lunes, 25 de mayo de 2020

Futbol y Hotel minificciones



Futbol

Gárgamel

El último penalty define el campeonato. El jugador “americanista” asienta la pelota mientras el  estadio Azteca abunda en porras y banderas agitadas. Carlos, en la primera fila del segundo tendido, esconde la cabeza entre sus brazos, con la boca reseca y el sudor escurriéndole por las mejillas, espera. El jugador ¡dispara! Y… ¡falla! El estadio, en un mutismo de muerte, calla. Carlos, frustrado y furioso, se abalanza y golpea a la primera camiseta azul que ve, y…  trastabilla…    



Hotel
Gárgamel

“…Lo mismo de cada viernes de quincena: comer en el restaurante elegante que le gusta, comer el mismo corte de carne y beber la botella de vino argentino, hacer el amor desaforadamente hasta altas horas de la noche en el mismo hotel de siempre…”
            —¡Hasta que llegaste! ¡Ya están los recibos de agua y luz!, ¡pagar colegiaturas atrasadas de los niños!, y los dos meses de renta…!
            “¡Siempre lo mismo…!”

lunes, 11 de mayo de 2020

Duda, incertidumbre, repudio o, negación


Duda, incertidumbre, repudio o negación…
Gárgamel
En la seductora penumbra de un ambiente romántico las lamparillas sobre las mesas invitaban a imaginar una noche estrellada, y el ambiente íntimo que se respiraba, a sobornar la pasión del ser amado con la melosa y taimada música que interpretaba el trío. Ordenamos un fondue, ensalada y una botella de vino merlot. La pista se iluminó y con alegres pasos, el presentador, de aspecto delicado y peinado descuidadamente arreglado, anunció: “¡El Restaurant-bar Luxury, tiene el orgullo de presentar la única pastorela de diversidad sexual en el país, acojámoslos con un fuerte aplauso!”.
            ―Creo que nos equivocamos, amor. No es lo que creíamos… –comenté.
            ―Luego luego dejas ver tu visión machista del mundo, haz a un lado los prejuicios y disfruta el espectáculo, Arturo…
            Traté de no enturbiar el aniversario y concentrarme en la obra: en el escenario, dos féminas demoniácas muy varoniles, acosaban a un arcángel alto, tosco y delicado… sonreí y me desentendí de la representación. Adriana reía y acompañaba con aplausos algunas acciones…
            Nos trajeron la cena cuando la pastorela llegaba a su fin. Brindamos por nuestro aniversario, y con circunspección, exploré el entorno entre la bruma pesada de un ambiente saturado de música, voces y diversidad sexual que privaba en el lugar. Adriana estaba a gusto, yo… nervioso. Se me quedó viendo con una sonrisa y, me enfrentó:
            —Arturo, creo que eres homófobo y conservador; considero que por eso no te cae bien mi primo Salvador; se nota forzado tu trato con él…
            —¡Tú, y tus elucubraciones! ¡Chavita me cae muy bien!, es muy agradable y atento.
            —¡Ya ves!, ¡ya ves!, hasta al nombrarlo, lo feminízas…
            —¿No le dicen así en tú familia? Es su mote, ¿no?...
            Un dosel de silencio cubrió la comunicación, nos volvimos a resguardar en el  mundo interior de confrontación y reproches almacenados. Seguimos comiendo y bebiendo en el mutismo discordante del bullicio exterior. En la divagación de la mirada, vislumbré una mesa cercana a la pista, como de seis o siete hombres bien vestidos que departían animadamente, algunos se paraban a bailar las suaves cadencias de música romántica que interpretaba el conjunto.
            Me econtré con la mirada de él observando nuestra mesa; pensé qué tal vez, le causábamos extrañeza por ser la única pareja heterosexual en el recinto. Su parecido al titular del noticiero nocturno de la televisión, era notable: alto, de buen porte, elegantemente vestido, pelo negro ondulado y espeso bigote. Desvié la vista al sentir el acoso persistente de sus penetrantes  ojos.
            Incomodo por la situación, le dije a Adriana que nos fueramos. Aceptó con un ligero movimento de cabeza. Pedí la cuenta, mientras ella se levantaba para ir al baño.
            Lo vi parárse y caminar hacia mí. Erguido era más alto de lo que yo pensaba. Sentí que me iba a golpear y me removí del asiento con intención de que no me pegara estando indefenso… A dos pasos de distancia, se detuvo; el corazón me dio un vuelco y las palpitaciones de mi corazón aumentaron, el bochorno me invadió, y comencé a transpirar… Traté de incorporarme, sin lográrlo. Levanté la vista hacia los cautivadores ojos negros, y al brazo que se dirigía hacia mí. Con una sugestiva sonrisa, dijo:
—¿Bailamos?...

           
11 de mayo de 2020 
           

lunes, 4 de mayo de 2020

Expiación

Expiación
Gárgamel

El ritmo suave, cadencioso e incitante de caderas y vientre acompañaban las notas de la lujuriosa música oriental. Los brazos de la escultural Mata Hari dibujaban florituras enardecedoras del deseo en la abarrotada atmósfera del teatro del Museo Guimet; y al interpretar las danzas javanesas los muslos, firmes y vibrantes, marcaban la tensión de su musculatura al impulsar el cuerpo hacia los espectadores en movimientos acompasados y provocadores. Con una escenografía tropical, abundante en palmeras, vegetación y un fondo del mar azul en diferentes tonalidades, el sitio de moda del París de 1915 rebosaba de clientela cada noche. Cuando interpretaba el Bedhaya la sala contenía la emoción, la bailarina se iba desprendiendo de las finas gasas que la cubrían al ritmo lento y sensual de los instrumentos de percusión, hasta quedar prácticamente desnuda.
            ¡Yo estaba ahí!, cada noche que mi sueldo del ejército francés me lo permitía y lograba un permiso de salida. las posibilidades económicas me alcanzaban para ver el espectáculo en la parte alta del teatro. La admiraba embelesado usando mis binoculares, y cuando ella dirigía su mirada a las alturas… la besaba. 
            La guerra contra Alemania no presagiaba buenos augurios para mi país. La vida en las trincheras era agotadora y angustiante; nuestro ánimo lindaba entre la depresión y el miedo.
Trasladaron mi batallón a París, lo que me permitió frecuentar más el Museo. Una noche me atreví a llevarle un ramo de rosas a su camerino… y la conocí. Era más bella de cerca que a distancia. Nos hicimos amigos y, eventualmente, salíamos; le encantaba enterarse de la evolución de la guerra y opinaba con mucho sentido de los movimientos bélicos de ambos ejércitos. Su conocimiento se lo debía a los comentarios de los altos mandos militares, con los que se relacionaba habitualmente.
            Volví a las trincheras, los alemanes nos estaban venciendo. Todo un año combatiendo día a día, retrocediendo hacia París. Cuando estábamos a punto de rendirnos, Inglaterra entró en la guerra y un poco después, Estados Unidos. Comenzamos a recuperar el territorio perdido y el arrojo extenuado.
            Me trasladaron al Cuartel General y ascendieron de grado, al de Capitán.
La segunda semana de octubre del año de 1917, me tocó guardia. En la madrugada, el invierno engarzado en nuestra ropa de cama, y en las paredes sudorosas de sinuosos regatos congelados, vigilaban silenciosos el sueño, cuando escuchamos la voz enérgica del coronel Blanchet: ¡Capitán Ettiene, prepare el pelotón, fusilaremos a un espía! ¡Los espero en el paredón en diez minutos!...
            El hálito de la brisa húmeda y fría hostigaba el rostro de los soldados en posición de firmes. Frente a ellos: la pared de mampostería escarpada de historias, y el poste oscuro, pringado de vida. El clarín de órdenes emitió su lastimero sonido y de la reja lateral del edificio, salió gallarda la figura esbelta y hermosa de la Mata Hari, custodiada por dos guardias. Lucía un vestido blanco, que hacía resaltar su oscura cabellera y el brillo de sus negros ojos. Con una sonrisa irónica enfrentaba su destino. Recorrió con la mirada al pelotón y después, fijó su mirada en mí. Intempestivamente se desprendió de la custodia, corrió, me abrazó y besó apasionadamente antes de que los guardias la alcanzaran y arrastraran hacia el poste.
            Me paralizó la impresión de ver a mi gran amor frente al paredón, y pensar que sería yo el que ordenaría su muerte; un sudor frío recorrió mi cuerpo y comencé a temblar. La humedad de los ojos se desbordó deslizándose por el rostro lívido y atormentado. Levanté la mirada y en una borrosa imagen, la vi desechar el paño que le cubriría los ojos y la cuerda que la amarraría al poste. Luego, levantó su brazo y envió un beso a los soldados del pelotón de fusilamiento, cuándo yo emitía la sentencia más amarga de mi vida… ¡Fuego!

 4 de mayo de 2020