sábado, 20 de octubre de 2018

Picardía amarilla


Picardía amarilla


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Iba a entregar unos documentos al quinceavo piso del hotel Royal. Entré al ascensor y en cuanto se abrieron las puertas, un alud de “ojos rasgados” me replegó con sus cuerpos al fondo del lugar. Sin opción de movimiento y sosteniendo la carpeta contra mi costado, me arrinconé. Adosados, los turistas no dejaron espacios libres. Destacaban en el grupo las cámaras fotográficas, las gafas, y la sonrisa amistosa que repartían en derredor. Trataba de acomodarme cuando percibí tenuemente un exquisito aroma de perfume floral delante de mi, y ver a la altura de mis ojos, la sedosa cabellera negra balancearse y rozar mi nariz, con el acomodo de los cuerpos. Bajé la vista, y me cautivó el talle largo de la vecina terminado en unas cadera estrecha de nalgas respingonas curvándose por el efecto del movimiento, que acariciaban, eventualmente, mis muslos. Los pasajeros hablaban un idioma que no comprendía, ¾supongo que japonés¾ y yo respiraba cada vez más entrecortadamente por el nerviosismo de tener cerca de mi a una mujer hermosa. Mi imaginación acompañaba a la libido y comencé a acalorarme, sudar, y a concentrar la atención en percibir el roce de sus hermoso trasero cubierto por un delgado vestido estampado de seda, que me erotizó y enfatizó mi lujuria. El sentir sus ondulaciones rasarme sutilmente la virilidad, provocó una emoción voluptuosa y la erección, que ella sintió necesariamente. Volteó ligeramente su cara y sonrió. Sus pequeños ojos rasgados fulguraron con picardía y su tez amarillenta comenzó a sudar cuando exhalé, lentamente, mi vaho en sus orejas y nuca.
            De improviso, el elevador se estremeció y paró, se fue la luz, y comenzó la intranquilidad entre los ocupantes. Alguien  apretó el botón de alarma, y con voz que se impuso a la angustia, tranquilizó al grupo.
            Aprovechando la oscuridad le acerqué el cuerpo, y sentí la compresión de la musculatura de sus glúteos y el  inicio de un movimiento lento de la cadera. Me puse erecto y emané ligeramente vaho cada vez más cerca de ella, hasta tomar entre mis labios suavemente el lóbulo de su oreja, y succionarlo mientras lo acariciaba con mi lengua.  Pasó un momento y comencé a experimentar el furor agolpándose en el cerebro y al cuerpo responder con una rigidez apasionada, que ella acompañó apretando su musculatura hasta que la relajación hizo que reposara mi cabeza sobre su delgado cuello. Le di un beso cariñoso y como respuesta, descansó su espalda sobre mi pecho.
            Volvió la luz y el elevador reinició su ascenso. Ella volteó y sonrió nuevamente,  su tez amarillenta ahora tenía un rubor ligeramente rosado, clarificado por las chispas de sudor  matizando su cutis.
            Todos bajaron en el piso catorce. Al salir, ella se giró, besó su mano, y me  envió el ósculo con un guiño.
           
Salí del elevador… cubriéndome la ingle con la carpeta de documentos.

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