lunes, 25 de febrero de 2019

La hoja en blanco (mini ficción)


La hoja en blanco



Gárgamel



Llevaba un buen rato concentrándome en Una hoja para imaginar el relato que debía entregar al día siguiente, la luz que se filtraba a través de la ventana era interrumpida eventualmente por a sombra de una rama. A la penumbra se agregó una ave, estaba haciendo su nido; rápidamente  relacioné su esfuerzo con el mío al estar pagando la hipoteca de mi departamento. Concluí con cierta decepción de que él si la habitaría, sin temor a que se la recogieran por falta de pago.


viernes, 22 de febrero de 2019

¡Nunca más!





¡Nunca más!

Gárgamel

Lo vio llegar al quicio de la lumbrera en la torre barbacana del Castillo; plegó sus alas, mostrando  el tornasol de un plumaje negro azuloso que contrastaba con los haces plateados y fríos del plenilunio inviernal filtrándose entre los barrotes oxidados de la celda, y escobar con tenue luz, su cuerpo acurrucado. Aterida por el frío, cubierta con andrajosa vestimenta, alcanzó a verlo de reojo: No era un ave normal, era feo y viejo; su mirada fija parecía lanzar destellos que la incitaban a acercarse. El cuervo, depositó la semilla que traía en el pico y volteó hacia dónde se encontraba la hechicera, emitiendo un graznido estremecedor.

La habían apresado en su choza, se encargaba de desalojar los espíritus del mal del cuerpo de algunos aldeanos. Los Comisarios para la Doctrina de la Fe la acusaron de practicar la brujería. Era la tercera vez que la atrapaban, las dos anteriores, había escapado al amparo de la población.
Confiada en la protección de Paracelso, el hechicero rector de su actividad, imploró su ayuda, con la seguridad de que no la abandonaría.
Ante la fatalidad de ser quemada al día siguiente, pensó:
Es intentando lo imposible como se realiza lo posible*
Y, con temor, se hincó frente a la vieja ave sumergida en la intensidad del frío, y oró por su salvación.
“Mi bienhechor quiere permitirme escapar por la lumbrera, convertida en ave”, pensó.
Cobijada por la oscuridad, y con voz firme, se dirigió a la figura tornasolada, que iluminada al traluz, emulaba una deidad.

Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dijo-
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.**

Con una sonrisa de triunfo del ajado rostro, presumiendo que nunca más sería detenida, se acercó al cuervo, tomó la semilla, la llevo a la boca y la deglutió…
Los sufrimientos, estertores y convulsiones, duraron poco. El blanco haz del plenilunio invernal, cubrió el inánime cuerpo con una fría sábana mortuoria.
El cuervo, antes de partir, grajeó… ¡Nunca más!


*Henry Barbusse
** Poema El Cuervo, Edgar Allan Poe

17 de febrero de 2019




Soledad acompañada



Soledad acompañada

Gárgamel

El cielo protegía la despedida con un llanto triste; encorvado, con las manos dentro de la gabardina y el permanente sombrero cubriendo la cabeza, Eduardo escurría el dolor líquido que empapaba su vestimenta observando al pie de la fosa a dos trabajadores cubriendo cincuenta años de felicidad compartida. La angustia se reflejaba en el rostro confundido,  abrumado,  enfurecido contra el destino, y al mismo tiempo, temeroso al vislumbrar un futuro incierto, sin objetivos ni ilusiones.   
Ante la tumba, resguardado  por el lamento húmedo de la naturaleza que resbalaba por el cuerpo, rememoró pasajes de la vida con Adela: acontecimientos, emociones y pasiones que impregnadas en su ser, degustaba o sufría como si estuvieran aconteciendo en la actualidad ¾porque al final de la morada, a diferencia de los animales, el humano coexiste fundamentalmente con los recuerdos¾. “Vivimos como soñamos, solos”*, concluyó.
Horas después, sin conciencia del tiempo transcurrido abandonó el cementerio, doblado por la carga de las evocaciones y el dolor sordo en el pecho, que se había incorporado a su padecer desde el fallecimiento de Adela. Caminó sin rumbo fijo, con la inconsciencia marcada en cada paso, y obviando con torpeza transeúntes, deambuló hasta un parque de añosos árboles cercado de arbustos y flores. Sentado y, ensimismado, no notó la presencia hasta que se posó frente a él: los  ojos azules que resaltaban por la blancura del  pelo guiñaban eventualmente como si lo saludaran; parecía que la tristeza de Eduardo lo intrigara; las orejas triangulares de base rosada, seguían el movimiento oblicuo de la cabeza, como preguntando la causa de desazón. Después de un rato de observarlo caminó hacia él con la cola levantada y se restregó lentamente a su pierna antes de asentarse al lado. Sorprendido agradablemente, pasó la mano con suavidad sobre el lomo y sintió la satisfacción del en el leve ronroneo.
Agradeciendo el olvido por breves instantes de la pena, se levantó y emprendió lentamente el regreso a casa. Habría caminado un tramo largo, cuando se sintió extraño, como si alguien lo viera a la espalda para llamar su atención. Volteó, y la mirada fija de aquellos ojos azules se clavó en él. Se estremeció, al intuir que era un mensaje. Siguió andando, seguro de que el acompañante lo secundaría. Llegó al edificio, abrió el portón y subieron las escaleras. El animal se adelantó y lo esperó en la puerta del departamento ¾¿cómo intuiría el lugar exacto?¾, discurrió. Entraron al recibidor, y el felino se restregó dos veces más en sus piernas. Al colgar la gabardina, observó con excitación y sorpresa la luna del perchero…  ¡“Estoy solo!, ¡no hay nadie en el espejo!”**
 
* Joseph Conrad
**Jorge Luis Borges

22 de Febrero de 2019