sábado, 3 de agosto de 2019

EL SEPULTURERO

EL SEPULTURERO
Gárgamel


En el cálido y murmullante atardecer de la montaña, la tibia brisa acarició la espalda sudorosa de Donaldo, el sepulturero al terminar  el foso para un féretro más del elegante panteón Jardines del Humaya, de Culiacán, Sinaloa última morada de algunos narcotraficantes famosos.  Con la herramientas al hombro y paso cansino subió las tres cuadras que lo separaban de su lugar de residencia: el mausoleo dela familia deHéctor Luis, el "güero palma": edificio climatizado, con dos recámaras, suite nupcial, sala, comedor, baño, cocina integral,  pantallas de televisión y servicio de “Wi-Fi”. 
            Donaldo abrió la puerta y saludó  a sus hijos que hacían la tarea sobre los contenedores fúnebres que albergaban los ataúdes de los dos vástagos del traficante asesinados por la mafia al tirarlos desde un puente. Se acercó y besó a su esposa, recostada sobre la cubierta de los restos incompletos de Guadalupe Leija, la esposa del “Güero Palma” degollada por la organización contraria. Se apresuraron a cenar, tenían que hacerlo antes de las doce de la noche, porque a partir de esa hora, comenzaban los movimientos: se apagaban las luces, y una bruma fría invadía el recinto. En la oscuridad del lugar, sólo los murales de la bóveda, con representación de la familia, se destacaban como coloridas fosforescencias que centellaban con la irradiación de los haces lunares filtrados a través de los vitrales. Estaban acostumbrados al transitar de las translúcidas figuras por las habitaciones. A sentir las presencias infantiles al borde de las camas, al deambular lento y levitante de la trunca y pálida presencia de la mujer en . quejido, lamentando el asesinato de sus hijos: …¡hay mis hijos!, escuchaban en su interior, como un martilleo sordo y constante. Aun acostumbrados a los movimientos, sentían miedo,  pero no lo comentaban, tratando de que la situación pareciera normal: 
“Por desgracia, una cosa es sentir y otra expresar bien lo sentido.”* Siguieron viviendo esa situación hasta una noche de lluvia torrencial, en completa oscuridad, por carecer de electricidad y alumbrados sólo con el torpe y pálido fulgor de una luna capturada, escucharon abrirse la puerta del mausoleo y el taconeo brioso de unas botas sobre las baldosas…
La lámpara en un zigzagueo constante, los descubrió. Alumbrando a Donaldo, un hombre alto, de bigote ancho y sombrero texano, con voz grave e insultante, lo incriminó: 
¡Quienes son ustedes!, y ¡¿qué carajos hacen en la tumba del jefe?!…
¡Se los va a llevar la chingada!...
Acto seguido, y sin esperar respuesta, echó mano a la pistola que cargaba en el costado,  y cuando la intentaba sacar, dos resplandores, seguidos del tronar de los disparos, lo tiraron al suelo herido de muerte. Donaldo tomó la lámpara y alumbró a Susana, su esposa, que sostenía el arma, y turbado por el momento, le agradeció la intervención.
Ensabanaron  el cuerpo y, en una carretilla, lo llevaron a la fosa recién abierta, dónde lo depositaron y cubrieron de tierra.
Ya en casa, Donaldo comentó con su mujer:
Susanita, este es el cuarto, mañana abro otra fosa, pero creo que debemos ir pensando en cambiar de mausoleo, aunque sea un poco más austero. ¿No crees?

*Juan Valera
(1809-1905)

Agosto 3 del 2019




No hay comentarios:

Publicar un comentario