miércoles, 27 de enero de 2016

La noche del jueves

                                                 La noche del jueves


                                                                 
Jamás se había detenido a pensar
en lo inauditas que son las noches;
en lo descomunales que son.
Se sintió como un difunto en la noche
Francisco Tario

Cuarto día de la semana de un verano ardiente, lujurioso en aromas, que entran por la ventana con pesado y pegajoso sopor, permaneciendo estático en la habitación. El aire perezoso de la madrugada roza mis mejillas mientras trato de dormir. Desnudo sobre la cama, soporto el sudor chicloso de mi cuerpo y la humedad sofocante que se condensa alrededor. El ruido sordo del ventilador, como el de un continuo rodar de tren, distrae mi atención en mis vanos intentos de conciliar el sueño.
            Enciendo la luz de la lámpara del buró y trato de continuar con la lectura de un libro para romper con la tensión del no poder dormir. Leo sin comprender tres páginas, y el hastío y la pesadez me vencen. Me apresuro a apagar la luz y comienzo a dormitar…
            El lejano sonido de la locomotora anuncia la proximidad de un cambio, una salida, un destino. El ferrocarril se acerca a la estación con ritmo lento y constante, como el del tiempo en la vida. Se detiene, y espero con cierta aprensión subir. Ya en camino, escucho que al sonido de la locomotora se prende un zumbido que se acerca amenazante, volteo al horizonte a través de la ventanilla y distingo a lo lejos una mancha grisácea que se acerca volando en picada; el artefacto se aproxima a velocidad, oigo con claridad el ruido de su motor, lo veo de frente y en picada: es un Caza alemán que comienza a disparar hiladas de balas, marcando un vertiginoso camino que se acerca a mí, velozmente y me obliga a tirarme al suelo para esquivarlos. El avión pasa de largo, da vuelta y vuelve a atacar, corro por el pasillo hacia los furgones de carga; tropiezo, quedando tendido boca abajo, me cubro la cabeza con los brazos cuando siento que el ruido de su motor me perfora el oído y… despierto, tratando con un repentino manotazo sobre mi cachete izquierdo, de eliminar a mi agresor.
            Enciendo la luz, somnoliento y cansado. Busco a mi atacante por todas la  habitación y lo localizo en la pared frente a la cama. Fuera de mi alcance, el diminuto agresor parece burlarse de mí, me hace fintas moviendo sus patas como lanzando golpes y la cabeza en un péndulo constante, esperando esquivar los posibles golpes que le envíe. Se detiene y me observa sonriente y burlón, contoneando su pico. Encorajinado y muerto de sueño, busco un objeto contundente para eliminar al rival y lo encuentro en la revista Playboy que dejé en el buró. Con pasos arrastrados y lentos, tratando de sorprenderlo, coloco una silla bajo el enemigo, me subo con mi arma en ristre, tomo puntería y disparo… El mosco vuela un pequeño tramo carcajeándose de mi lentitud y me vuelve a retar. Casi en la desesperación, con enojo y desfalleciente de sueño hago nuevamente el intento con idénticos resultados. La burla me persigue hasta conciliar el sueño al amanecer.
            Salí de mi casa rumbo al trabajo, arrastrando los pies y sintiendo en mis hombros el pesado lastre de una noche de insomnio. Camino a la oficina con la frustración nublando la mañana cálida de la ciudad. El aire plagado de contaminantes reseca mi nariz, mi cabeza retumba por el ruido de los cláxones, y aumenta el dolor punzante de una noche de martirio.
            Llego a la oficina con la luminosidad del día lastimando mis pupilas, el bochorno del ambiente anuncia un día candente, sudoroso y malhumorado. Enciendo el ventilador, me quito el saco, desabrocho la corbata y las agujetas de los zapatos, liberando la opresión a mis doloridos pies, y me siento a revisar la correspondencia. Conforme lo hago, el sopor me produce somnolencia,  comienzo a escuchar en la lejanía el rítmico sonido del tren próximo a la estación, el bufido anunciando su cercanía y… el sonido amenazante del caza alemán, acercándose peligrosamente.