Convulsa relación
Gárgamel
FELIX Gallardo con dificultad hizo a un lado
el grueso cobertor y apoyándose sobre el codo izquierdo trató de levantarse; lo
consiguió al tercer intento. Sentado sobre el borde de la estrecha cama levantó
los brazos, sacudió bruscamente su artritis, que respondió con indignados
crujires sordos y lastimeros. Bostezó,
expeliendo al ambiente el fétido aroma de su particular averno y se levantó
para mirarse en el pequeño espejo de la cómoda. Frente al cruel escrutador alisó
la rala cabellera de pelo cano, y contempló sus vivaces ojos claros enmarcados
en un rostro ribeteado de arrugas.
Sonrió, permitiendo que ondularan hasta hacer evidentes los intersticios de su
dentadura. Plantado ante su triste figura, comenzó a rememorarse más joven.
Retrocedió el reloj de los recuerdos y el espejo fue reflejando imágenes de su
fisonomía en retrospectiva. Se contempló a los veinte años como estudiante de
filosofía en la universidad: su atuendo, peinado, amistades y el ambiente que
rodeaba el campus cercado por el edificio de la biblioteca con su imponente
mural de Juan O'Gorman. Y la vio caminar hacia él, deslizando su figura sobre
la alfombra verde de la naturaleza. Cerró los ojos para disfrutar el recuerdo.
Tomó la mano de Eloisa, se acercó a ella y le dio un tierno beso en la boca.
Los
recuerdos en el tiempo fluyen independientes a la velocidad que la mente
determina. Así de un noviazgo fugaz, pleno de amor, me ubicó el recuerdo en la
memoria de un matrimonio con varios años y dos hijos. La vida me distanciaba de
Eloisa porque nuestros proyectos y actividades tomaban caminos divergentes. Al
tratar de hacerlos coincidir, levantábamos la voz para escucharnos, y aunque
estuviéramos uno junto al otro, la distancia nos alejaba; nuestros corazones se
apartaban con cada discusión y Para cubrir esa distancia, debíamos gritar más
para escucharnos.
En
la oscuridad de unos párpados cerrados, la mente me lleva a la gran colisión
que empalmó caminos diferentes. Un viaje en auto para visitar a nuestros hijos
nos hizo terminar en el hospital como consecuencia de un choque contra otro
auto en la carretera. Salí con varias fracturas de los huesos, pero a Eloisa la
internaron inconsciente, en terapia intensiva. Ahí me di cuenta del amor tan
grande que sentía por ella y de lo errado de nuestra actuación en los últimos
años. Sentí que la perdía y que mi vida sin ella, no tenía razón de ser.
Comencé a visitarla diariamente, bajando la voz le platicaba, le recordaba
nuestros momentos felices. Nuestros hijos le hablaban al oído y comentaban su
vida. Meses después despertó y a partir de ahí conversábamos en voz baja, lo
que permitía que nuestros corazones se fueran acercando. Se aproximaron tanto,
que al salir del hospital, pactamos hablar muy quedo para que nuestro cariño se
acercara más cada día. Musitábamos nuestras pláticas, las escanciábamos con
alegría y ternura. Últimamente, no necesitamos hablar para mostrarnos el amor
tan grande que nos tenemos.
Volteé
hacia la cama, Eloisa dormía plácidamente. Eran las diez de la mañana y
teníamos una cita médica. Tomé aire y la llamé con toda la fuerza de mis
pulmones: ¡Eloisa, levántate!, ¡levántate!
cómo
respuesta, un sollozo y la voz balbuceante:
—¡Me
volviste a gritar!
—No,
mi amor. Es que No traes puestos tus aparatos de sordera...
24 de abril de 2017