domingo, 18 de febrero de 2018

Sonidos en la oscuridad

Sonidos de la oscuridad

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El lastimero viento invernal, en su lamentable ulular, castigaba la casucha con sus ráfagas frías, cortantes y húmedas, cargadas de emanaciones de la maresía que arañaban la fachada buscando intersticios para infiltrar su gelidez. Acurrucados en un recodo de la vetusta construcción y ateridos por el frío, Paula y yo soportábamos empapados y temblorosos el vendaval. Nos cubríamos con costales y papel recogidos en el sitio.
            Nuestro velero había chocado con la escollera a causa del fuerte viento y oleaje violento; con grandes dificultades y vapuleados contra las rocas llegamos a la playa ensangrentados y desfallecientes en la oscuridad de la neblinosa noche. La luna enmascarada, alumbraba tímidamente el horizonte, y nos permitió distinguir una construcción a corta distancia; casi a rastras, nos dirigimos a ella. Abandonada y prácticamente destruida nos acogió en su desnudez con su techumbre de paja, horadada, quicios vacíos, piso de arena y el lúgubre ambiente que enfatizaba nuestra tragedia. Un refugio, que nos permitiría pasar la noche.
            Al explorar el lugar, encontramos varios costales en un rincón; nos desnudamos y arropamos con ellos. Con el frío calando nuestras entrañas, juntamos los cuerpos en un abrazo tiritante. No podíamos conciliar el sueño, nos sentíamos mareados, y con dolor de cabeza; más tarde, nauseas, cólicos abdominales, y vómitos; en el caso de Paula, diarrea, que transcurrió sin poder movernos por la debilidad en nuestros cuerpos.
            Un endeble haz de luz iluminó mi pecho, y mostró desvaídamente la etiqueta del producto que contuvieron los costales: Malathion. El terror me invadió, estábamos intoxicados, y la parálisis de nuestros cuerpos era parte del proceso.
            Un leve quejido de Paula me llamó la atención, y la escuché decir:
            ¾Horacio, algo se mueve. Se oye como si se arrastrara algo.
             Tras el ulular monótono del viento, el sonido de un castañeteo constante que se acercaba, me inquietó: era como el choque continuo de guijarros arrastrados por las olas. El ruido aumento poco a poco, hasta opacar al ulular del viento.
            Al bajar la mirada hacia mis pies, pude observar en la penumbra una gran mancha móvil, que estaba por llegar a nosotros.
            Incapaz de moverme, le grité a Paula que huyera, que tratara de escapar. Como respuesta, sólo escuché sus alaridos cuando los artrópodos comenzaron a arrancarle pedazos de piel en las extremidades. También, grité de dolor al ser desgarrado, y sentirlos avanzar sobre la piel para alcanzar la parte superior de  mi cuerpo.
            De soslayo alcancé a vislumbrar varios cangrejos en los ojos de Paula, arrancando los glóbulos oculares e introduciendo sus tenazas en las cuencas; otros, meterse por la boca hasta provocar su asfixia…
           
Lo último que recuerdo, fue ver  las luces de los faros de un auto iluminar las paredes de la construcción, escuchar en la oscuridad pasos presurosos, y voces  gritando nuestros nombres…


 18 de febrero de 2018

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