domingo, 3 de marzo de 2019

El triciclo rojo (2)



El triciclo rojo

Jorge Llera

Deambulaba por el departamento arrastrando el ferrocarril de madera de la recámara a la cocina, ida y vuelta, infinidad de veces. El tedio de la repetición le quitó interés al juego, esfumando la fantasía entre nubes de vapor y el chirrido al frenar la locomotora.

Oyó una voz lejana llamarlo. Se subió al respaldo del sillón, corrió la cortina con una mano, abrió la ventana, y vio la figura delgada de Luis gritándole que bajara a jugar.

¾¡No puedo salir, estoy encerrado!, escuchó a lo lejos decir a Luis.

 Estaba solo, sus hermanas habían ido al colegio y su madre, de compras. Antes de salir, cerró con llave la puerta de entrada y la de la terraza, que precedía al departamento.

¾¡Sal por la ventana!, te quiero enseñar el triciclo nuevo que me trajeron los Reyes Magos percibió levemente, la distante voz de su amigo.

La curiosidad lo atrapó, se imaginó montado en el aparato recorriendo el patio a gran velocidad: ¡No aguantó más!, con el deseo de perseguir su sueño, saltó de la ventana a la terraza rodando por las antiguas baldosas hasta ser detenido abruptamente por la reja. Sobó los raspones en codo y rodilla; limpió las heridas con saliva, se fajó el pantalón corto, y disfrutó la visión de Luis agitando el brazo, con el triciclo rojo al lado, invitándolo a jugar.

¾¡Ayúdame a bajar!, aviéntame una cuerda, le gritó.

            Luis se metió a su casa y después de un rato llegó con una bola de mecate. Se echó para atrás, tomó impulso y la aventó. La madeja se estrelló en la pared. Repitió el intento unas cuatro o cinco veces, hasta que el ovillo penetró entre dos barrotes. Jorge estiró la delgada fibra y enredó un extremo en el barandal, anudándolo ¾escasamente sabía atarse los zapatos. Arrojó la otra punta hacia abajo; la cuerda no alcanzó a llegar al suelo, quedó colgando como a dos metros del piso.

            ¾Luis, ¡no alcanza!, manifestó.

            ¾No importa, pongo mi triciclo abajo, para que caigas sentado.

            La idea le pareció buena; imaginó deslizarse y caer cómodamente en el asiento del triciclo.

            Subió a la reja pisando los huecos en la herrería, se montó  sobre el barandal y pasó al otro lado; descansó sus pies en el borde de la pared, se afianzó con una mano al metal y con la otra, al mecate. Luis colocó el triciclo y se hizo hacia atrás. La idea era bajar pausadamente: una mano sostenida de la cuerda, mientras bajaba la otra; y así, hasta llegar al piso.

Tenía miedo, pero más,  curiosidad por ver, sentir y pilotear el triciclo; tomó el mecate firmemente, separó los pies del borde y se impulsó… ¡Comenzó a deslizarse vertiginosamente!, ¡las manos le ardían!, ¡le quemaban las palmas! No se soltó y… ¡efectivamente!, ¡cayó sentado en el triciclo, aullando de dolor!...

            2 de marzo de 2019

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