domingo, 24 de febrero de 2013

Sabrina Duncan






Sabrina Duncan
Jorge Llera
El movimiento cadencioso de sus cadera acrecentaba la sensualidad que transmitía con   su esbelto cuerpo, impulsado por  el constante y efervescente ritmo de los tambores  que subrayaban la música afroantillana del oscuro centro nocturno. El ánimo ruidoso de los parroquianos, crecía conforme Sabrina se despojaba lentamente de sus vaporosas prendas. Las rutilantes luces que la enfocaban, destacaban el movimiento de su cabeza provocando destellos de su rojiza  cabellera, que como olas de un mar revuelto se agitaban en el aire para descansar finalmente en sus pecosos hombros. Sus senos pequeños y firmes esbozados en una tenue cubierta, apuntaban hacia un cenit insinuado de placer, acompañando con su movimiento el ritmo de la música. Suavemente iban cayendo cada una de las pequeñas prendas, hasta que el culto auditorio pudo comprobar que era una pelirroja natural. Se despidió con un atronador aplauso y con el bikini repleto de billetes. Era la estrella principal  de un bar de mala muerte ubicado en el centro de la ciudad. Los anuncios la presentaban como:"¡La excitante dama de fuego: Sabrina Duncan, el sol transformado en mujer!". Las utilidades del antro se vieron incrementadas desde su llegada y ella pronto alcanzó la estabilidad económica con un saber intuitivo que hasta hace muy poco tiempo desconocía.
            Hacía algunos meses era la pareja amorosa y el blanco de Mateo, un tirador de cuchillos del circo. Vivían un  romance tormentoso entre noches de eterna lujuria y desenfreno, a escenas trágicas de celos, amenizadas con alcohol y lluvia de cuchillos de por medio. Fue una de esas noches, que casi perdió una oreja,  cuando lo abandonó mientras dialogaba con Baco. En su embriaguez sólo alcanzó a balbucear que a él nadie lo dejaba, que algún día la mataría.
Sabrina caminó sin rumbo por la ciudad, cargando sus recuerdos repletos de abandono, carencias, humillación y rencor, hasta llegar a la Alameda. Sentada en una banca, llegaron a su mente imágenes de sus padres, inmigrantes de Irlanda, muertos de disentería a su llegada a Veracruz y la interminable orfandad de cariño que la acompañó hasta conocer a Mateo cuando trabajaba de mesera en un restaurante del puerto. La conocían como la Colorada Duncan y era famosa por el color de su pelo, por lo explosivo de su carácter y últimamente por su atrayente figura. Al relacionarse con el gitano Mateo su sueño de ser artista se había realizado y en cada función sentía que los sufrimientos pasados eran al fin compensados por llegar al estrellato en el circo.
            Le ofreció una paleta de limón del carrito que pasaba frente a ellos y se sentó junto a ella a deshilvanar sus vidas. A ella le consoló el saber que le ofrecía trabajo en el centro nocturno El Tuareg después de dos horas de plática; supo que era empresario de espectáculos y le prometió una vida llena de éxitos. Juan, regenteaba el lugar y administraba los servicios íntimos a la clientela.
            El espíritu empresarial de Sabrina Duncan pronto dominó el ambiente y su ardiente y voluptuoso cuerpo, a Juan. Expandió el negocio y lo ennobleció trasladándolo a la colonia Condesa, dónde pronto se hizo de clientela de renombre. El lugar se conoció como el Rincón de la colorada Duncan y era abrevadero de políticos de diferentes partidos, pero con un interés común: el sexo y la lujuria.
            - El Senador está esperando señora.
            - Dame veinte minutos para arreglarme y que suba.
            Era el más importante político, controlaba el Senado y se rumoraba que podría llegar a la presidencia de la República en un futuro cercano. Fue Gobernador de su  natal Sonora y hombre ligado con los poderes fácticos de la nación. Estaba enloquecido de pasión por Sabrina, la visitaba seguido y pensaba que la imagen de ella podría vestirlo muy bien en el futuro.
            - Hola coloradita, ¡qué hermosa te ves hoy! Valió la pena esperarte.
            - Hola licenciado, amable como de costumbre.
            Tomaron unas copas, oyeron música suave e hicieron el amor acompañando a la música primero y después a un crescendo voluptuoso del corazón. El cuerpo del Senador cubría el de Sabrina, testificando la voluntad de la protección permanente, cuando intempestivamente se abrió la ventana de la habitación, se oyó el silbido del metal al cortar el aire e inmediatamente el choque en la espalda del senador; el alarido prorrumpido provocó la entrada de los guarda espaldas a la habitación y definió su destino.
1 de mayo de 2013

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