domingo, 24 de noviembre de 2019

Las señoritas del "Bombay"

Las señoritas del “Bombay” 
Gárgamel
Era la cuarta copa y Francisco se sentía eufórico; veía fijamente a la botella oscura del ron antillano ─amurallada de refrescos de cola y aguas minerales─ despedir reflejos luminosos por los neones multicolores del lugar y a las esferas de pequeños espejos, que desde las alturas, dispersaban irrealidad en las parejas de la pista. En ese ambiente oscuro, mórbido y pegajoso del centro nocturno, disfrutaba el  acoplamiento sensual y rítmico de los cuerpos en los acordes del danzón, interpretados por cuatro ancestrales  músicos.
Dio un trago a su bebida, y sacó de su portafolios el cuaderno de bocetos, y un lápiz suave. Fijó su vista en la mesa frente a la suya, en donde departían cinco trabajadoras del lugar, encargadas de bailar con los clientes.
Con trazo rápido el artista comenzó un boceto. Cinco mujeres: una morena, dos blancas y dos negras. Conforme fue esbozando las figuras, equiparó la semejanza de la escena con la plasmada en la pintura “Las damas de Avignon”, de Pablo Picasso, lienzo que estableció la ruptura con los principios básicos del realismo renacentista al eliminar la profundidad espacial y plasmar la anatomía humana, utilizando rasgos angulares en sus figuras geométricas;  tratando de representar todas las partes de un objeto en un sólo plano;  iniciando así, el movimiento cubista y el arte abstracto.
Francisco elaboró varios dibujos mientras consumía el resto de la botella. Se retiró del lugar con paso trastabillante cuándo las luces del deprimente amanecer, se escurrieron temerosas por los intersticios de las parduscas ventanas, borrando la belleza artificial del realismo mágico, en los rostros ajados de la escasa clientela.
Al despertar, con una severa resaca martillando su cabeza, el pintor revisó  los dibujos. Decidió que era un buen tema para el lienzo que regalaría a don Bonifacio, dueño del “Bombay”, antro que frecuentaba dos o tres días a la semana. Tal vez, lo compensaría con  varias botellas y pondría la obra de arte en una de las paredes centrales del salón. Sería una obra cultural que enaltecería ese lugar popular.
Llegó la noche del desvelamiento de la obra maestra del pintor Francisco Cruz: “Las damas del Bombay”. El salón, decorado para tan solemne evento, resplandecía de luces, los concurrentes vestían sus mejores galas y esperaban expectantes. La pequeña orquesta tocó las fanfarrias introductorias, y don Bonifacio, dirigió palabras de agradecimiento al autor y elogió su obra Tiró del cordón, y la cubierta de tela se deslizó como túnica de seda en escultural figura, mostrando a los espectadores un mundo nuevo de color y geometría; de  cinco figuras planas vistas de frente y perfil al mismo tiempo, de escorzos imposibles...  El estupor vació el sonido del lugar, las miradas fijas en la tela se llenaron de incomprensión y desencanto;  la asistencia emitió un desangelado aahhhhh, que congeló el ambiente y, sólo Bernardo, el cegatón, aplaudió contundentemente. Las cinco protagonistas, le mentaron la madre y se retiraron a su mesa para comenzar a trabajar…
La noche posterior al evento Francisco notó que ya no estaba colgado el cuadro en el lugar de honor, lo habían cambiado por el luminoso anuncio de un refresco de cola. Molesto, se dirigió al baño antes de ir a hablar con don Bonifacio. Al abrir la puerta, vió en una pared lateral, arriba de los retretes, la innovadora obra de arte, y sobre ella, varios mensajes:
“Si son tus hermanas, por eso están solteras”
“Cuando fumes de esa, no la mezcles con alcohol”...
Con la amargura de la  decepción doblegando su cuerpo, se  recargó sobre el orinal, y… lloró.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Juego de naipes

Juego de naipes



Gárgamel
El torso desnudo y húmedo se ensombrecía ligeramente alrededor de los firmes pectorales masculinos rubricados por una tenue vellosidad, que descendía en insinuante recorrido hasta cobijarse bajo la cintura de unos jeans desgastados. La camisa, en una contorsión amorfa, abandonada en el piso entre zapatos y calcetines,  evidenciaba la molestia por la pérdida de la última mano de poker.  En el respaldo de una , colgaba la ligera falda gris con la hilera de botones dorados al frente, y una blusa alba; y sobre el asiento, descansaban lánguidas y serpenteantes, las sedosas medias blancas.
El ambiente de taciturna oscuridad y música apacible, estimulaba el halo erótico que inundaba el lugar. La iluminación de la mesa destacaba la tensión del juego, la curiosidad y el goce de Carolina por descubrir nuevas emociones. Ella aún no perdía, conservaba  el delicado brasier de encaje que resaltaba sus pequeños senos, y las diminutas bragas que cubrían atractivamente, lo necesario. Con sonrisa ingenua resguardaba el abanico de cartas. Al tocarle el turno descubrió su rostro bajando los naipes, y con el destello de una pícara mirada en sus ojos verdes, esparció sobre la mesa un ramillete de cuatro ases de la mano de un orgulloso rey. Con un gesto de decepción, Rafaél se despojo de los jeans, quedándose como única prenda con sus boxers.
Carolina tomó un trago de la bebida que especialmente le había preparado su acompañante. Dejó el vaso y lo besó apasionadamente, restregando su cuerpo con la sensualidad y el deseo de intimidad que la consumían. Rafaél, con una estimulación evidente, que no se molestó en ocultar, le preguntó:
⏤Ahora, ¿qué apuestas?
⏤¡El resto!, contestó ella, con la eufórica intención de culminar a la brevedad  el juego.
Repartieron cartas, y ambos cambiaron dos. Carolina tomó un trago, y descorrió lentamente el abanico de naipes. Dos pares... cantó.
Rafaél, comenzó a sonreír y sutilmente le susurró al oído: 
Full de Reyes y Damas… desnúdate. Y aunque gané, te voy a acompañar. Y al momento que ella se quitaba el resto de la ropa, él deslizó el boxer, que cayó con dificultad, al salvar el erguido obstáculo
La acercó tiernamente, y tomándola con ambas manos de los glúteos, la besó apasionadamente mientras la penetraba...
No oyeron el crujir de la puerta, sólo escucharon el desaforado grito… ¡Carolinaaaa!...
⏤!Papáaaa!... ¡No!, ¡no!. ¡Por favor!...
Un doble estruendo opacó el alarido de Carolina, que aterrorizada, vio cómo se desplomaba el cuerpo inerte de Rafaél y escuchó el bramido del padre, que desesperado, le gritaba al muerto:
⏤¡Imbécil, sólo es una niña!



10 de noviembre de 2019

domingo, 3 de noviembre de 2019

El Manchado

El Manchado

Gárgamel



El rebaño de borregos y cabras pastaba en el ardiente mediodía de un erial yermo, de montes áridos y monótonos que se extendían hasta confundirse con el terroso horizonte. El paisaje, salpicado por arbustos mustios, nopaleras multiformes, y cactus tubulares con apéndices apuntando al sol, cual dedos acusadores, revelaba una bochornosa calma.

     Algunas ovejas agobiadas por el calor excesivo, se resguardaban en el austero breñal que propiciaban las rocas, bajo la mirada vigilante del pequeño Antonio y del Manchado ⏤perro flaco, viejo y tuerto, de pelambre pardo sucio, con máculas oscuras en el lomo, y una larga cola que lo acompañaba, con movimientos de aliento, al caminar⏤. Animal diestro en el arte de la conducción del ganado, atendía con prontitud y eficiencia las órdenes que mediante silbidos le daba Antonio, el pastor. Lo acompañaba su fiel Sombra: perro joven, cuyas reminiscencias fenotípicas de labrador le daban el nombre, la nobleza de la estirpe, y su recio carácter. 

     Era tierra peligrosa para las crías: la fauna carnívora, hambrienta y voraz, estaba siempre al acecho y  espera de un descuido o un mal movimiento de los guardianes; seguían a distancia al rebaño, ocultos en la maleza y las formaciones rocosas. 

     Antonio silbó sus instrucciones, y los perros comenzaron a arriar el ganado; correteaban a las dispersas y mordiendo sus corvas, las obligaban a tomar la dirección correcta. El pastor las contó y notó que faltaba una borrega y su cría. Le silbó al Manchado para que la buscara. El animal partió raudo en dirección del breñal; husmeando, se metió en la maleza y al llegar a una formación rocosa, encontró una gruta. Con cautela se introdujo, vislumbró en la penumbra al un coyote acosando a la borrega y a su cría. Replegada a la pared, la madre topeteaba al agresor y balaba con desesperación pidiendo ayuda. El Manchado llegó y de un saltó cayó sobre el lomo del agresor, clavándole los colmillos en el cuello. El animal se revolcó en su eje y el viejo perro pudo prensarlo con una tarascada en la tráquea; cerró la mandíbula con fuerza, se oyó el ruido del desgarre, y un gemido ronco al liberar el aire de los pulmones; los movimientos de las extremidades del animal, rasgaron la piel del pecho y vientre del manchado. La borrega y su cría, aprovecharon la confusión para salir apresuradamente.

     Tendido del lado del ojo ciego, y cercano al moribundo, no vio acercarse a la pareja del coyote que se abalanzó sobre su cabeza y cuello con feroces dentelladas. La tibieza líquida comenzó a manar de las heridas y a resbalar hacia el hocico y los belfos. Aunque la atacante lo siguiera destrozando, dejó de sentir dolor. Ya no hizo el esfuerzo por defenderse. 



Era raro, ya no sentía nada, los pájaros habían callado, los murmullos de un silencio tranquilizador lo envolvieron y le proporcionaban paz. Se incorporó y percibió ligereza en sus movimientos, con ganas de perseguir a las aves que se posaban cercanas a él, como hace mucho tiempo lo hacía con sus hermanos. Miró a la distancia y distinguió al rebaño camino a la hacienda y a Sombra, su sombra, mordiendo las corvas de los animales rezagados.



Noviembre 3 de 2019