lunes, 23 de marzo de 2015

El Estrés

El Estrés

 …la cárcel en la que creemos
 estar encerradosno lo es.
Su puerta no tiene cerrojo
Catherine Rambert

¡Despierta, Abelardo!, que se te hace tarde para el trabajo. ¡Siempre con esa flojera! ¡Así cómo quieres que te aumenten el sueldo, si toda la vida llegas tarde! ¡Ah! Y a propósito de sueldo, apenas es día cinco y ya no tengo dinero. ¡A ver cómo le haces!, le debemos a todo el mundo y yo tengo que poner mi carota a donde voy. Ya nadie nos quiere prestar… Después de oír sin escuchar a su mujer, un pensamiento lo invadió: ¡Te tengo!… Me encanta martirizarte, que sudes, te angusties, sientas dolor en el pecho, no descanses, apenas duermas… eres de mi propiedad hasta el fin de tu vida. Soy tu estrés, amigo mío, ¡jamás te soltaré!
            Perturbado, llegó a la oficina con dolor de cabeza y arrastrando los pies de cansancio. Con el sueño atrasado y gran desgana comenzó su día laboral. Del otro lado de la oficina su jefe le gritó:
            —¡Gonzalitos! ¿Ya están los documentos que hay que enviar a la notaría? ¡Se los pedí desde el jueves!
            —En un momento más, señor. Ya casi los termino.
            —¡Acuérdese, tiene que contestar las tres demandas de ayer! También ir a los juzgados a revisar el avance de nuestros juicios. Antes de que se vaya, pase a mi oficina, le voy a pedir algo… ¡Apúrese Gonzalitos!
            Se desató el nudo de la ancha corbata azul a rayas, sentía que lo ahorcaba. El sudor le escurría por el cuello y  el palpitar de las arterias como un llamado de tambores a combate, lo embotaba.  Respiraba agitada y entrecortadamente, sintiendo que unas manos calientes y húmedas le apretaban la garganta intentando asfixiarlo. Se quitó el arrugado saco gris que tantos años le había dado prestancia en el despacho de abogados y un frío húmedo le recorrió la espalda, despegó la camisa y se dedicó a revisar documentos. Las manos le temblaban, le dolía la cabeza y tenía sed. Quería huir, salir a la calle y gritar… ¡Ser libre!, desprenderse de ese ser que lo dominaba y martirizaba. La dificultad para respirar, lo seguía atormentando y desesperaba;  el calor en la oficina era insoportable, irritante. Salió a la calle buscando paz, un poco de tranquilidad reconfortante. 
             El sol chillante y déspota del mediodía lo sarandeó. El abrasador pavimento sudando vapores de las atarjeas y acumulando pisadas de los transeúntes, calcinaba la suela de sus zapatos. Trató de avanzar pero la muchedumbre lo arrastró en vilo; el rumbo no lo determinaba él, sino las circunstancias… como su vida. Encontró una banca  y se sentó a descansar. Echó la cabeza hacia atrás y respiró con profundidad. La voz del estrés invadió sus pensamientos: ¡Te tengo, eres mío como gran parte de la humanidad!, mi siervo. Sufrirás el infierno en este mundo, no en el futuro. Padecerás del tormento que el Gran Maestro diseñó, inventándome. Crezco conforme la presión por sobrevivir aumenta; las necesidades me alimentan, la prisa por aprovechar el tiempo es el lubricante y la urgencia de mayor productividad, el combustible. ¡Qué el humano sufra la vida!  ¡El castigo está aquí, en la Tierra! Las promesas de las religiones de una vida feliz en un mundo espiritual… son sólo ilusiones, propaganda…
            Tomó una decisión. Empeñó su reloj y acudió con un psiquiatra quién le recetó ansiolíticos. En casa y una vez tomado el medicamento, pensó: Ya ves, no me tienes dominado, todavía conservo mi libre albedrío. Pero con medicamentos. No podrás sostenerte por mucho tiempo… Te estaré esperando, le contestó con ironía el estrés.
            —Esperarás sentado, imbécil. Mañana me jubilo, dejo a mi vieja y me voy a una playa… ¡Al carajo, estrés!



lunes, 16 de marzo de 2015

Ambición (minificción)















Ambición

Gárgamel
En el sarcófago, el esqueleto amorfo, un fulgurante rubí y la tableta de arcilla con la sentencia: Si ambicionas ser longevo, frota la piedra a tu cuerpo y cambia el destino. El ambicioso científico se desnudó y lo realizó. Un calor vibrante recorrió su cuerpo, cayó al suelo mientras sentía que brazos y piernas le engrosaban; una espalda rígida le impedía enderezarse. Levantó su pequeña cabeza, oteó el horizonte, e inició su lento caminar al mar.

22 de marzo de 2015