domingo, 25 de noviembre de 2018

Pasión tardía



Pasión tardía

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Toma tu copa y bebe,

 que mañana no habrá vino ni en tu copa ,

 ni en la mía.

Alberto Ángel Montoya

Una bofetada de aire caliente nos recibió al bajar del avión, el ambiente húmedo del trópico cercó nuestros cuerpos abochornándolos, y la ardiente tarde entretenida en reflejar las superficies metálicas, vaporizó el pavimento con esfumada calima, resguardando el caminar hasta el edificio central del aeropuerto. El clima artificial nos  refrescó, y mientras esperábamos el taxi para ir al hotel, agradecí mentalmente la sorpresa del viaje a la playa preparado con esmero por Adelina. También, el esfuerzo por mantener boyante nuestro matrimonio a través de los años a pesar de las vicisitudes. ¡Sí, todo perfecto, sólo que en la relación faltaba emotividad, erotismo, y tal vez algo de impudicia! ¾pensé ¾.  La pasión la habíamos olvidado en algún lugar oscuro, difícil de encontrar; al mismo sitio, se  envió el cortejo sexual y la respuesta seductora estimulante de la libido e impulsora del arte amatorio. Las circunstancias las habían reemplazado por la comodidad y costumbre. Una noche, recostados en la cama, descansamos los libros y con cierta circunspección, abordamos el tema. Después de largo diagnóstico, incluidas culpas, equivocaciones y torpezas, comentamos: 

“¡El sexo es importante en nuestra relación, no importa la edad!... La diferencia no está en el qué,  sino en el cómo…”



Los reflejos dorados del sol se extendían sobre el mar calmo, confundidos en el horizonte naranja en plena despedida; la reverberación dejaba en nuestro caminar, efímeras sombras largas en las huellas que el agua en poco tiempo, borraría.

              Nos vestimos elegantemente para la cena, y antes de salir, tomé mi vigorizante pastilla azul.

Entramos al restaurante elegante, cuyo ambiente a media luz, invitaba a la intimidad y dónde un conjunto tocaba música lenta y cadenciosa, un jazz pegajoso que se untaba a los cuerpos. Mientras bailaba muy cercano a Adelina, casi sin movernos, sentí la parte baja de su cuerpo rozarme, y reaccioné firmemente. Al terminar la pieza, regresamos a la mesa, y agradecí a la oscuridad del lugar ocultar mi excitación. Mientras cenábamos, Adelina llamó al mesero y le entregó un papel. Cuando destaparon la segunda botella de vino, escuché de la voz del cantante:

              …Perfume de gardenias tiene tu boca,

 bellísimos destellos de luz en tu mirar…”

La tomé de la mano y la llevé a la pista a disfrutar la remembranza de la canción que habíamos echo nuestra cuando nos conocimos.

En una comunión de sentimientos a flor de piel, nos deslizamos escuchando:

…Tu risa es una rima de alegres notas,

se mueven tus cabellos cual ondas en el mar…”

Las copas de vino tinto agilizaron nuestra conversación y las risas por recuerdos, amenizaron el momento.

Estaba erotizado y, cuando trajeron el postre, mis pensamientos acariciaron las partes íntimas de Adelina en esa porción de mamey, rojo y dulce que se fundió al comprimirlo lentamente con mi lengua en el paladar. Ya no podía más, mi agitación no me permitía seguir ahí. Firmé la cuenta y salimos abrazados y canturreando:

“…Perfume de gardenias tiene tu boca,

perfume de gardenias, perfume del amor…”

              Llegamos al cuarto y ella me pidió un momento para irse a cambiar, entró al baño y yo, mientras, me puse mi pijama y reposé en el lecho, tratando de atemperar la desesperación por tomar a mi esposa a la brevedad, y hacerle el amor con el ánimo juvenil proporcionado por mi energizante. Tardó… tardó… tardó… Por fin, entre la bruma, la vi salir como en la noche de bodas: con el negligé blanco escasamente ocultando sus hermosas formas. Caminó balanceando los senos en cada paso y mostrando sutilmente el triángulo oscuro del pubis tras de las bragas. ¡No lo podía creer, era igual que hace treinta años! Yo estaba más firme que un soldado saludando a la bandera… Se acercó y me besó tiernamente en la boca.

              Cuando desperté, Adelina aún estaba ahí… con su negligé negro y el hermoso cuerpo que he acariciado y besado durante tantos años.

25 de noviembre de 2018

lunes, 5 de noviembre de 2018

El fuego de los sentidos



El fuego de los sentidos
(Luna amarga)*
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Desde la barandilla de cubierta del majestuoso barco, Fiona y Nigel observaban el ascenso de los viajeros que harían con ellos el crucero de Estambul a Bombay. Comentaban entusiasmados las características de los pasajeros que iban abordando. Les llamó particularmente la atención el ascenso de una mujer joven, de cuerpo esbelto y cabellera rubia descansando en los hombros, cuyo traje sastre azul pálido modelaba su elegante figura, y los guantes largos del mismo color, le daban el toque de distinción que orgullosamente portaba. La precedía un mozo empujando la silla de ruedas que transportaba a un hombre maduro, de sombrero y traje gris, que cubría sus piernas con una manta.
            Nigel se recargó en la baranda, y alisándose el cabello que la brisa tercamente alborotaba, le comentó a Fiona:
¡Cuántas historias abordan el barco!, cada persona, una novela; sus rostros son máscaras mostrando realidades fingidas esperando cubrir una carencia o alguna ilusión, ¿no?
Tal vez como nosotros, cariño. Buscando renovar la pasión que la rutina de la vida diaria ha desgastado; un ejercicio, que lave las costras de costumbres que inmovilizan nuestra relación. Pero, vayamos al camarote a acomodar el equipaje, antes de la cena.

Vestidos elegantemente llegaron al salón comedor, y escoltados por el murmullo sordo de las pláticas, risas apagadas, y música suave, los condujeron a la mesa designada. Se presentaron ante las cuatro parejas que completaban la compañía, destacando entre ellas la del hombre maduro, lisiado, llamado Oscar y su joven esposa, Mimí. Al verla tan cercana, Nigel no pudo ocultar la gran atracción que le producía y sin dejar de mirar su sonrisa, se sentó, absorto en ella. La plática de las dos parejas pasó de las generalidades, al conocimiento de sus vidas. Oscar, como narrador de historias que era, dominaba la conversación. Comentó cómo conoció a Mimí, de estudiante de preparatoria: de tenis, pantalones de mezclilla y chamarra, en un transporte público. Él anotaba algo en un libro que leía, y ella le preguntó sobre la nota. Al despedirse, ella le pidió el número de su teléfono y, en una semana comenzaron una relación tórrida.
Entusiasmado por la descripción erótica de la relación íntima de Oscar,  el amanecer los alcanzó en el bar. Nigel comenzó a acudir al camarote de Oscar por las noches para escuchar la historia de su relación romántica, pero con el avieso deseo de encontrar a Mimí. En efecto, ella lo recibía muy cariñosamente ante la complacencia implícita del marido, jugueteaba un rato con él y después los dejaba para visitar a Fiona.
Durante las conversaciones, Oscar le platicaba cómo ese amor pasional llegó al clímax: Ella inventaba juegos y él aceptando los caprichos sexuales de ella, perdió la dignidad y terminó aceptando ser sometido y abusado. La imagen de Mimí fue cambiando para Nigel,  haciéndose más deseable.
Una noche, después de algunos tragos, Oscar le platicó cómo había quedado lisiado: conducía su auto y chocó contra un autobús en la carretera, Mimí fue a verlo al hospital. Estaba colocado de manera vulnerable en la cama, con fracturas múltiples: lo tomó de la mano, arrojándolo al suelo, provocándole la escisión de la médula  y consecuentemente, la invalidez. Ella le dijo, sonriendo: “tengo dos noticias, mi amor:  la buena, es que estas invalido… y la mala, que yo me hare cargo de ti”. Llorando, Oscar le confesó que a partir de ahí él se convierte en un objeto de placer sexual para Mimí, al grado de tomarlo de testigo de un baile sensual de su esposa con un amigo, frente a él, y observar su excitación, su pasión y finalmente, ver  el acto sexual frente a él.
Lo peor, Nigel, es que eso me excitó.
Sin saber que decir, Nigel abandonó el camarote, se encontró a Mimí en el pasillo y sólo la saludó superficialmente.

La última noche del crucero, y la cena de despedida. El capitán presidía la mesa y las dos parejas, entre otras, convivían con él. La música alegre invitaba a bailar. Nigel y Oscar platicaban entretenidamente y las mujeres escuchaban la charla con cierto tedio. Mimí motivó a Fiona a bailar, y pasaron un tiempo largo haciéndolo, mientras los señores bebían y platicaban en la mesa; de la música alegre que cansó a la mayoría de las parejas, pasaron a los ritmos lentos. La luz se hizo tenue y el ritmo pausado…
Cuando la iluminación volvió, Nigel preguntó por ellas.
Se han debido ir a dormir, señaló Oscar. ¿Por qué no visitas a Mimí, seguro dejó la puerta entornada…? Yo voy a tomarme una copa más.
Con el ánimo exaltado por el deseo, transitó apresuradamente hacia el camarote de Mimí; al llegar, comprobó que efectivamente la puerta no tenía seguro. Entró sigilosamente y se desvistió, caminó hacia la cama y encendió la luz, para sorprender a Mimí. Después del resplandor… ¡Los cuerpos de las dos mujeres desnudas y entrelazados, las cabelleras confundidas en sus rostros, cubriendo la pasión de un largo beso!
*Película Luna amarga. Román Polansky 1999