Picardía
amarilla
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Iba a entregar unos
documentos al quinceavo piso del hotel Royal. Entré al ascensor y en cuanto se
abrieron las puertas, un alud de “ojos rasgados” me replegó con sus cuerpos al
fondo del lugar. Sin opción de movimiento y sosteniendo la carpeta contra mi
costado, me arrinconé. Adosados, los turistas no dejaron espacios libres.
Destacaban en el grupo las cámaras fotográficas, las gafas, y la sonrisa
amistosa que repartían en derredor. Trataba de acomodarme cuando percibí
tenuemente un exquisito aroma de perfume floral delante de mi, y ver a la
altura de mis ojos, la sedosa cabellera negra balancearse y rozar mi nariz, con
el acomodo de los cuerpos. Bajé la vista, y me cautivó el talle largo de la
vecina terminado en unas cadera estrecha de nalgas respingonas curvándose por el
efecto del movimiento, que acariciaban, eventualmente, mis muslos. Los
pasajeros hablaban un idioma que no comprendía, ¾supongo
que japonés¾ y yo respiraba cada vez más
entrecortadamente por el nerviosismo de tener cerca de mi a una mujer hermosa. Mi
imaginación acompañaba a la libido y comencé a acalorarme, sudar, y a
concentrar la atención en percibir el roce de sus hermoso trasero cubierto por
un delgado vestido estampado de seda, que me erotizó y enfatizó mi lujuria. El
sentir sus ondulaciones rasarme sutilmente la virilidad, provocó una emoción voluptuosa
y la erección, que ella sintió necesariamente. Volteó ligeramente su cara y
sonrió. Sus pequeños ojos rasgados fulguraron con picardía y su tez amarillenta
comenzó a sudar cuando exhalé, lentamente, mi vaho en sus orejas y nuca.
De improviso, el elevador se estremeció y paró, se fue la
luz, y comenzó la intranquilidad entre los ocupantes. Alguien apretó el botón de alarma, y con voz que se
impuso a la angustia, tranquilizó al grupo.
Aprovechando la oscuridad le acerqué el cuerpo, y sentí la
compresión de la musculatura de sus glúteos y el inicio de un movimiento lento de la cadera.
Me puse erecto y emané ligeramente vaho cada vez más cerca de ella, hasta tomar
entre mis labios suavemente el lóbulo de su oreja, y succionarlo mientras lo
acariciaba con mi lengua. Pasó un
momento y comencé a experimentar el furor agolpándose en el cerebro y al cuerpo
responder con una rigidez apasionada, que ella acompañó apretando su
musculatura hasta que la relajación hizo que reposara mi cabeza sobre su
delgado cuello. Le di un beso cariñoso y como respuesta, descansó su espalda
sobre mi pecho.
Volvió la luz y el elevador reinició su ascenso. Ella volteó
y sonrió nuevamente, su tez amarillenta
ahora tenía un rubor ligeramente rosado, clarificado por las chispas de
sudor matizando su cutis.
Todos bajaron en el piso catorce. Al salir, ella se giró,
besó su mano, y me envió el ósculo con
un guiño.
Salí del elevador… cubriéndome
la ingle con la carpeta de documentos.
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