domingo, 4 de noviembre de 2012

Certificado de supervivencia


Certificado de supervivencia


Jorge Llera Martínez


Como de costumbre me levanté temprano, sin el dolor que durante la noche me estuvo molestando -Debieron ser los tacos de carnitas y el menudo que cené en la fonda de Doña Refugio- pensé.
Me di cuenta de que me había dormido con la ropa puesta, tal vez porque me sentía mal del estómago. Lo cierto es que no tuve deseos de desayunar y ni siquiera me arregle para salir.
Me sentía más ligero que de costumbre, las articulaciones no me dolían, no tenía mis habituales agruras y el dolor de la ciática no se había manifestado. El día estaba resplandeciente, la temperatura agradable y yo no me sentía tan bien desde hace muchos años. Más aún, porque hoy estrenaba mi Certificado de Supervivencia.
Había ido ayer a la clínica médica del Seguro Social y después de tres horas  de espera y de cien pacientes plenamente certificados de su existencia, tuve el honor de que un empleado técnicamente capacitado, me extendiera el codiciado certificado.
Hoy, que camino por las calles del centro de la ciudad y veo tantas personas ancianas, que tal vez no estén vivas, porque no tienen un certificado de supervivencia -extendido por  un empleado experto que les asegure que aún pueden disfrutar del aire contaminado de éste planeta- me doy cuenta de lo vital de dicho documento.
En ese discurrir andaba, cuando pasé por una tienda de ropa y me sentía tan de buen ánimo que decidí ver algunos  trajes. Me paseé por los pasillos y quise ver mi  figura antes de comprar uno. Me puse delante del espejo y se equivocó al devolver la imagen. Me hice a un lado y rápidamente volví a enfrentarme al espejo. ¡Nuevamente no me reflejó! Es inaudito que en una tienda de primera categoría tengan un espejo que no devuelva la imagen.
-¡No pueden hacer algo tan defectuoso que no sirva para lo que fue construido!- me dije. Salí de la tienda hecho una furia.
Saqué el certificado de mi bolsillo y nuevamente leí que el  papel certifica ampliamente que estoy vivo; apenas me lo dieron ayer y lo firmó un empleado especializado en certificar la supervivencia. Una persona con tal preparación, no puede equivocarse. Si me enfrento a un espejo y mi figura  no se refleja, iré a otra y a otra tienda hasta que lo consiga.
Caminé hacia el parque y me senté a pensar en una banca. No entendía mi situación, estaba confundido. Después de un rato, tomé el periódico que alguien había dejado en el lugar. Leí  algunas notas y llegué a la sección de necrologías y...¡con sorpresa leí mi propio aviso de defunción!
Me apena que el mundo no sepa  que estoy en condiciones de mostrar dondequiera y a quién sea, un vigente prolijo y minucioso certificado de existencia.
Afirmo pués qué: Vivir, después de todo, no es tan fundamental, lo importante es que alguien debidamente autorizado certifique que uno probadamente existe."

Existo, luego pienso


3 de noviembre de2012
De un poema de Mario Benedetti.

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