domingo, 28 de octubre de 2018

Consejo


Consejo
Gárgamel

Su paciente, doctor.
¡Pasa, Pepe!, pasa. Creí que no te iba a ver hasta dentro de un mes…, en la boda.
No, Arturo, con mucha pena, ahora vengo a verte como médico, urólogo, y amigo.
Siéntate, por favor. ¡No me digas que te contagiaron!… eso sí sería ¡una bomba!
No, es otra cosa: Ya conoces mi carácter tímido y retraído; sabes que me he relacionado con pocas mujeres en mi vida y que ahora que a los cincuenta y tantos años he decidido casarme con Carmelita, tengo miedo a quedar mal en la relación. Siempre he tenido un problema con las mujeres: cuándo comienzo una acción íntima, me excito de tal forma que no me contengo y eyaculo en el momento más inesperado. ¡No puedo controlarme! ¡Nunca he completado un acto sexual!, por eso he huido de las relaciones sentimentales.
Déjame revisarte.
Después de hacer la exploración correspondiente, el facultativo escribió una receta y se dirigió a su amigo.
Mira Pepe, aparentemente todo está normal, y por lo que veo, puedo augurar a Carmelita una satisfactoria luna de miel. Hazte estos análisis y vuelve a verme. Sin embargo, yo considero que lo que tienes es psicosomático, la falta de control de tu mente sobre el cuerpo. Y al respecto, mi consejo es que mantengas el dominio de la pasión con la mente: el ejercicio consistiría en qué dividieras el acto amatorio por etapas, cada una con un valor determinado, para que al culminar en el clímax, la suma diera cien. La contabilidad deberá ser rítmica y pausada.
En fin, tienes un mes para practicar. ¡Buena suerte!
Entre caricias y arrumacos, llegaron al hotel después de larga travesía por una animada ceremonia religiosa y banquete de lujo: música, bebida y diversión, en abundancia y el acompañamiento hasta el cuarto, con porras y gritos de apoyo por parte de las amistades.
Abrieron la botella de Champagne, tomaron, entre besos tiernos y caricias superficiales, una copa”: uno… dos… tres… cuatro… cinco…” contó mentalmente, con las  pausas adecuadas.
¿Qué te parece si nos damos un baño y nos vestimos más ligeramente?, sugirió Carmelita.
            Pepe salió rápidamente del baño, estrenando su pijama de rayas. Sirvió dos copas del espumoso vino, encendió el reproductor con música lenta y esperó sentado la salida de su amada.
            Se abrió la puerta, una nube de vapor precedió a la salida de Carmelita en un negligé blanco, cuya transparencia dejaba ver el cuerpo delgado, los senos firmes y caderas amplias. Las rayas del pijama comenzaron a ondular ligeramente. Y cuando su mirada se fijó en el triángulo oscuro del deseo, el rayado se distendió en una improvisada carpa. Angustiado, Pepe continuó el ejercicio: “seis… siete… ocho… nueve…”
            Caminando lentamente hacia él, le llevó su copa y brindaron. Se besaron balanceando sus cuerpos al ritmo de la música: “diez… once… doce… trece…”
Carmelita dejó las copas en el buró y se tendió en la cama con las piernas semiabiertas, dejando que el negligé mostrara la parte superior de sus muslos y la pequeña braga que cubría con precariedad la zona oscura. Jaló hacia sí a Pepe, que al sentir el candente cuerpo moviéndose, se angustió: “catorce… quince… dieciséis… diecisiete…” El miembro, turgente, imploraba una satisfacción; la mente, conflictuada, exigía: ¡calma!
            Ella, con delicadeza hizo a un lado la orilla de su braga y exploró la bragueta…
“dieciocho… diecinueve… veinte…” Sincronizando un largo y enardecido beso, con un movimiento y fuerte impulso lo llevó dentro de ella. La desesperación se hizo evidente, su cuerpo se torno incontrolable, la mente exacerbada trataba de tomar el control: “veintiun… treinta… noven …y…”
            Un explosivo furor terminó con la cuenta y después de un orgasmo licencioso, cayó sobre sobre ella, recostando la cabeza  sobre su hombro, y derramando lágrimas avergonzadas por no haber logrado culminar la excitación de ambos satisfactoriamente.
            No te preocupes, amor, con el tiempo  yo te enseñaré a contar pausadamente…

            28 de octubre de 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

Picardía amarilla


Picardía amarilla


Gárgamel

Iba a entregar unos documentos al quinceavo piso del hotel Royal. Entré al ascensor y en cuanto se abrieron las puertas, un alud de “ojos rasgados” me replegó con sus cuerpos al fondo del lugar. Sin opción de movimiento y sosteniendo la carpeta contra mi costado, me arrinconé. Adosados, los turistas no dejaron espacios libres. Destacaban en el grupo las cámaras fotográficas, las gafas, y la sonrisa amistosa que repartían en derredor. Trataba de acomodarme cuando percibí tenuemente un exquisito aroma de perfume floral delante de mi, y ver a la altura de mis ojos, la sedosa cabellera negra balancearse y rozar mi nariz, con el acomodo de los cuerpos. Bajé la vista, y me cautivó el talle largo de la vecina terminado en unas cadera estrecha de nalgas respingonas curvándose por el efecto del movimiento, que acariciaban, eventualmente, mis muslos. Los pasajeros hablaban un idioma que no comprendía, ¾supongo que japonés¾ y yo respiraba cada vez más entrecortadamente por el nerviosismo de tener cerca de mi a una mujer hermosa. Mi imaginación acompañaba a la libido y comencé a acalorarme, sudar, y a concentrar la atención en percibir el roce de sus hermoso trasero cubierto por un delgado vestido estampado de seda, que me erotizó y enfatizó mi lujuria. El sentir sus ondulaciones rasarme sutilmente la virilidad, provocó una emoción voluptuosa y la erección, que ella sintió necesariamente. Volteó ligeramente su cara y sonrió. Sus pequeños ojos rasgados fulguraron con picardía y su tez amarillenta comenzó a sudar cuando exhalé, lentamente, mi vaho en sus orejas y nuca.
            De improviso, el elevador se estremeció y paró, se fue la luz, y comenzó la intranquilidad entre los ocupantes. Alguien  apretó el botón de alarma, y con voz que se impuso a la angustia, tranquilizó al grupo.
            Aprovechando la oscuridad le acerqué el cuerpo, y sentí la compresión de la musculatura de sus glúteos y el  inicio de un movimiento lento de la cadera. Me puse erecto y emané ligeramente vaho cada vez más cerca de ella, hasta tomar entre mis labios suavemente el lóbulo de su oreja, y succionarlo mientras lo acariciaba con mi lengua.  Pasó un momento y comencé a experimentar el furor agolpándose en el cerebro y al cuerpo responder con una rigidez apasionada, que ella acompañó apretando su musculatura hasta que la relajación hizo que reposara mi cabeza sobre su delgado cuello. Le di un beso cariñoso y como respuesta, descansó su espalda sobre mi pecho.
            Volvió la luz y el elevador reinició su ascenso. Ella volteó y sonrió nuevamente,  su tez amarillenta ahora tenía un rubor ligeramente rosado, clarificado por las chispas de sudor  matizando su cutis.
            Todos bajaron en el piso catorce. Al salir, ella se giró, besó su mano, y me  envió el ósculo con un guiño.
           
Salí del elevador… cubriéndome la ingle con la carpeta de documentos.