El arquero
Jorge Llera
Nació la raza mixteca como producto del amor de dos soberbios y
vetustos abetos que, a la distancia, entrelazaban sus ramas acariciándose lánguidamente con los
suaves vientos que evadían la protección de la montaña. Las aguas que los
nutrían,
salían
por una fractura pétrea lamiendo
permanentemente sus pies y refrescando el anudado abrazo que, en un coito
continuo, mantenían las voluptuosas raíces.
Así hablaba la leyenda
sobre sus orígenes y Mixtécatl, el más bravo de los guerreros, lo creía firmemente. Por
eso, cuando se le encomendó la misión de encontrar un lugar más amplio para el desarrollo de la
tribu, partió con la idea de encontrar algo similar.
Caminó y caminó durante varias
lunas, dirigiéndose hacia el nacimiento del Sol, que lo atraía cada mañana con promesas de
llevarlo a un paraíso de belleza exuberante, lo castigaba durante el día acosándolo con sus dardos
luminosos y se escondía traidoramente al atardecer, incumpliendo sus
ofrecimientos.
Un
día, cuando el Sol
lanzaba sus brillantes e hirientes dardos hacia su cabeza, sin que alguna nube
bienhechora lo escudara del castigo, encontró en un extenso valle dos árboles custodiados
por un ampuloso río, que les festejaba su permanente cortejo y lo
amenizaba mediante una suave brisa. ¡Era la señal que buscaba! era
el lugar... era una invitación a una transformación de la vida. Sin embargo, algo lo
incomodaba; sentía una molestia constante que no le permitía disfrutar del
hallazgo y que lo había acompañado durante el viaje. Lo estuvo meditando bajo la sombra de
los enamorados y... al fin lo comprendió: ¡Era el atosigante calor que lo abrumaba
durante el día y no le permitía descansar bien por la noche! ¡Ese era el enemigo!
El acompañante indeseable del que no se había podido liberar
desde que inició su búsqueda.
Tomó la decisión: De su carcaj sacó las flechas, tensó su arco y disparó en varias ocasiones
contra el permanente agresor. El cielo se tiñó de rojos y naranjas en un cromatismo
indicador de que el destinatario había sido herido y emanaba sangre en
abundancia. Lentamente, la intensidad de la luz fue disminuyendo, los colores
del firmamento se vistieron de luto y tras una breve agonía murió la luz…
Preocupadas las estrellas por el
asesinato, mandaron a la Luna como intermediaria para solucionar el conflicto
con el guerrero.
En
la tranquilidad de la noche, asentada en un horizonte que soportaba con esfuerzo
su peso y gran volumen, la amarillenta interlocutora, con su rostro de conejo,
manteniendo una sonrisa amplia y atractiva, dialogó durante varias
horas con el combativo guerrero que respaldado por los enamorados, establecían condiciones de
negociación. Por la madrugada, llegaron a un acuerdo: el astro rey
moderaría la actitud arrogante y limitaría su acción a distribuir energía a lo largo del año durante el día; se le autorizaría en ocasiones
incrementar su fuerza, a manera de ejercicio, para mantener la condición física y salud,
temperando la vanidad y el egoísmo de considerarse indispensable por ser el generador de
vida. Por la noche, su actividad sería contenida, permitiéndole sólo abrazar a su
compañera y colorear
tenuemente su vida.
Los
mixtecos se comprometieron a respetar la naturaleza, conviviendo pacíficamente con
plantas y animales y a soportar, eventualmente, los arrebatos temporales del
astro rey.
En
cumplimiento de los acuerdos, con actitud tímida y de arrepentimiento, lanzó el nuevo sol sus
primeros haces de luz muy temprano por la mañana del día siguiente.
10 de junio de 2013
Derivado
de una leyenda Mixteca
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