¡Nunca más!
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Lo vio llegar al quicio de la lumbrera en la torre barbacana
del Castillo; plegó sus alas, mostrando el tornasol de un plumaje negro azuloso que contrastaba
con los haces plateados y fríos del plenilunio inviernal filtrándose entre los
barrotes oxidados de la celda, y escobar con tenue luz, su cuerpo acurrucado. Aterida
por el frío, cubierta con andrajosa vestimenta, alcanzó a verlo de reojo: No
era un ave normal, era feo y viejo; su mirada fija parecía lanzar destellos que
la incitaban a acercarse. El cuervo, depositó la semilla que traía en el pico y
volteó hacia dónde se encontraba la hechicera, emitiendo un graznido
estremecedor.
La habían apresado en su choza, se encargaba de desalojar
los espíritus del mal del cuerpo de algunos aldeanos. Los Comisarios para la
Doctrina de la Fe la acusaron de practicar la brujería. Era la tercera vez que la
atrapaban, las dos anteriores, había escapado al amparo de la población.
Confiada en la protección de Paracelso, el
hechicero rector de su actividad, imploró su ayuda, con la seguridad de que no
la abandonaría.
Ante la fatalidad de ser quemada al día siguiente,
pensó:
“Es intentando
lo imposible como se realiza lo posible”*
Y, con temor, se hincó frente a la vieja ave sumergida
en la intensidad del frío, y oró por su salvación.
“Mi bienhechor quiere permitirme escapar por la
lumbrera, convertida en ave”, pensó.
Cobijada por la oscuridad, y con voz firme, se
dirigió a la figura tornasolada, que iluminada al traluz, emulaba una deidad.
Aun con tu
cresta cercenada y mocha -le dijo-
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.**
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.**
Con
una sonrisa de triunfo del ajado rostro, presumiendo que nunca más sería
detenida, se acercó al cuervo, tomó la semilla, la llevo a la boca y la
deglutió…
Los sufrimientos, estertores y convulsiones,
duraron poco. El blanco haz del plenilunio invernal, cubrió el inánime cuerpo con
una fría sábana mortuoria.
El cuervo, antes de partir, grajeó… ¡Nunca más!
*Henry Barbusse
** Poema El Cuervo, Edgar Allan Poe
17 de febrero de 2019
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