viernes, 22 de febrero de 2019

Soledad acompañada



Soledad acompañada

Gárgamel

El cielo protegía la despedida con un llanto triste; encorvado, con las manos dentro de la gabardina y el permanente sombrero cubriendo la cabeza, Eduardo escurría el dolor líquido que empapaba su vestimenta observando al pie de la fosa a dos trabajadores cubriendo cincuenta años de felicidad compartida. La angustia se reflejaba en el rostro confundido,  abrumado,  enfurecido contra el destino, y al mismo tiempo, temeroso al vislumbrar un futuro incierto, sin objetivos ni ilusiones.   
Ante la tumba, resguardado  por el lamento húmedo de la naturaleza que resbalaba por el cuerpo, rememoró pasajes de la vida con Adela: acontecimientos, emociones y pasiones que impregnadas en su ser, degustaba o sufría como si estuvieran aconteciendo en la actualidad ¾porque al final de la morada, a diferencia de los animales, el humano coexiste fundamentalmente con los recuerdos¾. “Vivimos como soñamos, solos”*, concluyó.
Horas después, sin conciencia del tiempo transcurrido abandonó el cementerio, doblado por la carga de las evocaciones y el dolor sordo en el pecho, que se había incorporado a su padecer desde el fallecimiento de Adela. Caminó sin rumbo fijo, con la inconsciencia marcada en cada paso, y obviando con torpeza transeúntes, deambuló hasta un parque de añosos árboles cercado de arbustos y flores. Sentado y, ensimismado, no notó la presencia hasta que se posó frente a él: los  ojos azules que resaltaban por la blancura del  pelo guiñaban eventualmente como si lo saludaran; parecía que la tristeza de Eduardo lo intrigara; las orejas triangulares de base rosada, seguían el movimiento oblicuo de la cabeza, como preguntando la causa de desazón. Después de un rato de observarlo caminó hacia él con la cola levantada y se restregó lentamente a su pierna antes de asentarse al lado. Sorprendido agradablemente, pasó la mano con suavidad sobre el lomo y sintió la satisfacción del en el leve ronroneo.
Agradeciendo el olvido por breves instantes de la pena, se levantó y emprendió lentamente el regreso a casa. Habría caminado un tramo largo, cuando se sintió extraño, como si alguien lo viera a la espalda para llamar su atención. Volteó, y la mirada fija de aquellos ojos azules se clavó en él. Se estremeció, al intuir que era un mensaje. Siguió andando, seguro de que el acompañante lo secundaría. Llegó al edificio, abrió el portón y subieron las escaleras. El animal se adelantó y lo esperó en la puerta del departamento ¾¿cómo intuiría el lugar exacto?¾, discurrió. Entraron al recibidor, y el felino se restregó dos veces más en sus piernas. Al colgar la gabardina, observó con excitación y sorpresa la luna del perchero…  ¡“Estoy solo!, ¡no hay nadie en el espejo!”**
 
* Joseph Conrad
**Jorge Luis Borges

22 de Febrero de 2019

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