domingo, 3 de noviembre de 2019

El Manchado

El Manchado

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El rebaño de borregos y cabras pastaba en el ardiente mediodía de un erial yermo, de montes áridos y monótonos que se extendían hasta confundirse con el terroso horizonte. El paisaje, salpicado por arbustos mustios, nopaleras multiformes, y cactus tubulares con apéndices apuntando al sol, cual dedos acusadores, revelaba una bochornosa calma.

     Algunas ovejas agobiadas por el calor excesivo, se resguardaban en el austero breñal que propiciaban las rocas, bajo la mirada vigilante del pequeño Antonio y del Manchado ⏤perro flaco, viejo y tuerto, de pelambre pardo sucio, con máculas oscuras en el lomo, y una larga cola que lo acompañaba, con movimientos de aliento, al caminar⏤. Animal diestro en el arte de la conducción del ganado, atendía con prontitud y eficiencia las órdenes que mediante silbidos le daba Antonio, el pastor. Lo acompañaba su fiel Sombra: perro joven, cuyas reminiscencias fenotípicas de labrador le daban el nombre, la nobleza de la estirpe, y su recio carácter. 

     Era tierra peligrosa para las crías: la fauna carnívora, hambrienta y voraz, estaba siempre al acecho y  espera de un descuido o un mal movimiento de los guardianes; seguían a distancia al rebaño, ocultos en la maleza y las formaciones rocosas. 

     Antonio silbó sus instrucciones, y los perros comenzaron a arriar el ganado; correteaban a las dispersas y mordiendo sus corvas, las obligaban a tomar la dirección correcta. El pastor las contó y notó que faltaba una borrega y su cría. Le silbó al Manchado para que la buscara. El animal partió raudo en dirección del breñal; husmeando, se metió en la maleza y al llegar a una formación rocosa, encontró una gruta. Con cautela se introdujo, vislumbró en la penumbra al un coyote acosando a la borrega y a su cría. Replegada a la pared, la madre topeteaba al agresor y balaba con desesperación pidiendo ayuda. El Manchado llegó y de un saltó cayó sobre el lomo del agresor, clavándole los colmillos en el cuello. El animal se revolcó en su eje y el viejo perro pudo prensarlo con una tarascada en la tráquea; cerró la mandíbula con fuerza, se oyó el ruido del desgarre, y un gemido ronco al liberar el aire de los pulmones; los movimientos de las extremidades del animal, rasgaron la piel del pecho y vientre del manchado. La borrega y su cría, aprovecharon la confusión para salir apresuradamente.

     Tendido del lado del ojo ciego, y cercano al moribundo, no vio acercarse a la pareja del coyote que se abalanzó sobre su cabeza y cuello con feroces dentelladas. La tibieza líquida comenzó a manar de las heridas y a resbalar hacia el hocico y los belfos. Aunque la atacante lo siguiera destrozando, dejó de sentir dolor. Ya no hizo el esfuerzo por defenderse. 



Era raro, ya no sentía nada, los pájaros habían callado, los murmullos de un silencio tranquilizador lo envolvieron y le proporcionaban paz. Se incorporó y percibió ligereza en sus movimientos, con ganas de perseguir a las aves que se posaban cercanas a él, como hace mucho tiempo lo hacía con sus hermanos. Miró a la distancia y distinguió al rebaño camino a la hacienda y a Sombra, su sombra, mordiendo las corvas de los animales rezagados.



Noviembre 3 de 2019

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