domingo, 17 de febrero de 2013

El tesoro


El tesoro


 La palomilla era cazadora de culebras de agua -especímenes difíciles de atrapar- muy codiciadas en la escuela. Tenían que ser localizadas cerca de los arroyos o en lugares húmedos, debajo de las piedras. El principal coto de caza era el panteón de Xoco, en el viejo Coyoacán de la ciudad de México. Lugar de origen post revolucionario, que tenía la ventaja de ser poco explotado por otras pandillas, tal vez porque temieran la venganza de los internos o la captura del despiadado enterrador.
            Entraban al camposanto por la reja metálica, intercalados entre los visitantes, e inmediatamente se confundían entre ellos. Se dedicaban horas  a explorar las piedras de tumbas antiguas, respetando a las más ilustres –la más famosa era la del diputado Belisario Domínguez, que el General Victoriano Huerta mandó asesinar cerca de ahí.
            Regularmente, salían por la tarde con tres o cuatro culebritas de color gris o rosado, de entre doce a treinta centímetros de largo, las que adoptaban como mascotas o, vendían en la escuela, obteniendo buenas utilidades.
            En varias ocasiones la vieron, pero no la habían podido atraparla porque era muy  rápida, se escapaba entre las rocas y metía bajo las tumbas. Era una víbora negra de aproximadamente cincuenta centímetros, que en los costados tenía dibujos triangulares de varios colores formando una línea por todo su cuerpo. El sueño del grupo era apresarla. Se comentaba entre los amigos, que algunos enterradores les habían platicado de la culebra como el espíritu de un mago muy poderoso, condenado a vivir como víbora hasta que fuera liberado por  unos niños, a los cuales les debía agradecer con algún regalo su liberación. 
            Un sábado, con la tibia claridad de la mañana levantando la cortina de una soñolienta bruma, llegaron a su coto de caza con la estrategia establecida para atrapar al Mago: uno sería el encargado de levantar la piedra, cuatro rodearían el lugar con el fin de saltar sobre la cabeza y la cola del Mago en cuanto apareciera y dos atrás, por si escapaba. Dos horas levantando piedras y disimulando cuando volteaban a  verlos los visitantes o, se acercaba el enterrador y… Nada.
            Sudorosos y abatidos, sentados sobre: Aquí yace Efraín, buen padre, mal esposo, 1897-1952 ¡la vieron! . Estaba a dos tumbas de ellos y asomaba su cabeza sobre el borde inferior de una cripta; corrieron y se ubicaron según la estrategia. Fue el Choro el que levantó la piedra y apareció frente a todos enroscada y retadora, con la cabeza levantada; los envolvió con la mirada fija y brillante, su lengua bífida saliendo repetidamente les amenazaba. Su cuerpo negro resaltaba con los vívidos colores laterales y la móvil cola incitaba al combate. Saltaron sobre ella al contar tres: Jorge le cogió de la cabeza y Chalo trató de hacerlo con la cola, recibiendo un furioso latigazo en la palma de la mano; lograron, después de algún esfuerzo aprisionarla.  Con las manos libres se enlazaron todos, quedando el primero tomado de la cola del mago y el último de la cabeza, y lanzaron el conjuro: ¡Mago, queremos liberarte!, ¡Queremos liberarte!, ¡Queremos liberarte!...
            El sopor del mediodía sofocante, la sequedad en los labios, la irritación en los ojos por el lodo embarrado en sus caras y los movimiento violentos del Mago, los envolvieron en una nube de polvo seco y quemante que los cubrió enteramente. Mareados y sudando por el esfuerzo, comenzaron a distinguir a varios metros de distancia, la imagen de un objeto brillante junto a la tumba. Se fueron acercando precavidamente, empujados por la polvareda y …la avaricia les ganó abruptamente a todos. ¡Se abalanzaron sobre el tesoro! Y al hacerlo, el mago escapó. El tesoro era un reloj de pulsera dorado. Escarbaron  por todos lados, buscando más y no encontraron nada.
            -Bueno, algo es algo -Dijo el Choro, quitándole la tierra que lo cubría parcialmente.  En eso estaba, cuando sintió que alguien le arrebataba el reloj. Era el enterrador que sujetando al Choro por la camisa, los recorrió con su estúpida mirada y con una voz cavernosa, salida de la más profunda tumba vociferó:  
            - Gracias por encontrarlo… lo había buscado hace días.
            -¡Ahora, pinches escuíncles largo del panteón, antes de que llame a la policía y los acuse de profanadores de tumbas!



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