Sonidos
de la oscuridad
Gárgamel
El lastimero
viento invernal, en su lamentable ulular, castigaba la casucha con sus ráfagas
frías, cortantes y húmedas, cargadas de emanaciones de la maresía que arañaban
la fachada buscando intersticios para infiltrar su gelidez. Acurrucados en un
recodo de la vetusta construcción y ateridos por el frío, Paula y yo soportábamos
empapados y temblorosos el vendaval. Nos cubríamos con costales y papel
recogidos en el sitio.
Nuestro velero había chocado con la
escollera a causa del fuerte viento y oleaje violento; con grandes dificultades
y vapuleados contra las rocas llegamos a la playa ensangrentados y
desfallecientes en la oscuridad de la neblinosa noche. La luna enmascarada, alumbraba
tímidamente el horizonte, y nos permitió distinguir una construcción a corta
distancia; casi a rastras, nos dirigimos a ella. Abandonada y prácticamente
destruida nos acogió en su desnudez con su techumbre de paja, horadada, quicios
vacíos, piso de arena y el lúgubre ambiente que enfatizaba nuestra tragedia. Un
refugio, que nos permitiría pasar la noche.
Al explorar el lugar, encontramos varios
costales en un rincón; nos desnudamos y arropamos con ellos. Con el frío calando
nuestras entrañas, juntamos los cuerpos en un abrazo tiritante. No podíamos
conciliar el sueño, nos sentíamos mareados, y con dolor de cabeza; más tarde,
nauseas, cólicos abdominales, y vómitos; en el caso de Paula, diarrea, que
transcurrió sin poder movernos por la debilidad en nuestros cuerpos.
Un endeble haz de luz iluminó mi
pecho, y mostró desvaídamente la etiqueta del producto que contuvieron los
costales: Malathion. El terror me invadió, estábamos intoxicados, y la
parálisis de nuestros cuerpos era parte del proceso.
Un leve quejido de Paula me llamó la
atención, y la escuché decir:
¾Horacio,
algo se mueve. Se oye como si se arrastrara algo.
Tras el ulular monótono del viento, el sonido
de un castañeteo constante que se acercaba, me inquietó: era como el choque
continuo de guijarros arrastrados por las olas. El ruido aumento poco a poco,
hasta opacar al ulular del viento.
Al bajar la mirada hacia mis pies,
pude observar en la penumbra una gran mancha móvil, que estaba por llegar a
nosotros.
Incapaz de moverme, le grité a Paula
que huyera, que tratara de escapar. Como respuesta, sólo escuché sus alaridos
cuando los artrópodos comenzaron a arrancarle pedazos de piel en las extremidades.
También, grité de dolor al ser desgarrado, y sentirlos avanzar sobre la piel
para alcanzar la parte superior de mi
cuerpo.
De soslayo alcancé a vislumbrar
varios cangrejos en los ojos de Paula, arrancando los glóbulos oculares e
introduciendo sus tenazas en las cuencas; otros, meterse por la boca hasta
provocar su asfixia…
Lo
último que recuerdo, fue ver las luces
de los faros de un auto iluminar las paredes de la construcción, escuchar en la
oscuridad pasos presurosos, y voces gritando nuestros nombres…
18 de febrero de 2018
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