martes, 8 de abril de 2014

La calle se alarga hasta la eternidad...

La calle se alarga hasta la eternidad…

Es más fácil llamar prostituta a alguien que serlo.
Pensamientos descabellados, 1957
Stanisław Jerzy Lec, 

Recargada en un poste observa el lento transitar de vehículos, lleva dos horas esperando y nada, nadie se ha detenido, ni siquiera han disminuido la velocidad para echarle una ojeada. Levanta la vista y observa el Metro desplazándose hacia el sur, el largo gusano anaranjado obstruye el horizonte de edificios pardos, tristes, descuidadas construcciones decimonónicas. Tras ella, la carpa que cobija al circo decadente, otrora atracción popular, cuyo anuncio luminoso promueve: ¡Espectáculos de malabares nunca vistos!, y con el fulgor de los anuncios luminosos, la imagen de ella resalta, conminando a los conductores de vehículos a fijar la atención y estimular su lascivia. El tráfico pesado de las seis de la tarde ensordece el ambiente con el ruido de motores y  claxonazos frecuentes de los irascibles automovilistas cargados de estrés. La contaminación le reseca nariz y garganta, y el viento frío del invierno lastima su cuerpo golpeándola con soplos cortantes. Como de costumbre, utiliza el atuendo que le ha traído éxito con la clientela: minifalda ceñida de color naranja; blusa negra escotada, que como una segunda piel, acaricia tersamente su cuerpo, ciñendolo, evidenciando los senos voluminosos y erectos, monumentos vivos de la tecnología. La chaquetilla tipo torero del color de la falda, armoniza el conjunto, las medias y boina negras, dan el toque final a una figura apetecible para los hombres.
           Cada vez es más difícil hallar clientes, antes no pasaba una hora sin que alguien se parara a solicitar el servicio; hacía dos o tres por noche. Ahora, con dificultad hace uno. Es mucha la competencia y sigue aumentando en esta calle que se alarga y se alarga, indefinidamente.
            Las luces titilantes de la patrulla se acercan lentamente y se detienen a su lado. Asoma la cabeza el sargento y la saluda:
          —Hola, Mónica, tu cuota.
          —Oficial, aún no he atendido a nadie, no tengo dinero.
          —Ya sabes que la cuota es por día, págala en la siguiente ronda o pierdes tu lugar. Ah, y prepárate para el sábado porque le damos una fiesta sorpresa al comandante y tendrás que cooperar con tu presencia.
          —Oficial, trabajo el sábado, es mi mejor día.
          —Ya sabes que no te puedes negar, al rato pasamos por la cuota.
         La patrulla continuó lentamente su recorrido por aquella calle larga y productiva, exprimiendo gota a gota el esfuerzo ajeno.
         Una hora tardó todavía para convenir un servicio, sus compañeras cercanas ya la habían abandonado. El ambiente triste del oscuro hotel los recibió encubriéndolos en el vaho de una ilusión superficial, turbiedad de pasiones compradas y falsa lujuria.
             Al llegar a la habitación, Alberto comenzó a acariciarle el cuerpo y besarla, palpando las partes más sensibles para buscar su excitación, ella accedió al jugueteo sin aceptar que los besos fueran en la boca. El enardecimiento de él se aceleró al ver la imagen de Mónica en ropa interior, reflejada en la pared de espejo frente a la cama. Mónica acompañó su creciente emoción con movimientos lentos y cadenciosos, restregando el pubis contra su cuerpo. La reacción fue inmediata, torpemente se apresuró a desvestirse, jalando las ropas con una mano, mientras con la otra atendía a su labor excitativa. Con esfuerzo se quitó zapatos y calcetines, pero le fue imposible continuar. Mónica lo impulsó ligeramente sobre la cama, y terminó la labor. Le pidió que se protegiera, proporcionándole el adminículo mientras ella terminaba de desvestirse. La pasión de Alberto se desbordó al abrazarla sobre la cama y entrelazarla entre sus piernas, apretarla por los glúteos y succionar sus senos con ansiedad. El sudor perló la piel y el sonido de la respiración entrecortada incrementó el deseo. No soportando más la exasperación que lo inflamaba la penetró, dejando ir en movimientos convulsivos la angustia de la pasión que lo consumía, atormentaba y desesperaba. Por un momento todo él se endureció, se tensaron los músculos, enrojeció la piel y el sudor humedeció ambos cuerpos lubricando los deslizamientos. Terminó con un movimiento febril de escasa duración. Después, el relajamiento lo envolvió calmando las tensiones. Se apartó de ella con fría indiferencia y comenzó a vestirse acompañado de un pensamiento: igual que en casa, pero sin reproches. Con una sonrisa de satisfacción pagó y se despidió dándole un beso en la mejilla y prometiéndole que pronto la buscaría.
            El viento frío de la madrugada y la claridad atisbando tímidamente la parte alta del edificio de departamentos, acompañaron su llegada a casa. Al abrir la puerta, el olor del café recién hecho impregnó sus sentidos y permitió acelerar la adaptación al verdadero rol de  vida. Entró a la cocina y besó a la madre.
     —¿Cómo te fue, hija?
     —Bien, madre, traigo un poco de dinero.
     —Despierta a Liliana y desayunen rápido, hay que disfrazarla de flor, hoy es el festival de la primavera en su escuela, va a desfilar y participar en un bailable.
            Salieron presurosas, y llegaron a la escuela a tiempo para que Liliana se incorporara al grupo de compañeras que como un ramo multicolor de flores, movían sus pétalos acompañadas de conversaciones y risas emotivas, reflejando la alegría de participar en el evento. 
Flores, animales y música, divirtieron a los asistentes e hicieron que los pequeños gozaran sus momentos de gloria, aceptando con alegría y risas el aplauso efusivo de los adultos.
En la puerta de salida de la escuela, Liliana jaló bruscamente a su mamá hasta quedar frente a un hombre:
—¡Mamá! ¡Mamá! Te presento a mi maestro.
—M... Mucho gusto, señora. Alberto Samperio.
            La turbación y el sonrojo evidenciaron la misma torpeza de la noche anterior, y resaltaron la simpleza y mediocridad de su ser.
          —Mucho gusto, profesor… pensé que ya lo conocía.
¾No, señora. Fue un placer…
Mónica tomó la mano de su hija y se despidió fríamente.
Mientras caminaban, pensó: La calle se alarga hasta la eternidad… vinculando historias y vidas


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