sábado, 12 de enero de 2013

Diferencias sociales

Diferencias sociales
Jorge Llera

Los rayos de un adormilado sol invernal iluminaron la pequeña ventana de la habitación, se deslizaron trabajosamente por la vieja alfombra, evidenciando sus manchas y desgarraduras; reptaron por el edredón y alcanzaron al fin su rostro. Abrió los ojos, se estiró generosamente, se despabiló y  se asomó a la mañana.
     ¡Que hermoso día! creo que voy a disfrutar cada instante. Hoy cumple quince años mi güerita, espero le guste el dije que le compré. Trataré de dárselo antes de la fiesta para que lo lleve puesto."
     "El saco azul que me prestó  Beto, me quedó muy bien y combina con los pantalones grises y mi corbata guinda. La fiesta va a ser elegante, mi suegro contrató una orquesta, creo que la pondrán al fondo del jardín. Va a venir gente importante. Ojala y no hayan invitado al mamón  del Guillo...que anda tras la Güera y por creerse aristócrata y rico, cree que todo el mundo le debe rendir...!
     El sol de la tarde alargaba las sombras de los centenarios árboles, que resguardaban las casas coloniales a ambos lados de la vieja calle donde vivía su amada. Transitaba por ella, desde el jardín de Coyoacán,  hasta el antiguo barrio de Santa Catarina. Aún era temprano para la misa de celebración en la pequeña iglesia ubicada en el solariego jardín cercano, pero las ansias de verla, abrazarla y besarla, lo consumían. En el camino, se encontró con Santiago, que le preguntó si tenía boletos para la fiesta de Graciela. Su respuesta fue inmediata:
     -¡Los de casa no necesitamos boletos, nosotros somos los anfitriones!
     Su alegre andar lo hacía ir de una banqueta a otra en la silenciosa calle. Escuchó el tintineo de la campana del tren y lo abordó por la parte de atrás. Se bajó  frente al jardín, rodeó la pequeña iglesia y llegó a la casa de Graciela. El portón de madera labrada resintió el insistente  golpeteo de la aldaba de bronce y después de una breve espera se abrió la ventanilla y asomó la morena cara del jardinero.
     - Hola Juan, ¿Está la señorita Graciela?
     - No, joven, no está y el ingeniero me indicó que le dijera, que no se vuelva a presentar jamás en esta casa, que no es bienvenido y que si insiste, llamará a la policía.
     Un frío intenso y pesado comenzó a recorrer su cuerpo, bajó los  brazos y  la cabeza cuando resbalaban las primeras lágrimas. Sintiendo una fuerte presión en el pecho y dificultad para respirar, dio media vuelta e inició su camino de retorno. Se detuvo y…volviendo con el jardinero le entregó el regalo para Graciela.
     - No joven, ya le dije que la señorita no estaba, salió con el señor Guillermo y yo no le puedo recibir nada.
     Abruptamente la sangre enrojeció su rostro, la ofuscación nubló sus pensamientos, multitud de imágenes de  desilusión, celos, rencor y odio lo invadieron. Angustiado y desesperado, sin saber que hacer, corrió por aquella calle arbolada. Las sombras de los árboles se escondieron y las baldosas silenciaron el sonido de sus pasos. Paró cuando una idea invadió su mente y regresó caminando lentamente mientras definía las acciones a tomar.
     Por la parte de atrás de la casa, trepó sobre la barda de colindancia y caminó sobre ella hasta llegar bajo el balcón de la recámara. Escaló la pared y penetró directamente a la habitación. El olor de la fragancia que tantas veces inhaló en el cuello de la amada, invadió sus sentidos. Recorrió con la mirada el rosado entorno lleno de gasas, bordados y olanes; de grandes almohadas sobre una mullida cama y vio que... ¡sobre esa, estaba el hermoso vestido de la quinceañera!
     No dudó ni un minuto en llevar a cabo la acción imaginada y después, salió rápidamente por donde había entrado.
     El olor a quemado lo acompañó en su viaje de regreso por una  calle extensamente arbolada y escasamente iluminada, donde las sombras parecían celebrar su decisión.

16 de febrero de 2013

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