domingo, 21 de abril de 2013

El arquero



El arquero


Jorge Llera

Nació la raza mixteca como producto del amor de dos soberbios y vetustos abetos que, a la distancia, entrelazaban sus ramas acariciándose lánguidamente con los suaves vientos  que evadían la  protección de la montaña.  Las aguas que los nutrían, salían por una fractura  pétrea lamiendo permanentemente sus pies y refrescando el anudado abrazo que, en un coito continuo, mantenían las voluptuosas raíces.
            Así hablaba la leyenda sobre sus orígenes y Mixtécatl, el más bravo de los guerreros, lo creía firmemente. Por eso, cuando se le encomendó la misión de encontrar un lugar más amplio para el desarrollo de la tribu, partió con la idea de encontrar algo similar.
            Caminó y caminó durante varias lunas, dirigiéndose hacia el nacimiento del Sol, que lo atraía cada mañana con promesas de llevarlo a un paraíso de belleza exuberante, lo castigaba durante el día acosándolo con sus dardos luminosos y se escondía traidoramente al atardecer, incumpliendo sus ofrecimientos.
            Un día, cuando el Sol lanzaba sus brillantes e hirientes dardos hacia su cabeza, sin que alguna nube bienhechora lo escudara del castigo, encontró en un extenso valle dos árboles custodiados por un ampuloso río, que les festejaba su permanente cortejo y lo amenizaba  mediante una suave brisa. ¡Era la señal que buscaba! era el lugar... era una invitación a una transformación de la vida. Sin embargo, algo lo incomodaba; sentía una molestia constante que no le permitía disfrutar del hallazgo y que lo había acompañado durante el viaje. Lo estuvo meditando bajo la sombra de los enamorados y... al fin lo comprendió: ¡Era el atosigante calor que lo abrumaba durante el día y no le permitía descansar bien por la noche! ¡Ese era el enemigo! El acompañante indeseable del que no se había podido liberar desde que inició su búsqueda.
            Tomó la decisión: De su carcaj sacó las flechas, tensó su arco y disparó en varias ocasiones contra el permanente agresor. El cielo se tiñó de rojos y naranjas en un cromatismo indicador de que el destinatario había sido herido y emanaba sangre en abundancia. Lentamente, la intensidad de la luz fue disminuyendo, los colores del firmamento se vistieron de luto y tras una breve agonía murió la luz
            Preocupadas las estrellas por el asesinato, mandaron a la Luna como intermediaria para solucionar el conflicto con el guerrero.
            En la tranquilidad de la noche, asentada en un horizonte que soportaba con esfuerzo su peso y gran volumen, la amarillenta interlocutora, con su rostro de conejo, manteniendo una sonrisa amplia y atractiva, dialogó durante varias horas con el combativo guerrero que respaldado por los enamorados, establecían condiciones de negociación. Por la madrugada, llegaron a un acuerdo: el astro rey moderaría la actitud arrogante y limitaría su acción a distribuir energía a lo largo del año durante el día; se le autorizaría en ocasiones incrementar su fuerza, a manera de ejercicio, para mantener la condición física y salud, temperando la vanidad y el egoísmo de considerarse indispensable por ser el generador de vida. Por la noche, su actividad sería contenida, permitiéndole sólo abrazar a su compañera y colorear tenuemente su vida.
            Los mixtecos se comprometieron a respetar la naturaleza, conviviendo pacíficamente con plantas y animales y a soportar, eventualmente, los arrebatos temporales del astro rey.
            En cumplimiento de los acuerdos, con actitud tímida y de arrepentimiento, lanzó el nuevo sol sus primeros haces de luz muy temprano por la mañana del día siguiente.

10 de junio de 2013
                                                                                             Derivado de una leyenda Mixteca

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