sábado, 28 de enero de 2023

Inveterada promesa

 

Inveterada promesa


El buscón… de Segovia
  

Después de cincuenta años de matrimonio Rosario y Rosendo deciden alejarse por un tiempo de su panadería de la Colonia Obrera y darse las siempre anheladas vacaciones en su país de origen, la tierra que los vio nacer, Jaén, en la región andaluza de España. 
Desde los primeros tiempos en que trabajaban y dormían en la panadería de Rodrigo, hermano de Roció, añoraban en sus pláticas un regreso a su patria en condiciones de estabilidad económica y bienestar. No lo habían podido hacer hasta que establecieron y prestigiaron su propia panadería: “La gran Mora”.
Su hijo, Rodrigo, se encargó de llevarlos al aeropuerto y documentar el equipaje de los dos ancianos que, aprehendidos a él, e intimidados por la multitud, lo seguían, tratando de acompasar sus cortos pasos a los firmes y presurosos de su vástago.
En la sala de espera, Rosendo, encorvado en el asiento, simulaba una interrogación invertida con el sombrero apuntando hacia el piso iniciando una curvatura del cuerpo; cubierto por su ancestral chaqueta café y sostenido el bastón entre sus rodillas, esperaba ansioso la partida, sin levantar la cabeza. Rosario, más relajada, leía las instrucciones que, en varias hojas le había dejado Rodrigo; arropada con su mantilla negra de borlas y flores de colores, que contrastaba con el cabello cano cubriendo el cuello sostenido por una sencilla peineta de Carey.
Abordaron el avión casi sin hablar, los acomodó la azafata. Aferrado al descansabrazos y perlada la frente de sudor, Rosendo afrontó el despegue con valor y sin ir al baño hasta que el la nave estabilizó el curso. Cenó con fruición y durmió plácidamente hasta su arribo al aeropuerto Adolfo Suárez  de Madrid. 
Pasaron la aduana sin dificultades y al salir, con las maletas a su lado miraban indecisos hacia ambos lados envueltos por un mar de gentes que transitaban en  diferentes direcciones, hasta que un letrero amarillo con sus nombres, ondulando entre las cabezas de los transeúntes, se acercó; el portador, metiendo cabeza y hombros entre la marea humana, se presentó como su guía y los condujo al hotel Riu Plaza España.
Tres días estuvieron recorriendo Madrid, Segovia, Ávila y Toledo. Cansados de empaparse de la ansiada españolidad, decidieron dirigirse hacia el verdadero objetivo del viaje: su añorado Jaén, Andalucía: llamada la “Capital del Santo Reino” que fue gobernada por musulmanes y cristianos; región productora de aceite de oliva, bañada por el Guadalquivir; inundada de recuerdos infantiles y juveniles, resguardados por el cerro de Santa Catalina. Se hospedaron en el Parador de Jaén, castillo del siglo XVlll ubicado en lo alto del cerro.
Caminaron las empinadas calles de la ciudad, acercándose poco a poco al objetivo real del viaje. Rosendo, sudoroso y agitado, se acomodaba constantemente el sombrero y secaba su frente con un pañuelo, que por la frecuencia de uso, derramaba lágrimas. Con el tambaleante bastón, anticipaba su destino. Rosario, soportaba la inclemencia del sol de media tarde con un atuendo ligero, vaporoso y un pequeño sombrero de palma. Llegaron a la plaza de Santa María, dónde se encuentra el Palacio Municipal, el episcopal y la Catedral de la Asunción de la Virgen, obra monumental del siglo XVl.
Con paso lento y la emoción intensa acelerando el latir de sus corazones, llegaron frente a la Catedral de estilo renacentista. Sintieron que las dos torres, como gigantes brazos, pedían que entraran y el portón abierto, de grandes fauces, los esperaba con fruición. 
La penumbra fría y el eco de sus pasos por el piso los persiguieron hasta el tercer confesionario, frente a la pila bautismal. La soledad concurría en sonoro silencio cuando Rosendo penetró y con una navaja desencajó una tira de madera de la parte baja del aposento sacerdotal. Metió su mano en el hueco recién descubierto y sacó un rollo de papel. Con emoción lo desenvolvió y junto a Rosario, leyó:
“Yo, Rosendo Martínez, tomo como esposa, ante la presencia de Nuestro Señor, a Rosario Berganza como esposa; juro quererla y protegerla el resto de mi vida.
Yo, Rosario Berganza, tomo como esposo a Rosendo Martínez  y juró quererlo y serle fiel por el resto de mi vida”.
Lloraron, abrazados al pie del confesionario y volvieron a confirmar sus votos por el resto de su vida, y caminaron hacia su destino con la felicidad de haber cumplido con el compromiso hecho ante Dios.
Saliendo de la catedral, Rosendo terminó de desenrrollar el escrito y… se sorprendió con algunas palabras al final:
“Queridos Rosario y Rosendo, los felicito por su compromiso, que espero mantengan por siempre y les pido que, si algún día regresan, reparen el hueco que hicieron en el confesionario. Nuestro Señor, se los agradecerá.
Atentamente
Fray Valentín”


15 de enero 2023


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