lunes, 5 de noviembre de 2018

El fuego de los sentidos



El fuego de los sentidos
(Luna amarga)*
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Desde la barandilla de cubierta del majestuoso barco, Fiona y Nigel observaban el ascenso de los viajeros que harían con ellos el crucero de Estambul a Bombay. Comentaban entusiasmados las características de los pasajeros que iban abordando. Les llamó particularmente la atención el ascenso de una mujer joven, de cuerpo esbelto y cabellera rubia descansando en los hombros, cuyo traje sastre azul pálido modelaba su elegante figura, y los guantes largos del mismo color, le daban el toque de distinción que orgullosamente portaba. La precedía un mozo empujando la silla de ruedas que transportaba a un hombre maduro, de sombrero y traje gris, que cubría sus piernas con una manta.
            Nigel se recargó en la baranda, y alisándose el cabello que la brisa tercamente alborotaba, le comentó a Fiona:
¡Cuántas historias abordan el barco!, cada persona, una novela; sus rostros son máscaras mostrando realidades fingidas esperando cubrir una carencia o alguna ilusión, ¿no?
Tal vez como nosotros, cariño. Buscando renovar la pasión que la rutina de la vida diaria ha desgastado; un ejercicio, que lave las costras de costumbres que inmovilizan nuestra relación. Pero, vayamos al camarote a acomodar el equipaje, antes de la cena.

Vestidos elegantemente llegaron al salón comedor, y escoltados por el murmullo sordo de las pláticas, risas apagadas, y música suave, los condujeron a la mesa designada. Se presentaron ante las cuatro parejas que completaban la compañía, destacando entre ellas la del hombre maduro, lisiado, llamado Oscar y su joven esposa, Mimí. Al verla tan cercana, Nigel no pudo ocultar la gran atracción que le producía y sin dejar de mirar su sonrisa, se sentó, absorto en ella. La plática de las dos parejas pasó de las generalidades, al conocimiento de sus vidas. Oscar, como narrador de historias que era, dominaba la conversación. Comentó cómo conoció a Mimí, de estudiante de preparatoria: de tenis, pantalones de mezclilla y chamarra, en un transporte público. Él anotaba algo en un libro que leía, y ella le preguntó sobre la nota. Al despedirse, ella le pidió el número de su teléfono y, en una semana comenzaron una relación tórrida.
Entusiasmado por la descripción erótica de la relación íntima de Oscar,  el amanecer los alcanzó en el bar. Nigel comenzó a acudir al camarote de Oscar por las noches para escuchar la historia de su relación romántica, pero con el avieso deseo de encontrar a Mimí. En efecto, ella lo recibía muy cariñosamente ante la complacencia implícita del marido, jugueteaba un rato con él y después los dejaba para visitar a Fiona.
Durante las conversaciones, Oscar le platicaba cómo ese amor pasional llegó al clímax: Ella inventaba juegos y él aceptando los caprichos sexuales de ella, perdió la dignidad y terminó aceptando ser sometido y abusado. La imagen de Mimí fue cambiando para Nigel,  haciéndose más deseable.
Una noche, después de algunos tragos, Oscar le platicó cómo había quedado lisiado: conducía su auto y chocó contra un autobús en la carretera, Mimí fue a verlo al hospital. Estaba colocado de manera vulnerable en la cama, con fracturas múltiples: lo tomó de la mano, arrojándolo al suelo, provocándole la escisión de la médula  y consecuentemente, la invalidez. Ella le dijo, sonriendo: “tengo dos noticias, mi amor:  la buena, es que estas invalido… y la mala, que yo me hare cargo de ti”. Llorando, Oscar le confesó que a partir de ahí él se convierte en un objeto de placer sexual para Mimí, al grado de tomarlo de testigo de un baile sensual de su esposa con un amigo, frente a él, y observar su excitación, su pasión y finalmente, ver  el acto sexual frente a él.
Lo peor, Nigel, es que eso me excitó.
Sin saber que decir, Nigel abandonó el camarote, se encontró a Mimí en el pasillo y sólo la saludó superficialmente.

La última noche del crucero, y la cena de despedida. El capitán presidía la mesa y las dos parejas, entre otras, convivían con él. La música alegre invitaba a bailar. Nigel y Oscar platicaban entretenidamente y las mujeres escuchaban la charla con cierto tedio. Mimí motivó a Fiona a bailar, y pasaron un tiempo largo haciéndolo, mientras los señores bebían y platicaban en la mesa; de la música alegre que cansó a la mayoría de las parejas, pasaron a los ritmos lentos. La luz se hizo tenue y el ritmo pausado…
Cuando la iluminación volvió, Nigel preguntó por ellas.
Se han debido ir a dormir, señaló Oscar. ¿Por qué no visitas a Mimí, seguro dejó la puerta entornada…? Yo voy a tomarme una copa más.
Con el ánimo exaltado por el deseo, transitó apresuradamente hacia el camarote de Mimí; al llegar, comprobó que efectivamente la puerta no tenía seguro. Entró sigilosamente y se desvistió, caminó hacia la cama y encendió la luz, para sorprender a Mimí. Después del resplandor… ¡Los cuerpos de las dos mujeres desnudas y entrelazados, las cabelleras confundidas en sus rostros, cubriendo la pasión de un largo beso!
*Película Luna amarga. Román Polansky 1999



  
           
 

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