domingo, 14 de abril de 2013

En busca de un sueño




En busca de un sueño
In memoriam

La superficie se fue cubriendo de colores como los del despertar de una mañana en los prados del jardín de Coyoacán, plenos de luz y color. La blanca pared, desechó su monótona vestimenta cuando la diestra mano de la pintora deslizó con rapidez y precisión las pinceladas con las que la ataviaba de vida.
         los tres muros del comedor pronto se transformaron en una extraña composición paisajística que  figuraba una pradera africana con pastizales en tonos amarillentos, salpicados con manchones de un verdor desorientado por el cambio de estación. En el lado izquierdo de la pared central, campeaba con gallardía una soberbia jirafa de ojos grandes y melancólicos como de un cielo a punto de llorar; las grandes pestañas le abanicaban su tristeza. Su hocico emitía siempre una dulce sonrisa que se le formaba al rumiar el alimento.             En la pared del lado izquierdo, junto a la ventana, un  antílope de largos cuernos rodeado de flores multicolores y verde pasto, oteaba el horizonte con la tranquilidad nerviosa propia de su especie; observaba con atención a un león que en la pared de enfrente descansaba en la alfombra azul violeta que le proporcionaban tres antiguas jacarandás, que extendían sus ondulados brazos cubriendo con amplitud el entorno de un ramaje cromático que variaba del blanco rosado, al azul violeta y matizado por tramos cafés grisáceos de las nervaduras que sostenían la escenografía.
            La pintora, extrañamente, estaba dibujando al lado de la jirafa una niña con una caperuza roja, zapatillas negras, calcetas blancas y en su rostro destacaba una nariz recta  asomando bajo la capucha, mechones de cabello negro y un lunar en la frente que le daba un toque oriental a su cara.
            Escuchó el vocerío ensordecedor de los hijos llegando de la escuela y el tropel precipitado que anunciaba su entrada al comedor.
            - ¡Hola mamá! -se oyeron varias voces al mismo tiempo. -¡tenemos hambre! ¿Qué hay de comer?.
            -¿Ya se fijaron? mamá volvió a cambiar a la caperuza de lugar y la hizo más pequeña, parece que se va alejando -dijo Jesús.
            La madre bajó lentamente de la escalera, se acomodó los pantalones, se quitó la pañoleta  que cubría su cabeza y aún con manchas de pintura sobre su cara, procedió a dar de comer al primer grupo, sabiendo que no volvería a tener tranquilidad hasta la mañana del día siguiente, cuando todos salieran a sus actividades cotidianas. Eran diez hijos, con intereses, actividades, horarios diferentes y... sólo una madre. El padre, proveedor eficiente, presente siempre en la conciencia familiar… mantenía una ausencia justificada.
            Con la ayuda de Carmelita -una anciana que la apoyaba en el servicio- se inició en medio de la algarabía general, la distribución del alimento en la primera mesa del día. El ruido de las pláticas, discusiones y carcajadas, se extendía por toda la casa formando un bullicio atronador impactándo la sensibilidad de las paredes, que respondían indignadas con ecos huecos, como el de las  selvas al repetir los estentóreos aullidos de los monos.
            La madre, paciente exteriormente, convivía alternativamente con todos sus hijos durante las tardes y noches. Sin embargo, en su interior, trataba desesperadamente de contener el deseo de vivir para la pintura en un ambiente de tranquilidad y paz creativa, como el de los grandes impresionistas de fines del siglo diecinueve.
            Cada día, la Caperuza cambiaba de lugar, acercándose continuamente hacia el bosque de jacarandás. Poco a poco, se acercaba a la alfombra violeta y a la sombra protectora. Y cada día, los hijos lo comentaban y le preguntaban el motivo. La madre contestaba siempre: Es que busca protegerse del intenso sol que la abruma.
            Llegaron como de costumbre, con gritos y carreras: -¡ya venimos mamá!... ¡mamá!
            - ¡Carmelita! ¿Dónde está mamá?
            - En el cuadro, como siempre.
            Corrieron hacia el comedor y observaron qué la sombra de las jacarandás había aumentado, arropando el sueño siempre anhelado.



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