El pájaro de fuego
…Quizá aquí seas Don
Verdadero,
pero en el mundo real eres un maldito fraude.
¾¿Por qué no tengo autoestima?
Frases
de la película Birdman
Antonio salió del cine pensativo, la
película lo había decepcionado, no podía creer que un paladín de la libertad y
la justicia fuera tratado así. No aceptaba que el superhéroe de sus aventuras
de la niñez lo presentaran como a un actor decadente. Todos los niños de
aquella época soñaban con ser Birdman, el héroe de la justicia, capaz
de volar con sus grandes alas, proyectar escudos de fuerza y disparar rayos
solares, acompañado por Vengador, un águila, que al grito de guerra: ¡Biiiirdman!, atacaba a los maleantes.
Llegó
de mal humor a la vecindad, cruzó el zaguán, caminó en la penumbra bosquejada
con sombras, que adosadas a las paredes desprendían tufos alcohólicos y
fumaradas de petate. Con la oscuridad del callejón llegó a su departamento.
Encendió la luz, y la imagen de un gran cartel de Birdman de piso a techo, lo abrazó desde la pared. Dos cuartos
constituían toda la vivienda: la cocina-comedor y la recámara estrecha y
desarreglada. Los muros ancestrales salpicaban nubes de salitre a los carteles del
héroe favorito. Puso en el reproductor la Suite del Pájaro de
fuego de Stravinsky y encedió un porro. Recostado en el sillón cerró
los ojos y siguió la música que lo introdujo a un mundo de colores, en los
que se mezclaba danzando en un jardín encantado, de naturaleza abundante y
olores confundidos saturados de humedad. El lamento de una sordina en las notas
graves, los contrabajos y violoncelos, creó la atmósfera naranja que lo adentró en un mundo fantástico
y desconocido.
Dio
una profunda aspirada al cigarro, reteniendo el humo durante varios segundos. La
abundante percusión y el sonido de las tubas en la Danza infernal lo cimbró y llenó de
colores oscuros. Sintió la música rebotando en su caja torácica y el fluir de
la resonancia por los nervios relajándolo en llamaradas amarillo rojizo. En su
mente, Kastchey el brujo, el Pájaro de fuego y el Príncipe Ivan, hacían patente
la oposición entre un mundo real, humano, y el mágico. Caminó por el bosque de
árboles enormes y verde maleza; entre los arbustos descubrió al pájaro de
fuego, lo persigue y después de luchar con él, lo atrapa. El animal suplica,
implora libertad y lo conmueve. Antonio lo suelta; esta acción es compensada
con una pluma mágica que el ave se arranca de la cola. La sostiene en
su mano y la observa… Se levanta del sofá, y parado ante el espejo se observa la espalda, ¡la pluma es de él!,
¡tiene alas!... El destino le ha cumplido su más grande deseo: ¡ser
Birdman!
Apresurado prueba su rayo solar,
extendiendo las manos y señalando con los dedos pulgares; una vibración recorre
su cuerpo hasta salir explosiva en dos centellas amarillentas, desquebrajando
el espejo. Una amplia sonrisa ilumina su semblante al comprobar el resultado.
“Estoy listo para vigilar las calles y defender a los ciudadanos. No, aún no,
falta mi traje. Un superhéroe debe vestido para imponer miedo y respeto”.
Buscó
un traje de baño negro, y lo más cercano que encontró fue una trusa bikini: “Ésta
servirá, de lejos no se nota… Ahora las mallas”. Se acordó que Betina en su
última noche de amor, había olvidado sus mallones amarillos, se los probó… “Me
quedan perfectos, hasta me veo musculoso”. Faltaba la camiseta. Escudriñó por
todos lados hasta encontrar una amarilla; no muy convencido se la puso, metiéndola
debajo del traje de baño. “Al fin que todos me verán de frente”. Al voltear de
espaldas, en el espejo roto se vio una leyenda con letras negras: “No al
desafuero de López Obrador”
Por
la azotea comenzó a recorrer la vecindad. A pocos metros de su recorrido oyó
gritos de mujer: ¡No!... ¡no!... ¡no!... ¡Ya no más! Sin pensarlo, emitió su
famoso grito: ¡Biiiirdmaaan! y corrió
por los bordes para volar y caer en picada sobre el agresor. Al impactarse
estruendosamente sobre los botes metálicos, el borbotón sangriento rodeó el cuerpo
de una sombra bermeja, semejando las alas de un ave en el contorno de los
brazos extendidos.
—¿Qué
pasa, Pepe?...
—Nada,
Betina. Es el pendejo de tu novio que anda bien drogo. Entonces qué, reina…
¿Nos echamos el otro?
—¡No!,
¡ya no más!… a menos que me des otros cincuenta pesos.
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