La calle se alarga hasta la eternidad…
Es
más fácil llamar prostituta a alguien que serlo.
Pensamientos descabellados, 1957
Pensamientos descabellados, 1957
Stanisław
Jerzy Lec,
Recargada en un poste observa el
lento transitar de vehículos, lleva dos horas esperando y nada, nadie se ha
detenido, ni siquiera han disminuido la velocidad para echarle una ojeada.
Levanta la vista y observa el Metro desplazándose hacia el sur, el largo gusano
anaranjado obstruye el horizonte de edificios pardos, tristes, descuidadas
construcciones decimonónicas. Tras ella, la carpa que cobija al circo
decadente, otrora atracción popular, cuyo anuncio luminoso promueve:
¡Espectáculos de malabares nunca vistos!, y con el fulgor de los anuncios
luminosos, la imagen de ella resalta, conminando a los conductores de vehículos
a fijar la atención y estimular su lascivia. El tráfico pesado de las seis de
la tarde ensordece el ambiente con el ruido de motores y claxonazos
frecuentes de los irascibles automovilistas cargados de estrés. La
contaminación le reseca nariz y garganta, y el viento frío del invierno lastima
su cuerpo golpeándola con soplos cortantes. Como de costumbre, utiliza el
atuendo que le ha traído éxito con la clientela: minifalda ceñida de color
naranja; blusa negra escotada, que como una segunda piel, acaricia tersamente
su cuerpo, ciñendolo, evidenciando los senos voluminosos y erectos, monumentos
vivos de la tecnología. La chaquetilla tipo torero del color de la falda,
armoniza el conjunto, las medias y boina negras, dan el toque final a una
figura apetecible para los hombres.
Cada vez es más difícil hallar clientes, antes no pasaba una hora sin que
alguien se parara a solicitar el servicio; hacía dos o tres por noche. Ahora,
con dificultad hace uno. Es mucha la competencia y sigue aumentando en esta
calle que se alarga y se alarga, indefinidamente.
Las luces titilantes de la patrulla se acercan lentamente y se detienen a su
lado. Asoma la cabeza el sargento y la saluda:
—Hola, Mónica, tu cuota.
—Oficial, aún no he atendido a nadie, no tengo dinero.
—Ya sabes que la cuota es por día, págala en la siguiente ronda o pierdes tu
lugar. Ah, y prepárate para el sábado porque le damos una fiesta sorpresa al
comandante y tendrás que cooperar con tu presencia.
—Oficial, trabajo el sábado, es mi mejor día.
—Ya sabes que no te puedes negar, al rato pasamos por la cuota.
La patrulla continuó lentamente su
recorrido por aquella calle larga y productiva, exprimiendo gota a gota el
esfuerzo ajeno.
Una hora tardó todavía para convenir un servicio, sus compañeras cercanas ya la
habían abandonado. El ambiente triste del oscuro hotel los recibió
encubriéndolos en el vaho de una ilusión superficial, turbiedad de pasiones
compradas y falsa lujuria.
Al llegar a la habitación, Alberto comenzó a acariciarle el cuerpo y besarla,
palpando las partes más sensibles para buscar su excitación, ella accedió al
jugueteo sin aceptar que los besos fueran en la boca. El enardecimiento de él
se aceleró al ver la imagen de Mónica en ropa interior, reflejada en la pared
de espejo frente a la cama. Mónica acompañó su creciente emoción con
movimientos lentos y cadenciosos, restregando el pubis contra su cuerpo. La
reacción fue inmediata, torpemente se apresuró a desvestirse, jalando las ropas
con una mano, mientras con la otra atendía a su labor excitativa. Con esfuerzo
se quitó zapatos y calcetines, pero le fue imposible continuar. Mónica lo
impulsó ligeramente sobre la cama, y terminó la labor. Le pidió que se
protegiera, proporcionándole el adminículo mientras ella terminaba de
desvestirse. La pasión de Alberto se desbordó al abrazarla sobre la cama y
entrelazarla entre sus piernas, apretarla por los glúteos y succionar sus senos
con ansiedad. El sudor perló la piel y el sonido de la respiración entrecortada
incrementó el deseo. No soportando más la exasperación que lo inflamaba la
penetró, dejando ir en movimientos convulsivos la angustia de la pasión que lo
consumía, atormentaba y desesperaba. Por un momento todo él se endureció, se
tensaron los músculos, enrojeció la piel y el sudor humedeció ambos cuerpos
lubricando los deslizamientos. Terminó con un movimiento febril de escasa
duración. Después, el relajamiento lo envolvió calmando las tensiones. Se
apartó de ella con fría indiferencia y comenzó a vestirse acompañado de un
pensamiento: igual que en casa, pero sin
reproches. Con una sonrisa de satisfacción pagó y se despidió dándole un
beso en la mejilla y prometiéndole que pronto la buscaría.
El viento frío de la madrugada y la claridad atisbando tímidamente la parte
alta del edificio de departamentos, acompañaron su llegada a casa. Al abrir la
puerta, el olor del café recién hecho impregnó sus sentidos y permitió acelerar
la adaptación al verdadero rol de vida. Entró a la cocina y besó a la
madre.
—¿Cómo
te fue, hija?
—Bien,
madre, traigo un poco de dinero.
—Despierta a Liliana y desayunen rápido, hay que disfrazarla de flor, hoy es el
festival de la primavera en su escuela, va a desfilar y participar en un
bailable.
Salieron presurosas, y llegaron a la escuela a tiempo para que Liliana se
incorporara al grupo de compañeras que como un ramo multicolor de flores,
movían sus pétalos acompañadas de conversaciones y risas emotivas, reflejando
la alegría de participar en el evento.
Flores,
animales y música, divirtieron a los asistentes e hicieron que los pequeños
gozaran sus momentos de gloria, aceptando con alegría y risas el aplauso
efusivo de los adultos.
En la puerta
de salida de la escuela, Liliana jaló bruscamente a su mamá hasta quedar frente
a un hombre:
—¡Mamá! ¡Mamá! Te presento a mi
maestro.
—M... Mucho
gusto, señora. Alberto Samperio.
La turbación y el sonrojo evidenciaron la misma torpeza de la noche anterior, y
resaltaron la simpleza y mediocridad de su ser.
—Mucho gusto, profesor… pensé
que ya lo conocía.
¾No, señora. Fue un placer…
Mónica tomó la mano de su hija y se despidió
fríamente.
Mientras caminaban, pensó: La calle se alarga
hasta la eternidad… vinculando historias y
vidas
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