domingo, 23 de mayo de 2021

Secuestro

 SECUESTRO

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Desfallecía después de haber recorrido a tientas el estrecho corredor; la ansiedad mantenía su cuerpo en una tensión permanentemente opresiva y el sudor de su rostro se confundía en el llanto, escurriendo angustia. Salió corriendo de la construcción, a su espalda, los pasos arrastrantes la perseguían cada vez más cercanos. En su desesperada carrera, llegó al filo del acantilado…

Había sido secuestrada por el chofer de un taxi cuando se dirigía a su hogar. Inmovilizada, con un esparadapro en la boca y el rostro cubierto,  la introdujo a una inmunda habitación en la que la palidez amarillenta de una lámpara mostraba la ruindad y bajeza en la que vivía el morador. Liberó sus ataduras, la tiró de los cabellos y dándole dos fuertes cachetadas, le ordenó  se desnudara y le advirtió que iba a ser su amante por un tiempo. Adriana, llorando a gritos y con el rostro demudado por el terror, le suplicó que la liberará, que pidiera recompensa a su familia. La sonrisa sardónica del hombre, desfiguró el rostro descuidado, mostrando su dentadura amarillenta, manchada e incompleta. Escupió en el suelo y se desvistió, exhibiendo la podredumbre de su obeso cuerpo y la delgadez esquelética de sus extremidades. Se acercó a Adriana para terminarle de quitarle las prendas íntimas y al hacerlo, el hedor de su aliento provocó espasmos en la mujer. El repugnante individuo empujó el cuerpo desnudo de Adriana sobre el estrecho catre y tomando un fuete del buró la golpeó en la cadera al tiempo que le espetaba: ¡abre las piernas!...

Encerrada en un cuarto oscuro, húmedo y hediondo; encadenada a la pared, pasaba el día espantando ratas con el mango de una escoba que le proporcionó el raptor. Le llevaba alimento por la noche y tenía que consumirlo rápidamente ante el asedio de las rojas miradas y chillidos estridentes exigiendo comida. 

Una noche, después de que el viejo gozara con la obligada visita, le llevó sus alimentos. Al agacharse y estirar el brazo para dejar la bandeja, Adriana, impulsada por el odio y la desesperación, enterró con todas sus fuerzas el mango de escoba afilado por días, en el vientre del nauseabundo individuo. Con un aullido de dolor, se dobló hacia adelante, cayendo sobre ella, lo que aprovechó Adriana para hurgar en sus pantalones y buscar la llave del candado. Huyó cuando el individuo se recuperaba y comenzaba a perseguirla.


—Comandante, ya tenemos la localización del celular de Adriana y hemos mandado patrullas a la zona…

23 de mayo de 2021.


sábado, 8 de mayo de 2021

El Té helado de García Márquez


El TÉ HELADO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

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En la redacción del periódico, Gabriel recibió un cable del corresponsal en Quibdó*, Primo Guerrero, en el que se daba cuenta de una manifestación cívica sin precedentes. Al otro día, y al siguiente, se volvieron a recibir mensajes similares y entonces, la empresa lo envió para ver cómo era una ciudad anodina en pie de lucha por la defensa de los derechos civiles. 

Al llegar al  sitio donde nadie viajaba, el sol masacraba el ambiente, alimentando con su incandescencia la promesa del infierno a los probables pecadores. Quibdó era un pueblo desierto y amodorrado en cuyas calles polvorientas el calor se retorcía en imágenes contrahechas alterando las figuras de los adormilados habitantes. Logró determinar el paradero de Primo Guerrero y, al llegar, lo encontró echado en la hamaca en plena siesta bajo el bochorno de las tres de la tarde. Un hombre negro, enorme y semidesnudo que  explicó que no, que en Quibdó nada estaba pasando, que envió los cables de protesta, para no perder la subvención del periodico. Pero como Gabriel se había gastado dos días en llegar hasta allí, y el fotógrafo no estaba decidido a regresar con el rollo virgen, resolvieron organizar, de mutuo acuerdo con Primo Guerrero, algunos concurrentes de la cantina y su dueño, Venancio —que disfrutaba el tener clientela— una manifestación portátil que se convocó con tambores y sirenas. El pueblo, aburrido de una vida rutinaria, acudió a la representación. A los dos días salió la información, y a los cuatro llegó un ejército de reporteros y fotógrafos de la capital en busca de los ríos de gente sublevada. En la cantina, atiborrada de periodistas y con la gran satisfacción de Venancio, Gabriel, con un té helado en la mano, les explicó lo sucedido y la estrategia… 


Con imágenes gráficas del nuevo levantamiento y abundantes artículos periodísticos, Colombia se enteró de la gran revuelta en un pueblo que clamaba justicia, pedía la indemnización para los familiares de los muertos y la remoción de  las autoridades.


La caballería motorizada y tres batallones del ejército arribaron tres días después a un pueblo marchito, apagado y triste, dónde los lugareños los saludaban con un amplia sonrisa.

*Quibdó es un municipio colombiano, capital del departamento del Chocó

Derivación de una anécdota de GGM