Certificado de supervivencia
Jorge
Llera Martínez
Como
de costumbre me levanté temprano,
sin el dolor que durante la noche me estuvo molestando -Debieron ser los tacos
de carnitas y el menudo que cené en la fonda
de Doña Refugio- pensé.
Me
di cuenta de que me había dormido
con la ropa puesta, tal vez porque me sentía
mal del estómago. Lo
cierto es que no tuve deseos de desayunar y ni siquiera me arregle para salir.
Me
sentía más ligero que
de costumbre, las articulaciones no me dolían,
no tenía mis habituales
agruras y el dolor de la ciática no se
había manifestado. El día
estaba resplandeciente, la temperatura agradable y yo no me sentía tan bien desde hace muchos años. Más aún, porque hoy estrenaba mi Certificado de Supervivencia.
Había ido ayer a la clínica
médica del Seguro Social y después de tres horas de
espera y de cien pacientes plenamente certificados de su existencia, tuve el
honor de que un empleado técnicamente
capacitado, me extendiera el codiciado certificado.
Hoy,
que camino por las calles del centro de la ciudad y veo tantas personas
ancianas, que tal vez no estén vivas,
porque no tienen un certificado de supervivencia -extendido por un empleado experto que les asegure que aún pueden disfrutar del aire contaminado de éste planeta- me doy cuenta de lo vital de dicho documento.
En
ese discurrir andaba, cuando pasé
por una tienda de ropa y me sentía
tan de buen ánimo que
decidí ver algunos trajes.
Me paseé por los
pasillos y quise ver mi figura antes de
comprar uno. Me puse delante del espejo y…
se equivocó al devolver
la imagen. Me hice a un lado y rápidamente
volví a enfrentarme al espejo. ¡Nuevamente
no me reflejó! Es
inaudito que en una tienda de primera categoría
tengan un espejo que no devuelva la imagen.
-¡No pueden hacer algo tan defectuoso que no sirva para lo
que fue construido!- me dije. Salí
de la tienda hecho una furia.
Saqué el certificado de mi bolsillo y nuevamente leí que el papel
certifica ampliamente que estoy vivo; apenas me lo dieron ayer y lo firmó un empleado especializado en certificar la supervivencia.
Una persona con tal preparación, no puede
equivocarse. Si me enfrento a un espejo y mi figura no se refleja, iré a otra y a otra tienda hasta que lo consiga.
Caminé hacia el parque y me senté
a pensar en una banca. No entendía
mi situación, estaba
confundido. Después de un
rato, tomé el periódico que alguien había
dejado en el lugar. Leí algunas notas y llegué a la sección de
necrologías y...¡con sorpresa leí
mi propio aviso de defunción!
Me
apena que el mundo no sepa que estoy en
condiciones de mostrar dondequiera y a quién
sea, un vigente prolijo y minucioso certificado de existencia.
Afirmo
pués qué: “Vivir, después
de todo, no es tan fundamental, lo importante es que alguien debidamente
autorizado certifique que uno probadamente existe."
“Existo,
luego pienso”
3
de noviembre de2012
De
un poema de Mario Benedetti.
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