jueves, 12 de octubre de 2023

Decisión

 Decisión

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En el  comedor, con el pastel de la celebración de dieciocho años sobre la mesa, el matrimonio observaba  la escalera por la que bajaban, con risas y comentarios chuscos, los hermanos. Adela y María, las mayores y Oscar, el celebrado. Las mini faldas estampadas y cortas, continuadas por unas medias oscuras delineaban las delgadas figuras juveniles. Los  peinados de las tres cubrían con tersura el cuello y resaltaban el sutil maquillaje.

El rostro del padre se ruborizó y en un estallido de cólera, avanzó hacia la escalera; con los ojos inyectados de sangre y espumando saliva por las comisuras de la boca, le espetó a Oscar a centímetros de su cara:

¡Jotos en mi casa, no! ¡Jamás lo aceptaré!

Lo cacheteó con brusquedad hasta hacerlo trastabillar. La segunda cachetada explotó los sollozos del jóven mientras sus mejillas coloreaban el dolor y los gemidos entrecortados, recibían la incomprensión y el desprecio. 

La madre y las hermanas, gritándo con desesperación, se abalanzaron sobre el agresor para impedir el castigo. 

Oscar se levantó y con la firmeza que le proporcionaba su convicción, se dirigió a su padre y con femenina voz, lo enfrentó:

—Padre, siempre has sabido que soy diferente, quisiste que me endureciera obligándome a practicar deportes bruscos. Te respeté y traté de practicarlos, pero fui la burla de todos mis compañeros, como lo he sido en la escuela y en la vida: acosado, degradado, anulado, despreciado…

¡Entiende, soy mujer, en el cuerpo de un hombre!

¡Y a partir de hoy, afrontaré mi realidad al precio que sea! Voy a iniciar una nueva vida… 

Tomás abrió la puerta y al abandonar Oscar el hogar, las velas del pastel  apagaron su luz con el aire frío de la noche.

Los callejones estrechos albergaron su húmeda soledad  y cuando los rayos de una sutil claridad iluminaron las tejas rojas de los techados, deslizándose por los muros cuál culebras doradas,“le sorprendió ver que la Ciudad dormitaba todavía”* 

Caminaba sin saber adonde ir derramando su angustia sobre el pecho, cuando las hermanas la alcanzaron:

—¡Regresa, hermosura, mamá te espera! Te hemos buscado por todas partes, papá nos abandonó.

*Oh, Ciudad de los sueños rotos

John Cheever


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