Consejo
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—Su paciente, doctor.
—¡Pasa, Pepe!, pasa. Creí que
no te iba a ver hasta dentro de un mes…, en la boda.
—No, Arturo, con mucha pena,
ahora vengo a verte como médico, urólogo, y amigo.
—Siéntate, por favor. ¡No me
digas que te contagiaron!… eso sí sería ¡una bomba!
—No, es otra cosa: Ya conoces
mi carácter tímido y retraído; sabes que me he relacionado con pocas mujeres en
mi vida y que ahora que a los cincuenta y tantos años he decidido casarme con
Carmelita, tengo miedo a quedar mal en la relación. Siempre he tenido un
problema con las mujeres: cuándo comienzo una acción íntima, me excito de tal
forma que no me contengo y eyaculo en el momento más inesperado. ¡No puedo
controlarme! ¡Nunca he completado un acto sexual!, por eso he huido de las
relaciones sentimentales.
—Déjame revisarte.
Después
de hacer la exploración correspondiente, el facultativo escribió una receta y
se dirigió a su amigo.
—Mira Pepe, aparentemente
todo está normal, y por lo que veo, puedo augurar a Carmelita una satisfactoria
luna de miel. Hazte estos análisis y vuelve a verme. Sin embargo, yo considero
que lo que tienes es psicosomático, la falta de control de tu mente sobre el
cuerpo. Y al respecto, mi consejo es que mantengas el dominio de la pasión con
la mente: el ejercicio consistiría en qué dividieras el acto amatorio por
etapas, cada una con un valor determinado, para que al culminar en el clímax,
la suma diera cien. La contabilidad deberá ser rítmica y pausada.
En
fin, tienes un mes para practicar. ¡Buena suerte!
Entre
caricias y arrumacos, llegaron al hotel después de larga travesía por una
animada ceremonia religiosa y banquete de lujo: música, bebida y diversión, en
abundancia y el acompañamiento hasta el cuarto, con porras y gritos de apoyo
por parte de las amistades.
Abrieron
la botella de Champagne, tomaron, entre
besos tiernos y caricias superficiales, una copa”: uno… dos… tres… cuatro…
cinco…” —contó mentalmente, con
las pausas adecuadas—.
—¿Qué te parece si nos damos
un baño y nos vestimos más ligeramente?, sugirió Carmelita.
Pepe salió rápidamente del baño, estrenando su pijama de
rayas. Sirvió dos copas del espumoso vino, encendió el reproductor con música
lenta y esperó sentado la salida de su amada.
Se abrió la puerta, una nube de vapor precedió a la
salida de Carmelita en un negligé
blanco, cuya transparencia dejaba ver el cuerpo delgado, los senos firmes y
caderas amplias. Las rayas del pijama comenzaron a ondular ligeramente. Y cuando
su mirada se fijó en el triángulo oscuro del deseo, el rayado se distendió en
una improvisada carpa. Angustiado, Pepe continuó el ejercicio: “seis… siete…
ocho… nueve…”
Caminando lentamente hacia él, le llevó su copa y
brindaron. Se besaron balanceando sus cuerpos al ritmo de la música: “diez…
once… doce… trece…”
Carmelita dejó las copas en
el buró y se tendió en la cama con las piernas semiabiertas, dejando que el
negligé mostrara la parte superior de sus muslos y la pequeña braga que cubría
con precariedad la zona oscura. Jaló hacia sí a Pepe, que al sentir el candente
cuerpo moviéndose, se angustió: “catorce… quince… dieciséis…
diecisiete…” El miembro, turgente, imploraba una satisfacción; la mente,
conflictuada, exigía: ¡calma!
Ella, con delicadeza hizo a un lado la orilla de su braga
y exploró la bragueta…
“dieciocho… diecinueve…
veinte…” Sincronizando un largo y enardecido beso, con un movimiento y fuerte
impulso lo llevó dentro de ella. La desesperación se hizo evidente, su cuerpo
se torno incontrolable, la mente exacerbada trataba de tomar el control:
“veintiun… treinta… noven …y…”
Un explosivo furor terminó con la cuenta y después de un
orgasmo licencioso, cayó sobre sobre ella, recostando la cabeza sobre su hombro, y derramando lágrimas
avergonzadas por no haber logrado culminar la excitación de ambos
satisfactoriamente.
—No te preocupes, amor, con
el tiempo yo te enseñaré a contar
pausadamente…
28 de octubre de 2018
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