domingo, 28 de abril de 2013

Aroma de muerte

Aroma de muerte

Gabo era un lector de mentes, tan verosímil en sus pronósticos como el destino es con la vida. Atendía a su clientela en el café "Marrakech", situado en una de las estrechas e intrincadas calles del Centro histórico; una vialidad para caravanas de camellos, dónde inopinadamente, circulaban automóviles escoltados por multitud de transeúntes que emulaban hormigueros en frenética actividad.
            Leía el café y las cartas, pero más que nada... intuía a la gente. Y, sin saber cómo,  transformaba en palabras las imágenes que le llegaban, definiendo los caminos de su clientela y creando dependencias difíciles de despojar.
            Llegaba por la tarde después de trabajar en sus escritos. Se posesionaba de su papel, cambiando la cotidiana vestimenta por ropajes dignos de su prosapia clarividente; estrellas, cometas y lunas decoraban el azul oscuro de la túnica, que armonizaba con el claro del turbante, adornado con una  pluma de pavo real.
            Dos o tres días por semana tenía la visita de Marguerite, una francesa que había vivido en Grecia y acudía a revelarle sus sueños, con el fin de que los interpretara y le indicara el camino a seguir en su licenciosa vida.
            ⏤¿Qué soñaste ahora Marguerite?
            ⏤Que era la diosa Kali, hermosa como ninguna en el Universo; y que unas diosas celosas del don que se me había otorgado, me decapitaron y unieron mi cabeza al cuerpo de una prostituta muerta; y desde entonces vago por el mundo en busca de hombres para satisfacer su lascivia.
¿Qué puede significar eso?
            El Gabo leyó meticulosamente las cartas que extendió sobre la mesa delante de ella, haciendo diversos  conteos: horizontales, verticales, diagonales y salteados. Moviendo la cabeza. Murmurando hacia su interior palabras incomprensibles. Levantó la vista hasta fijarla en la interlocutora, se acomodó el turbante y la pluma, y le dijo:
            ⏤ Marguerite..., yo creo que su educación tradicional la ha restringido de los placeres carnales y ahora su cuerpo le está exigiendo una actualización radical y utiliza los sueños para pedírselo.
            El ambiente en el cuarto se entibió por las emanaciones de feromonas que comenzó a expedir el cuerpo inquieto de Marguerite, sus ojos negros adquirieron la brillantez de los faros que en la niebla buscan naves errantes. Su rostro, enrojeció con el rubor propio de una fingida inocencia, y... cruzando los muslos en una actitud defensiva, alcanzó a preguntar:
            ⏤¿Y..., mi marido, doctor?
  ⏤¡Alto!, ¡alto Marguerite! Yo le dije el qué, no le dije el cómo, ni el con quién.
Marguerite salió del café, dejando en el ambiente un fuerte rastro de exhalaciones sensuales que invitaban  a la seducción.
            
Entró al gabinete, Joyce Gallaher: alto, rubio y elegantemente vestido ⏤como corresponde a un periodista prestigiado⏤ y saludó familiarmente al clarividente.
            ⏤ ¡Hola mi buen Merlín! ¿Llego a tiempo a mi cita? Qué aroma tan cautivador se respira en tú changarro, ¿cambiaste de loción?
            ⏤¡Siéntate y cuéntame tus sueños! que ando atrasado.
            ⏤Pues bien, ayer soñé que estaba en una taberna en una buena trifulca, tirando patadas y puñetazos; me caí al suelo a recibir un bofetón y, desde ahí, le grité a chico Chandler ¡Dónde está mi gorra de pegar!... Inmediatamente me la aventó y cuando me la puse, sentí crujir mi cabeza al recibir un botellazo. Cuando caía, percibí a lo lejos la imagen de una bella mujer de ojos negros, un sensual aroma me envolvió en un torbellino de pasión y vi, a lo lejos, un hombre que me apuntaba con un arma…
            Después de hacer los rituales correspondientes del extendido de las cartas, el Gabo concluyó:
            ⏤Creo que la taberna es tu casa y oficina; la pelea, es tu vida. El botellazo, la mujer y la amenaza con el arma, están relacionados; tal vez indican muerte por un idilio apasionado con una mujer comprometida.
            ⏤ Gracias Gabo, hoy estás muy dramático, nos vemos la próxima semana.
            Saliendo de la consulta, percibió el aroma a tres mesas de distancia, fijó su mirada en los ojos negros, e… inició el camino hacia su destino.




domingo, 21 de abril de 2013

El arquero


El arquero

Las leyendas crean a veces la realidad,
 y resultan más útiles que los hechos.
Salman Rushide
Nació la raza mixteca como producto del amor de dos soberbios y vetustos abetos que, a la distancia, entrelazaban sus ramas acariciándose lánguidamente con los suaves vientos  que evadían la  protección de la montaña.  Las aguas que los nutrían, salían por una fractura  pétrea lamiendo permanentemente sus pies y refrescando el anudado abrazo que en un coito continuo, mantenían las voluptuosas raíces.
            Así hablaba la leyenda sobre sus orígenes y Mixtécatl, el más bravo de los guerreros, lo creía firmemente. Por eso, cuando se le encomendó la misión de encontrar un lugar más amplio para el desarrollo de la tribu, partió con la idea de encontrar algo similar.
            Caminó y caminó durante varias lunas, dirigiéndose hacia el nacimiento del Sol, que lo atraía cada mañana con promesas de llevarlo a un paraíso de belleza exuberante, lo castigaba durante el día acosándolo con sus dardos luminosos y se escondía traidoramente al atardecer, incumpliendo sus ofrecimientos.
            Un día, cuando el Sol lanzaba sus brillantes e hirientes dardos hacia su cabeza, sin que alguna nube bienhechora lo escudara del castigo, encontró en un extenso valle dos árboles custodiados por un ampuloso río que les festejaba su permanente cortejo y lo amenizaba  mediante una suave brisa. ¡Era la señal que buscaba!  ¡El lugar!... Una invitación a la transformación de la vida de la tribu. Sin embargo, algo lo incomodaba; sentía una molestia constante que no le permitía disfrutar del hallazgo: el fastidio  que lo había perseguido durante el viaje. Lo estuvo meditando bajo la sombra de los enamorados y... al fin lo comprendió: ¡el atosigante calor que lo abrumaba durante el día y no le permitía descansar bien por la noche! ¡Ese era el enemigo! El acompañante indeseable del que no se había podido liberar desde que inició su búsqueda.
            Tomó la decisión: De su carcaj sacó las flechas, tensó su arco y disparó en varias ocasiones contra el permanente agresor. El cielo se tiñó de rojos y naranjas en un cromatismo indicador de que el destinatario había sido herido y emanaba sangre en abundancia. Lentamente, la intensidad de la luz fue disminuyendo, los colores del firmamento se vistieron de luto y tras una breve agonía murió la luz…
            Preocupadas las estrellas por el asesinato, mandaron a la luna como intermediaria para solucionar el conflicto con el guerrero.
            En la tranquilidad de la noche, asentada en un horizonte que soportaba con esfuerzo su peso y gran volumen, la amarillenta interlocutora, con su rostro de conejo, manteniendo una sonrisa amplia y atractiva, dialogó durante varias horas con el combativo guerrero que respaldado por los enamorados, establecían condiciones de negociación. Por la madrugada, llegaron a un acuerdo: el astro rey moderaría la actitud arrogante y limitaría su acción a distribuir energía a lo largo del año durante el día; se le autorizaría en ocasiones incrementar su fuerza, a manera de ejercicio, para mantener la condición física y salud, temperando la vanidad y el egoísmo de considerarse indispensable por ser el generador de vida. Por la noche, su actividad sería contenida, permitiéndole sólo abrazar a su compañera y colorear tenuemente  su vida.
            Los mixtecos se comprometieron a respetar la naturaleza, conviviendo pacíficamente con plantas y animales y a soportar, eventualmente, los arrebatos temporales del astro rey.
            En cumplimiento de los acuerdos, con actitud tímida y de arrepentimiento, lanzó el nuevo sol sus primeros haces de luz muy temprano por la mañana del día siguiente.
*Derivado de una leyenda Mixteca


domingo, 14 de abril de 2013

En busca de un sueño




En busca de un sueño
In memoriam

La superficie se fue cubriendo de colores como los del despertar de una mañana en los prados del jardín de Coyoacán, plenos de luz y color. La blanca pared, desechó su monótona vestimenta cuando la diestra mano de la pintora deslizó con rapidez y precisión las pinceladas con las que la ataviaba de vida.
         los tres muros del comedor pronto se transformaron en una extraña composición paisajística que  figuraba una pradera africana con pastizales en tonos amarillentos, salpicados con manchones de un verdor desorientado por el cambio de estación. En el lado izquierdo de la pared central, campeaba con gallardía una soberbia jirafa de ojos grandes y melancólicos como de un cielo a punto de llorar; las grandes pestañas le abanicaban su tristeza. Su hocico emitía siempre una dulce sonrisa que se le formaba al rumiar el alimento.             En la pared del lado izquierdo, junto a la ventana, un  antílope de largos cuernos rodeado de flores multicolores y verde pasto, oteaba el horizonte con la tranquilidad nerviosa propia de su especie; observaba con atención a un león que en la pared de enfrente descansaba en la alfombra azul violeta que le proporcionaban tres antiguas jacarandás, que extendían sus ondulados brazos cubriendo con amplitud el entorno de un ramaje cromático que variaba del blanco rosado, al azul violeta y matizado por tramos cafés grisáceos de las nervaduras que sostenían la escenografía.
            La pintora, extrañamente, estaba dibujando al lado de la jirafa una niña con una caperuza roja, zapatillas negras, calcetas blancas y en su rostro destacaba una nariz recta  asomando bajo la capucha, mechones de cabello negro y un lunar en la frente que le daba un toque oriental a su cara.
            Escuchó el vocerío ensordecedor de los hijos llegando de la escuela y el tropel precipitado que anunciaba su entrada al comedor.
            - ¡Hola mamá! -se oyeron varias voces al mismo tiempo. -¡tenemos hambre! ¿Qué hay de comer?.
            -¿Ya se fijaron? mamá volvió a cambiar a la caperuza de lugar y la hizo más pequeña, parece que se va alejando -dijo Jesús.
            La madre bajó lentamente de la escalera, se acomodó los pantalones, se quitó la pañoleta  que cubría su cabeza y aún con manchas de pintura sobre su cara, procedió a dar de comer al primer grupo, sabiendo que no volvería a tener tranquilidad hasta la mañana del día siguiente, cuando todos salieran a sus actividades cotidianas. Eran diez hijos, con intereses, actividades, horarios diferentes y... sólo una madre. El padre, proveedor eficiente, presente siempre en la conciencia familiar… mantenía una ausencia justificada.
            Con la ayuda de Carmelita -una anciana que la apoyaba en el servicio- se inició en medio de la algarabía general, la distribución del alimento en la primera mesa del día. El ruido de las pláticas, discusiones y carcajadas, se extendía por toda la casa formando un bullicio atronador impactándo la sensibilidad de las paredes, que respondían indignadas con ecos huecos, como el de las  selvas al repetir los estentóreos aullidos de los monos.
            La madre, paciente exteriormente, convivía alternativamente con todos sus hijos durante las tardes y noches. Sin embargo, en su interior, trataba desesperadamente de contener el deseo de vivir para la pintura en un ambiente de tranquilidad y paz creativa, como el de los grandes impresionistas de fines del siglo diecinueve.
            Cada día, la Caperuza cambiaba de lugar, acercándose continuamente hacia el bosque de jacarandás. Poco a poco, se acercaba a la alfombra violeta y a la sombra protectora. Y cada día, los hijos lo comentaban y le preguntaban el motivo. La madre contestaba siempre: Es que busca protegerse del intenso sol que la abruma.
            Llegaron como de costumbre, con gritos y carreras: -¡ya venimos mamá!... ¡mamá!
            - ¡Carmelita! ¿Dónde está mamá?
            - En el cuadro, como siempre.
            Corrieron hacia el comedor y observaron qué la sombra de las jacarandás había aumentado, arropando el sueño siempre anhelado.