domingo, 8 de septiembre de 2019

Inventiva


INVENTIVA
Gárgamel
La escuela secundaria rural, cercana a las icónicas cuevas de Garadé y del Diablo, era el feudo del profesor Severo Quiñones, que ejercía con rigor justiciero su labor docente en el pueblo de Alcalá de Júcar, en la provincia de Albacete, España.  
El día del examen final, el profesor entró al salón con el gesto austero de su rostro enarbolado de grandes bigotes. La corpulenta figura se balanceaba ligeramente en señal de inquietud, mientras los estudiantes entraban. Portaba el saco gris, desgastado por años de docencia, que últimamente, mostraba su incapacidad para cubrir el abultado abdomen contenido heroicamente por la botonadura de una camisa que alguna vez fuese blanca. Sólo el sombrero de paja descansaba plácidamente en el escritorio, en espera del término de la evaluación.
Los estudiantes se ubicaron finalmente en sus lugares. Don Severo levantó el brazo y señaló a un estudiante:
José Sánchez ¿Qué le pasó en el brazo que lo trae enyesado?
Fractura, profesor. En el juego de ayer me caí sobre una piedra.
¿Puede escribir? o… ¿se lo hago oral?
¡No, profesor!, puedo escribir bien.
Bueno, aquí están los exámenes, distribúyanlos. Tienen una hora para contestar.
El maestro observaba; en un momento, dio la  espalda al grupo y se acercó al pizarrón, se acomodó los lentes y giró intempestivamente:
Pedro López, no se mueva. Con paso lento llegó al pupitre, metió las manos debajo de las piernas del alumno y… sacó una tira de papel escrita con letra minúscula.
Salga del salón, compañero, está reprobado. Entiendan, muchachos, llevo tanto tiempo en el negocio de la enseñanza, que dificilmente me podrán engañar.
El trabajo de  los alumnos continuó sin incidentes. José Sánchez ¾el “Pepillo”, para sus amigos¾ sostenía la cabeza con el brazo lastimado asentado en el pupitre; escribía sin detenerse, mientras  deslizaba una tira de papel bajo la cobertura de yeso. Fue el primero en contestar las preguntas, pero entregó el examen después de que lo hicieron varios compañeros.
Cuando depositó el ejercicio, el catedrático tomó el documento y le dijo:
          —A usted, lo califico ahora. No necesito ver el examen para saber que tiene diez, pero le pondré siete, por dos razones: la primera, porque al hacer el acordeón tuvo que leer y sintetizar la respuesta, en eso hay aprendizaje; y la segunda, porque me enseñó un nuevo método para copiar, eso es inventiva y: A la larga, siempre acierta el que se fía del genio. Puede irse. Le encargo la escayola para mi colección de acordeones.

 8 de septiembre de 2019
           

No hay comentarios:

Publicar un comentario