El
cisne negro
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?...
Rubén Darío
Las
luces aumentaron de intensidad clarificando el ambiente; las últimas parejas
abandonaron la pista y la orquesta guardó sus instrumentos; solo quedaron mis
amigas. Estaba cansada de tanto bailar y exhausta, cuando mi madre me llamó
para ayudarla a recoger los presentes de mi cumpleaños. Entusiasmada comencé a abrir envolturas, apartando
etiquetas y anotando el tipo de regalo, para enviar una nota de agradecimiento:
perfumes, collares, dijes, prendedores, fueron adornando la mesa. Comentaba en
cada apertura la opinión sobre el regalo y el otorgante. Una caja rectangular,
envuelta austeramente en papel aluminio color azul llamó mi atención; no tenía
etiqueta, ni mensaje alguno. Rasgué la envoltura, pensando que en su interior
traería la identificación del donante. Era un alhajero de madera con un cisne
en un lago, labrado sobre la tapa. Al abrirla, apareció una bailarina que se
reflejaba en el espejo interior, dando vueltas con la melodía El lago de los cisnes. Divertida escuché la música y disfruté el movimiento de la bailarina. Reparé
en una elegante tarjeta de presentación con un nombre en letras garigoleadas: Conde
Alejandro Von Rothbard, y unas
palabras manuscritas: Mía
por siempre.
—¿Quién es éste, Odette? —preguntó
Maricela
—No lo conozco, pero el mensaje
me parece de un engreído. No le agradeceré el
regalo. Tal vez sea conocido de mis padres.
—El alhajero está hermoso —comentó
Rosalba— y la bailarina se parece a ti,
¿no crees?
Me
fijé detenidamente
en la muñeca y ¡sí!, se parecía
enormemente a mí Me sentí halagada por el detalle y cerré la tapa.
Varios meses usé el alhajero,
disfrutándo de
la melodía. Cada vez, con más frecuencia, lo abría y escuchaba su atrayente
música; era como sentirme cortejada. Imaginaba el ballet y sentía una emotividad erótica que seducía. Me
proporcionaba placer y un buen sueño.
Un día al llegar a mi cuarto abrí el
alhajero y guardé mis joyas, comencé a oír la música más intensa, y voluptuosa que antes. Suavemente invadió
mis sentidos la melodía y me adormeció transportándome a un bosque de coníferas
que bordeaba un hermoso lago. Me posé en
medio de él, y bajo el reflejo de los rayos de luna pude observar en la
superficie mi imagen esbelta: ¡El cisne blanco en el que me había transformado!
Me desconcerté y maravillé de la belleza y gracilidad del animal en que era
ahora. Tratando de entender la situación, un ambiente de concupiscencia y lascivia
me fue absorbiendo; un fuerte deseo sexual tomó posesión de mi cuerpo; la
lujuria se incrementó al sentir las caricias de un enorme cisne negro, que
cortejándome en una danza sensual, se acercaba y abrazaba con sus grandes alas;
se alejaba rodeándome, para continuar el acoso desde otra posición. Sorprendida
y asustada, quise regresar, agité mis
alas tratando de elevarme, y la sombra oscura me avasalló… En mi angustia, alcancé a escuchar dentro de mí, una
voz:
—Odette, soy el conde Von
Rothbard, conóceme de esta forma: ¡Soy tu señor y ¡amo! ¡El ángel
negro de la vida!, he decido hacerte mi consorte y procrear una raza de seres
superiores que transforme la religiosidad actual de creyentes en un dios
estéril, carente de fuerza, por la de una doctrina que promueva la ley del más
fuerte, del placer, lujuria sin límite y la guerra; utilice la destrucción
y violencia para subyugar a los pueblos,
dominarlos y esclavizarlos…
Desperté por
la mañana, angustiada por aquella pesadilla que me atormentó el día entero.
Decidí no abrir más el estuche. Me acosté cansada, dispuesta a dormir de
inmediato y reparar el sueño atrasado. Pasarían dos horas, cuando alcancé a percibir una melodía lejana y
conocida. Prendí la lámpara del buró, observé sobre la cajonera el alhajero
abierto y la bailarina dando vueltas: ¡ Horrorizada!, no lo podía creer.
¡Entonces no fue un sueño!, pensé angustiada. Me levanté y traté de tomar la caja para
destruirla. Al tocarla me quemó
los dedos. Lancé un alarido de dolor y miedo; corrí hacia la puerta intentando
abrirla, sin resultado. Aullé de
pavor y con desesperación, la pateé hasta
desvanecerme…
Los
padres de Odette esperaban nerviosos el resultado del reconocimiento médico. La
habían llevado al Hospital de Neurología después de rescatarla de su cuarto, en
medio de convulsiones y gritos histéricos en los que suplicaba que la alejaran
del diablo.
El médico encontró a la familia
en el pasillo y, con la autoridad benevolente que le proporcionaba su
experiencia, explicó que su hija había tenido al parecer, un ataque de
esquizofrenia, por lo cual la mantendrían en observación varios días. Tratando
de tranquilizarlos les señaló que no se preocuparan, el producto no había
sufrido contratiempos, el embarazo seguía su curso normal…
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