizarla como ellos habían pretendido hacerlo con las tierras mexicas. Se formó una gran flota de guerra con navíos armados y de transporte de tropas. Meses después, partieron de la playa de Chalchihuecan, lugar dónde había desembarcado Cortés en abril de 1519. La salida fue apoteósica. Poblaciones enteras se volcaron a despedir a los guerreros, que los saludaban desde lo alto de las embarcaciones agitando sus penachos con plumas multicolores y algunos, luciendo vistosas capas de piel de jaguar. Los más intrépidos llegaban a quitarse sus maxtles (taparrabos) moviéndolos sin rubor por encima de la cabeza, y sonreían a sus familiares que los apoyaban lanzándoles flores. El sonido de los teponaztlis y huehuetls de guerra invadía el ambiente; los chichitles y tlapitzalis los acompañaban con música de viento, armonizando la rudeza de las graves percusiones. A una seña del caudillo, el barco insignia lanzó un bufido ensordecedor e inició la aventura…

Un guía alto, delgado, moreno cobrizo, de nariz recta, ojos y cabello oscuros, dirigía la palabra al grupo de turistas que lo rodeaban en la parte alta de la pirámide y  escuchaban atentos:
            —Esta es la pirámide del Templo Mayor de Madrid, fue construida sobre una iglesia católica hace tres siglos en honor de nuestro dios Huitzilopochtli, cuando el ejército mexica conquistó al país que llamaban España.


El pájaro de fuego


…Quizá aquí seas Don Verdadero,
 pero en el mundo real eres un maldito fraude.
¾¿Por qué no tengo autoestima?

Frases de la película Birdman

Antonio salió del cine pensativo, la película lo había decepcionado, no podía creer que un paladín de la libertad y la justicia fuera tratado así. No aceptaba que el superhéroe de sus aventuras de la niñez lo presentaran como a un actor decadente. Todos los niños de aquella época soñaban con ser Birdman, el héroe de la justicia, capaz de volar con sus grandes alas, proyectar escudos de fuerza y disparar rayos solares, acompañado por Vengador, un águila, que al grito de guerra: ¡Biiiirdman!, atacaba a los maleantes.
            Llegó de mal humor a la vecindad, cruzó el zaguán, caminó en la penumbra bosquejada con sombras, que adosadas a las paredes desprendían tufos alcohólicos y fumaradas de petate. Con la oscuridad del callejón llegó a su departamento. Encendió la luz, y la imagen de un gran cartel de Birdman de piso a techo, lo abrazó desde la pared. Dos cuartos constituían toda la vivienda: la cocina-comedor y la recámara estrecha y desarreglada. Los muros ancestrales  salpicaban nubes de salitre a los carteles del héroe favorito. Puso en el reproductor la Suite del Pájaro de fuego de Stravinsky y encedió un porro. Recostado en el sillón cerró los ojos y siguió la música que lo introdujo a un mundo de colores, en los que se mezclaba danzando en un jardín encantado, de naturaleza abundante y olores confundidos saturados de humedad. El lamento de una sordina en las notas graves, los contrabajos y violoncelos, creó la atmósfera  naranja que lo adentró en un mundo fantástico y desconocido.
            Dio una profunda aspirada al cigarro, reteniendo el humo durante varios segundos. La abundante percusión y el sonido de las tubas en la Danza infernal lo cimbró y llenó de colores oscuros. Sintió la música rebotando en su caja torácica y el fluir de la resonancia por los nervios relajándolo en llamaradas amarillo rojizo. En su mente, Kastchey el brujo, el Pájaro de fuego y el Príncipe Ivan, hacían patente la oposición entre un mundo real, humano, y el mágico. Caminó por el bosque de árboles enormes y verde maleza; entre los arbustos descubrió al pájaro de fuego, lo persigue y después de luchar con él, lo atrapa. El animal suplica, implora libertad y lo conmueve. Antonio lo suelta; esta acción es compensada con una pluma mágica que el ave se arranca de la cola. La sostiene  en su mano y la observa… Se levanta del sofá, y parado ante el espejo  se observa la espalda, ¡la pluma es de él!, ¡tiene alas!...  El destino le ha cumplido su más grande deseo: ¡ser Birdman!
Apresurado prueba su rayo solar, extendiendo las manos y señalando con los dedos pulgares; una vibración recorre su cuerpo hasta salir explosiva en dos centellas amarillentas, desquebrajando el espejo. Una amplia sonrisa ilumina su semblante al comprobar el resultado. “Estoy listo para vigilar las calles y defender a los ciudadanos. No, aún no, falta mi traje. Un superhéroe debe vestido para imponer miedo y respeto”.
            Buscó un traje de baño negro, y lo más cercano que encontró fue una trusa bikini“Ésta servirá, de lejos no se nota… Ahora las mallas”. Se acordó que Betina en su última noche de amor, había olvidado sus mallones amarillos, se los probó… “Me quedan perfectos, hasta me veo musculoso”. Faltaba la camiseta. Escudriñó por todos lados hasta encontrar una amarilla; no muy convencido se la puso, metiéndola debajo del traje de baño. “Al fin que todos me verán de frente”. Al voltear de espaldas, en el espejo roto se vio una leyenda con letras negras: “No al desafuero de López Obrador”
            Por la azotea comenzó a recorrer la vecindad. A pocos metros de su recorrido oyó gritos de mujer: ¡No!... ¡no!... ¡no!... ¡Ya no más! Sin pensarlo, emitió su famoso grito: ¡Biiiirdmaaan! y corrió por los bordes para volar y caer en picada sobre el agresor. Al impactarse estruendosamente sobre los botes metálicos, el borbotón sangriento rodeó el cuerpo de una sombra bermeja, semejando las alas de un ave en el contorno de los brazos extendidos.
            —¿Qué pasa, Pepe?...
            —Nada, Betina. Es el pendejo de tu novio que anda bien drogo. Entonces qué, reina… ¿Nos echamos el otro?
            —¡No!, ¡ya no más!… a menos que me des otros cincuenta pesos.



El  postre


Matarse por no morir es
ser igualmente necio y cobarde.

En la soledad de su departamento y la penumbra provocada por una pequeña lámpara de mesa que se esforzaba por mantener baja la tonalidad de luz amarillenta, Aurora se arrellanaba en el sillón individual de la reducida sala con su ropa de dormir puesta desde hace días, las pantuflas al pie del mueble, y el ánimo abatido. A distancia, tras el marco de la puerta de la cocina se alcanzaba a distinguir, la vajilla sucia acumulada sobre el fregadero, y restos de comida amontonados sobre la barra de trabajo. El departamento en desorden, y los gatos deambulando por el caos, evitando con agilidad y cuidado, los obstáculos en los cuartos.
           Bebió de un trago la copa de vino tinto y la dejó sobre la mesa; se mezó la cabellera larga, jaspeada de grises y blancos, que caía desordenada en su cara triste; recostó su cuerpo en el respaldo, echó la cabeza hacia atrás, y lloró con el alma quebrantada por la indiferencia y frialdad del entorno. ¡Sola!, sola en un mundo con el que no le interesaba interactuar, con una sociedad que le había volteado la cara; abandonada por parientes y amigos que la evitaban por su carácter agrío y huraño. Sobrevivía con la escasa pensión en la Unidad Morelos, conviviéndo simbióticamente con sus gatos, al recibir de ellos cariño a cambio de alimentos.
¿Qué  tanto de mi vida he sido feliz? ¾pensó.
Momentos, sólo momentos. Espacios de vida, un oasis en el desierto árido de cariño, de pasiones iniciadas con expectativas de amores permanentes, cortados de tajo por la realidad; de familia esparcida en los confines de la incomunicación, paradoja de este mundo global y  desarrollado.
Mientras secaba con el dorso del brazo la humedad de sus sentimientos, reafirmó la inutilidad de seguir viviendo en un mundo negado a  recibir su  amor y solidaridad como ella estaba dispuesta a darlos. Se sirvió otra copa y acompañada por la música que le provocaba la añoranza de tiempos juveniles, se dispuso a dar el paso que la alejaría del dolor intenso que subyugaba y dificultaba su respiración. Abrió el frasco, sacó las píldoras y cuando iba a ingerirlas, vinieron a su mente imágenes de un domingo en su niñez: Su padre conducía un viejo vehículo repleto de familia por la carretera de Puebla, el destino era Chalco y el objetivo comer fresas con crema en uno de los restaurantes improvisados al borde del camino. Estacionó el automóvil y, en tropel salió la chiquillada gritando, a seleccionar lugar y a pedir la presencia del mesero para que les sirvieran las fresas con crema del tamaño más grande que se pudiera.
El recuerdo del olor y el sabor característico de su postre de antaño, provocó el ptialismo e hizo que remojara sus labios al pasar por ellos la lengua. Recreó con nostalgia cómo deslizaba la cuchara por el borde interno de la copa hasta rebosarla de crema y azúcar, esperando que los rojos cuerpos asomaran apenas de los límites del cubierto. Recordó la contracción de las glándulas al acercar la cuchara a la boca, la salivación y ansiedad por sentir el fruto; esa sensación líquida, espesa y dulce que antecedía la mordida del fruto. Cuando cerraba la boca, el sabor ligeramente agrio, que se combinaba con el de la grasa de la crema y lo dulce de la combinación, armonizando la rugosidad suave y redondez de las formas, con el aroma y sabor agridulce del manjar; las tonalidades rojas desvanecidas en claros matices albos en la crema, le remontaron también a comidas en familia, con sus padres y hermanos durante la niñez; los veranos ardientes en los que la frescura de un plato de  fresas con crema de postre, era el preciado premio por haber comido bien.
Evocó, el masticar y deglutir pausando las cucharadas, sintiendo la frialdad y tersura del líquido y cómo se deshacían las fragarias al presionarlas contra el paladar, con inquietud temerosa de que fuera la última porción. Esta visión la hizo sonreír y solazarse con el nostálgico recuerdo de disfrutar el saborear las postreras cucharadas del cremoso líquido dulce, tintado en partes por la levedad rosácea de un rastro de delicia, como si gozara ahora ese momento. 
Bajó la copa, giró la tapa sobre el frasco, dejándolo sobre la mesa, y se dirigió al baño, tomó una ducha, se vistió por primera vez en varios días, y salió al supermercado por la crema y las fresas que curarían su depresión.




El ropavejero






Penetrar en la región de la fantasía es algo muy sencillo,
basta con tener muchas ganas de emprender el viaje.
Cri-Crí
Francisco Gabilondo Soler

Corrían de un lado a otro de la calle empujando un balón que libraba piernas, escurriéndose para ser interceptado por el contrario y devuelto en sentido opuesto; un sinfín de movimientos continuos que terminaron cuando oscureció la tarde. La ardua competencia en la terracería contribuyó a que se mancharan de sudor cuellos y rostros; hilillos ocres resbalaban por las caras  marcando a los pequeños con cicatrices de lodo, como guerreros en la batalla.
            El chirrido de las ruedas al cruzar la calle interrumpió la partida, el conductor empujaba lentamente la carreta, pregonando sus servicios. Tras una larga nariz atusada de escasos bigotes finos y dispersos, los agudos y pequeños ojos recorrían nerviosamente el camino buscando clientela. Las alas ondulantes del sombrero cubrían la descuidada cabellera, que asomaba por los costados del rostro tapando sus puntiagudas orejas. Caminaba desgarbado y cadencioso, haciendo que el astroso traje rayado que portaba, acompañara el chirrido del vehículo con el crujir de la tela y de sus viejas articulaciones. Era conocido en el barrio como el “Tlacuache”, y efectivamente, sólo le faltaba la cola para parecerse al animal. Su aspecto espantaba a los niños que se escondían al verlo  avanzar por la calle.
            —¡Botellas que veeendan! ¡Zapatos usados! ¡Sombreros estropeaaados! ¡Pantalones remendados!, ¡cambio, vendo y compro por igual! era su pregón. Complementaba el canto con una segunda estrofa, que intimidaba a los pequeños, porque sus madres los amenazaban de “cambalachearlos” por una lámpara, un llavero o, hasta por un calendario, aunque estuvieran en el mes de mayo.
            —¡Chamaaacos malcriados! ¡Miedosos, que veeendan! ¡Y niños que acostumbren dar chillidos o gritar!, ¡cambio, vendo y compro por igual! vociferaba a voz en cuello.
El ropavejero atravesó el área del juego y se perdió con su cantar al final de la calle. La prole prosiguió con el partido hasta que en una jugada desafortunada, Miguelito, el as del equipo de los descamisados, pateó el balón tan fuerte que cayó encima de la barda de una casa ensartándose en las protecciones puntiagudas; con un ruido sordo apenas audible, y ante la mirada angustiada de los participantes, desinfló las ilusiones de triunfo de ambos equipos. Los jugadores no tuvieron más opción que retirarse.

El chirrido de todos los días, precedía al pregón del ropavejero:
¾Ahí viene el Tlacuache, cargando un tambache, por todas las calles de esta gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches...
          
La fiesta de graduación del sexto grado de primaria sería el sábado por la mañana. Miguelito fue seleccionado para hablar en representación de los alumnos. Sus padres, orgullosos de la designación, le habían comprado un nuevo uniforme de gala. Ellos adquirieron, un traje y vestido elegantes para estar a la altura de la ceremonia. Miguelito ensayaba todas las tardes su discurso, hasta que las voces de sus amigos traspasaban las ventanas solicitando con insistencia que lo dejaran salir. El viernes, llegó por la noche sucio, lleno de lodo, enmarcado en sudor y ruborizado por el ejercicio. La madre lo mandó a bañar antes de la cena. Subió a su cuarto, metió el balón debajo de la cama, se desvistió y derramó su ropa en una hilera, indicando el rumbo al baño hasta llegar a la ducha.
            Por la mañana comenzó el rito del arreglo personal para el evento. El desayuno temprano, antes del baño, para no ensuciar la nueva ropa con comida; después, la ducha por turnos y por último, el  engalanado.
            El padre y Miguel estuvieron listos en media hora. Esperaban trajeados y olorosos en la sala. Escuchaban pisadas presurosas en el piso superior, abrir y cerrar de puertas, de cajones; carreras desenfrenadas, y por último, un grito desgarrador:
 —¡Mi vestido nuevo! ¡Mi vestido rojo! ¡No lo encuentro!
            Subieron a saltos las escaleras y vieron a la mamá con el rostro descompuesto, llorando desgarradoramente.
¾¡Me han robado mi vestido! Ahora, ¿qué me pongo?
            —No te preocupes, por ahí debe de estar, ¿quién entraría a robar sólo el vestido? Miguel, ayuda a buscar ¾ordenó el papá.
            Exploraron todos los cuartos, los rincones más escondidos, hasta que el padre hurgó debajo de la cama de Miguel.
            —¡¿Y este balón?!...
           
Ahí viene el Tlacuache cargando un tambache por todas las calles de la gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches…