El
ropavejero
Penetrar en la región de la fantasía es algo muy sencillo,
basta con tener muchas ganas de emprender
el viaje.
Cri-Crí
Francisco Gabilondo
Soler
Corrían
de un lado a otro de la calle empujando un balón que libraba piernas, escurriéndose
para ser interceptado por el contrario y devuelto en sentido opuesto; un sinfín
de movimientos continuos que terminaron cuando oscureció la tarde. La ardua
competencia en la terracería de la calle contribuyó a que se mancharan de sudor
cuellos y rostros; hilillos ocres resbalaban por las caras marcándolos como las cicatrices a los
guerreros.
El chirrido de las ruedas al cruzar la calle interrumpió la partida, el
conductor empujaba lentamente la carreta, pregonando sus servicios. Tras una
larga nariz atusada con escasos bigotes finos y dispersos, los pequeños y
agudos ojos recorrían nerviosamente el camino buscando clientela. El sombrero
de alas ondulantes cubría la descuidada cabellera que asomaba por los costados del
rostro, tapando las puntiagudas orejas. Caminaba desgarbado y cadencioso,
haciendo que el astroso traje rayado que portaba acompañara el chirrido del
vehículo con el crujir de la tela y de sus viejas articulaciones. Era conocido
en el barrio como el “Tlacuache”, y efectivamente, sólo le faltaba la cola para
parecerse al animal. Su aspecto espantaba a los niños que se escondían al
verlo avanzar por la calle.
—¡Botellas que veeendan! ¡Zapatos
usados! ¡Sombreros
estropeaaados! ¡Pantalones remendados!, ¡cambio, vendo y compro por igual! —era su pregón. Complementaba el
canto con una segunda estrofa, que intimidaba a los pequeños, porque sus madres
los amenazaban de “cambalachearlos”
por una lámpara, un llavero o, hasta por un calendario, aunque estuvieran en el
mes de mayo.
—¡Chamaaacos
malcriados! ¡Miedosos,
que veeendan! ¡Y
niños que acostumbren dar chillidos o gritar!, ¡cambio, vendo y compro por
igual! —vociferaba
a voz en cuello.
El ropavejero atravesó el área
del juego y se perdió con su cantar al final de la calle. La prole prosiguió
con el partido hasta que en una jugada desafortunada, Miguelito, el as del
equipo de los descamisados, pateó
el balón tan fuerte que cayó encima de la barda de una casa ensartándose en las
protecciones puntiagudas, desinflándose en la punta de un barrote, en un lugar
difícil de rescatar, ante
la mirada angustiada de los participantes. Los jugadores no tuvieron más opción
que retirarse.
El chirrido de todos los días, precedía al pregón del ropavejero:
¾Ahí viene el Tlacuache, cargando un tambache, por todas las
calles de esta gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches...
La fiesta de graduación del sexto grado de
primaria sería el sábado por la mañana. Miguelito fue seleccionado para hablar
en representación de los alumnos. Sus padres, orgullosos de la designación, le habían comprado un nuevo uniforme de
gala. Ellos adquirieron, un traje y
vestido elegantes para estar a la altura de la ceremonia. Miguelito ensayaba
todas las tardes su discurso, hasta que las voces de sus amigos traspasaban las
ventanas solicitando con insistencia que lo dejaran salir. El viernes, llegó
por la noche sucio, lleno de lodo, enmarcado en sudor y ruborizado por el
ejercicio. La madre lo mandó a bañar antes de la cena. Subió a su cuarto, metió
el balón debajo de la cama, se desvistió y derramó su ropa en una hilera, como
indicando el rumbo, hasta llegar a la ducha.
Por la mañana, comenzó el rito del arreglo
personal para el evento de graduación. El desayuno temprano, antes del baño,
para no ensuciar la nueva ropa con comida; después, la ducha por turnos y por
último, el engalanado.
El padre y Miguel estuvieron listos en media hora. Esperaban trajeados y
olorosos en la sala. Escuchaban pisadas presurosas en el piso superior, abrir y
cerrar de puertas, de cajones; carreras desenfrenadas, y por último, un grito
desgarrador:
—¡Mi vestido nuevo! ¡Mi vestido rojo! ¡No lo
encuentro!
Subieron a saltos las escaleras y vieron a la mamá con el rostro descompuesto,
llorando desgarradoramente.
¾¡Me han
robado mi vestido! Ahora, ¿qué me
pongo?
—No te
preocupes, por ahí debe de estar, ¿quién
entraría a robar sólo el vestido? Miguel, ayuda a buscar ¾ordenó
el papá.
Exploraron todos los cuartos, los rincones más escondidos, hasta que el
padre hurgó debajo de la cama de Miguel.
—¡¿Y este balón?!...
Ahí
viene el Tlacuache cargando un tambache por todas las calles de la gran ciudad.
El señor Tlacuache compra cachivaches…
El pacto roto
Pacto roto cual papel, querer y no querer.
Decisiones erradas, falsas promesas…
Mery Bracho
Un lóbrego atardecer desparrama
sombras y murmullos oscuros sobre la estrecha calle, los últimos rayos del sol otoñal
se alejan dorando débilmente las hojas de los árboles y delineando apenas, con reflejos
mustios, la pequeña ventana donde el hálito susurrante y frío, se apresura a
arrastrar las hojas muertas para dispersarlas en pequeños remolinos que rozan
el cristal, donde la figura encorvada de
Antonio puede ser observada a contraluz. El viejo bar cercano al panteón, herencia
de una arquitectura colonial, se ha resistido a morir; sobrevive gracias a la
asiduidad de su ancestral clientela.
En la soledad de una mesa alejada del bullicio, inclinado sostiene
con las manos el mentón de su cabeza cana, frente a una botella de ron. La
débil iluminación amarillenta del local, y el perfil reflejado en el espejo del
bar, le otorga rasgos dramáticos a la escena. La ropa oscura y ajada, coincide
con las circunstancias que lo atormentan; su apariencia denota descuido de
varios días, falta de pulcritud y aseo. El sufrimiento lo doblega, le demuestra
que en instantes el destino puede alterar los sueños, ilusiones, planes y… la
vida misma.
Levanta la cabeza, se sirve una
copa y observa en el cristal frente a él, una mirada triste, llena de emociones
encontradas, de recuerdos intensos, imágenes que le desgarran las entrañas, confusión de ideas que desbordan en sutiles
lágrimas cargadas de angustia. Por momentos, la desolación violenta concentra
en los puños la ira, emblanqueciendo los nudillos, y lastimando las palmas.
Manifiestan el rechazo a la tragedia que lo arrincona con dolor en aquel vetusto bar.
Con rabia, trataba de digerir
la última e incomprensible despedida de una relación que fue apasionante, inagotable
en emociones y caricias; un amor entrañable y respetuoso. No comprende el fin
del compromiso, no asimila el abandono, el rompimiento forzado del vínculo. No
acepta la huida.
Se sirvió otra copa y desvió
la mirada para observar nuevamente su imagen. Sonrió con melancolía al recordar
momentos felices al lado de Alicia, la única mujer que ha amado. Pasaron en
tropel imágenes de la juventud compartida con Pablo, el amigo de ambos. Aquel
compañero de infancia, juventud y juergas que los ha acompañado en su zascandilear
por la vida.
Termina de un trago el resto de su ron, el
líquido le escuece la garganta y una sensación caliente bajó por su esófago,
dispersándose en el organismo como un abrazo de consolación: la confortación
amigable de un compañero que intenta tranquilizarlo. Recuesta su frente sobre
el borde de la mesa y llora el dolor que lo abruma. La ansiedad, la
desesperación e impotencia por l lo inmovilizan, es incapaz de pensar en el
futuro.
¿Qué hará?, ¿cómo vivirá sin
ella?
El sentimiento de despecho
aflora de su garganta y provoca un rugido interior, un dolor ahogado, angustiante
y opresor que le provoca una constante taquicardia y congoja expresada en lamentos, y palabras apenas
audibles, ocultas tras el llanto:
¾¡Me dejaste! ¡Traidora!... ¿Por qué me abandonaste?...
Levantó la cabeza y sollozó
largo rato sin importarle las miradas inquisitivas e incomodas de la clientela.
El desabrido sonido del
teclado, ejecutado por una figura gris escondida tras el proscenio, se mezcla
en el ambiente nebuloso del tabaco y el olor a alcohol. El tufo decadente y
triste del lugar, se acentúa por el mobiliario oscuro y desgastado, escondiendo
en su negrura al horizonte clientelar. Da un trago a su bebida y piensa:
Tengo que esperar, él tarde o temprano, llegará…
Las puertas abatibles del bar
se abren intempestivamente, el furtivo rayo de luz que trata de penetrar la penumbra, es
degollado lentamente al cerrarse ambas hojas tras la entrada de Pablo. Con
gesto adusto, denotando un profundo malestar, se dirige con paso firme a la
mesa.
Antonio, con el rostro
desencajado se levanta bruscamente liberando en su caminar apresurado, las
emociones reprimidas… El ímpetu de ambos los lleva a encontrarse en la
penumbra.
Chocan sus cuerpos en un
fuerte abrazo fraternal. Las lágrimas hermanadas en los rostros, se confunden
en instantes en un sólo cauce. Pablo deposita sobre la mesa la urna con las
cenizas de Alicia:
—Duró tres horas la cremación,
amigo. Qué bueno que no fuiste, no lo hubieras aguantado.
SUSPENSIÓN
DE ACTIVIDADES
Es
más fácil llamar prostituta a alguien, que serlo.
Stanisław
Jerzy Lec
Contigo
me iría gratis… le dijo al oído, y se alejó con un dejo de coquetería y una
sonrisa incitadora. Caminó balanceando provocativamente la cadera, y dejando
translucir en su andar la diminuta ropa interior cubierta por la tersura del vestido corto,
adherido al cuerpo.
La siguió a distancia hasta que
abandonó el bar por la puerta trasera. El callejón oscuro al que desembocaba el
lupanar escondió la atrayente figura, y sólo el sonido del taconeo delató el
movimiento en la penumbra. Caminaba despacio, segura de que era seguida de
cerca por el sujeto que había enganchado
con su seductora provocación.
Sintió el jalón que la
aprisionó contra el muro y el abrazo cercándola, el cuerpo que le impedía el escape, del que
no deseaba huir. Las caricias ardientes y apresuradas que él intentó
inmediatamente, buscaban una respuesta de igual intensidad; los besos
apasionados, acicateados por una lengua vivaz, húmeda y caliente, estimulando
el apetito sexual, provocaron su excitación. Se dejó llevar por la fogosidad
del momento, y en un frotar de cuerpos, sudores y gemidos que se prolongó por
minutos, terminaron recostados en los adoquines del estrecho callejón.
¾Soy
Juana, y trabajo en éste lugar. Me gustas desde hace tiempo. No me había acercado,
porque me vigilan; sólo convivo con los clientes que el Chueco escoge. Ahora escapé,
pero no puedo hacerlo seguido. Dame tu número de celular y te aviso cuando
podamos vernos. Y, tú ¿Quién eres?
¾Soy
Guillermo, el Memo me dicen los
cuates. Bueno, me decían, ahora me llaman el Memijes, porque así se llama la compañía de anuncios espectaculares
en la que trabajo.
¾¿Pegas
anuncios de los que están en las azoteas
y los muros?
¾Sí.
Cuando veas un anuncio que diga: “DISPONIBILIDAD”, es señal de que pronto llegaré
a darle color con un comercial; y si lo que ves es: “CLAUSURADO” o “EN
SUSPENSIÓN DE ACTIVIDADES”, es que ya me quitaron el trabajo ¾dijo
sonriendo.
Siguieron frecuentándose subrepticiamente, cada
que había una oportunidad, la aprovechaban: el celular era el mensajero de la
pasión. La relación creció sentimentalmente y, comenzaron a planear la fuga. La
fecha se fijó para un domingo del mes de
octubre. Ella saldría de compras a una tienda departamental ¾como siempre, acompañada por un guardián. El Memo había localizado una lencería en el centro de la ciudad que
colindaba en su parte trasera con un callejón. La visitó varias veces y
establecieron la estrategia: Se escaparía por el vestidor, él la esperaría
afuera en un vehículo.
Juana escogió varias prendas y se metió al probador. Después de un rato,
salió y seleccionó otras más; siguió haciéndolo bajo la mirada aburrida del
guardián en turno, que sentado frente al cubículo, observaba sus idas y venidas,
recorría el almacén con la mirada y bostezaba. Movió su mano para cambiar de
posición y rozó el bolso de la chica, con curiosidad lo abrió y comenzó a
hurgar: pañuelos desechables, lápices, encendedor, cigarrillos… teléfono
celular. Lo encendió y vio su directorio; llamó su atención un contacto identificado
con el número uno. Marcó y, contestó una voz varonil…
El noticiero matutino informó:
“Un hombre de unos 25 años, fue hallado colgado
de un puente de la delegación Iztapalapa, en la Ciudad de México, presentaba
dos disparos de arma de fuego en la cabeza. El cuerpo vestía pantalón de mezclilla,
playera obscura y estaba descalzo. Se localizó una
cartulina a varios metros, con un
mensaje que será analizada por personal especializado:
¡Ahora sí, Cabrón!, estás ¡CLAUSURADO!…, en ¡SUSPENSIÓN DE ACTIVIDADES!
¿Compartir…?
Lo mejor que podemos hacer por otro
no es sólo compartir con él nuestras riquezas,
sino mostrarle
las suyas.
Benjamin Disraeli
¾¡Se
lo juro, padre! ¡Por ésta cruz! que representa nuestra salvación eterna ¡no
robé! ¾y
sobreponiendo el dedo pulgar sobre el índice los besó. ¾Sería
incapaz de robar las limosnas de San Martín de Porres.
En la cena, delante de sus diez
hijos, Francisco oró: Donde hay fe, hay
amor. Donde hay amor, hay paz. Donde hay paz, está Dios. Y donde está Dios, no
falta nada. Y, aquí no falta nada.
¾ ¡Gracias,
Fray Martín, por compartir con nosotros tus excedentes! Al que Comparte… no lo roban.
Amigas
La
amistad es un alma que habita en dos cuerpos;
un corazón que habita en dos almas.
Aristóteles
Tengo
cincuenta y dos años y me acabo de divorciar. Estoy tirando por la borda
veinticinco años de mi vida, transformándome en águila que se deshace de sus
plumas y pico para iniciar un ciclo nuevo; disolviendo prejuicios, quebrantando
ataduras sociales y costumbres que me tenían ceñida a una armadura física y
emocional; renovando mi existencia. Y con esa idea rondando en mi cabeza, vendí
la casa y alquilé un pequeño departamento de espacios limitados cerca del
trabajo, para convivir únicamente con mi conciencia. No necesito más, mis
hijos estudian fuera del país, y muy
probablemente regresarán sólo de visita, por lo qué prácticamente soy una mujer
libre.
El
proceso de cambio a un departamento pequeño es complicado y latoso, implica
deshacerse de objetos innecesarios, estorbosos, y superfluos; revisar archivos,
papeles y libros acumulados que llenan espacios y saturan el ambiente. Es
simplificar el camino, desbrozar el futuro. Escombrando en el closet, me
encontré una caja con fotografías y el viejo diario que inicié cuando ingresé
en la secundaria y continué por costumbre un buen tramo de mi existencia.
Detuve
el empaque de pertenencias necesarias y el deshecho de objetos impregnados de
recuerdos y bellas emociones, ahora intrascendentes por el paso de los años que
han borrado las vibraciones de mi interior y olvidado colores, sabores y olores,
de los instantes que los generaron. Tomé el diario y me dirigí al bar, me serví
una copa de vino y arrellanándome en un sillón, comencé a leer:
6 de agosto
Querido diario:
Hoy fue mi primer día de clases en la
secundaria. Estaba muy emocionada y con
miedo. Como es una escuela nueva estaba desorientada. El uniforme me quedó muy
bien, me encanta el moño rojo y el color azul del vestido me hace ver más
delgada. Lo que no me gusta son las calcetas blancas, parezco niña de primaria.
Papá
me trajo a la escuela, entré cuando tocaban la campana. La directora nos formó por
grupos y por estaturas. Soy del primero "B". Me senté en la última
fila en la clase de Biología, y mientras pasaban lista conocí a Helena, mi
compañera de banca. Al salir de clase, platicamos. No me gustan los descansos
de diez minutos, prefiero los recreos de media hora, como los de la primaria...
Al
leer, me vinieron borbotones de recuerdos y añoré esos años juveniles. Iniciaba
mi adolescencia, época de grandes cambios físicos y mentales; de emociones
desbordadas, sueños, aventuras y amistades fraternales.
Helena,
dos años mayor que yo era morena clara, de pelo negro largo y grandes ojos
mulatos ribeteados por cejas insinuadas y arqueadas que precedían a una nariz
recta. A sus catorce años, su cuerpo tenía la formas que yo envidiaba: busto
medianamente desarrollado, cintura estrecha y glúteos levantados. Era armónica
físicamente, inteligente y muy divertida.
Nos
hicimos amigas íntimas. Ayudó e influyó en mi cambio de vida. De niña tímida,
me convertí en dos años, en una atractiva adolescente de pelo castaño claro y
ojos verdes, con una figura agraciada
como la de ella.
Vivíamos
en un mundo de fiesta y galanteo permanente con nuestros compañeros de escuela.
Compartíamos estudios, familias, amistades, deseos, gustos... Discurrían las
horas como minutos, enredadas en nuestras pláticas, en los estudios o, en las
diversiones.
Leí
el cuaderno completo con delicia y seguí
revisando. Una idea me comenzó a dar vueltas por la cabeza y a buscar otro
escrito del último año de preparatoria. Revolví papeles y la búsqueda se hizo
apresurada, confusa y desordenada; levantaba escritos, los revisaba brevemente
y desechaba, en un movimiento continuo, hasta que lo encontré. Bebí un sorbo de
vino, abrí el cuaderno en la página que me interesaba y comencé a leer:
Escribo
lo siguiente para que no se difumine en mi memoria el suceso más impactante
acaecido en mi vida. No me importa si alguien lo lee, necesito tratar de
describir lo que pasó porque no quiero olvidar ningún detalle:
Después de la fiesta de Antonio, me quedé a dormir en
casa de Helena. Llegamos sudadas de tanto bailar y decidimos bañarnos antes de
acostarnos. Me desvestí rápidamente y me metí a la regadera; no acababa de
hacerlo, cuando llegó ella y me preguntó si no había inconveniente en que nos
bañáramos juntas. Le dije que no, y nos mojamos jugueteando. Comencé a
enjabonarme y se ofreció a hacerlo con mi espalda. Sentí sus manos acariciarme
y recorrer lentamente mi talle. Pausadamente, se extendieron hacia mi vientre y
subieron en giros muy suaves a mis senos y
pezones; al sentir el contacto, reaccionaron en una erección súbita.
Pensé pararla, pero la sensación era tan agradable ¾muy diferente a cuando me toco yo¾ que me
abandoné y la dejé continuar. Con el mismo movimiento circular, fue bajando
hasta las nalgas e ingle, me enjabonó el sexo y jugó con él. Estaba excitada,
respiraba entrecortadamente y sudaba a pesar del agua de la regadera que se
deslizaba por nuestros cuerpos. Comenzamos a movernos acompasadamente
frotándonos con intensa suavidad: su sexo rozando mis glúteos y ella, acariciando el mío. Acercó su
boca a mi cuello y sentí su aliento ardiente cerca del oído; lo comenzó a lamer
con delicadeza, y posteriormente a chuparme el lóbulo como si lo hiciera con
mis pezones. No aguanté más; me volteé y la
besé con desesperación, nuestras piernas se entrelazaron apretándose contra
los muslos. Tomándonos por las nucas acercamos nuestros labios. En un entrar y
salir constante, nuestras lenguas acariciaron el interior de las bocas,
intercambiando pasión y deseo. Salimos de la regadera y nos metimos a la cama
desnudas. Pasamos la noche en un juego de caricias y acciones desconocidas
totalmente para mí, pero disfrutadas con el máximo placer. Exhaustas nos
dormimos al amanecer.
Me
es difícil escribirlo, pero la pasión que ha desatado en mí es incontrolable...
¡La amo!
Dejé
el cuaderno de lado e impulsé a mi memoria a traer las imágenes de aquel
encuentro y de los subsecuentes. Me Llené de recuerdos y, a pesar del tiempo
transcurrido, disfruté de sensaciones aletargadas. Evoqué nuestras últimas
vivencias en la Preparatoria y las de la
Universidad.
Ambas
tuvimos siempre relaciones heterosexuales, pero nuestro vínculo no se rompió.
Ocasionalmente pasábamos fines de semana solas en alguna cabaña alquilada, y en
el peor de los casos, en algún motel alejado de la ciudad.
Seguí
persiguiendo al pasado y recordé el triste adiós y nuestra apasionada
despedida, obligada por cuestiones de trabajo. Tomamos rumbos distintos y
nuestras vidas se diluyeron como el paso de las horas.
Ambas
formamos familias y construimos historias. No volvimos a vernos por un tiempo
largo, aunque de vez en cuando, escribíamos unas líneas.
Crecieron mis hijos y las diferencias con mi
esposo se fueron agrandando, nos desviamos y apartamos por visiones distintas
del mundo y objetivos, convirtiéndonos en desconocidos. Por beneficio mutuo,
decidimos separarnos.
Me quedé rememorando en el sillón vivencias,
emociones e imágenes de nuestras largas pláticas sentadas en la cama, sobre las
situaciones que vivíamos y nuestras expectativas. Reíamos y nos acariciábamos;
y en ocasiones, tomando demasiado vino terminábamos por llorar…
Cubierta
por el cálido edredón que cubre mi cuerpo evocó los momentos de ternura y
cariño pasados junto a ella, me sirvo otra copa para acompañar mis reflexiones,
y la abandono en el buró cuando la oscuridad me invade y vela mi conciencia.
Ayer
contacté a Helena por Facebook y chateamos largo rato. Le dio gusto saber de
mí. Ella también está sola. La invité a pasar un fin de semana conmigo y
aceptó…
Armonía
Sin una familia, el
hombre,
solo
en el mundo, tiembla de frío.
André
Maurois
Murió
la abuela y heredé su espejo. Al descolgarlo, me sorprendieron olores salobres,
y una suave brisa acarició mi rostro al contemplar desde la ventana el plácido
turquesa del mar caribe. Era una reliquia ancestral, como las fotografías familiares
que lo rodeaban enmarcando generaciones en disonancia. La abuela pasaba horas
enteras en la recámara. Tras la puerta, se le escuchaba platicar, discutir,
reír y llorar. Le preguntamos sobre su extraño comportamiento, y nos respondió:
actualizo mi historia familiar. La edad la ha chifló, decíamos, y la dejábamos
disfrutar con sus locuras. Ubiqué el espejo frente a mi cama, y mi vida cambió:
traje los retratos familiares al cuarto, rescindí el contrato de televisión. Y
desde entonces, paso las noches armonizando a mi ancestral familia.
Lo
bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho…
Hay
dos cosas infinitas:
el
Universo y la estupidez humana.
Y
del Universo no estoy seguro.
Albert
Einstein
¾¡No
Martina!, ¡no! Estoy cansado de que me injuries constantemente, qué me exhibas
con tus amigas como un marido mentiroso, desobligado, corrupto, y… ¡pendejo! ¾esto
último, ¡si me dolió!¾
sólo por que no cumplo con tus exigencias, y caprichos.
Viéndolo bien, ahora estás
mejor que hace dos años, cuando vivías con aquel chaparro, matón y borracho,
que te dejó en la miseria; era un tranza, hipócrita, y ladrón. Sus pecados se
lavaban en la iglesia, con excelentes regalías para el señor cura.
No estimas el cambio que ha
tenido tú vida, porque para ti, lo bueno no cuenta, pero cuenta mucho…
Sí, yo vendí lo que te restaba,
pero fue con el fin de hacer un cambio en tú vida… que mejoraras; aún no se
nota, pero en el futuro me lo agradecerás.
¾¿Mejorara?,
vendiste la vaca y ahora tenemos que comprar la leche; te asociaste con el
güero, nuestro vecino, para comprar la bomba del pozo, y ahora resulta que no
nos pasa agua para el riego de nuestro maíz.
También, sin consultarnos, puso una cerca tan grande entre su propiedad
y la nuestra, que nuestros animales ya no pueden pastar en los terrenos que
antes lo hacían.
¡No entiendo tu pendejéz,
Enrique!, todavía que te está cobrando la barda, y se la estamos pagando con
las crías del ganado actual y las de las próximas a parir, lo invitas a comer,
¡para que vea cómo se ve la cerca desde nuestra propiedad!
¾¡No
entiendes de negocios, Martina! Hay cosas buenas que casi no se cuentan, pero
cuentan mucho, y una de ellas es que los vecinos saben que somos amigos del
güero y nos respetan. ¿No te has dado cuenta cuando vamos al pueblo? Nos
voltean a ver, sonríen con nosotros, y nos saludan con respeto… y estar bien
con la comunidad, cuenta Martina, cuenta.
¾¿Sonríen
y nos saludan? ¡Se burlan de nuestra estupidez!, Enrique… De la tuya, pero ya
me involucraste.
¡Ah! Y qué bueno que la bruja
de Hilaria no aceptó venir a la comida, porque era capaz de venderte otra
maquinaria que igual que las anteriores, no nos sirven para nada; como esa
cosechadora que tenemos desde hace dos años, que nos faltan diez más para
pagar, y que no hemos utilizado porque no tenemos qué cosechar.
¾Y
a propósito de que hay cosas buenas que no se cuentan, pero cuentan mucho, me
pidió el güero que te dijera que te invitaba a cenar a su rancho. Que te
bañaras y arreglaras, porque iba a ser un festejo elegante; y yo podría ir por
ti, en la mañana. ¿no es magnífico?
¾¿Sabes
qué, Enrique?...
¡Chinga tu madre!
El
compadre
Comadre que no le mueve
las caderas al compadre
no es comadre.
Refrán popular
16 de marzo de 2009. En esa fecha, cambió mi
vida. Prudencio llamó a la carpintería para celebrar el día del Compadre en la
cantina "La Mundial". Quise resistirme, pero insistió —Nomás una,
Pedro, para que no pase desapercibido nuestro cariño. Y, como le había
bautizado al niño..., me sentí obligado, y lo acompañé. Después de varias
rondas, me despedí porque tenía que entregar unos muebles. Estaba cortando las
tablas y pensando en la anatomía de mi
comadre, cuando de repente vi manchas en la madera y mi mano sangrante, sin el
dedo índice. Lo recogí e injertaron en el hospital, pero desde entonces quedó
rígido. Dejé la carpintería por temor a usar las máquinas y me dediqué a jugar
dominó de apuesta en la cantina. Ahí fue donde me localizaron los del partido verde,
me propusieron sacarle ventaja a mi dedo erecto. Ahora soy diputado y lo
utilizo frecuentemente; los contrincantes temen a mis señalamientos y me apodan:
Pedro el admonitorio.
Aislado
Estoy solo y no hay nadie
en el espejo.
Jorge Luis
Borges
Me he acostumbrado al lugar, a la cabaña de
troncos que resguarda mi vida en el ancestral bosque del hemisferio norte. Me
he acostumbrado al contorno de las paredes con la curvatura natural de los
árboles, a la chimenea de piedra que mantiene la temperatura agradable
durante el invierno; disfruto el calor dispersado por las dos habitaciones que
permite andar ligero de ropa, cuando en el exterior azota la ventisca haciendo
vibrar los cristales de las ventanas, y retumbando con intensidad en la puerta
de entrada, como si solicitara ser recibida para calentarse un poco. Es
invierno y hay poco que hacer, el bosque enmudece conforme se viste de blanco,
los sonidos se aletargan y espacían respetando el luto níveo de la naturaleza
que hiberna esperando mejores días. Sólo el viento rebelde no duerme, fustiga
permanente llevando en andas a la nevada. Algunas sombras se atreven a salir de
sus guaridas y escudriñan bajo el ensabanado bosque el escaso alimento que les
permitirá mantener la vida.
Mis días transcurren largos y lentos en la tranquilidad cansada de una
rutina tediosa, acompañado del Ruano, mi perro manchado, peludo, de raza
indefinida y nobleza de carácter; el compañero y confesor de mis
avatares, cofre de mis tristes y amargos recuerdos. A mis pies, me
acompaña en mis largos viajes por los libros y participa, pasivo, en los
acontecimientos por los que transito en mi mente. El fuego perenne de la
chimenea caldea, y en el sillón con un cobertor sobre las rodillas y
calzando mis inseparables pantuflas, experimento las emociones que me son
negadas físicamente por el letargo obligado.
Cuando el tiempo lo permite, me cubro de pies a cabeza y salimos a pasear. Debo
palear primero la nieve acumulada en la entrada de la cabaña, lo que
permite intentar la caminata hasta el lago congelado. Andar con raquetas de
nieve es lento, porque el Ruano se hunde, y lo tengo que subir al trineo.
Al salir del bosque, el descampado permite observar en toda la amplitud
el extenso cristal matizado de tonos azulados verdosos y el blanco
parduzco del contorno, cercado de montes arbolados que intentan destacar el
verdor tras su cubierta alba. En la lejanía, el azul profundo de rocosos
gigantes, sosteniendo con firmeza un horizonte gris de tristeza infinita.
El lago se descongeló, los árboles del
bosque se han despojado de su ropa de dormir. Aparecen los colores en la
naturaleza, los rojos, amarillos y verdes contrastan con un cielo azul,
despojado de nubes. La luz del sol penetra a mi cabaña y alumbra atrevidamente
los troncos carbonizados de una chimenea exhausta.
Recorro todos los días
la orilla del tranquilo lago, ilusionado en escuchar el sonido del motor de la
areonave que me ha de abastecer. Sentado sobre una roca, mientras Ruano
persigue ardillas, observo el desolado paisaje, y le comento de mi reclusión
en ese inhóspito lugar. Le platico que me buscan y he sido perseguido intensamente
por diferentes ciudades; parece entender al voltear a verme y fijar su mirada
sobre mi cuando le señalo, que mis socios nos
aislaron del mundo hasta que la sociedad acepte mi muerte fingida y sea
olvidado. Insisto en que prometieron hacerme regresar con otra identidad.
Espero con ansiedad y desesperado las
provisiones que tráe el hidroavión. Hace semanas que no llega. Temo que ya haya
sido olvidado...
Augurios
La superstición en que fuimos educados conserva su poder
sobre nosotros, aun cuando lleguemos
a no creer en ella.
Gotthol Ephrain Lessing
El licenciado Benítez, presidente
municipal del pueblo, sintió ligeras cosquillas en la oreja izquierda y se
rascó inconscientemente. Al oír un rápido y persistente parpadeo cercano y
molesto, despertó. Volteó hacia el buró y encendió la luz de la lámpara. Trató
de descubrir la causa, escudriñó en el mobiliario de la habitación, se hincó y
observó bajo la cama sin localizar nada, se sentó en el borde del lecho y
levantó la vista para revisar las paredes. La encontró cerca de la ventana, una
enorme mariposa negra y parda con sus alas extendidas a ambos lados del cuerpo,
en medio de ellas dos círculos negros como ojos amenazantes, y un par de
antenas velluda que moviéndose lentamente, cual dedos índices,
largos, torcidos y amenazantes, que marcan un destino ineludible, un próximo desastre o una
muerte cercana. Así se lo habían inculcado desde pequeño y aún lo creía.
las mariposas negras anuncian calamidades —le decía con frecuencia su
madre. Fue por una escoba y trató de sacar la polilla al jardín sin lastimarla,
porque en el pueblo también se comentaba que estos insectos son los espíritus
de los muertos visitándonos para traer mensajes; por esa condición, no pueden
ser lastimarlos. Abrió la ventana y con cuidado la empujó hacia el jardín. El
lepidóptero voló erráticamente en dirección a la luz de una luna enorme,
parcialmente escondida por las ramas de los árboles, incorporándose al
transitar de un sinfín de insectos. Somnoliento apagó la lámpara, e intentó
dormir. Nuevamente sintió el aleteo cercano a la cara. Alumbró la habitación y
descubrió más ojos amenazantes pronosticándole desastres. No durmió el resto de
la noche tratando de expulsar los insectos de la casa.
Llegó a la oficina somnoliento, con
los ojos semicerrados, abotagado y con dolor de cabeza. Se extrañó de que
Antunes y Martínez, anduvieran igual.
Observó con mayor atención y se dio cuenta de que varios empleados de la
oficina parecían desvelados y cansados. Platicando con ellos, se enteró de que
habían tenido extrañamente las mismas dificultades. Citó a una reunión de
Cabildo en la que concluyeron que era una plaga como la de 1807, que originó
desmanes y muertes en el pueblo. No podían combatirla porque destruirían el
medio por el cual los espíritus estaban tratando de comunicar su mensaje.
Tendrían que esperar a que el destino cumpliera su cometido. Sólo se recomendó
a los pobladores que por las noches se encerraran, para no ser los
destinatarios de las misivas de muerte.
El cura del pueblo, en su homilía
dominical, aventuró que la forma de vida de algunos habitantes había desatado
la ira divina y con ella la plaga; el Creador mandaba una amenaza, un aviso,
advertencia que deberían tomar en serio; conminó a los creyentes a efectuar
actos de constricción y arrepentimiento. Realizó procesiones y misas todos los días.
Los grupos religiosos, atentos a los
mensajes del Creador se dieron a la tarea de detectar a las ovejas
descarriadas, a los vecinos cuyas vidas licenciosas habían ofendido a Dios. Las
brigadas comenzaron la destrucción de lugares pecaminosos; como
consecuencia se inició el caos, el
saqueo de almacenes para abastecerse de alimentos, acumulando víveres para
sobrevivir a la plaga, encerrados en sus casas.
Murmuraba la gente en la iglesia que
por las noches se escuchaban los mensajes de las mariposas transmitidos a través del pensamiento: las
acusaciones formales contra vecinos de vida pervertida, ateos y practicantes de
dogmas ajenos a la religión verdadera. Comenzaron las detenciones y los juicios
populares desatándose el odio y la violencia…
Las mariposa negras, portadoras de
mensajes de destrucción y muerte, acertaron en sus augurios… hoy, el pueblo
está abandonado.
El compromiso
Padre,
alguien que te ama y hace cualquier cosa por ti
Texto
Bíblico: Proverbios 23: 24
¿Qué
compromisos tengo hoy, Estelita?
—A
las diez vienen los alemanes para revisar el proyecto de la fábrica de
alimentos, dejó dicho el director que usted los atienda; a las doce, tiene la
reunión de trabajo en la Secretaría de Comunicaciones; quedó de comer con el
licenciado Velázquez en el restaurante Del Bosque a las tres de la tarde. ¡Ah!
y habló su esposa, pidiéndome le recordara la ceremonia de graduación de su
hija Erika a las seis, en el teatro de Los Insurgentes. Que no vaya a faltar
como de costumbre, su hija está muy ilusionada con su asistencia. Por otra
parte, le informo que aún no entregan el carro del taller, hasta ahora tendrán
la refacción y estará listo mañana por
la tarde.
Rubén
Olmos salió de la Secretaría de Comunicaciones a las dos de la tarde y abordó
un taxi.
—¡Al
restaurante Del Bosque!, segunda sección de Chapultepec.
—Sí,
señor. Nos vamos a tardar un poco por los bloqueos, los maestros se están
manifestando en la ciudad.
El
taxi se desplazó por la avenida Lázaro Cárdenas. Conforme se aproximaban al
centro histórico el tránsito se hacía más lento. Los automóviles circulaban a
la misma velocidad que las personas y éstas los comenzaron a rebasar. Gritaban
consignas en contra del gobierno, llevaban en alto cartelones y mantas alusivas
del rechazo a la reforma educativa y a la defensa del petróleo. Levantando los
puños para enfatizar sus demandas, caminaban a los costados del taxi
impidiéndole desviarse y buscar una salida. Después de varios intentos el
conductor lo logró, y por callejuelas estrechas llegaron al restaurante con
media hora de retraso.
A las
cinco de la tarde, tomó el taxi que lo esperaba en la puerta, salieron
del bosque y encontraron las calles bloqueadas; maestros, trabajadores de la
Compañía de Luz, organizaciones sociales y estudiantes, les impedían avanzar.
Desesperado,
abandonó el vehículo y comenzó un exasperante trajinar en una carrera
sofocante. La ciudad era un caos, vivía
una trombosis generalizada, sus arterias bloqueadas No había ningún
medio de transporte, ríos de gente circulaban por aceras y avenidas. Los
edificios vomitaban oficinistas que se incorporaban al caudal engrosándolo;
afluentes que alimentaban el río de insatisfacción social, de hartazgo de un
mal gobierno, dificultaban el transitar de la gente. Luchando codo a codo,
avanzó invadiendo espacios, abriendo huecos entre las personas adyacentes,
sudando el amontonamiento, respirando el aliento vecino. Se coló en la primera
calle que encontró menos saturada y, con el portafolio en mano y la gabardina
en el brazo, comenzó un trote largo hacia su destino.
Llegó
a la avenida Revolución por Río Mixcoac, dobló por la calle de Félix Parra y
exhausto se detuvo a recuperarse. La sed lo consumía, transpiraba
abundantemente empapando la camisa, sofocado se desabrochó la corbata, se quitó
el saco y entró a la tienda de abarrotes por una botella de agua. Excitado, con
el rostro encarnado por el esfuerzo y la vestimenta arrugada, bebió de un solo trago el líquido y
prosiguió su carrera, consciente de que aún le faltaban varias cuadras.
Eran
las siete y media de la noche cuando llegó al teatro, con una hora y media de retraso. Subió los peldaños
de la escalera a saltos, abrió las cortinas de entrada y en la oscuridad de su
entorno sintió la proximidad de algunos espectadores parados junto a él en el
pasillo. Dilucidó que la sala estaba repleta y no avanzó más. El publicó
aplaudía mientras los estudiantes lanzaban los birretes al aire echando a volar
tres años de recuerdos con los que finalizaban un ciclo, y se abrazaban
despidiéndose para comenzar un nuevo capítulo en su vida. El alumbrado del escenario disminuía de intensidad, y el
pasado se apropiaba gradualmente de la escenografía.
Encendieron
las luces de la sala, y nervioso buscó a Lucila, su esposa. Llegó junto a ella
y lo recibió con una mirada agria y un gesto de desdén, diciéndole frente a
algunos padres:
—
¡Cómo siempre, tarde y desarreglado!
Sintió
el golpe bajo, la contracción de las vísceras, la apariencia sanguínea se volcó
en una palidez de ira, rencor y odio, atizada por las sonrisas de los
circundantes.
Oyó
el grito de ¡Papá!, repetido varias veces y el paso atropellado de su hija que
de un saltó llegó a sus brazos.
—¡Papito!
¡Papito! ¡Qué bueno que viniste! Es el mejor regalo que me han dado este día.
—Hija,
te amo…
Fue lo último que alcanzó a decir antes de
sentir un dolor intenso en el pecho que lo hizo emitir un quejido gutural y
caer desvanecido sobre las butacas.
El
Diligente rayo
No puedes desear lo que no conoces.
Voltaire
En la tarde lluviosa, el tendero correteaba al
escuincle que le había robado varias barras de chocolate. Agitado y sudoroso,
veía que se alejaba a pesar del esfuerzo
que hacía por alcanzarlo. Se paró, y levantando los brazos al cielo, imploró al
Divino: ¡Qué lo parta un rayo!... ¡Broooommm!, se escuchó como respuesta
inmediata del elíseo y… desde entonces, son dos gemelos los que lo roban.
Autocrítica
La fama es efímera, el éxito es peligrosísimo,
si pierdes autocrítica, pierdes sentido de realidad.
Paco Ignacio Taibo
I
Las letras se iban
ordenando en palabras conforme los dedos tecleaban las instrucciones giradas.
La pantalla del computador reverberaba sutilmente y mostraba el texto que los
caracteres negros iban delineando. El escritor, asombrado observaba las frases
que intempestivamente aparecieron a la mitad de su relato:
Observo con curiosidad
la labor de escritor que desarrollas. Vivo con entusiasmo las historias que
nuestra mente fragua; las emociones plasmadas, los ambientes descritos, las
caracterizaciones de los personajes. Me consta
el esfuerzo de imaginar esas historias, concebirlas estructuralmente, limar
las piezas para embonarlas en un planteamiento congruente; los largos días en
que los pensamientos rondan por tu cabeza tratando de cumplir con las
indicaciones y condiciones que deberán respetarse, para elaborar ese cuento en
particular. El rompecabezas que se va formando desde el momento en que en base
a un tema, imaginas el ambiente, los personajes y el conflicto generado entre
ellos. El clímax y el desenlace final, generalmente lo tienes vislumbrado desde
un principio, guardado celosamente para insertarlo, como las esferas
convirtiendo un pino en el árbol de
navidad.
Pasmado, descansó las manos haciéndolas a un lado, y con curiosidad
preguntó mentalmente, ¿era su crítica?
Mira, ¡no te hagas el
que la Virgen te habla!, sabes que tu pecado es de vagancia, de falta de
compromiso con la labor de escritor; le dedicas poco tiempo y dejas todo para
el final, lo que trae por consecuencia relatos no explotados a cabalidad en la
potencialidad de la idea; problemas para la concreción de los planteamientos; deficiencias
en la sintaxis de las oraciones, errores ortográficos y de presentación de los
trabajos. En fin… ¡Dedícate a escribir! Por otra parte, no todos tus cuentos
deben ser humorísticos, algunos temas no se prestan y los fuerzas hacia
soluciones chuscas, quitándoles sentido...
El escritor echó la cabeza para atrás cerrando los ojos y meditó un rato
sobre lo redactado. Se levantó del sillón, vio la hora en su reloj de pulsera:
1:30 a.m. Estiró lo brazos hacia la computadora, y sin guardar lo escrito, la apagó
mientras pensaba: tienes razón… otro
cuento sin terminar.
Destino alterado
El destino es
el que baraja las cartas,
pero nosotros somos los que jugamos.
William
Shakespeare
Había
asistido al abuelo durante la larga enfermedad, advirtiendo día con día,
entristecido y desalentado, el deterioro progresivo. Sabía que el término de su
existencia estaba muy cercano, y al igual que toda la familia sentía un dolor
profundo por la pérdida de un hombre sabio, amable y cariñoso, que siempre
apoyó a cada uno de los parientes en las circunstancias difíciles.
Exitoso
en su trabajo, el abuelo llegó a tener holgura económica desde muy joven, su
empresa era líder en la industria del libro. Hombre de cultura amplia, pasaba
grandes ratos en la biblioteca de la Editorial. Siempre tenía tiempo para la
gente cercana y amigos que lo visitaban solicitando orientación y consejo.
La
certeza de sus sentencias le fincaron fama de clarividente entre los conocidos
y el respeto por la certeza de las recomendaciones; condición que él aminoraba
con natural modestia. La gente solicitaba asesoría y tras el escritorio, lugar
central de su reino, los escuchaba atentamente. Cuando tenía una comprensión
completa del problema, les requería le dieran un momento para analizarla. Se
introducía a la oficina contigua, y después de un largo rato, volvía para
manifestarles el consejo. Ese extraño proceder, lo justificaba con el dicho:
Permítanme, voy a mi cámara de meditación.
El abuelo, enfermo, mandó llamar a Carlos. Al
llegar, un sirviente lo condujo a la recámara y al verlo desde su lecho, el
anciano pidió que salieran todos y se acercara a su lado para hablarle de algo
personal. Hincado junto al tálamo, escuchó bisbiseadas palabras a su oído:
¾Carlos,
he decidido que te encargues de mis responsabilidades en la Editorial como
director de la empresa, y como parte del cargo, heredarte el espejo especial
que ha acompañado a la familia por generaciones. Sólo tú puedes conocer de su
existencia. Me lo heredó mi padre, afirmando que llegó a la familia hace muchos
años procedente de Arabia, y que fueron sus propietarios famosos hechiceros
desde la antigüedad remota; tiene la virtud de reflejar imágenes simultáneas
por ambas caras, la real y la virtual. Esta última, proyecta una visión del
futuro del sujeto captado, siempre y cuando continúe su vida como hasta ese
momento la ha hecho. El espejo está en
la oficina sobre un marco, de tal forma que puede reflejar la imagen de
las personas sentadas frente al escritorio y al envés, predecir el destino del
reflejado. Es por eso que mis opiniones y consejos son, en la mayoría de los
casos, acertados. Al aceptar el cargo de Director General, tomas la
responsabilidad del espejo.
Poco después el abuelo expiró tomado de la mano
de su nieto.
Carlos
ocupó el cargo de Director en la Editorial. Asumió también, con éxito, la labor
de orientador y agorero. Aconsejaba sobre el cambio de actitudes y acciones en
las vidas de los consultantes, si veía problemas en su futuro; lograba así,
armonizar sus existencias y evitaba que cayeran en los conflictos augurados.
El verano siguiente llegó a saludarlo su hija
Natalia, fue a despedirse, se iba de vacaciones con los niños a Orlando,
Florida. Carlos, consultó al espejo para anticipar sus vivencias, y ¡lo que
vio, lo horrorizó! El avión explotaba en el aire y se consumía en una nube de
fuego. Salió lívido del cuarto y pidió a Natalia que suspendiera el viaje. Ella
se negó rotundamente, pidiendo explicaciones que él no debería de dar. Sin
embargo era tal su desesperación que, rompiendo la promesa hecha al abuelo, le
comentó el poder del espejo heredado. Su hija se rió de la historia. Le trató
de demostrar físicamente su capacidad de vaticinio, llevándola al cuarto
contiguo, pero el cristal permaneció oscuro. Exasperado, le rogó
encarecidamente que no viajara. Ella lo ignoró, despidiéndose molesta y
desconcertada por la actitud de su
padre.
Era
imprescindible impedir el viaje. La fecha de partida se acercaba y no se le
ocurría algo. No sabía cómo salir de aquel laberinto. Pasó horas elaborando
planes que desechaba al poco rato. Por fin un día concibió un proyecto.
Consiguió el material y el equipo necesario; contrató personal especializado y…
esperó ansioso.
Le
hablaron sus nietos para despedirse. Trató de aparentar tranquilidad y bromeó
con ellos. Al colgar el teléfono, terminó su café y caviló su angustia.
Anunciaron la salida del vuelo por los tableros
electrónicos, y el magnavoz del aeropuerto avisó: Pasajeros del vuelo 606 de
American Airlines con destino a Orlando, Florida, favor de abordar por la sala
veinte…
Al llegar a la sala, los pasajeros
ocuparon los asientos del área de espera; observaban a través del ventanal las
maniobras de carga del aeronave y a lo lejos, la llegada y partida de los
aviones en las pistas; percibían el vibrar en los cristales, producido por el
continuo despegar. Vieron como el aparato se acercó lentamente al túnel de
acometida y los maleteros se aprestaron a subir el equipaje a las bodegas.
Cuando
cerraron los almacenamientos y alejaron los carros vacíos, se oyó un estruendo
que hizo vibrar los ventanales de la sala de espera: grandes llamaradas cubrían
a la aeronave. Los pasajeros se agolparon a observar al avión partido en dos
por la parte central, y fuego saliendo de sus bodegas; fueron desalojados
inmediatamente por personal de seguridad. Al siniestro llegaron rápidamente
carros de bomberos y controlaron el incendio cubriendo con espuma el aparato,
una tétrica escena invernal. No hubo más percances que lamentar, que la pérdida
del avión.
Desde
el restaurante Carlos observó entre decenas de asombrados espectadores, la
labor de los bomberos; apagó su teléfono celular, lo guardó, dio el último
trago a su café y pido la cuenta…
En el noticiero nocturno se informó:
...la agencia investigadora descubrió que fueron
dos bombas las que estallaron en el avión, una en el área de servicio y otra en
las bodegas, entre un embarque de libros. La lista de pasajeros incluía a
políticos importantes, por lo que se sospecha de un atentado por parte de algún
grupo terrorista…
El
secuestro
La
vida sin libertad
es
solo la muerte oculta
en
un manto de oscuridad.
Rncer
La
sensación de asfixia era exasperante, transpiraba copiosamente por nerviosismo
y ansiedad. El áspero costal que cubría la cabeza, le raspaba; la resequedad
escozaba su garganta, y una saliva pastosa, enlodada, con sabor a tierra seca,
le pegaba la lengua cuarteada al
paladar; dolía al moverla, como si rocas calientes le friccionaran al interior.
El calor extenuante lo sofocaba, y un sudor profuso que le recorría el cuerpo,
empapaba su ropa. Oyó el grito triunfador desde el otro cuarto: ¡Ya pagaron!...
¡Mátalo! Las pisadas lentas resonaron en los adoquines, cronometrando sus
últimos momentos; sintió la respiración ronca del sicario junto a él, e inhaló
en una náusea un aliento pestilente. Con terror, percibió el sonido metálico
del cargador, y… sus esfínteres se aflojaron al escuchar el disparo… El fétido
hedor llegó a su nariz e invadió el ambiente nocturno de su recámara.
El aleteo de la mariposa
Durmiendo
sobre la piedra, mariposa,
¿Sueñas
tú de mí el infortunio?
Masaoka
Shiki
El vuelo vagabundo de la mariposa agita el aire con
rápidos y nerviosos movimientos de sus coloridas alas, mortificando a los rayos
del sol matutino que trabajosamente la persiguen en su errático deambular;
acalorados, descansan cuando el insecto se posa en alguna de las abundantes
flores del jardín a libar el néctar que la sustentará en su efímera vida. Como
en un tapiz multicolor de estampado cambiante, las mariposas se entremezclan
con la vegetación creando dinámicas pinturas al aplaudir con sus policrómicos
apéndices.
Casi todos nuestros actos diarios se
sujetaban a un ritual distinto, las mariposas en el jardín alimentándose
y polinizando flores, cumpliendo con su ceremonial de supervivencia. Yo, a mis
dieciséis años consumando el mío atada a una silla de ruedas, observando
florecer la vida en el jardín incapacitada para disfrutarla con la intensidad
que anhelo. La naturaleza se presenta a mis sentidos en armónicos colores: los
ocres árboles, arbustos con diferentes
verdes en sus hojas; los variados tonos de los malvones y rosas; las margaritas
de pétalos blancos y centro amarillo. La humedad se plaga de aromas y penetra a
la sala por el ventanal. El observar esa belleza es parte de mis
distracciones.
Contemplo con envidia
la vida porque tengo los días contados. La enfermedad deformante que padezco
limita los más sencillos movimientos. Estoy varada en una silla de ruedas, con
un esqueleto quebradizo y un monstruo interno devorando paulatinamente mi
organismo, que escasamente me permitirá prolongar mi existencia.
Dependo de los cuidados cariñosos de mi madre, y paso los días frente al
ventanal de la sala que da al jardín; a veces leo y escucho música, pero la
mayor parte del tiempo la paso observando los acontecimientos, como si
estuviera pendiente de un televisor. Los vasos con leche que solícitamente
acerca mamá se acumulan, sin importar la súplica para que los consuma. ¡No
tengo hambre de alimentos, la tengo, de vida!
Desde hace tiempo me deleito viendo a las mariposas, he sentido la obsesión de
ser como ellas: de ser libre y volar; aletear sintiendo transitar el aire a
través del cuerpo acariciándome con impulso de mis alas; disfrutar aromas
y sabores; ser colorida y estéticamente hermosa; soberana como el aire y
radiante como el sol. Su vida es corta, lo sé… la mía, también.
Con la ensoñación duermo, y con ella despierto. La idea me confunde y atosiga
todo el día, cansa… Tengo dificultad para respirar, el cuerpo se debilita,
duelen los brazos. Creo que estoy desvaneciéndome... ¿Estaré
muriendo?
Floto en un mundo de
inquietud, me siento rara. Una ligera brisa refrescante me acaricia al pasar
por el cuerpo; volteo hacia los lados y descubro el origen del hálito: ¡dos
hermosas y coloridas alas!, estampadas en una geometría iridiscente. Las agito
con entusiasmo y recorro la estancia; franqueo el ventanal… ¡Al fin, libre
Destino soterrado
Si
no conoces todavía la vida,
¿cómo puede ser posible conocer la muerte?
Confucio.
Lo había conocido cuando cenaba
en compañía de un matrimonio de amigos. Frente a ella, a tres mesas de
distancia descubrió su mirada fija, persistente, perturbadora,
acariciándole las mejillas, rozándole los lóbulo de las orejas; imaginó los
dedos de él entrelazando su cabellera y atrayéndola, sólo el pensarlo le
provocó un cosquilleo de placer que la ruborizó. En el encuentro de las
miradas, él levantó su copa y brindó a la distancia. Con discreta timidez,
ella asintió moviendo levemente su cabeza.
La orquesta tocaba música lenta, cadenciosa y
sensual, cuando la invitó a bailar. Al extender su brazo y aceptar la mano
fuerte que se cerraba suavemente sobre la suya, sintió un fuerte vínculo entre
los dos, un calor confortante que le daba seguridad, como si un eslabón se
incorporara a la larga cadena de su destino. Lo observó mientras se
levantaba: alto, delgado, cara ovalada, ojos y cabello negros, nariz
recta y manos largas de pianista; vestía traje oscuro que enmarcaba la elegante y
sobria figura. Su trato amable, la tranquila seguridad de su voz y la paz que
transmitía su presencia, eran sensaciones no experimentadas con anterioridad.
Al ser abrazada con delicadeza en la danza, el calor del cuerpo cercano y
excitante, propalaba el humor de una virilidad que vibraba y conmovía, alterando
su intimidad; y como si fuera quinceañera, se sonrojó. Bailaron hasta que la
claridad del amanecer los empujó de la pista a la terraza, deslumbrándolos con
promesas de una permanencia de vida. Se despidieron aceptando él la invitación
de cenar en su departamento en fecha próxima.
Alicia era poco agraciada y enfermiza, padecía del
corazón desde su niñez. Su situación había empeorado y estaba en espera de una
cirugía mayor. Esa sería la última cena antes de la operación.
Nunca había invitado a un hombre a su departamento. Su timidez y
enfermedad la habían limitado para el establecimiento de relaciones
sentimentales. El hecho de estar ahora en una situación de precariedad en
su salud la impulsó a arriesgarse a vivencias emotivas no experimentadas.
Se esmeró en la preparación de los alimentos y el arreglo de la mesa. Compró un
par de botellas de vino tinto recomendadas en el almacén y se puso la ropa
interior y el vestido más sensuales de su escasa colección. El toque final lo
dio la música suave y la luz tenue de dos velas. Recorrió con la mirada la
estancia del pequeño departamento, viendo como se reflejaba la luz titilante en
el espejo adosado a la pared. Encendió el aparato reproductor, seleccionó
música instrumental y esperó…
Llegó puntual, en un elegante traje negro que
resaltaba los rasgos firmes del rostro, suavizados por su atractiva sonrisa y
el ramo de rosas rojas que le entregó al abrir la puerta.
La cena, ambientada por una conversación
placentera, seductora y el estímulo logrado tras varias copas de vino, culminó
en un baile lento, acompasado, casi sin movimiento; en un balanceo de pasiones
crecientes por el tránsito de caricias íntimas.
La cargó hasta la recámara y depositándola
delicadamente sobre el lecho se acostó a su lado y la miró intensamente
acercando sus rostro; ella se perdió en
la profundidad de aquellos ojos negros. Se sintió atraída por una inmensa oscuridad
que le prometía seguridad, la paz que había anhelado; felicidad sí …felicidad
al fin. Terminaron de desprenderse de los artificios sociales que aún limitaban
sus deseos y, con suavidad iniciaron el rito a la vida, el juego lúdico del
amor, explorándose en caricias que afloraban la necesidad urgente de satisfacer
ansiedades. La transpiración abundante perlaba sus pieles, la pasión los
consumía, el ansia de fundirse en un sólo ser los apremiaba. Cuerpos
entrelazados en movimiento rítmico y pausado que se incrementaba por momentos,
provocando palpitaciones trepidantes de lujuria. Alicia gemía en paroxismos de
gozo —nunca había sentido la necesidad de terminar explosivamente con esa
sensación de placer y de no querer hacerlo, por prolongar el momento. La vida y
la muerte, la plenitud y el vacío. El éxtasis, perdurable en su mente hasta el
último instante.
En los ojos de Alicia quedó un dejo dulce y
lánguido de agradecimiento, mientras la luminosidad los abandonaba lentamente.
Él, la estrechó en un cálido abrazo que la separó de su cuerpo físico y unidos
en una sinergia, partieron a cumplir con el destino.
El
cisne negro
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío
Las
luces aumentaron de intensidad clarificando el ambiente; las últimas parejas
abandonaron la pista y la orquesta guardó sus instrumentos; solo quedaron mis
amigas. Estaba cansada de tanto bailar y exhausta, cuando mi madre me llamó
para ayudarla a recoger los presentes de mi cumpleaños. Entusiasmada comencé a abrir envolturas, apartando
etiquetas y anotando el tipo de regalo, para enviar una nota de agradecimiento:
perfumes, collares, dijes, prendedores, fueron adornando la mesa. Comentaba en
cada apertura la opinión sobre el regalo y el otorgante. Una caja rectangular,
envuelta austeramente en papel aluminio color azul llamó mi atención; no tenía
etiqueta, ni mensaje alguno. Rasgué la envoltura, pensando que en su interior
traería la identificación del donante. Era un alhajero de madera con un cisne
en un lago, labrado sobre la tapa. Al abrirla, apareció una bailarina que se
reflejaba en el espejo interior, dando vueltas con la melodía El lago de los cisnes. Divertida escuché la música y disfruté el movimiento de la bailarina.
Reparé en una elegante tarjeta de presentación con un nombre en letras
garigoleadas: Conde Alejandro Von Rothbard,
y unas palabras manuscritas: Mía
por siempre.
—¿Quién
es, Odette? —preguntó Maricela
—No
lo conozco, pero el mensaje me parece de un engreído. No le agradeceré el regalo. Tal vez sea conocido
de mis padres.
—El alhajero está hermoso —comentó
Rosalba— y la bailarina se parece a ti,
¿no crees?
Me fijé detenidamente en la muñeca y
¡sí!, había un parecido enorme,
me sentí halagada por el detalle y cerré la tapa.
Varios
meses usé el alhajero, disfrutaba
la melodía. Cada vez con más frecuencia, lo abría y la escuchaba, era como
sentirme cortejada. Imaginaba el ballet y sentía una emotividad erótica que seduciéndome me
proporcionaba placer y un buen sueño.
Un día al llegar a mi cuarto abrí
el alhajero y guardé mis joyas, comencé a oír la música más intensa, y voluptuosa que antes. Suavemente invadió
mis sentidos la melodía y me adormeció transportándome a un bosque de coníferas
que bordeaba un hermoso lago. Me posé en
medio de él, y bajo el reflejo de los rayos de luna pude observar en la
superficie mi imagen esbelta:
¡El cisne blanco en el que me había
transformado!
Desconcertado me maravillé de
la belleza y gracilidad del animal en que era moraba. Tratando de entender la
situación, un ambiente de concupiscencia y lascivia me fue absorbiendo; un
fuerte deseo sexual tomó posesión de mi cuerpo, la lujuria se incrementó al
sentir las caricias de un enorme cisne negro, que cortejándome en una danza
sensual, se acercaba y abrazaba con sus grandes alas; se alejaba circundándome,
para continuar el acoso desde otra posición. Sorprendida y asustada, quise regresar,
agité mis
alas tratando de elevarme, y la sombra oscura me avasalló… En mi angustia, alcancé a escuchar dentro de mí, una
voz:
—Odette, soy el conde Von
Rothbard, conóceme
de esta forma: ¡Soy tu
señor y ¡amo! ¡El ángel negro de la vida!, he decido hacerte mi consorte y
procrear una raza de seres superiores que transforme la religiosidad actual de
creyentes en un dios estéril, carente de fuerza, por la de una doctrina que
promueva la ley del más fuerte, del placer, lujuria sin límite y la guerra;
utilice la destrucción y violencia para
subyugar a los pueblos, dominarlos y esclavizarlos…
Desperté por
la mañana, angustiada por aquella pesadilla que me atormentó el día entero.
Decidí no abrir más el estuche. Me acosté cansada, dispuesta a dormir de
inmediato y reparar el sueño atrasado. Pasarían dos horas cuando alcancé a percibir una melodía lejana y
conocida. encendí la lámpara del buró, observé sobre la cajonera el alhajero
abierto y la bailarina dando vueltas: ¡Horrorizada me arrebujé en la cama!, ¡no
lo podía creer! ¡Entonces no fue un sueño!, pensé angustiada. Me levanté y traté de tomar la caja para
destruirla. Al tocarla me quemó
los dedos. Lancé un alarido de dolor, y un intenso miedo me avasalló, corrí
hacia la puerta intentando abrirla, sin resultado. Aullé de impotencia, el pavor y la
desesperación se agolparon en mi ser, la pateé y arañé hasta desvanecerme…
Los padres de Odette esperaban nerviosos el
resultado del reconocimiento médico. La habían llevado al Hospital de
Neurología después de rescatarla de su cuarto, en medio de convulsiones y
gritos histéricos en los que suplicaba que la alejaran del diablo.
El médico encontró a la familia
en el pasillo y acercándose a los padres les explicó qué: su hija había tenido
al parecer un ataque de esquizofrenia por lo cual, la mantendrían en observación
varios días. Tratando de tranquilizarlos les señaló que no se preocuparan, el
producto no había sufrido contratiempos, el embarazo seguía su curso normal…
El club de la eutanasia
La muerte es el único hecho que el ser humano
puede dar por
seguro e ineludible.
Si se le brinda el derecho a elegir cómo será su vida,
¿por qué otros dictaminan acerca de cómo debe morir?
Derek Humphry
Llegó
Gustavo y saludó a los ocho camaradas de mano, palmeando a
algunos en la espalda, ordenó su desayuno a la mesera y se incorporó a la
conversación, comentando:
—Fui
a ver a Luis al hospital, sigue en coma, está lleno de tubos, lo mantienen vivo
artificialmente. ¡Qué triste que la última
decisión en
tu existencia esté en manos del médico o de los
familiares!, ¿no?
Luis, siempre tan dinámico e independiente
nunca habría permitido que prolongaran su existencia en esas condiciones.
Un silencio expectante se apoderó de la
mesa, los integrantes del grupo fijaron la mirada en Gustavo, atentos a su
opinión; los
diálogos cesaron y el tema acaparó la atención de los
concurrentes. Fueron fluyendo los comentarios, se citaron casos de amistades
con enfermedades terminales sufriendo dolores insoportables, pasando sedadas la
mayor parte del tiempo; muchas pedían con urgencia no seguir viviendo y esperaban
ansiosas que lo
ineludible se cumpliera a la brevedad.
Sin
que se tome como algo superficial —dijo Fabián— hay una película
que habla sobre el tema, una comedia de humor negro que invita a reflexionar
sobre la difícil situación que enfrentan algunas personas cuando familiares los
consideran una carga, o han sido olvidados en casas de salud o en asilos. En la
cinta, los internos formaron un club para proporcionar la muerte asistida.
—Si
existe un seguro de vida, ¿por qué no un seguro de muerte, que te permita
decidir cuando terminar con la tuya y haya quién se encargue de cumplir lo que
estableces previamente en un contrato? —comentó Gustavo¾,
hablamos de la decisión de interrumpir la existencia del que lo solicite, sin
remordimientos, sin cargas morales, cumpliendo una función social, un trabajo
como cualquier otro.
Intervino
Antonio diciendo:
—No
me parece mala idea, y hasta se podría establecer una organización discreta
para asumir tal labor. ¿No les parece?
Después
de varias tasas de café se concluyó que la propuesta era
interesante, y si acaso se llevara a cabo, a todos les tranquilizaría tener
asegurado un final digno.
Gustavo levantó
un poco la voz para que lo oyeran, y volvió a preguntar:
—¿Les gustaría que les presentara una
iniciativa la próxima semana?
El grupo aceptó
pensando que tal vez sólo quedaría en una plática, sin embargo todos
afirmaron quedar pendientes del
planteamiento.
Gustavo llegó
temprano al desayuno con unas carpetas bajo el brazo, saludó, repartió el
material y comenzó la explicación:
—Les entregó la propuesta del tema
comentado la semana pasada. Consiste en una organización secreta que
garantizaría la muerte asistida a sus asociados, siempre y cuando el miembro
haya firmado un contrato en el que se especifique que, en el caso de una
enfermedad terminal y falta de conciencia del involucrado, la decisión de su
muerte se someterá a votación. Si el socio está consciente, tendría que solicitarlo
y se votará. El servicio tendría un costo de inscripción y una cuota por cada
defunción. Un número secreto por socio, con el cual emitiría su voto para
autorizar la asistencia en la muerte. A su correo llegaría la descripción del
caso y el número del socio por asistir. La administración estaría a cargo de un
comité, y se invitaría a amistades a incorporarse en forma confidencial.
—Lo
formal no sería problema —dijo Fabián— es importante saber quién lo va a hacer,
que parezca muerte natural o accidente.
—No
te preocupes —comentó Gustavo— eso ya lo solucioné, conozco unos policías
judiciales que lo harán gustosos mediante el pago convenido.
Se
designó a varios compañeros para concretar la propuesta, y en pocos meses se
formalizó el Club. Pronto se amplió la membrecía y comenzaron a llegar a los
correos con las descripciones de asistencia requerida. Los socios votaban como si con el sufragio eligieran un
candidato político, sin remordimientos ni culpas, eran tan sólo números a
seleccionar…
Después
de multitud de asistencias, a Fabián le entró la curiosidad de saber quién era
el encargado de culminarlas, esperó se presentara el caso de un enfermo
terminal que fuera conocido. Acudió al hospital y sobornó a un trabajador de
limpieza que le ayudó a esconderse por las noches debajo de la cama del
paciente, y aguardó… Salía del hospital por las mañanas, antes de que se
permitiera la entrada a los familiares. En la madrugada de la tercera noche oyó
que abrían la puerta y observó a un hombre con bata de enfermero acercarse a la
cama. Como la penumbra permitía ver con cierta claridad, asomó ligeramente la
cabeza y distinguió el rostro del operador. Salió abruptamente y se enfrentó a
él.
—¡Gustavo!,
tú eres el que realizas las asistencias. ¡Jamás lo imaginé!
Sorprendido, Gustavo se quitó el
tapabocas y el gorro de enfermero para enfrentarlo.
—Ni
modo, mi hermano, no tenía trabajo y esto ha dado estabilidad económica a mi
vida. Además, estoy velando sus intereses, al realizar yo la asistencia no los
comprometo ni están en peligro de que alguien
los delate. Agradécelo y ¡vete!, que tengo trabajo. Cuidado con que me descubras o te adelanto
el contrato. Dicho lo cual, procedió a apagar la alimentación del oxígeno del
socio 3235.
La
primera…
Tomando
mi cara entre sus manos me enfrentó, me recorrió. Tensa mientras sus brazos
velludos rozaban suavemente mi rostro en una brisa de caricias y movimientos
lentos, me exploró. La excitación creció al sentir la opresión de su cuerpo,
moví las piernas para liberar angustia y me dejé llevar. Observó mi
comportamiento y sonrió tratando de tranquilizarme. Metió su instrumento
lentamente, zarandeándome, haciéndome emitir un leve quejido.
—Es la primera… dijo.
¡De las tres que hay que sacar!...
El Estrés
…la cárcel en la que creemos
estar encerradosno lo
es.
Su puerta no tiene cerrojo
Catherine Rambert
—¡Despierta, Abelardo!, que se
te hace tarde para el trabajo. ¡Siempre con esa flojera! ¡Así cómo quieres que
te aumenten el sueldo, si toda la vida llegas tarde! ¡Ah! Y a propósito de
sueldo, apenas es día cinco y ya no tengo dinero. ¡A ver cómo le haces!, le
debemos a todo el mundo y yo tengo que poner mi carota a donde voy. Ya nadie
nos quiere prestar…
Después de oír sin escuchar, a su mujer, un pensamiento lo
invadió:
¡Te tengo!… Me encanta
martirizarte, que sudes, te angusties, sientas dolor en el pecho, no descanses,
apenas duermas… Eres de mi propiedad hasta el fin de tu vida. Soy tú estrés,
amigo mío, ¡jamás te soltaré!
Perturbado, llegó a la oficina con
dolor de cabeza y arrastrando los pies de cansancio. Con el sueño atrasado y
gran desgana comenzó su día laboral. Del otro lado de la oficina su jefe le
gritó:
—¡Gonzalitos! ¿Ya están los documentos
que hay que enviar a la notaría? ¡Se los pedí desde el jueves!
—En un momento más, señor. Ya casi los
termino.
—¡Acuérdese, tiene que contestar las
tres demandas de ayer! También ir a los juzgados a revisar el avance de
nuestros juicios. Antes de que se vaya, pase a mi oficina, le voy a pedir algo…
¡Apúrese Gonzalitos!
Se desató el nudo de la ancha corbata
azul a rayas, sentía que lo ahorcaba. El sudor le escurría por el cuello y el palpitar de las arterias como
un llamado de tambores a combate, lo embotaba. Respiraba agitada y
entrecortadamente, sintiendo que unas manos calientes y húmedas le apretaban la
garganta, intentando asfixiarlo. Se quitó el arrugado saco gris que tantos años
le había dado prestancia en el despacho de abogados y un frío húmedo le
recorrió la espalda, despegó la camisa y se dedicó a revisar documentos. Las
manos le temblaban, le dolía la cabeza y tenía sed. Quería huir, salir a la
calle y gritar…, ¡ser libre!, desprenderse de ese ser que lo dominaba y martirizaba. La
dificultad para respirar lo seguía atormentando, y lo desesperaba; el calor en la oficina era
insoportable e irritante. Salió a la calle buscando paz, un poco de
tranquilidad reconfortante.
El sol chillante y déspota del
mediodía lo sarandeó. El abrasador pavimento sudando vapores de las atarjeas y
digiriéndo pisadas, calcinaba la suela de sus zapatos. Trató de avanzar pero la
muchedumbre lo arrastró en vilo. El rumbo no lo determinaba él, sino las
circunstancias… como su vida. Encontró una banca y se sentó a descansar.
Echó la cabeza hacia atrás y respiró con profundidad. La voz del estrés invadió
sus pensamientos:
¡Te tengo, eres mío, como
gran parte de la humanidad!, mi siervo. Sufrirás el infierno en este mundo, no
en el futuro. Padecerás del tormento que el Gran Maestro diseñó, inventándome. Crezco conforme
la presión por sobrevivir aumenta; las necesidades me alimentan, la prisa por
aprovechar el tiempo es el lubricante y la urgencia de mayor productividad, el
combustible. ¡Qué el humano sufra la vida!
¡El castigo está aquí, en la Tierra! Las promesas de las religiones de
una vida feliz en un mundo espiritual… son sólo ilusiones, propaganda…
Tomó una decisión. Empeñó su reloj y
acudió con un psiquiatra quién le recetó ansiolíticos. En casa y una vez tomado
el medicamento, pensó: Ya ves, no me tienes dominado, todavía conservo mi libre
albedrío.
Pero con medicamentos. No
podrás sostenerte por mucho tiempo… Te estaré esperando, le contestó con ironía el estrés.
Esperarás sentado, imbécil. Mañana me
jubilo, dejo a mi vieja y me voy a una playa… ¡Vete al carajo, estrés!
El
robo
El mundo es un gran mercado,
o serás ladrón, o
serás robado.
Refrán
popular
Corría desesperado por los
pasillos de la moderna plaza comercial tropezando a cada paso con la multitud de
eufóricos compradores, llevaba un montón de ropa bajo el brazo. La
policía lo perseguía a corta distancia. En su loca carrera soltó una a una,
todas las prendas sustraídas en la Boutique
Soft & esquisite. Volteando a ver quién lo perseguía, se tropezó con un
bote de basura y rodaron ambos. Levantó el depósito, lo orilló y siguió su
carrera hasta una de las puertas de salida, donde fue detenido y entregado a la
patrulla de la Policía Municipal.
El sargento Joel Espinoza, lo
registró sin encontrar nada de lo robado.
¾Ramírez ¾dijo a su asistente¾ mételo a la patrulla.
Apenas el vehículo había iniciado la marcha, cuando el sargento,
le dijo:
¾¡Si serás pendejo, Faustino!,
ésta es la tercera vez que te pesca la policía de los centros comerciales,
tendremos que cambiarte a otro lugar, y… no quedan muchos. ¡Ah!, y pasa el
billete que traes en el bolsillo derecho.
El ratero entregó el billete de
quinientos pesos.
Durante el camino, trataba de
encontrar el modo de no ir a la cárcel ese día. Era el último del año y en la
vecindad festejarían, como siempre, la llegada del nuevo año con una gran fiesta.
Se había comprometido con Mariana a pasar por la noche. Estaba enamorado de esa
morena de ojos negros y mirada ardiente.
Buenas
tardes, jefe, dijo el sargento Espinoza, cuadrándose ante el agente del
Ministerio Público. Le traemos a Faustino,
lo agarraron en Plaza Galerías
Veracruz.
¾¿Cuánto traía?
¾Sólo doscientos pesos, se
los paso, jefe.
¾Mira Faustino ¾dijo el agente¾ es muy triste que el fin de
año lo pases entambado.
¾¡No, jefe!, ¡hoy no!, pídame
lo que quiera, pero hoy no me encierre. ¡Lo que quiera, jefe!...
¾Bueno, sí hay algo en lo que
me puedes ayudar. Tengo en los separos a tres niños ricos acusados de la
violación de una adolescente. Desde que los trajeron se mostraron arrogantes y
prepotentes. Me trataron con sorna, y presuntuosos me indicaron que no
tardarían en salir, pues sus padres son muy poderosos en el Estado. Quisiera
darles una calentadita, pero no puedo
porque me correrían, y a cualquier guardia que les pusiera una mano encima. Ese
es el favor… y sales. Ya están ahí el Choro y el Manitas. Nada más… déjenlos
vivos.
El sonido de la cerradura en la reja
despertó las conciencias y las emociones iracundas de los regios ocupantes de
la celda.
¾¡Ya déjenos salir!, policías
de mierda, o se los va a llevar la chingada, cuando lleguen nuestros padres.
Feliciano entró pausadamente a la
celda, su andar denotaba la soltura del que conoce el lugar y lo considera un espacio propio. Divisó a sus
camaradas en un rincón y en el lado opuesto a las joyas de la corona. Se dirigió a ellos y plantándose frente al que
se parecía a él en el cuerpo, le dijo:
¾¡Bonita la ropa que traes!,
tus mocasines deben ser importados ¿No?
¾¡Qué te importa, pendejo!
¾No me hables así… porque me
ofendo.
¾¡Chinga tu madre, pinche
indio!...
¾¡Te lo advertí, cabrón!
Diciendo esto, le soltó un puñetazo en la cara, y cuando
caía comenzó a patearlo; lo tundió a golpes en la cabeza y el cuerpo. No se
paró más, quedó desmayado en el suelo sangrando y con el rostro abotagado. Sus
amigos quisieron intervenir, pero el Choro
y el Manitas, se abalanzaron sobre ellos, dándoles el mismo tratamiento.
Media hora fue suficiente para lograr la abdicación de la realeza, en un crujir
de huesos y charcos sanguinolentos.
Faustino terminó de vestirse
estrenando ropa y calzado de marca, hizo
ruido en los barrotes para que el guardia se apresurara a abrir la reja y los
retirara de la comisaría por una salida lateral.
En la calle asaltaron a varios
transeúntes para hacerse de dinero. Faustino tomó un taxi y se dirigió
nuevamente al centro comercial. Apresurando el paso llegó a la zona donde había
tropezado, localizó el depósito de basura, y regresó en el vehículo a la
vecindad, a tiempo para pasar por Mariana.
¾Hola, mi amor ¿estás lista? ¾preguntó al verla bajar por
la escalera enfundada en un vestido rojo que parecía ser parte de su anatomía.
Te ves hermosa, pero vas a tener que ponerte el complemento: ¡El rojo del amor
y el amarillo del dinero!
Le presentó en cada mano, una tanga de marca francesa.
¾Producto de mi trabajo, cariño.
Masacre
Los rayos candentes del sol de mediodía caen
afanosamente sobre la vieja carreta que crujiente transita al final del
camino pedregoso. El viejo, con la aguijada en la mano azuza al buey para
mantener el paso. Con su lento caminar, el animal precede el duelo por la
partida de un pueblo hacia la memoria colectiva. La tristeza encorva el cuerpo
del anciano. La desolación, fiel compañera, apenumbra sus movimientos aprisionándolo
a la historia como las cadenas a un galeote. Lleva la masacre de su
pueblo sobre la carreta; un símbolo de maldad, una mancha más del género
humano. El genocidio de aquella comunidad por el poder, avaricia, impunidad y odio
de la cleptocracia. La tristeza y el rencor, no es un sentir individual… es de la
humanidad. La carreta llega con su carga de desgracia al final del camino… y se
pierde, difuminándose en el horizonte de la indiferencia colectiva.
El
Conde desnudo
Antes de que los daneses llegaran a Erin,
vivía un rey que tenía tres
hijas. La menor,
sentía especial fascinación por la
historia
que hablaba sobre el “caballero-gnomo”.
Leyenda Irlandesa
El rey de Muskerry, al ser
avisado por la guardia real que se acercaba al castillo la princesa Fiongall,
desaparecida días antes, acompañada de un individuo desnudo, ordenó se abrieran
las puertas y le proporcionaran al hombre el atavío requerido para ser
presentado ante la corte.
Después de escuchar a su hija decir
que su acompañante era el caballero Crimthan, famoso guerrero y poeta en los
tiempos de su abuelo, embrujado por la reina Aine y convertido en gnomo. La
princesa contó la obsesión que desde pequeña tenía de comprobar la veracidad de
la leyenda. Había oído contar las hazañas del famoso caballero y la curiosidad
la impulso a explorar el prohibido bosque de Clemneth y a los seres fantásticos
que lo habitaban. Relató cómo había encontrado al gnomo, el interés que le
había suscitado la figura deforme y la voz de angustia, chillante e
incomprensible del pequeño ser; y cómo intuyó que dentro de esa horrible cobertura
se hallaba el ente hermoso, tierno y valiente del que hablaba la leyenda.
Enteró a su padre de la liberación mediante el rompimiento del ritual que la
comunidad de seres fantásticos llevaba a cabo, y la persecución a la que fueron
expuestos; así como de las vicisitudes confrontadas para llegar al reino.
Culminó, explicando que después de la liberación surgió entre ellos una pasión
tan intensa, que les era imposible vivir separados.
Viendo tal firmeza y decisión por parte de su hija, el rey
ordenó la celebración de las nupcias y los festejos; nombró al guerrero derwydd* del reino, ya que la magia del
bosque pervivía y lo protegía al aparentar veinte años de edad, cuando en
realidad tenía más de cien.
La dote de la princesa Fiongall fue
el condado de Tipperary, incluía a el bosque de Clemneth donde reinaba Aine, la
hechicera que había mantenido embrujado a Crimthan por cien años, soberana de
la comunidad de las gnómidas, gnomos, elfos y demás seres mágicos malignos,
aliados de los enemigos del Reino de
Muskerry. Al dotar al nuevo matrimonio con el condado, el rey les hizo prometer
el desalojo de esos seres de sus fronteras.
El derwydd estuvo meditando por un tiempo la forma de hacer el
trabajo, sin encontrar respuesta. Decidió entonces, invitar a los más sabios
druidas celtas y galos a Tipperary.
Al poco tiempo, los granjeros del
condado comenzaron a comentar el paso de
animales extraños por sus tierras. Hablaban de dragones, arpías, estirgas,
grifos, mantícoras, que por la noche sigilosos se encaminaban al castillo de
Tipperary. Los druidas habían llegado de lejanos reinos.
El derwydd ofreció riquezas a los druidas que pudieran encontrar el
medio para expulsar a esos seres. Los hechiceros comenzaron a explorar el
bosque, a recorrerlo tratando de identificar flora y fauna. De noche y día,
palmo a palmo, con bruma o sol, recorrieron Clemneth. Al atardecer, en los
salones se escuchaban sus pláticas, disertaciones y controversias.
Por fin, después de largos meses,
Crimthan fue citado por los druidas que
le explicaron: Los gnomos viven en ese
bosque porque se alimentan de un hongo singular que crece adosado a varios
árboles concentrados en el centro de la arboleda. Este alimento les proporciona
los poderes que manifiestan. Si se quiere expulsarlos, hay que acabar con los
hongos. Sin embargo, para hacerlo, se
debe entrar en el mundo fantástico inmerso en el ambiente. Sólo es posible durante
los equinoccios, cuando se abre la puerta entre los dos mundos. Usted,
Crimthan, que ha estado ahí, puede intentar destruir su fuente alimenticia.
Tendrá que llegar a los árboles, comer algunos hongos, incendiar la floresta y
salir rápidamente antes de que se vuelva a cerrar la puerta, le dijeron.
El derwydd esperó pacientemente la fecha; un día antes, los druidas le
entregaron la túnica de espejos que le cubriría el cuerpo y reflejaría las
corrientes energéticas con que lo acometerían los gnomos.
Por la mañana cuando ingresó al bosque, los rayos del sol
llegaban aún horizontales a su cuerpo reflejados por la túnica que iluminaba
las partes oscuras del entorno, los dispersos haces parpadeaban desparramando colores,
pringando la floresta como efímeras mariposas. Aguardó en la misma encina en la
que Fiongall lo había rescatado con anterioridad, de los seres malignos. Cuando
el corcel enano apareció llevando a la reina en el inicio de la procesión,
corrió sigilosamente a través de la cobertura vegetal sorteando arbustos y
maleza, saltando rocas hasta llegar al centro del bosque. Advirtió a corta
distancia seis frondosos árboles con la corteza cubierta de una gran masa
grisácea que circundaba su grosor. Con ambas manos, arrancó del árbol más
próximo, pedazos de ella y engulló un bocado con rapidez, el resto lo embolsó en sus calzas. Acumuló
ramas delgadas en la base de cada árbol y les prendió fuego. Las llamas pronto
encendieron las cortezas, y las masas grisáceas consumidas por el calor
comenzaron a desprenderse, desintegrándose con rapidez. El derwydd oyó el tropel estruendoso a su espalda, volteó y la visión
de una avalancha de monstruosos animales enfurecidos haciendo un ruido
ensordecedor, lo impactó. Levantó los brazos a la altura del pecho como
queriendo detener el alud, y sorpresivamente se formaron delante de él varios
dragones que volaron a enfrentar con fuego a los atacantes. Corrió hacia la
salida, mientras la batalla continuaba. Pocos metros adelante paró en seco
cuando frente a él, una barrera de gnomos, elfos, hadas y demás seres
mágicos, impedían la huida. Lanzaban
rayos que lo tambaleaban al impactarse en su cuerpo y ser dispersados por la
túnica de espejos. Avanzó contrarrestando el ataque con sus brazos en alto;
igual que ellos, él también lanzaba rayos. La batalla fue disminuyendo en
intensidad, la energía comenzó a faltar en los adversarios, y ya no tenían
forma de abastecerse; a lo lejos, el incendio continuaba y las llamas
alcanzaban las copas de los árboles.
Enfocó sus disparos al centro del grupo atacante y abrió un
pequeño hueco por el que se impulsó con el resto de la fuerza que le quedaba,
pasando entre brazos y cuerpos que pretendían detenerlo. Al traspasar el
orificio, una masa gelatinosa lo envolvió formando un capullo. Sin poder
moverse, en el silencio y oscuridad absolutos, con dificultad para respirar, se
desvaneció…
Despertó al sentir el movimiento de
la cápsula en la que se encontraba aprisionado, no supo cuánto tiempo había
transcurrido. Primero una sacudida, como si el fuerte viento lo empujara.
Después, el deslizamiento brusco y un choque; le pareció haber impactado con
una roca. El golpe abrió una grieta por la cual se filtró un delgado rayo de
luz que le permitió observar las paredes reticulares de su celda. Escuchó a lo
lejos el rugido del viento y el bandeo de la cápsula al comenzar a rodar. De
pronto, la parte baja dejó de restregarse con la superficie, y sintió la
sensación de vacío, la velocidad aumentó y, tras unos segundos de caída libre,
impactó sobre el agua. Su prisión flotaba y balanceaba con el movimiento.
Atontado por el golpe, el derwydd
comenzó a moverse, girando lentamente su cuerpo para separarse de la masa
gelatinosa que lo tenía atrapado a las paredes rígidas. Por la grieta, comenzó
a filtrarse agua, la cápsula lentamente se inundó. La sensación de asfixia lo
invadió, y en un esfuerzo desesperado estiró las extremidades, partiendo un
costado de la cubierta. Trató de salir y al distender su cuerpo, sintió un peso
sobre la espalda, un objeto largo y pegajoso que rebasaba la altura de su
cabeza y lo presionaba hasta las corvas. El sol de mediodía concentró su rigor
sobre ese cuerpo extraño que soportaba y comenzaba a endurecerse conforme se
secaba, sus brazos sintieron un estiramiento progresivo y doloroso; tuvo la
necesidad de moverlos, y aulló de dolor al sentir una nueva masa muscular que
movía cuatro espléndidos apéndices multicolores de brillo nacarado. Los batió
con firmeza y se desprendió definitivamente del cascarón al elevarse sobre la
corriente mansa del ancestral río. El dolor
disminuyó con la agitación continua y prolongada. Con rumbo titubeante
se dirigió a la orilla, plegó sus apéndices y se acercó a un remanso para
observarse.
En el espejo de agua
vio reflejada su figura estilizada: brazos y piernas alargados, de color pardo
cobrizo. Conservaba aún, los restos andrajosos de las calzas. Un par de antenas
destacaban de la cabeza ovoide, y al moverlas percibía olores y aromas del
ambiente con una nitidez nunca sentida. En su cara resaltaban dos globos formados por millares
de pequeños ojos; su visión reticular lo desconcertaba en un principio, con la
práctica logró sincronizar las imágenes.
En el atardecer, emprendió el vuelo de retorno a su
reino, los rayos del sol se deslizaban por la parte central del la corriente,
dorando las ondulaciones del agua e irisando los imponentes apéndices con
reflejos cerúleos y ambarinos. En un vuelo impreciso, siguiendo el curso del río
llegó a su castilo.
La impresión de Fiongall al verlo entrar por la
ventana fue enorme. Se quedó inmovil recibiendo el beso de amor del
lepidóptero. Ingirió solidariamente el hongo que el insecto puso en su boca y
lo deglutió lentamente. Crimthan continuó besándola
apasionadamente, y con esa acción comenzó a generarse una masa gelatinosa que
fue cubriendo paulatinamente el cuerpo hasta encapsularla. La acomodó
cuidadosamente sobre la cama, se dirigó apresuradamente a los jardines del
castillo y localizó varias encinas en las que plantó el resto de los hongos
mágicos.
Los sirvientes del castillo comentaban temerosos la
transformación del conde, intentando abandonar el castillo. El derwydd
los detuvo
e informó que el cambio sufrido era para bien, que se había convertido en un
ser mágico y la condesa estaba en proceso de hacerlo, eso les proporcionó
algunos poderes y cambió su forma de vida. Los invitó a vivir una aventura con
ellos y formar una comunidad de seres mágicos. Hizo la misma invitación a todo
el pueblo, y permitió a los que no aceptaran, abandonar el condado sin
represalias.
La mayoría aceptó y se extendió el cultivo de los hongos y
el de flores, se reforzó el resguardo de los árboles, y poco a poco, conforme
los hongos se fueron reproduciendo, el cambio se fue dando en la población.
Cada eclosión fue motivo de júbilo. Comenzó con la de la
condesa, emergiendo esplendorosa con el
dibujo que caracterizaría a la nueva especie, y los colores: azul, rojo, blanco
y naranja, estampados sobre la superficie de sus amplios apéndices.
*Mago poeta
El mundo al revés
Quede al revés o al derecho,
lo
que se hizo ya está hecho.
Anónimo
Sonaron los
tambores de alerta y el lago se llenó de canoas, de gritos manifestando odio
hacia los invasores que estaban cercados en el palacio de Axayacatl. Los
españoles trataron de burlar el cerco y salir combatiendo con dirección de
Tlaxcala. Cargados con lo que pudieron robar del tesoro de Moctezuma Xocoyotzin
huían de la furia de los guerreros aztecas y sus aliados; los soldados
tropezaban mientras combatían, y tiraban las joyas a la laguna en
el acto desesperado de salvar su vida. El lago se cubrió de negrura, la mancha
de embarcaciones avanzaba como hormigas, vallando la salida de los invasores.
La masacre tintó de rojo las zonas litorales;
combatientes y animales heridos saturaban el ambiente con gritos y
gemidos de dolor. Obstaculizaban la huida restos humanos diseminados en el
campo de batalla; numerosas bestias despanzurradas relinchaban de dolor
tratando de levantarse y huir de esa vorágine incomprensible de odio y
ambición. La sangre hacía pastosa y resbaladiza la superficie, imposibilitando
el caminar o correr sobre ella. Los españoles fueron diezmados, y Hernán Cortés
tuvo que rendirse ante Cuitláhuac, jefe del ejército mexica.
El pueblo pedía el sacrificio de los invasores, quería
sangre para ofrecerla a Huitzilopochtli; anhelaba venganza: destazar, masacrar
a los invasores, desaparecer aquella inmundicia humana que alteró la vida de la
ciudad; quería acabar con esos semidioses que habían traído enfermedades y
muerte.
El
Consejo de Ancianos deliberó toda la noche. Y en la madrugada, teñido el lago
de rojo, de olor a muerte y destrucción, pululado de aves carroñeras
disputándose la podredumbre del ambiente; de cadáveres flotando como tulillos o
chalupas, de chozas quemadas y humeantes que oscurecían el horizonte, dio su
veredicto: No más muertes, necesitamos aprender sus costumbres, su cultura...
Así, los
agresores sobrevivientes fueron esclavizados y obligados a mostrar a los
jóvenes mexicas la crianza de animales domésticos traídos por ellos: aves,
cerdos, borregos, cabras, burros y caballos; a enseñarles la extracción y
manejo de los metales duros; la elaboración de armas de fuego, la fabricación
de pólvora y proyectiles; el uso de la rueda en el transporte; el papel y la
imprenta. Los escasos mandos sobrevivientes instruyeron al enemigo en el manejo
de armas occidentales. Cortés abandonó su soberbia y prepotencia ante el
convencimiento firme de un látigo lacerante. Se convirtió en instructor de los
ejércitos y estratega en los combates que el pueblo mexica emprendía para
establecer su dominio en tierras lejanas.
Tenochtitlán
se recuperó, los mexicas afirmaron su autoridad sobre todas las tribus del
continente. Con la utilización de armas españolas, sojuzgaron la rebeldía de
los pueblos y conformaron la gran civilización que floreció en los siguientes
lustros.
Conforme
extendían su autoridad por tierra, iniciaron la fabricación de embarcaciones de
mayor calado, para agilizar el comercio y establecer la flota guerrera que resguardara
sus costas.
En el
Calmecac se estudiaba, aparte de las materias tradicionales, las culturas
extranjeras. Ante la necesidad de ser eficientes en la administración de
territorios tan vastos, se optó por crear nuevos procesos e instrumentos que
facilitaran el trabajo; se instauró un instituto encargado de desarrollar armamentos.
Diseñaron innovadores artefactos de guerra, mortíferas máquinas que
centuplicaron su poderío destructivo, permitiendo que varios decenios después
del episodio de la Noche Triste en la gran Tenochtitlán, se contara con armamento
avanzado, un ejército y armada disciplinados, capacitados en estrategias
militares, integrados por combatientes bravíos, comprometidos con la nación, y
ardientemente motivados por el recuerdo.
Cuitláhuac Tlapoloani ¾el
conquistador¾ tomó la decisión, y
el Consejo de Ancianos lo apoyó, de invadir a España, con la finalidad de
colonizarla como ellos habían pretendido hacerlo con las tierras mexicas. Se
formó una gran flota de guerra con navíos armados y de transporte de tropas.
Meses después, partieron de la playa de Chalchihuecan, lugar dónde había
desembarcado Cortés en abril de 1519. La salida fue apoteósica. Poblaciones enteras
se volcaron a despedir a los guerreros, que los saludaban desde lo alto de las
embarcaciones agitando sus penachos con plumas multicolores y algunos, luciendo
vistosas capas de piel de jaguar. Los más intrépidos llegaban a quitarse sus
maxtles (taparrabos) moviéndolos sin rubor por encima de la cabeza, y sonreían
a sus familiares que los apoyaban lanzándoles flores. El sonido de los teponaztlis
y huehuetls de guerra invadía el ambiente; los chichitles y tlapitzalis los
acompañaban con música de viento, armonizando la rudeza de las graves
percusiones. A una seña del caudillo, el barco insignia lanzó un bufido
ensordecedor e inició la aventura…
Un guía alto, delgado, moreno cobrizo, de nariz recta, ojos y cabello
oscuros, dirigía la palabra al grupo de turistas que lo rodeaban en la parte
alta de la pirámide y escuchaban atentos:
—Esta es
la pirámide del Templo Mayor de Madrid, fue construida sobre una iglesia
católica hace tres siglos en honor de nuestro dios Huitzilopochtli, cuando el ejército
mexica conquistó al país que llamaban España.
El pájaro de fuego
…Quizá aquí seas Don Verdadero,
pero en el
mundo real eres un maldito fraude.
¾¿Por
qué no tengo autoestima?
Frases de la película Birdman
Antonio salió del cine pensativo, la
película lo había decepcionado, no podía creer que un paladín de la libertad y
la justicia fuera tratado así. No aceptaba que el superhéroe de sus aventuras
de la niñez lo presentaran como a un actor decadente. Todos los niños de
aquella época soñaban con ser Birdman, el héroe de la justicia, capaz
de volar con sus grandes alas, proyectar escudos de fuerza y disparar rayos
solares, acompañado por Vengador, un águila, que al grito de guerra: ¡Biiiirdman!, atacaba a los maleantes.
Llegó
de mal humor a la vecindad, cruzó el zaguán, caminó en la penumbra bosquejada
con sombras, que adosadas a las paredes desprendían tufos alcohólicos y fumaradas
de petate. Con la oscuridad del callejón llegó a su departamento. Encendió la
luz, y la imagen de un gran cartel de Birdman
de piso a techo, lo abrazó desde la pared. Dos cuartos constituían toda la
vivienda: la cocina-comedor y la recámara estrecha y desarreglada. Los muros
ancestrales salpicaban nubes de salitre
a los carteles del héroe favorito. Puso en el reproductor la Suite del Pájaro
de fuego de Stravinsky y encedió un porro. Recostado en el sillón
cerró los ojos y siguió la música que lo introdujo a un mundo de colores,
en los que se mezclaba danzando en un jardín encantado,
de naturaleza abundante y olores confundidos saturados de humedad. El lamento
de una sordina en las notas graves, los contrabajos y violoncelos, creó la
atmósfera naranja que lo adentró en un
mundo fantástico y desconocido.
Dio
una profunda aspirada al cigarro, reteniendo el humo durante varios segundos.
La abundante percusión y el sonido de las tubas en la Danza infernal lo cimbró y llenó de
colores oscuros. Sintió la música rebotando en su caja torácica y el fluir de
la resonancia por los nervios relajándolo en llamaradas amarillo rojizo. En su
mente, Kastchey el brujo, el Pájaro de fuego y el Príncipe Ivan, hacían patente
la oposición entre un mundo real, humano, y el mágico. Caminó por el bosque de
árboles enormes y verde maleza; entre los arbustos descubrió al pájaro de
fuego, lo persigue y después de luchar con él, lo atrapa. El animal suplica,
implora libertad y lo conmueve. Antonio lo suelta; esta acción es compensada
con una pluma mágica que el ave se arranca de la cola. La
sostiene en su mano y la observa… Se levanta del sofá, y parado ante
el espejo se observa la espalda, ¡la
pluma es de él!, ¡tiene alas!... El destino le ha cumplido su más
grande deseo: ¡ser Birdman!
Apresurado prueba su rayo solar,
extendiendo las manos y señalando con los dedos pulgares; una vibración recorre
su cuerpo hasta salir explosiva en dos centellas amarillentas, desquebrajando
el espejo. Una amplia sonrisa ilumina su semblante al comprobar el resultado.
“Estoy listo para vigilar las calles y defender a los ciudadanos. No, aún no,
falta mi traje. Un superhéroe debe vestido para imponer miedo y respeto”.
Buscó
un traje de baño negro, y lo más cercano que encontró fue una trusa bikini: “Ésta
servirá, de lejos no se nota… Ahora las mallas”. Se acordó que Betina en su
última noche de amor, había olvidado sus mallones amarillos, se los probó… “Me
quedan perfectos, hasta me veo musculoso”. Faltaba la camiseta. Escudriñó por
todos lados hasta encontrar una amarilla; no muy convencido se la puso,
metiéndola debajo del traje de baño. “Al fin que todos me verán de frente”. Al
voltear de espaldas, en el espejo roto se vio una leyenda con letras negras:
“No al desafuero de López Obrador”
Por
la azotea comenzó a recorrer la vecindad. A pocos metros de su recorrido oyó
gritos de mujer: ¡No!... ¡no!... ¡no!... ¡Ya no más! Sin pensarlo, emitió su
famoso grito: ¡Biiiirdmaaan! y corrió
por los bordes para volar y caer en picada sobre el agresor. Al impactarse
estruendosamente sobre los botes metálicos, el borbotón sangriento rodeó el cuerpo
de una sombra bermeja, semejando las alas de un ave en el contorno de los
brazos extendidos.
—¿Qué
pasa, Pepe?...
—Nada,
Betina. Es el pendejo de tu novio que anda bien drogo. Entonces qué, reina…
¿Nos echamos el otro?
—¡No!,
¡ya no más!… a menos que me des otros cincuenta pesos.
El postre
Matarse por no morir
es
ser
igualmente necio y cobarde.
En la soledad de su departamento y la penumbra provocada por una pequeña
lámpara de mesa que se esforzaba por mantener baja la tonalidad de luz
amarillenta, Aurora se arrellanaba en el sillón individual de la reducida sala
con su ropa de dormir puesta desde hace días, las pantuflas al pie del mueble,
y el ánimo abatido. A distancia, tras el marco de la puerta de la cocina se
alcanzaba a distinguir, la vajilla sucia acumulada sobre el fregadero, y restos
de comida amontonados sobre la barra de trabajo. El departamento en desorden, y
los gatos deambulando por el caos, evitando con agilidad y cuidado, los
obstáculos en los cuartos.
Bebió
de un trago la copa de vino tinto y la dejó sobre la mesa; se mezó la cabellera
larga, jaspeada de grises y blancos, que caía desordenada en su cara triste;
recostó su cuerpo en el respaldo, echó la cabeza hacia atrás, y lloró con el
alma quebrantada por la indiferencia y frialdad del entorno. ¡Sola!, sola en un
mundo con el que no le interesaba interactuar, con una sociedad que le había
volteado la cara; abandonada por parientes y amigos que la evitaban por su
carácter agrío y huraño. Sobrevivía con la escasa pensión en la Unidad Morelos,
conviviéndo simbióticamente con sus gatos, al recibir de ellos cariño a cambio
de alimentos.
¿Qué tanto de mi vida he sido feliz? ¾pensó.
Momentos, sólo
momentos. Espacios de vida, un oasis en el desierto árido de cariño, de
pasiones iniciadas con expectativas de amores permanentes, cortados de tajo por
la realidad; de familia esparcida en los confines de la incomunicación,
paradoja de este mundo global y
desarrollado.
Mientras secaba con el dorso del brazo la humedad de
sus sentimientos, reafirmó la inutilidad de seguir viviendo en un mundo negado
a recibir su amor y solidaridad como ella estaba dispuesta
a darlos. Se sirvió otra copa y acompañada por la música que le provocaba la
añoranza de tiempos juveniles, se dispuso a dar el paso que la alejaría del
dolor intenso que subyugaba y dificultaba su respiración. Abrió el frasco, sacó
las píldoras y cuando iba a ingerirlas, vinieron a su mente imágenes de un
domingo en su niñez: Su padre conducía un viejo vehículo repleto de familia por
la carretera de Puebla, el destino era Chalco y el objetivo comer fresas con
crema en uno de los restaurantes improvisados al borde del camino. Estacionó el
automóvil y, en tropel salió la chiquillada gritando, a seleccionar lugar y a
pedir la presencia del mesero para que les sirvieran las fresas con crema del
tamaño más grande que se pudiera.
El recuerdo del olor y el sabor característico de su
postre de antaño, provocó el ptialismo e hizo que remojara sus labios al pasar
por ellos la lengua. Recreó con nostalgia cómo deslizaba la cuchara por el
borde interno de la copa hasta rebosarla de crema y azúcar, esperando que los
rojos cuerpos asomaran apenas de los límites del cubierto. Recordó la
contracción de las glándulas al acercar la cuchara a la boca, la salivación y
ansiedad por sentir el fruto; esa sensación líquida, espesa y dulce que
antecedía la mordida del fruto. Cuando cerraba la boca, el sabor ligeramente
agrio, que se combinaba con el de la grasa de la crema y lo dulce de la
combinación, armonizando la rugosidad suave y redondez de las formas, con el
aroma y sabor agridulce del manjar; las tonalidades rojas desvanecidas en
claros matices albos en la crema, le remontaron también a comidas en familia,
con sus padres y hermanos durante la niñez; los veranos ardientes en los que la
frescura de un plato de fresas con crema
de postre, era el preciado premio por haber comido bien.
Evocó, el masticar y deglutir pausando las cucharadas,
sintiendo la frialdad y tersura del líquido y cómo se deshacían las fragarias
al presionarlas contra el paladar, con inquietud temerosa de que fuera la
última porción. Esta visión la hizo sonreír y solazarse con el nostálgico
recuerdo de disfrutar el saborear las postreras cucharadas del cremoso líquido
dulce, tintado en partes por la levedad rosácea de un rastro de delicia, como
si gozara ahora ese momento.
Bajó la copa, giró la tapa sobre el frasco, dejándolo
sobre la mesa, y se dirigió al baño, tomó una ducha, se vistió por primera vez
en varios días, y salió al supermercado por la crema y las fresas que curarían
su depresión.
El
ropavejero
Penetrar en la región de la fantasía
es algo muy sencillo,
basta con tener muchas ganas de emprender el viaje.
Cri-Crí
Francisco Gabilondo
Soler
Corrían
de un lado a otro de la calle empujando un balón que libraba piernas, escurriéndose
para ser interceptado por el contrario y devuelto en sentido opuesto; un sinfín
de movimientos continuos que terminaron cuando oscureció la tarde. La ardua
competencia en la terracería contribuyó a que se mancharan de sudor cuellos y
rostros; hilillos ocres resbalaban por las caras marcando a los pequeños con cicatrices de
lodo, como guerreros en la batalla.
El chirrido de las ruedas al cruzar la calle interrumpió la partida, el
conductor empujaba lentamente la carreta, pregonando sus servicios. Tras una
larga nariz atusada de escasos bigotes finos y dispersos, los agudos y pequeños
ojos recorrían nerviosamente el camino buscando clientela. Las alas ondulantes del
sombrero cubrían la descuidada cabellera, que asomaba por los costados del
rostro tapando sus puntiagudas orejas. Caminaba desgarbado y cadencioso,
haciendo que el astroso traje rayado que portaba, acompañara el chirrido del
vehículo con el crujir de la tela y de sus viejas articulaciones. Era conocido
en el barrio como el “Tlacuache”, y efectivamente, sólo le faltaba la cola para
parecerse al animal. Su aspecto espantaba a los niños que se escondían al
verlo avanzar por la calle.
—¡Botellas que veeendan! ¡Zapatos
usados! ¡Sombreros
estropeaaados! ¡Pantalones remendados!, ¡cambio, vendo y compro por igual! —era su pregón. Complementaba el
canto con una segunda estrofa, que intimidaba a los pequeños, porque sus madres
los amenazaban de “cambalachearlos”
por una lámpara, un llavero o, hasta por un calendario, aunque estuvieran en el
mes de mayo.
—¡Chamaaacos
malcriados! ¡Miedosos,
que veeendan! ¡Y
niños que acostumbren dar chillidos o gritar!, ¡cambio, vendo y compro por
igual! —vociferaba
a voz en cuello.
El ropavejero atravesó el área
del juego y se perdió con su cantar al final de la calle. La prole prosiguió
con el partido hasta que en una jugada desafortunada, Miguelito, el as del
equipo de los descamisados, pateó
el balón tan fuerte que cayó encima de la barda de una casa ensartándose en las
protecciones puntiagudas; con un ruido sordo apenas audible, y ante la mirada
angustiada de los participantes, desinfló las ilusiones de triunfo de ambos equipos.
Los jugadores no tuvieron más opción que retirarse.
El chirrido de todos los días, precedía al pregón del ropavejero:
¾Ahí viene el Tlacuache, cargando un tambache, por todas las
calles de esta gran ciudad. El señor Tlacuache compra cachivaches...
La fiesta de graduación del sexto grado de
primaria sería el sábado por la mañana. Miguelito fue seleccionado para hablar
en representación de los alumnos. Sus padres, orgullosos de la designación, le habían
comprado un nuevo uniforme de gala. Ellos adquirieron, un traje y vestido
elegantes para estar a la altura de la ceremonia. Miguelito ensayaba todas las
tardes su discurso, hasta que las voces de sus amigos traspasaban las ventanas
solicitando con insistencia que lo dejaran salir. El viernes, llegó por la noche
sucio, lleno de lodo, enmarcado en sudor y ruborizado por el ejercicio. La
madre lo mandó a bañar antes de la cena. Subió a su cuarto, metió el balón
debajo de la cama, se desvistió y derramó su ropa en una hilera, indicando el
rumbo al baño hasta llegar a la ducha.
Por la mañana comenzó el rito del arreglo
personal para el evento. El desayuno temprano, antes del baño, para no ensuciar
la nueva ropa con comida; después, la ducha por turnos y por último, el engalanado.
El padre y Miguel estuvieron listos en media
hora. Esperaban trajeados y olorosos en la sala. Escuchaban pisadas presurosas
en el piso superior, abrir y cerrar de puertas, de cajones; carreras
desenfrenadas, y por último, un grito desgarrador:
—¡Mi vestido nuevo! ¡Mi vestido rojo! ¡No lo
encuentro!
Subieron a saltos las escaleras y vieron a la mamá con el rostro
descompuesto, llorando desgarradoramente.
¾¡Me han
robado mi vestido! Ahora, ¿qué me
pongo?
—No te
preocupes, por ahí debe de estar, ¿quién
entraría a robar sólo el vestido? Miguel, ayuda a buscar ¾ordenó
el papá.
Exploraron todos los cuartos, los rincones más escondidos, hasta que el
padre hurgó debajo de la cama de Miguel.
—¡¿Y este balón?!...
Ahí
viene el Tlacuache cargando un tambache por todas las calles de la gran ciudad.
El señor Tlacuache compra cachivaches…
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