El GCH
Cercaron la casa elementos del Ejército, Policía y
Marina. Dejaron sin posibilidad de escape a los truhanes que se resguardaban en
ella. Como buitres atisbando el desvanecimiento de su presa, esperaron
escondidos en los quicios de las puertas y azoteas. Habían sido avisados por la
DEA del lugar dónde se encontraba el GCH,
líder del Cártel del Noreste. Decididos a jugarse la vida, iniciaron el combate
desde el refugio. Era una pelea desigual, de antemano se sentían perdidos. Los
confrontaron. La lucha se prolongó por más de tres horas, ráfagas mortales
hiriendo el espacio, impactando paredes y destrozando vidrios; gritos
amenazantes y aullidos de dolor cuando los proyectiles lograban su cometido. Finalmente,
un silencio sordo enturbiado únicamente por el sigilo en el desplazamiento de
los atacantes, invadió el lugar. Un obús destrozó la puerta principal y las
autoridades invadieron el recinto, capturando al líder del cártel y algunos de
los secuaces.
El
GCH aguardaba su destino en el Penal de Alta Seguridad de Almoloya de Juárez,
cuando llegó la extradición solicitada por las autoridades de Estados Unidos de
Norteamérica. Era en ese país el hombre más buscado, el trofeo que justificaba
el programa de combate a las drogas. Lo recluyeron en una prisión del Estado de
Texas y tras un juicio rápido, lo sentenciaron a muerte.
Un
día antes de la ejecución pidió un confesor, hablaron largamente por espacio de
horas y ya para despedirse el sacerdote le preguntó:
—¿Y
por qué el mote del GCH?
—Por
el día que se chingó mi destino —contestó el preso.
Higinio le comentó al cura que en
la Correccional, cuando cumplía una sentencia por pequeños robos, entró en un
programa de rehabilitación a estudiar la Preparatoria. Llevaba física con el
profesor Feliciano Sánchez, hombre exigente
y de mal carácter. Aburrido, oía a
lo lejos describir el Modelo
estándar de física de partículas. Cómo adquirían masa las más elementales,
y constituían al agruparse, toda la materia que conocemos. Decía el profesor, que
el campo de Higgs impregnaba todo el Universo, y las partículas básicas llamadas Bosones interactuaban
en él, y conforme lo hacían, adquirían masa. No se dio cuenta que el maestro levantó su mirada hacia los alumnos
para comprobar el entendimiento de lo
que iba diciendo, y se fijó en unas botas que asomaban por encima de un pupitre
en el fondo del salón. Siguió con la mirada la línea oblicua de los pantalones
vaqueros y encontró a Higinio repantigado entre dos bancas y fumando un
cigarro.
—¡Higinio Ramírez!, levántese y tire
el cigarro. En la escuela no se fuma y las bancas son para sentarse no para
dormitar sobre ellas. Ya estoy fastidiado de que venga a mi clase a comportarse
como un patán. Parece no entender que está en el programa de rehabilitación, y
si lo expulso de mi clase, regresa a cumplir su sentencia.
—¡No
la chingue profe! No lo haga —le dije.
—Bueno,
pues ponga atención, y la próxima clase deberá exponer cómo se logró
identificar al Bosón de Higgs. Es todo, ya pueden salir.
Por primera vez entró a una biblioteca y con
dificultad encontró la información deseada. Tardó un buen tiempo en entenderla,
y más en hacer un escrito que describiera el reciente descubrimiento.
En
el salón de clase, trataba de explicar a los compañeros lo que se necesitó para
identificar las partículas más elementales del Universo. Les platicó cómo se
construyó el Gran Colisionador de Hadrones, un túnel subterráneo de veintisiete
kilómetros que impulsa a protones y neutrones a
velocidades cercanas a la de la luz y las hace colisionar, fraccionándolas
en las más elementales, el Bosón de Higgs, también llamada la partícula de
Dios. Desde el Fondo del salón, se escuchó la voz fuerte del Chabelo que gritó:
¾¡El bolsón eres tú, pinche Higinio!... ¡El bolsón, hijin!, provocando la
carcajada general del grupo.
La risa de todos, lo encabronó;
lleguó a él saltando pupitres, atropellando compañeros y lo tundió a golpes. Se
trenzaron en un forcejeo cerrado con desgarros de ropas, tirando golpes, mordidas a la cara y dándose
de cabezazos. La sangre les cubría el rostro y azuzados por los gritos de
emoción de los compañeros, trataron de
acabar el uno con el otro. El profesor quiso intervenir, pero el grupo que observaba
el combate se cerró para impedirlo. Higinio se separó un poco, tomó distancia y
lanzó una patada en la cara, incrustándole la punta de metal en la
boca. Un borbotón de sangre manchó sus botas, mientras con el impulso del
golpe, el Chabelo giró la cabeza, que pegó en el filo de un pupitre. Molesto
porque había arruinado suss mejores botas, quiso seguir golpeándolo y se fue
tras él. Fue entonces que se dio cuenta del cuerpo inerte del Chabelo.
¾Estaba perdido, abandoné rápidamente la escuela y mi vida se jodió,
pasando desde ese momento a la clandestinidad. De ahí me impusieron el apodo
del GCH: ¡El Gran Colisionador de… Hadrones!.
22 de agosto de 2014
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