domingo, 16 de abril de 2017

Viejo rabo verde

Viejo rabo verde

—Hola Blanquita, buenos días —saludó, inclinando el cuerpo hasta rozar levemente la cabellera larga de la secretaria; al hablar esparcía en el ambiente un tufo alcohólico rancio, pesado, agresivo, que la obligó a aguantar la respiración y voltear la cabeza hacia el lado contrario.       —        Buenos días, don Gustavo. El licenciado aún no llega, ¿se le ofrece algo?
            —No, Blanquita. Sólo pasé a saludarla y reiterarle mi invitación a cenar algún día de estos. Podemos ir a un restaurante elegante de los que están de moda...
            Con la cara seria y guardando la distancia, la secretaria contestó fríamente:
            Ya le dije que soy casada, no me interesa platicar con usted de otra cosa que no sea el trabajo; y  si sigue en esa actitud, lo acusaré de acoso sexual.
            La cautivadora sonrisa del rostro ajado por los años se congeló, desdibujándose lentamente hasta confundirse con las arrugas; la corbata, de llamativos colores, palideció ante el rubor del rostro, escondiendo su desencanto en las solapas azules del saco deportivo.
            Encorvado, se encaminó a su oficina; en el pasillo distinguió a María; recobró el porte y surgió espontánea la sonrisa rejuvenecida al admirar con ojos ávidos el movimiento ondulante de las caderas, el susurrar de los muslos con el vestido gris perla: delgado y elástico, que permitía percibir, remarcada en cada paso, su pequeña ropa interior. Precedían a María delicadas emanaciones que impregnaron el olfato de Gustavo de frescura juvenil y sensualidad. Recorriéndola de pies a cabeza, alcanzó a balbucir:
            —¡Hola, hermosa niña!, ¡quién fuera el ángel de tú guarda para cobijarte todo el día entre mis alas!
            —¡Ay, don Gustavo!  Usted siempre tan cursi. ¿Le dice piropos similares a su esposa?, o ¿sólo es una afición de oficina?
            —No, mi pequeña María, soy un conspicuo caballero andante en busca permanente de una dama a quien brindarle mis favores. ¿Le gusta bailar?, soy un connotado bailarín que le podría enseñar pacientemente todos los ritmos de la música moderna. ¿Quiere salir?
            —No, don Gustavo, en los lugares donde voy a bailar el ambiente comienza a las tres de la madrugada; y a esa hora, usted ya merendó, se enfundó en su pijama, durmió y está por despertar. Al seguir su camino, segura de que don Gustavo la observaba pensó:
            No cabe duda, el hombre es un animal de soledades*

La fiesta de fin de año se realizaba como de costumbre en el salón de fiestas del elegante hotel en el centro de la ciudad. En el ambiente destacaban los vestidos largos de colorido discreto, y buen gusto. Sin embargo, no faltaban los conjuntos cortos, que hacían lucir piernas torneadas, y aquellos que, por el organismo de las portadoras, parecían empaquetar regalos navideños.
            La felicidad por haber cumplido un año más en la empresa y la fe en que el próximo año se cumplieran los compromisos establecidos sobre las prestaciones, animaba la reunión. La música después de la cena subió de tono, la alegría desbordaba por la pista globos, sombreros y antifaces que danzaban en una atmósfera tropical, candente y sudorosa, liberando energía y emociones. Don Gustavo zascandileó toda la noche, de mesa en mesa, buscando pareja para bailar, con escasos resultados.
            Fastidiado, El tiempo bostezó y aceleró los últimos segundos;  los invitados, con las uvas en la mano y falsos propósitos en mente, contaron regresivamente las últimas fracciones de un año plagado de rutinas y claroscuros, compromisos incumplidos, y promesas desgastadas...
            ¡Cinco!... ¡cuatro!... ¡tres!... ¡dos!... ¡uno!... ¡Feliz Año Nuevo! La voz del locutor se confundió con la algarabía y los abrazos. Don Gustavo aprovechó la ocasión de ceñir entre sus brazos los cuerpos jóvenes de las secretarias y permaneció estrechándolas hasta que le eran arrebatadas.  Sintió un peso deslizarse por  el bolsillo del pantalón. Volteó hacia ambos lados para localizar al remitente, sin resultado. Llegó apresuradamente al baño, y hurgó en su bolsillo: la llave del cuarto 1204 y una nota:
            Don Gustavo:
         Me he sentido constantemente halagada por sus adorables galanteos. Me ruborizo de emoción cuando me saluda por la mañana, y pasó el día en la oficina, esperando se acerque y me dirija una de sus amables sonrisas. El carácter tímido y la educación conservadora, impedían declararle mis sentimientos. Pero el principal propósito para el año que comienza es cumplir con lo más ansiado, lo anhelado desde hace tanto tiempo...
         Como ansío que sea una sorpresa hasta el final de nuestro encuentro, si está de acuerdo, siga las instrucciones de ésta nota.
         anhelo tú presencia.
         Ardientemente, Sherezada.

            Presurosamente se dirigió a la suite 1204. Antes de entrar, en acatamiento de lo establecido empujo levemente la puerta y recogió una  banda negra depositada sobre un banquillo. La música tarda y pausada del pegajoso y lúbrico blues, calentó su ánimo e incrementó sus expectativas. Sudó de emoción al colocársela sobre los ojos y anudarla tras la cabeza.
            —Bienvenido —escuchó a la dulce voz decir—, desnúdate y reposa sobre la cama, en un momento te llevo la bebida; disfruta la música. La curiosidad de saber quién era la incógnita  le hizo imaginar la figura delgada de alguna muchacha del cuarto piso, en ropa interior. La emoción lo consumía, la lujuria lo impulsaba a imaginar a varias de ellas.
            Comenzó a sentir el ligero roce de una pluma sobre su cuerpo. O ¿serían los ligeros dedos de una mano femenina? Una voz que creyó identificar como la de María dijo con voz sensual: ven, acércate. Con los brazos al frente trató de apresarla. Alcanzó una mano, y el aroma floral saturó su olfato, exacerbándo sus impulsos. ¡Ahora,sí!... ¡Descúbrete!, escuchó.
            En el instante en que se quitó la venda de los ojos, fue sorprendido por un fuerte abrazo masculino y un beso en la boca en medio del resplandor destellante  de los flashes de cámaras fotográficas. Aturdido y cegado, sólo alcanzó a escuchar el correr de varías gentes y el sonido sordo de la puerta al cerrarse...
           
            —Gracias, Jesusa. Aquí tiene lo convenido.
            —De nada, doña,  ya sabe que me encuentra por las noches en Insurgentes.

           
*Rosario Castellanos.

            

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