DÈJÁ
VU
Gárgamel
¿Por qué persistes, incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
El menor movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?
Eres el otro yo de que habla el griego
Y acechas desde siempre…
J.L.Borges, “El espejo”
El ulular estruendoso y lastimero de la sirena
disminuyó
en un estertor lento mientras la
ambulacia paraba su marcha a las puertas del hospital; los paramédicos bajaron la camilla en la que un anciano,
sangrando a través
de los vendajes en la cabeza no dejaba de mover inquieto brazos y piernas,
cubiertos apenas por sus desgarrados y manchados ropajes. Lo introdujeron y
entregaron al personal de la institución.
—Accidente automovilístico en el kilómetro treinta de la carretera, fue el único sobreviviente —informó el paramédico. Lo pasaron de inmediato al quirófano.
—¡Parientes del señor Eduardo Durán!— Dijo un doctor saliendo al pasillo de espera, quitándose cubre bocas y gorro. El grupo de afligidos
familiares que esperaban desde la madrugada cercaron al cirujano, expectantes,
ansiosos. El galeno se dirigió a la compungida esposa:
—Don Eduardo está en estado de coma como resultado de un traumatismo
cráneo encefálico. Logramos detener la hemorragia y reconstruimos
las partes dañadas. Su condición es muy delicada, estará en terapia intensiva. Habrá que hacer
algunos estudios y esperar su reacción. Por el momento, están prohibidas las visitas…
Siento mucho frío… no puedo moverme… ni hablar… me duele todo el cuerpo… mis pensamientos son desordenados, vagos, esporádicos… No sé cuánto tiempo llevo aquí… voy
a morir… Es extraño, en los últimos días de mi vida, postrado en la cama del sanatorio,
aislado del mundo, acude a mí, recurrentemente, un acontecimiento inverosímil, oscuro en el recuerdo hasta ahora: una visión tan real y tangible como cualquier vivencia de mis
dieciséis años
de vida: después de la caída al tratar de bajar del autobús en movimiento, me fracturé varias costillas y la clavícula, me desmayé. Desperté en el hospital cuando algo llamó mi atención. Levanté la vista y enfrente de mí, vi la imagen de mi doble. ¿O era yo en el cuerpo de otro?… . Me espanté, quise levantarme y escapar, pero el dolor me
contuvo. Se acercó y tomándome del brazo me comunicó que él era yo, con varios años más de edad. Dijo: el Universo es circular y cíclico, nos repetimos: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”*. Es factible suplantarnos en diferentes etapas de la
vida por ser el mismo yo, sólo que existiendo en diferente ciclo. El tiempo y el
espacio son relativos. La posibilidad de cambio de una a otra etapa de la vida,
se da en momentos de tensión y al estar exigiendo un esfuerzo extremo. Cuando
la sincronización no es perfecta en el tiempo. El individuo receptor
tiene la sensación
de “ya
haber vivido ese momento”, lo que se ha dado en llamar “Dèjá vu”
—¡Rápido, desfibriladores! —dijo el médico de guardia al responder al aviso del sensor
cardiaco. En segundos, el especialista aplicó la carga eléctrica tres veces al cuerpo, que respondió con saltos bruscos al estímulo. El indicador comenzó a registrar curvas de manera anormal, y segundos
después…
una raya continua en la pantalla,
fijó
el aparente destino de la energía del paciente…
¡Más…! ¡más…!
¡máaaas! ¡Asíííí, chiquita! ¡Así! Mi amor. Esta vez me llevaste al cielo, reina. Tan
maravilloso fue que tengo la sensación de ya haber vivido este momento.
—Lo que tuviste fue un Dèjá vu, Eduardo… Almorcemos en la cama y sigamos disfrutando nuestra
luna de miel.
*Jorge Luis Borges
24 de enero del 2015
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