domingo, 5 de octubre de 2014

El cisne negro

El cisne negro



¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello 
al paso de los tristes y errantes soñadores? 
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, 
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío


Las luces aumentaron de intensidad clarificando el ambiente; las últimas parejas abandonaron la pista y la orquesta guardó sus instrumentos; solo quedaron mis amigas. Estaba cansada de tanto bailar y exhausta, cuando mi madre me llamó para ayudarla a recoger los presentes de mi cumpleaños. Entusiasmada comencé a abrir envolturas, apartando etiquetas y anotando el tipo de regalo, para enviar una nota de agradecimiento: perfumes, collares, dijes, prendedores, fueron adornando la mesa. Comentaba en cada apertura la opinión sobre el regalo y el otorgante. Una caja rectangular, envuelta austeramente en papel aluminio color azul llamó mi atención; no tenía etiqueta, ni mensaje alguno. Rasgué la envoltura, pensando que en su interior traería la identificación del donante. Era un alhajero de madera con un cisne en un lago, labrado sobre la tapa. Al abrirla, apareció una bailarina que se reflejaba en el espejo interior, dando vueltas con la melodía El lago de los cisnes. Divertida escuché la música y disfruté el movimiento de la bailarina. Reparé en una elegante tarjeta de presentación con un nombre en letras garigoleadas: Conde Alejandro Von Rothbard, y unas palabras manuscritas: Mía por siempre.
            —¿Quién es éste, Odette? preguntó Maricela
​—No lo conozco, pero el mensaje me parece de un engreído. No le agradeceré el regalo. Tal vez sea conocido de mis padres.
            El alhajero está hermoso comentó Rosalbay la bailarina se parece a ti, ¿no crees?
Me fijé detenidamente en la muñeca y ¡sí!, se parecía enormemente a mí Me sentí halagada por el detalle y cerré la tapa.
            Varios meses usé el alhajero, disfrutándo de la melodía. Cada vez, con más frecuencia, lo abría y escuchaba su atrayente música; era como sentirme cortejada. Imaginaba el ballet y sentía una  emotividad erótica que seducía. Me proporcionaba placer y un buen sueño.
            Un día al llegar a mi cuarto abrí el alhajero y  guardé mis joyas, comencé a oír la música más intensa, y voluptuosa que antes. Suavemente invadió mis sentidos la melodía y me adormeció transportándome a un bosque de coníferas que bordeaba un hermoso lago. Me posé en medio de él, y bajo el reflejo de los rayos de luna pude observar en la superficie mi imagen esbelta: ¡El cisne blanco en el que me había transformado! Me desconcerté y maravillé de la belleza y gracilidad del animal en que era ahora. Tratando de entender la situación, un ambiente de concupiscencia y lascivia me fue absorbiendo; un fuerte deseo sexual tomó posesión de mi cuerpo; la lujuria se incrementó al sentir las caricias de un enorme cisne negro, que cortejándome en una danza sensual, se acercaba y abrazaba con sus grandes alas; se alejaba rodeándome, para continuar el acoso desde otra posición. Sorprendida y asustada, quise regresar, agité mis alas tratando de elevarme, y la sombra oscura me avasalló… En mi angustia, alcancé a escuchar dentro de mí, una voz:
            Odette, soy el conde Von Rothbard, conóceme de esta forma: ¡Soy tu señor y ¡amo! ¡El ángel negro de la vida!, he decido hacerte mi consorte y procrear una raza de seres superiores que transforme la religiosidad actual de creyentes en un dios estéril, carente de fuerza, por la de una doctrina que promueva la ley del más fuerte, del placer, lujuria sin límite y la guerra; utilice la destrucción y  violencia para subyugar a los pueblos,  dominarlos y  esclavizarlos…
            Desperté por la mañana, angustiada por aquella pesadilla que me atormentó el día entero. Decidí no abrir más el estuche. Me acosté cansada, dispuesta a dormir de inmediato y reparar el sueño atrasado. Pasarían dos horas, cuando alcancé a percibir una melodía lejana y conocida. Prendí la lámpara del buró, observé sobre la cajonera el alhajero abierto y la bailarina dando vueltas: ¡ Horrorizada!, no lo podía creer. ¡Entonces no fue un sueño!, pensé angustiada. Me levanté y traté de tomar la caja para destruirla. Al tocarla me quemó los dedos. Lancé un alarido de dolor y miedo; corrí hacia la puerta intentando abrirla, sin resultado. Aullé de pavor y con desesperación, la pateé hasta desvanecerme…

Los padres de Odette esperaban nerviosos el resultado del reconocimiento médico. La habían llevado al Hospital de Neurología después de rescatarla de su cuarto, en medio de convulsiones y gritos histéricos en los que suplicaba que la alejaran del diablo.

            El médico encontró a la familia en el pasillo y, con la autoridad benevolente que le proporcionaba su experiencia, explicó que su hija había tenido al parecer, un ataque de esquizofrenia, por lo cual la mantendrían en observación varios días. Tratando de tranquilizarlos les señaló que no se preocuparan, el producto no había sufrido contratiempos, el embarazo seguía su curso normal…

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