INVENTIVA
Gárgamel
La
escuela secundaria rural, cercana a las icónicas cuevas de Garadé y del Diablo, era
el feudo del profesor Severo Quiñones, que ejercía con rigor justiciero su
labor docente en el pueblo de Alcalá de Júcar, en la provincia de Albacete,
España.
El día del examen final, el profesor entró al salón con el gesto austero
de su rostro enarbolado de grandes bigotes. La corpulenta figura se balanceaba
ligeramente en señal de inquietud, mientras los estudiantes entraban. Portaba
el saco gris, desgastado por años de docencia, que últimamente, mostraba su
incapacidad para cubrir el abultado abdomen contenido heroicamente por la
botonadura de una camisa que alguna vez fuese blanca. Sólo el sombrero de paja
descansaba plácidamente en el escritorio, en espera del término de la
evaluación.
Los estudiantes se ubicaron finalmente en sus lugares. Don Severo
levantó el brazo y señaló a un estudiante:
—José Sánchez ¿Qué le pasó en
el brazo que lo trae enyesado?
—Fractura, profesor. En el
juego de ayer me caí sobre una piedra.
—¿Puede escribir? o… ¿se lo
hago oral?
—¡No, profesor!, puedo
escribir bien.
Bueno, aquí están los exámenes, distribúyanlos. Tienen una hora para
contestar.
El maestro observaba; en un momento, dio la espalda al grupo y se acercó al pizarrón, se
acomodó los lentes y giró intempestivamente:
—Pedro López, no se mueva. Con
paso lento llegó al pupitre, metió las manos debajo de las piernas del alumno
y… sacó una tira de papel escrita con letra minúscula.
—Salga del salón, compañero, está
reprobado. Entiendan, muchachos, llevo tanto tiempo en el negocio de la
enseñanza, que dificilmente me podrán engañar.
El trabajo de los alumnos
continuó sin incidentes. José Sánchez ¾el “Pepillo”, para sus amigos¾
sostenía la cabeza con el brazo lastimado asentado en el pupitre; escribía sin
detenerse, mientras deslizaba una tira
de papel bajo la cobertura de yeso. Fue el primero en contestar las preguntas,
pero entregó el examen después de que lo hicieron varios compañeros.
Cuando depositó el ejercicio, el catedrático tomó el documento y le
dijo:
—A usted, lo califico ahora. No necesito ver el examen
para saber que tiene diez, pero le pondré siete, por dos razones: la primera,
porque al hacer el acordeón tuvo que leer y sintetizar la respuesta, en eso hay
aprendizaje; y la segunda, porque me enseñó un nuevo método para copiar, eso es
inventiva y: A la larga, siempre acierta
el que se fía del genio. Puede irse. Le encargo la escayola para mi
colección de acordeones.
8 de septiembre de
2019
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