jueves, 25 de septiembre de 2014

Burbujita

Burbujita

Polux


El erotismo, ese triunfo del sueño sobre la naturaleza,
es el refugio del espíritu de la poesía,
porque niega lo imposible.
Emmanuelle Arsan

Se analizaba una novela en el curso que tomaba en la Universidad, no recuerdo el nombre de ella, ni el del autor. Veía a la distancia al grupo de estudiantes que participaba con entusiasmo en el glose de la obra que se había leído durante la semana. Se escuchaba el murmullo constante y sordo de un avispero y en el vaivén de la intensidad, el sonido se esparcía confundiendo la comprensión de las intervenciones. Alguna frase o punto de vista captaba mi atención y se diluía seguida y lentamente en la oscuridad de la conciencia. Mi interés se concentraba en unas hermosas piernas frente a mí: se cruzaban y descruzaban lánguidamente, como si con el dedo índice de la mano solicitaran mi presencia. Mi observación era absolutamente estética, al menos así lo creía, porque lo único que alcanzaba a admirar eran los tobillos y el inicio de las hermosas extremidades cubiertas por la falda larga. Sus pantorrillas elásticamente esbozadas, se definían sutilmente al engrosarse alternativamente. Subí la mirada y con dificultad observé parte de sus caderas y el talle esbelto aunque encorvado por la posición, cubierto por una insulsa blusa que no lograba ocultar la delicadeza de las formas que luchaban por insinuarse. Finalmente descubrí la perenne sonrisa de la boca grande y delgada embelleciendo un rostro de pequeños ojos oscuros y nariz recta. Una arborescencia tintada de gris esculpía el contorno, arropándolo con ternura. Me encantó la visión y me prometí recrearla el resto de la semana.
            Terminó la clase y la vi alejarse pausadamente hacia la salida, interrumpiendo su caminar con la despedida amable de sus compañeros. Su pequeñez iluminó su figura y me recordó la canción de un anuncio comercial visto en la televisión —en blanco y negro, por supuesto— en los años sesenta del siglo pasado, que rezaba así:
            Burbujitas, burbujitas, burbujitas, de la sal de uvas Picot. Cuando alguien tiene mala digestión, al instante burbujita entra en acción.
             La burbujita era representada por una hada, similar a la denominada Campanita, en la película de caricaturas de Peter Pan.
            ¡Necesitaba conocerla! Hacerme presente a su lado… acercarme… olerla… tocarla… sentirla cerca de mí. Que supiera que yo existía, verme reflejado en su sonrisa y precisar si intuía mi interés notando mi existencia.
             La encontré en el pasillo de salida días después, y conteniendo el nerviosismo, la saludé con un beso en la mejilla. Sentí una atracción violenta que me impulsaba a abrazarla y besarla, a extasiarme al inhalar su aroma, a permanecer junto a ella y sentir su calor… sólo alcancé a decir:
            —Hola, ¿Cómo estás?
            Y después de un intercambio de frases triviales y de circunstancia, preguntar:
            —¿Tomarías un café conmigo?
            En el nerviosismo que el encuentro me producía, volví a recordar el estribillo:
            Burbujitas, burbujitas, burbujitas... Y me reí internamente de mi torpeza al interactuar con ella.
En el café comentamos nuestras vidas: situaciones actuales, experiencias y anécdotas que ilustraron el actuar de los dos por el mundo, sus consecuencias y los efectos causados. Un rompecabezas que se comienza a armar a partir de los bordes, el inicio del conocimiento mutuo, la exploración de los hechos pasados; alegrías y penares, cicatrices que el tiempo dejó impregnadas y estigmatizaron nuestras existencias, como las raíces del viejo árbol que aferradas a la superficie sobreviven incrustándose. Así, esas vivencias impactaron nuestras mentes.
           
Varias comidas sellaron el conocimiento mutuo y afirmaron la amistad. En una larga noche de verano, con olor a humedad y una luna enmascarada por difusas nubes que no ocultaban su luz, descorchamos la pasión desbordante y espumosa, rebosando saltarinas burbujas de erotismo que humedecieron el encuentro de nuestros cuerpos y el disfrute pleno de aquello que intuíamos y anhelábamos. Nos asaltó un cúmulo de sentimientos y arrebatos desconocidos, el redescubrimiento de placeres agazapados; sudores y olores confundidos; jadeos de excitación y movimiento rítmico de los cuerpos. Entrelazados, primero; precipitados, voluptuosos y desordenados, después. Exacerbando la lujuria adormilada en nuestros corazones. La sonrisa del goce al sentirse poseída, enardeció el momento y potencializó mi respuesta erótica desbocando un torbellino de pasiones descontroladas. La ansiedad, angustia y desesperación acuciantemente sentida, se resquebrajó con la llegada voraz de un clímax explosivo:  temblores, sudores y taquicardia compartidos en una larga y sostenida emoción fluyeron en torrentes del calor frenético largamente apresado, liberando energía e irradiando paulatinamente una placidez prolija y adormecedora que envolvió nuestros cuerpos en un tranquilizante manto de amorosa satisfacción.
           
Con el tiempo, la emoción de los primeros encuentros transformada en un amor maduro, siguió proporcionándonos burbujas de placer; el disfrute de la convivencia mutua, la seguridad de una compañía solidaria, querida, admirada y respetada. Burbujita permaneció a mi lado. Con esmero, me cuidó y en el  último problema de mi vida, como propugnaba el comercial… Al instante, burbujita entró en acción…
           

21 de septiembre de 2014




           
           






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