domingo, 27 de enero de 2013

El amigo


El amigo
Jorge Llera
-¿Qué Tomas Daniel? Yo voy a pedir un tequila.
- Yo una cerveza… El barman asintió y  procedió a surtir la orden.
La oscuridad del bar, con paredes de madera, cuadros de ilustraciones deportivas y música tenue, provocaba un ambiente de tranquilidad, propicio para largas  conversaciones  y confesiones íntimas.
            Ramiro tomó su tequila de un solo trago y pidió otro. Sus pequeños  ojos oscuros, enmarcados en unas cejas delgadas, armonizaban con su cara triangular; su nariz larga y los labios delgados en permanente sonrisa, proyectaban la imagen de superficialidad y cinismo características de su época de estudiante. A sus cuarenta y tantos años no había perdido su esbeltez. Su pelo negro y lacio caía descuidadamente hacia un lado cubriendo parcialmente su amplia frente. Destacaba su altura con el elegante traje gris y el toque de color lo daba una  corbata  agua marina. Palmeó el hombro de Daniel y le preguntó:
            -¿Qué es de tu vida Danielito? ¿Sigues siendo tan tímido y dedicado como en la escuela? ¿Ya conoces a las mujeres? o, los libros y el trabajo te lo han impedido. Debo reconocer qué sí no es por ti y mi vista de larga distancia, no hubiera terminado mis estudios.
            Incómodo  por los comentarios de Ramiro y, arrepentido de haberlo reconocido en los pasillos del centro comercial y más aún, de haberlo invitado a platicar en el bar, Daniel volteó ligeramente la cara hacia él y fijando su mirada en el tarro de cerveza a medio consumir, se ajustó los lentes con el dedo índice, eliminando con el movimiento, el reflejo de su pronunciada calvicie. comentó escuetamente que estaba casado y que tenía dos hijos, que trabajaba en un despacho de abogados y que ganaba medianamente para vivir.
            - En cambio yo Danielito, he dedicado mi vida a las mujeres, soy divorciado y mi trabajo es divorciar. Me ha ido muy bien económicamente y disfruto de los placeres que se me van presentando. ¿Te acuerdas cómo era en la escuela?…pues sigo igual.
            Y comenzó a rememorar sus aventuras en la universidad: las fiestas que duraban hasta el amanecer, las amigas, las quejas de los vecinos a la policía, las peleas. Y en la constante añoranza de un pasado de sexo y lujuria, hizo alarde de sus conquistas amorosas, acompañando cada relato con su respectivo tequila. Daniel movía inquietamente su grueso cuerpo en el  banquillo, mientras pensaba cómo dar por terminado el encuentro, pero Ramiro no dejaba de vanagloriarse.
            -Recuerdo en especial a tres locas de la Faculta de Leyes: Rosa María, Florencia y Lourdes...¡eran insaciables!, ¡las más promiscuas de la escuela! ¡Qué orgías, hermano! ¡Qué orgías! ...Dignas de los Romanos. ¿No las conociste?
            - No Ramiro, yo iba a la escuela a estudiar y por la tarde trabajaba.
            Aprovechando la  interrupción de la  plática, pidió la cuenta y se despidió.
            -Tengo que llegar a casa temprano. Me dio gusto volver a verte.
            - ¡Qué lástima mi querido mandilón! Nos estábamos divirtiendo. Aquí te dejo mi tarjeta, háblame para volver a tomarnos unos tragos.
            Se despidieron con un abrazo y tomaron rumbos diferentes, como su vida y su destino. Al bajar por las escaleras eléctricas de la plaza comercial, Daniel rompió la tarjeta de presentación y los pedazos tuvieron el mismo fin que los pensamientos sobre su “amigo”.
            Subió pesadamente los tres pisos, abrió la puerta del departamento y con voz fuerte dijo: ¡Florencia, ya llegué!
 
23 de enero de 2013

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