lunes, 24 de abril de 2017

Convulsa relación


Convulsa relación

Gárgamel

FELIX Gallardo con dificultad hizo a un lado el grueso cobertor y apoyándose sobre el codo izquierdo trató de levantarse; lo consiguió al tercer intento. Sentado sobre el borde de la estrecha cama levantó los brazos, sacudió bruscamente su artritis, que respondió con indignados crujires sordos  y lastimeros. Bostezó, expeliendo al ambiente el fétido aroma de su particular averno y se levantó para mirarse en el pequeño espejo de la cómoda. Frente al cruel escrutador alisó la rala cabellera de pelo cano, y contempló sus vivaces ojos claros enmarcados en un rostro ribeteado de  arrugas. Sonrió, permitiendo que ondularan hasta hacer evidentes los intersticios de su dentadura. Plantado ante su triste figura, comenzó a rememorarse más joven. Retrocedió el reloj de los recuerdos y el espejo fue reflejando imágenes de su fisonomía en retrospectiva. Se contempló a los veinte años como estudiante de filosofía en la universidad: su atuendo, peinado, amistades y el ambiente que rodeaba el campus cercado por el edificio de la biblioteca con su imponente mural de Juan O'Gorman. Y la vio caminar hacia él, deslizando su figura sobre la alfombra verde de la naturaleza. Cerró los ojos para disfrutar el recuerdo. Tomó la mano de Eloisa, se acercó a ella y le dio un tierno beso en la boca.
            Los recuerdos en el tiempo fluyen independientes a la velocidad que la mente determina. Así de un noviazgo fugaz, pleno de amor, me ubicó el recuerdo en la memoria de un matrimonio con varios años y dos hijos. La vida me distanciaba de Eloisa porque nuestros proyectos y actividades tomaban caminos divergentes. Al tratar de hacerlos coincidir, levantábamos la voz para escucharnos, y aunque estuviéramos uno junto al otro, la distancia nos alejaba; nuestros corazones se apartaban con cada discusión y Para cubrir esa distancia, debíamos gritar más para  escucharnos.
            En la oscuridad de unos párpados cerrados, la mente me lleva a la gran colisión que empalmó caminos diferentes. Un viaje en auto para visitar a nuestros hijos nos hizo terminar en el hospital como consecuencia de un choque contra otro auto en la carretera. Salí con varias fracturas de los huesos, pero a Eloisa la internaron inconsciente, en terapia intensiva. Ahí me di cuenta del amor tan grande que sentía por ella y de lo errado de nuestra actuación en los últimos años. Sentí que la perdía y que mi vida sin ella, no tenía razón de ser. Comencé a visitarla diariamente, bajando la voz le platicaba, le recordaba nuestros momentos felices. Nuestros hijos le hablaban al oído y comentaban su vida. Meses después despertó y a partir de ahí conversábamos en voz baja, lo que permitía que nuestros corazones se fueran acercando. Se aproximaron tanto, que al salir del hospital, pactamos hablar muy quedo para que nuestro cariño se acercara más cada día. Musitábamos nuestras pláticas, las escanciábamos con alegría y ternura. Últimamente, no necesitamos hablar para mostrarnos el amor tan grande que nos tenemos.
            Volteé hacia la cama, Eloisa dormía plácidamente. Eran las diez de la mañana y teníamos una cita médica. Tomé aire y la llamé con toda la fuerza de mis pulmones: ¡Eloisa, levántate!, ¡levántate!
            cómo respuesta, un sollozo y la voz balbuceante:
            —¡Me volviste a gritar!
            —No, mi amor. Es que No traes puestos tus aparatos de sordera...

24 de abril de 2017

domingo, 16 de abril de 2017

Viejo rabo verde

Viejo rabo verde

—Hola Blanquita, buenos días —saludó, inclinando el cuerpo hasta rozar levemente la cabellera larga de la secretaria; al hablar esparcía en el ambiente un tufo alcohólico rancio, pesado, agresivo, que la obligó a aguantar la respiración y voltear la cabeza hacia el lado contrario.       —        Buenos días, don Gustavo. El licenciado aún no llega, ¿se le ofrece algo?
            —No, Blanquita. Sólo pasé a saludarla y reiterarle mi invitación a cenar algún día de estos. Podemos ir a un restaurante elegante de los que están de moda...
            Con la cara seria y guardando la distancia, la secretaria contestó fríamente:
            Ya le dije que soy casada, no me interesa platicar con usted de otra cosa que no sea el trabajo; y  si sigue en esa actitud, lo acusaré de acoso sexual.
            La cautivadora sonrisa del rostro ajado por los años se congeló, desdibujándose lentamente hasta confundirse con las arrugas; la corbata, de llamativos colores, palideció ante el rubor del rostro, escondiendo su desencanto en las solapas azules del saco deportivo.
            Encorvado, se encaminó a su oficina; en el pasillo distinguió a María; recobró el porte y surgió espontánea la sonrisa rejuvenecida al admirar con ojos ávidos el movimiento ondulante de las caderas, el susurrar de los muslos con el vestido gris perla: delgado y elástico, que permitía percibir, remarcada en cada paso, su pequeña ropa interior. Precedían a María delicadas emanaciones que impregnaron el olfato de Gustavo de frescura juvenil y sensualidad. Recorriéndola de pies a cabeza, alcanzó a balbucir:
            —¡Hola, hermosa niña!, ¡quién fuera el ángel de tú guarda para cobijarte todo el día entre mis alas!
            —¡Ay, don Gustavo!  Usted siempre tan cursi. ¿Le dice piropos similares a su esposa?, o ¿sólo es una afición de oficina?
            —No, mi pequeña María, soy un conspicuo caballero andante en busca permanente de una dama a quien brindarle mis favores. ¿Le gusta bailar?, soy un connotado bailarín que le podría enseñar pacientemente todos los ritmos de la música moderna. ¿Quiere salir?
            —No, don Gustavo, en los lugares donde voy a bailar el ambiente comienza a las tres de la madrugada; y a esa hora, usted ya merendó, se enfundó en su pijama, durmió y está por despertar. Al seguir su camino, segura de que don Gustavo la observaba pensó:
            No cabe duda, el hombre es un animal de soledades*

La fiesta de fin de año se realizaba como de costumbre en el salón de fiestas del elegante hotel en el centro de la ciudad. En el ambiente destacaban los vestidos largos de colorido discreto, y buen gusto. Sin embargo, no faltaban los conjuntos cortos, que hacían lucir piernas torneadas, y aquellos que, por el organismo de las portadoras, parecían empaquetar regalos navideños.
            La felicidad por haber cumplido un año más en la empresa y la fe en que el próximo año se cumplieran los compromisos establecidos sobre las prestaciones, animaba la reunión. La música después de la cena subió de tono, la alegría desbordaba por la pista globos, sombreros y antifaces que danzaban en una atmósfera tropical, candente y sudorosa, liberando energía y emociones. Don Gustavo zascandileó toda la noche, de mesa en mesa, buscando pareja para bailar, con escasos resultados.
            Fastidiado, El tiempo bostezó y aceleró los últimos segundos;  los invitados, con las uvas en la mano y falsos propósitos en mente, contaron regresivamente las últimas fracciones de un año plagado de rutinas y claroscuros, compromisos incumplidos, y promesas desgastadas...
            ¡Cinco!... ¡cuatro!... ¡tres!... ¡dos!... ¡uno!... ¡Feliz Año Nuevo! La voz del locutor se confundió con la algarabía y los abrazos. Don Gustavo aprovechó la ocasión de ceñir entre sus brazos los cuerpos jóvenes de las secretarias y permaneció estrechándolas hasta que le eran arrebatadas.  Sintió un peso deslizarse por  el bolsillo del pantalón. Volteó hacia ambos lados para localizar al remitente, sin resultado. Llegó apresuradamente al baño, y hurgó en su bolsillo: la llave del cuarto 1204 y una nota:
            Don Gustavo:
         Me he sentido constantemente halagada por sus adorables galanteos. Me ruborizo de emoción cuando me saluda por la mañana, y pasó el día en la oficina, esperando se acerque y me dirija una de sus amables sonrisas. El carácter tímido y la educación conservadora, impedían declararle mis sentimientos. Pero el principal propósito para el año que comienza es cumplir con lo más ansiado, lo anhelado desde hace tanto tiempo...
         Como ansío que sea una sorpresa hasta el final de nuestro encuentro, si está de acuerdo, siga las instrucciones de ésta nota.
         anhelo tú presencia.
         Ardientemente, Sherezada.

            Presurosamente se dirigió a la suite 1204. Antes de entrar, en acatamiento de lo establecido empujo levemente la puerta y recogió una  banda negra depositada sobre un banquillo. La música tarda y pausada del pegajoso y lúbrico blues, calentó su ánimo e incrementó sus expectativas. Sudó de emoción al colocársela sobre los ojos y anudarla tras la cabeza.
            —Bienvenido —escuchó a la dulce voz decir—, desnúdate y reposa sobre la cama, en un momento te llevo la bebida; disfruta la música. La curiosidad de saber quién era la incógnita  le hizo imaginar la figura delgada de alguna muchacha del cuarto piso, en ropa interior. La emoción lo consumía, la lujuria lo impulsaba a imaginar a varias de ellas.
            Comenzó a sentir el ligero roce de una pluma sobre su cuerpo. O ¿serían los ligeros dedos de una mano femenina? Una voz que creyó identificar como la de María dijo con voz sensual: ven, acércate. Con los brazos al frente trató de apresarla. Alcanzó una mano, y el aroma floral saturó su olfato, exacerbándo sus impulsos. ¡Ahora,sí!... ¡Descúbrete!, escuchó.
            En el instante en que se quitó la venda de los ojos, fue sorprendido por un fuerte abrazo masculino y un beso en la boca en medio del resplandor destellante  de los flashes de cámaras fotográficas. Aturdido y cegado, sólo alcanzó a escuchar el correr de varías gentes y el sonido sordo de la puerta al cerrarse...
           
            —Gracias, Jesusa. Aquí tiene lo convenido.
            —De nada, doña,  ya sabe que me encuentra por las noches en Insurgentes.

           
*Rosario Castellanos.

            

domingo, 2 de abril de 2017

Vida Conyugal

Vida Conyugal


Azotaste la puerta, el sonido sordo y hueco se extendió atemorizante por el cubo de las escaleras. Con el rostro descompuesto y el rubor tiñendo tus emociones, bajaste los cuatro pisos certificando en cada paso la molestia que sentías. El entreabrir curioso de las puertas, embozando ojos escrutadores,  te acompañó en el descenso. Sabes que las mentes puritanas no aprueban el estilo de vida que llevas con Cristina, y que este incidente va a dar un tema más a la insidia cotidiana. Iniciaron la relación de pareja hace cinco años; los últimos tres, viviendo juntos en tú departamento. Cuando lo decidieron, establecieron reglas muy claras: libertad absoluta  ¾sólo se avisarían con quién saldrían y la hora aproximada de regreso. Era muy fácil, pensaste: si los dos estamos enamorados, y tenemos confianza mutua, no habrá  problema  con la restricción.  La otra condición, que te agradó sobremanera, fue que se repartieron los gastos del departamento; era justo, pues los dos trabajaban: Mismos derechos, mismas obligaciones ¾se dijeron¾ sellando el compromiso con un tierno beso.

Caminaste sin rumbo fijo por las calles adoquinadas del sur de la ciudad, y en tú deambular, se cruzó el viejo bar donde solías departir con los amigos. Ya más tranquilo, saludas al mesero y pides la bebida que te relajará, permitiendo ordenar las ideas. Sentado en la mesa del fondo del local, consumes tres tragos mientras analizas la situación:
            “…No soporto a sus amigos de la oficina, y tampoco que una o dos veces por semana llegue tarde por estar en reuniones con ellos. Creo que anda saliendo con Manuel, el contador. ¡Y ahora los trae a la casa!, tendré que hacer buena cara, aunque me revientan el hígado.”
            “…Por otra parte, necesito tener un momento de tranquilidad con ella, para explicarle los resultado de los análisis de laboratorio y la plática con el doctor. No se porqué  tenía que invitarlos ahora, debería haberme consultado.”
           
Subiste lentamente los cuatro pisos. El ánimo turbio por el alcohol consumido dificultó el caminar;  apoyado en el barandal, escuchaste en cada nivel cómo aumentaba la sonoridad de la música tropical. Al Abrir la puerta, los humores calientes de los compañeros de Cristina, mezclados con el nebuloso ambiente de los cigarrillos, te envolvió. La música se interrumpió al darse cuenta los invitados que entrabas. Del fondo de la sala se oyó la voz de Manuel gritar: ¡Felicidades, Federico!, ¡felicidades por el próximo papá! Cristina corrió hacia ti cubriéndote con un abrazo y te dio el más amoroso de los besos.
            ¡Ésta era una sorpresa, amor! Por eso, no te consulté…
            Sentiste una contracción en las entrañas al escuchar a Cristina. La lividez en tú cara denotó la impresión  causada por la noticia. Una humedad lenta resbaló sobre las mejillas y conmovido, sonreíste con levedad antes de disculparte para introducirte a la recámara.
            Sentado en el borde de la cama, leíste nuevamente el resultado de la prueba de laboratorio:
            Azoospermia secretora:
 0% de espermatozoides en el semen

2 de abril de 2017