El presagio
Polux
... En este momento oye gritar al niño
y se dice:
«Ese
es el enemigo que me impide vivir.»
El
enemigo es el niño.
Antón Chejov
El frío húmedo de la mañana se filtra por el quicio de la
puerta, levanta algunas cenizas en la apagada chimenea, se cuela por el
cobertor enfriando las vestiduras y su cuerpo, obligándola a despertar. El
chirrido constante y lastimero persiste en el cuarto. Se estira y desentume con
aquel sopor pesado y pegajoso que priva en un ambiente de muerte. Humores
calientes viciando el aire, haciéndolo
irrespirable, rasposo; sopor que transpira frustración, sopesa rencores y
libera envilecimiento. Trata de no alterarse con el perturbador sonido que oye
a su lado, le perfora los oídos, se mete a su cerebro lastimándola,
impidiéndole pensar en otra cosa que no
sea dolor, sufrimiento e imposibilidad de descansar. Con aprehensión recuerda la
siniestra pesadilla de la noche anterior: en el colmo de la desesperación asfixió
al pequeño que cuidaba porque no dejaba
de llorar. En el sueño, determinó que ese era el enemigo que le impedía dormir…
Se dirige a
la cama donde su padre se retuerce del dolor chirriando los dientes, quejándose
con lamentos entrecortados; expectorando con dificultad los esputos que le
bloquean la respiración; apretándose el vientre con las manos para disminuir el
sufrimiento. Con paños húmedos, le humedece la frente para bajar la fiebre y le
da a beber un poco de agua que traga con dificultad. Efim Stepanov lleva varias
semanas en agonía, y ella se encarga de cuidarlo. Su madre que trabaja en la
casa señorial no puede atenderlo, llega
a casa extenuada por el cansancio sólo a dormir y regresa al amanecer a sus
labores.
Varka cumple
con la atención de su padre de manera fría, impersonal, sin emociones
comprometidas, ni cargos de conciencia que la atormenten; lo hace como realiza
las demás labores de la granja: cortar leña, ir al pozo por agua o alimentar a
los cerdos. Efim siempre se mostró ajeno a ella, era una boca más que
alimentar. Jamás le brindó un cariño, un halago, una sonrisa. Era indiferente
en la sobriedad y bestial en la borrachera. Por eso, la sórdida insensibilidad
y el desamor. El sumiso cumplimiento de la obligación por temor a una
reprimenda.
Por la
mañana, recargada sobre la mesa dormita, sueña que mece la cuna del nene canturreando:
Duerme, niño bonito, que viene el coco... Mientras las sombras al fondo del
cuarto, proyectadas con la luz débil e incierta de una lamparilla verde
encendida ante un icono, danzaban a su derredor como premonitorias nubes negras que lloraban a
gritos su desgracia.
La despertó
un fuerte ruido, volteó y vio a su padre en el suelo: el espasmo había sido tan
fuerte que lo hizo rodar y caer de la cama. Se apresuró a tratar de levantarlo,
pero pesaba demasiado, por lo que sólo le puso un cobertor sobre su cuerpo.
Cuando lo hacía, levantó su cara y confrontó el rostro de sufrimiento y
desesperación de Efim Stepanov que, con ojos desorbitados, transido por el
dolor, sudando febrilmente, levantó la cabeza y con un lamento prolongado brotado
de las profundidades de su ser, carraspeó apenas audiblemente:
—¡Mátame! ¡asfíxiame
con la almohada! Por amor de Dios, no me dejes seguir sufrir más.
Varka quedó
paralizada por la impresión sin saber que hacer. Cubrió la cara con sus manos,
tratando de pensar mientras las súplicas continuaban. Saturaron su mente imágenes de la vida con él,
padeceres de su madre; rencores íntimos, miedos y restricciones; castigos
injustos. Ese cúmulo de pensamientos y el cansancio tan grande que sentía, aunado
a la posibilidad inmensa de reposar, definió su proceder.
Tomó la
almohada lentamente, la alzó y titubeante la acercó a la cara de Efim Stepanov,
que resaltada por los desorbitados ojos imploraba la culminación. Los lamentos
de dolor se ahogaron en la cercanía de la tela, el carraspeo enmudeció entre
los pliegues y… la última expectoración se confundió con un estertor de muerte.
Los funerales fueron poco concurridos: Varka y su madre,
algunos vecinos y como una distinción especial, los patrones y sus hijos.
Llegaron por
la tarde a su casa. El moño negro que enmarcaba la puerta de entrada, anunciaba
también una época de carestía, de luto del espíritu y de la carne. Al faltar
Efim, se privaba a la familia del ingreso primordial. Tenían que resolver la
manutención de las dos, y la madre lo hizo:
—Varka, los
patrones quieren seguir apoyándonos y para sustituir el salario de tu padre, me
propusieron y acepté, que tú trabajaras en la casa grande. Como la señora está
embarazada, me pidió que fueras la nana del bebé que nacerá próximamente…
29 de abril de 2014
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