Sabrina Duncan
Jorge Llera
El movimiento cadencioso de sus
cadera acrecentaba la sensualidad que transmitía con su esbelto cuerpo, impulsado por el constante y efervescente ritmo de los
tambores que subrayaban la música
afroantillana del oscuro centro nocturno. El ánimo ruidoso de los parroquianos,
crecía conforme Sabrina se despojaba lentamente de sus vaporosas prendas. Las
rutilantes luces que la enfocaban, destacaban el movimiento de su cabeza
provocando destellos de su rojiza
cabellera, que como olas de un mar revuelto se agitaban en el aire para
descansar finalmente en sus pecosos hombros. Sus senos pequeños y firmes
esbozados en una tenue cubierta, apuntaban hacia un cenit insinuado de placer,
acompañando con su movimiento el ritmo de la música. Suavemente iban cayendo
cada una de las pequeñas prendas, hasta que el culto auditorio pudo comprobar
que era una pelirroja natural. Se despidió con un atronador aplauso y con el
bikini repleto de billetes. Era la estrella principal de un bar de mala muerte ubicado en el centro
de la ciudad. Los anuncios la presentaban como:"¡La excitante dama de
fuego: Sabrina Duncan, el sol transformado en mujer!". Las utilidades del
antro se vieron incrementadas desde su llegada y ella pronto alcanzó la
estabilidad económica con un saber intuitivo que hasta hace muy poco tiempo
desconocía.
Hacía
algunos meses era la pareja amorosa y el blanco de Mateo, un tirador de
cuchillos del circo. Vivían un romance
tormentoso entre noches de eterna lujuria y desenfreno, a escenas trágicas de
celos, amenizadas con alcohol y lluvia de cuchillos de por medio. Fue una de
esas noches, que casi perdió una oreja,
cuando lo abandonó mientras dialogaba con Baco. En su embriaguez sólo
alcanzó a balbucear que a él nadie lo dejaba, que algún día la mataría.
Sabrina caminó sin rumbo por la
ciudad, cargando sus recuerdos repletos de abandono, carencias, humillación y
rencor, hasta llegar a la Alameda. Sentada en una banca, llegaron a su mente
imágenes de sus padres, inmigrantes de Irlanda, muertos de disentería a su
llegada a Veracruz y la interminable orfandad de cariño que la acompañó hasta
conocer a Mateo cuando trabajaba de mesera en un restaurante del puerto. La
conocían como la Colorada Duncan y
era famosa por el color de su pelo, por lo explosivo de su carácter y
últimamente por su atrayente figura. Al relacionarse con el gitano Mateo su sueño de ser artista se había realizado y en
cada función sentía que los sufrimientos pasados eran al fin compensados por
llegar al estrellato en el circo.
Le
ofreció una paleta de limón del carrito que pasaba frente a ellos y se sentó
junto a ella a deshilvanar sus vidas. A ella le consoló el saber que le ofrecía
trabajo en el centro nocturno El Tuareg
después de dos horas de plática; supo que era empresario de espectáculos y le
prometió una vida llena de éxitos. Juan, regenteaba el lugar y administraba los
servicios íntimos a la clientela.
El
espíritu empresarial de Sabrina Duncan pronto dominó el ambiente y su ardiente
y voluptuoso cuerpo, a Juan. Expandió el negocio y lo ennobleció trasladándolo
a la colonia Condesa, dónde pronto se hizo de clientela de renombre. El lugar
se conoció como el Rincón de la colorada
Duncan y era abrevadero de políticos de diferentes partidos, pero con un
interés común: el sexo y la lujuria.
-
El Senador está esperando señora.
-
Dame veinte minutos para arreglarme y que suba.
Era
el más importante político, controlaba el Senado y se rumoraba que podría
llegar a la presidencia de la República en un futuro cercano. Fue Gobernador de
su natal Sonora y hombre ligado con los
poderes fácticos de la nación. Estaba enloquecido de pasión por Sabrina, la
visitaba seguido y pensaba que la imagen de ella podría vestirlo muy bien en el
futuro.
-
Hola coloradita, ¡qué hermosa te ves hoy! Valió la pena esperarte.
-
Hola licenciado, amable como de costumbre.
Tomaron
unas copas, oyeron música suave e hicieron el amor acompañando a la música
primero y después a un crescendo voluptuoso del corazón. El cuerpo del Senador
cubría el de Sabrina, testificando la voluntad de la protección permanente,
cuando intempestivamente se abrió la ventana de la habitación, se oyó el
silbido del metal al cortar el aire e inmediatamente el choque en la espalda
del senador; el alarido prorrumpido provocó la entrada de los guarda espaldas a
la habitación y definió su destino.
1 de mayo de 2013