Pasión
tardía
Gárgamel
Toma tu copa y bebe,
que mañana no habrá vino ni en tu copa ,
ni en la mía.
Alberto Ángel Montoya
Una bofetada de aire caliente nos recibió
al bajar del avión, el ambiente húmedo del trópico cercó nuestros cuerpos abochornándolos,
y la ardiente tarde entretenida en reflejar las superficies metálicas, vaporizó
el pavimento con esfumada calima, resguardando el caminar hasta el edificio
central del aeropuerto. El clima artificial nos refrescó, y mientras esperábamos el taxi para
ir al hotel, agradecí mentalmente la sorpresa del viaje a la playa preparado con
esmero por Adelina. También, el esfuerzo por mantener boyante nuestro
matrimonio a través de los años a pesar de las vicisitudes. ¡Sí, todo perfecto,
sólo que en la relación faltaba emotividad, erotismo, y tal vez algo de
impudicia! ¾pensé ¾. La
pasión la habíamos olvidado en algún lugar oscuro, difícil de encontrar; al
mismo sitio, se envió el cortejo sexual
y la respuesta seductora estimulante de la libido e impulsora del arte
amatorio. Las circunstancias las habían reemplazado por la comodidad y
costumbre. Una noche, recostados en la cama, descansamos los libros y con
cierta circunspección, abordamos el tema. Después de largo diagnóstico,
incluidas culpas, equivocaciones y torpezas, comentamos:
“¡El sexo es importante
en nuestra relación, no importa la edad!... La diferencia no está en el qué, sino en el cómo…”
Los reflejos dorados del sol se extendían
sobre el mar calmo, confundidos en el horizonte naranja en plena despedida; la
reverberación dejaba en nuestro caminar, efímeras sombras largas en las huellas
que el agua en poco tiempo, borraría.
Nos
vestimos elegantemente para la cena, y antes de salir, tomé mi vigorizante pastilla azul.
Entramos al restaurante elegante, cuyo
ambiente a media luz, invitaba a la intimidad y dónde un conjunto tocaba música
lenta y cadenciosa, un jazz pegajoso que se untaba a los cuerpos. Mientras
bailaba muy cercano a Adelina, casi sin movernos, sentí la parte baja de su
cuerpo rozarme, y reaccioné firmemente. Al terminar la pieza, regresamos a la
mesa, y agradecí a la oscuridad del lugar ocultar mi excitación. Mientras
cenábamos, Adelina llamó al mesero y le entregó un papel. Cuando destaparon la
segunda botella de vino, escuché de la voz del cantante:
“…Perfume de gardenias tiene tu boca,
bellísimos
destellos de luz en tu mirar…”
La tomé de la
mano y la llevé a la pista a disfrutar la remembranza de la canción que
habíamos echo nuestra cuando nos conocimos.
En una comunión
de sentimientos a flor de piel, nos deslizamos escuchando:
“…Tu risa es una rima de alegres notas,
se mueven tus cabellos cual ondas en el mar…”
Las copas de
vino tinto agilizaron nuestra conversación y las risas por recuerdos,
amenizaron el momento.
Estaba
erotizado y, cuando trajeron el postre, mis pensamientos acariciaron las partes
íntimas de Adelina en esa porción de mamey, rojo y dulce que se fundió al
comprimirlo lentamente con mi lengua en el paladar. Ya no podía más, mi
agitación no me permitía seguir ahí. Firmé la cuenta y salimos abrazados y
canturreando:
“…Perfume de gardenias tiene tu boca,
perfume de gardenias, perfume del amor…”
Llegamos al cuarto y ella me pidió un momento para
irse a cambiar, entró al baño y yo, mientras, me puse mi pijama y reposé en el
lecho, tratando de atemperar la desesperación por tomar a mi esposa a la
brevedad, y hacerle el amor con el ánimo juvenil proporcionado por mi
energizante. Tardó… tardó… tardó… Por fin, entre la bruma, la vi salir como en
la noche de bodas: con el negligé blanco escasamente ocultando sus hermosas
formas. Caminó balanceando los senos en cada paso y mostrando sutilmente el
triángulo oscuro del pubis tras de las bragas. ¡No lo podía creer, era igual que
hace treinta años! Yo estaba más firme que un soldado saludando a la bandera… Se
acercó y me besó tiernamente en la boca.
Cuando desperté, Adelina aún estaba
ahí… con su negligé negro y el hermoso cuerpo que he acariciado y besado durante
tantos años.
25 de noviembre
de 2018
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