domingo, 16 de febrero de 2020

La Bruma

Bruma
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La mañana gris y fría se aferra a la ventana con viscosa continuidad, nublando la visión del jardín; se filtra lentamente por los intersticios del cuarto de estudio donde Alberto, entumido, pretende escribir una carta…
 El turbio celaje invade el ambiente y envara sus entumecidos dedos. Decide prepararse un café; cuando regresa, mira confuso el desolador cuarto, con la sensación de que algo ha cambiado. 
¿Será que los problemas con Matilde han confundido su discernimiento a tal grado que percibe diferente la atmósfera que lo rodea?... 
La bruma, ha penetrado en la habitación y lo envuelve con un gélido abrazo. Comienza, atelerido, a redactar la comunicación: 
“Marzo 18…
Matilde, te escribo la presente con el corazón destrozado de dolor, al tener sospechas de tu infidelidad…”
            Se fija en la fecha y se da cuenta de que el ordenador la corrigió al día anterior: Marzo 17... Trata de actualizarla, y la devuelve a la anterior. Molesto, se pone un abrigo, la bufanda y lleva el aparato con el técnico.
            
Señor Godínez, ya revisé su computadora, y está bien la fecha: diecisiete de marzo. Alberto lo corroboró con el periódico sobre el mostrador. Intrigado y confuso, se refugia en un parque a reflexionar lo inaudito de la situación. ¡No tiene lógica!, ¡es incomprensible! 
El cambio se lo atribuye a la gélida bruma que lo envolvió en el estudio. “un designio superior, que tiene un propósito, un mensaje, algo fuera de mi alcance”, pensó.
            Quiso aprovechar el regalo del destino, con la sospecha del engaño de su mujer con algún empleado de la oficina. Eran casi las seis de la tarde, hora de salida. Se apostó en una mesa resguardada del café cercano al centro de trabajo. Y, en efecto, Matilde y el químico Laureano Beteta, llegaron y ocuparon una mesa afuera del local. El trato cariñoso, no se hizo esperar… 
            Los celos se manifestaron inmediatamente: ¡Tenía que saber de qué hablaban, qué tramaban! Vio cómo, antes de despedirse, el químico le entregó un pequeño frasco ámbar que Matilde guardó en su bolso.
            Compró un aparato para oír a distancia y una grabadora. Llegó a casa por la noche, saludó a su esposa con un ligero beso en la mejilla y se fue a dormir.
            Por la mañana comprobó que el sortilegio seguía actuando, conocía de antemano las noticias y las acciones emprendidas ese día. Todo igual, menos lo referente a las actividades desarrolladas respecto a Matilde . Por la tarde se instaló en la cafetería, y comenzó el acecho. 
Cinco días retrocediendo en la vida fueron suficientes para saber que querían envenenarlo con el sustrato del hongo de la muerte (Amanita Phalloides), preparado por Laureano

Entró al estudio temprano, y encendió el computador. Al igual que el día que cambió todo, la mañana era gris, la viscosa neblina se aferró a la ventana y se introdujo en la habitación hasta cubrirlo, y apresarlo en el frío ambiente. Momentos después, sintió el repentino cambio: los rayos fulgentes del sol matinal ahuyentaron poco a poco la bruma y calentaron el recinto. Volvió su mirada al ordenador y se fijó en la fecha: 18 de marzo. Rememoraba todo lo referente al sortilegio, pero se le habían borrado los recuerdos de los espacios sustituidos. Lo que recordó con angustia y desesperación, fue qué ¡ese día, lo envenenarían!
            Subió sigilosamente a la habitación, comprobó que su esposa estaba en el baño, buscó su bolsa, y cambió el frasco por uno igual, con una sustancia inocua. En la cocina vació el contenido mortal en la ensalada y sándwich de la fiambrera de Matilde. Su esposa, antes de irse a trabajar, hizo lo mismo con el desayuno de Alberto.   
16 de febrero de 2020

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