martes, 2 de septiembre de 2014

El GCH

El GCH


Cercaron la casa elementos del Ejército, Policía y Marina. Dejaron sin posibilidad de escape a los truhanes que se resguardaban en ella. Como buitres atisbando el desvanecimiento de su presa, esperaron escondidos en los quicios de las puertas y azoteas. Habían sido avisados por la DEA del lugar dónde se encontraba el GCH, líder del Cártel del Noreste. Decididos a jugarse la vida, iniciaron el combate desde el refugio. Era una pelea desigual, de antemano se sentían perdidos. Los confrontaron. La lucha se prolongó por más de tres horas, ráfagas mortales hiriendo el espacio, impactando paredes y destrozando vidrios; gritos amenazantes y aullidos de dolor cuando los proyectiles lograban su cometido. Finalmente, un silencio sordo enturbiado únicamente por el sigilo en el desplazamiento de los atacantes, invadió el lugar. Un obús destrozó la puerta principal y las autoridades invadieron el recinto, capturando al líder del cártel y algunos de los secuaces.
            El GCH aguardaba su destino en el Penal de Alta Seguridad de Almoloya de Juárez, cuando llegó la extradición solicitada por las autoridades de Estados Unidos de Norteamérica. Era en ese país el hombre más buscado, el trofeo que justificaba el programa de combate a las drogas. Lo recluyeron en una prisión del Estado de Texas y tras un juicio rápido, lo sentenciaron a muerte.
            Un día antes de la ejecución pidió un confesor, hablaron largamente por espacio de horas y ya para despedirse el sacerdote le preguntó:
            —¿Y por qué el mote del GCH?
            —Por el día que se chingó mi destino —contestó el preso.
Higinio le comentó al cura que en la Correccional, cuando cumplía una sentencia por pequeños robos, entró en un programa de rehabilitación a estudiar la Preparatoria. Llevaba física con el profesor Feliciano Sánchez, hombre exigente  y de mal carácter. Aburrido, oía a  lo lejos describir el Modelo estándar de física de partículas. Cómo adquirían masa las más elementales, y constituían al agruparse, toda la materia que conocemos. Decía el profesor, que el campo de Higgs impregnaba todo el Universo, y las partículas básicas llamadas Bosones interactuaban en él, y conforme lo hacían, adquirían masa. No se dio cuenta que el  maestro levantó su mirada hacia los alumnos para comprobar el entendimiento de  lo que iba diciendo, y se fijó en unas botas que asomaban por encima de un pupitre en el fondo del salón. Siguió con la mirada la línea oblicua de los pantalones vaqueros y encontró a Higinio repantigado entre dos bancas y fumando un cigarro.
            —¡Higinio Ramírez!, levántese y tire el cigarro. En la escuela no se fuma y las bancas son para sentarse no para dormitar sobre ellas. Ya estoy fastidiado de que venga a mi clase a comportarse como un patán. Parece no entender que está en el programa de rehabilitación, y si lo expulso de mi clase, regresa a cumplir su sentencia.
            —¡No la chingue profe! No lo haga —le dije.
            —Bueno, pues ponga atención, y la próxima clase deberá exponer cómo se logró identificar al Bosón de Higgs. Es todo, ya pueden salir.
           
Por primera vez entró a una biblioteca y con dificultad encontró la información deseada. Tardó un buen tiempo en entenderla, y más en hacer un escrito que describiera el reciente descubrimiento.
            En el salón de clase, trataba de explicar a los compañeros lo que se necesitó para identificar las partículas más elementales del Universo. Les platicó cómo se construyó el Gran Colisionador de Hadrones, un túnel subterráneo de veintisiete kilómetros que impulsa a protones y neutrones a  velocidades cercanas a la de la luz y las hace colisionar, fraccionándolas en las más elementales, el Bosón de Higgs, también llamada la partícula de Dios. Desde el Fondo del salón, se escuchó la voz fuerte del Chabelo que gritó:
            ¾¡El bolsón eres tú, pinche Higinio!... ¡El bolsón, hijin!, provocando la carcajada general del grupo.
La risa de todos, lo encabronó; lleguó a él saltando pupitres, atropellando compañeros y lo tundió a golpes. Se trenzaron en un forcejeo cerrado con desgarros de  ropas, tirando golpes, mordidas a la cara y dándose de cabezazos. La sangre les cubría el rostro y azuzados por los gritos de emoción de los compañeros,  trataron de acabar el uno con el otro. El profesor quiso intervenir, pero el grupo que observaba el combate se cerró para impedirlo. Higinio se separó un poco, tomó distancia y  lanzó una patada en la cara, incrustándole la punta de metal en la boca. Un borbotón de sangre manchó sus botas, mientras con el impulso del golpe, el Chabelo giró la cabeza, que pegó en el filo de un pupitre. Molesto porque había arruinado suss mejores botas, quiso seguir golpeándolo y se fue tras él. Fue entonces que se dio cuenta del cuerpo inerte del Chabelo.
¾Estaba perdido, abandoné rápidamente la escuela y mi vida se jodió, pasando desde ese momento a la clandestinidad. De ahí me impusieron el apodo del GCH: ¡El Gran Colisionador de… Hadrones!.

22 de agosto de 2014
           
           
           
           


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