martes, 22 de diciembre de 2015

Mi noche, la noche de veintidós años

Mi noche, la noche de veintidós años

Gárgamel

El tiempo pierde su poder cuando
 el recuerdo redime al pasado…
 Herbert Marcuse

La oscuridad se ocupó de mí; me cubrió con su negra sombra eclipsando los sentidos; el fuego consumió el cuerpo físico tornando el mundo hacia un ambiente diferente: inerte,  inmóvil; sin sonidos, ni luz. La desesperación al saberme muerto me perturbó, sin embargo esa sensación derivó con el tiempo a una conformidad y placidez estática que me relaja y conforta, permitiendo hacer introspecciones de mi vida.
Siempre me sentí orgulloso de que el mundo me llamara: El padre de la nueva izquierda, gracias a mis críticas a la sociedad capitalista ¾en mi libro “El hombre unidimensional”¾, y  al ser portador del espíritu de lucha de los estudiantes de los años sesenta del siglo pasado.
            Llevo tanto tiempo acumulando polvo, que se  me agotaron los temas de meditación;
“Jamás se había detenido a pensar en lo inauditas que son las noches; en lo descomunales que son…”*
 En  mi inmovilidad, me desespero por no encontrar una solución a lo que resta de mi presencia física en este mundo, y en efecto estoy viviendo una descomunal noche: una noche de veintidós años.
Morí en Baviera en julio de 1979, me cremaron en Austria y enviaron las cenizas vía aérea a New Haven, Estados Unidos. Mi viuda  falleció también, sin poder indicar mi destino al mundo. Ahora soy cenizas dentro de una urna funeraria abandonada en la estantería de una funeraria. ¡Estoy perdido!. ¡Es estúpido que me encuentre en éste limbo! ¡Soy Marcuse, el filósofo! ¡El revolucionario!¡¿Cómo hacen unas cenizas perdidas para encontrar su lugar de reposo?!
Oyó la voz tronante y grave de su mentor, Carlos Marx, decirle:
¾Mi querido Herbert,  me extraña que a un filosofo de tu capacidad no se le haya ocurrido utilizar los medios modernos de comunicación para envíale un mensaje a tu nieto. ¡Actualízate, Marcuse!
Harold Marcuse encontró en su buzón electrónico el mensaje de un profesor belga que deseaba saber dónde se había enterrado a su abuelo. Intrigado, se puso a investigar y después de varios meses, detectó la funeraria.
           
El empleado revisó los anaqueles antiguos y encontró la urna arrinconada, debajo de otras, grises de polvo y cubierta por telarañas.
¡Por fin, a descansar!... ¡Gracias, Carlos!, ¡gracias Harold! Ahora sí, a convivir con Wilhem, Hegel y Bretch, y a dialogar sobre lo que ahora sí, ya sabemos… la vida y el más acá.
* Francisco Tario          

4 de octubre de 2015

jueves, 10 de diciembre de 2015

Maraña

Maraña

Nada ha cambiado.
Sólo yo he cambiado,
por lo tanto, todo ha cambiado.
Marcel Proust
Con un dolor leve a la altura de los riñones y la sensación de malestar por el roce de los pezones con la ropa interior, salió de la oficina después de un día de actividad rutinaria y monótona. Malhumorada llegó a casa y se dio un baño. El retraso en la menstruación la alteraba, la tornaba nerviosa e irritable,  los compañeros de trabajo se daban cuenta y se alejaban de ella esperando días mejores. Llevaba casi un mes, y comenzaba a temer estar embarazada. Atribulada, pensaba en los días que pasó con Julio de campamento en aquella playa solitaria alejada del mundo civilizado. Cuatro días en los que, supuestamente, no estaba en periodo fértil; cuatro días de un amor apasionado, entrega total y la comunión de dos cuerpos enardecidos por la pasión ...

            Hola cariño, tengo algo que comentarte: ¡Estoy embarazada! Ya me hice la prueba y salió positiva.
            —Hay alternativas, que podemos analizar —le contestó Julio.
            ¡No, lo voy tener! ¡quiero a mi hijo!  
            Ese no era el trato. No estoy preparado para ser padre. Te quiero mucho, pero no estoy de acuerdo. Te pasaré algo de dinero para los gastos, mas no puedo asumir esa responsabilidad.
            ¡ No necesito tu dinero! Sino el apoyo moral…
Aventó el teléfono al sofá y lloró. Confundida, trataba de analizar la situación que había provocado un vuelco en su vida, pero todo era tan confuso que saltaba de un pensamiento a otro, sin rumbo. La responsabilidad la aplastaba inmovilizándola sin saber como actuar, se sintió desprotegida e incapaz de afrontarla sola. Toda la noche  le dio vueltas al asunto hasta que se quedó dormida…
           
Al revisar la correspondencia de la oficina, encontró un sobre dirigido a ella y dentro de él, una tarjeta: Mariana, te quiero y no puedo perderte. Platiquemos, aún es tiempo. Planeemos nuestro futuro con más calma. La rompió y lloró desconsoladamente. Sintió cansancio y sueño, comió sin ganas parte de su almuerzo, y …corrió al baño cuando la nausea le llenó la boca.
            Llamadas constantes de Julio, y siempre la misma respuesta:
            —¡No me hables!¡No quiero saber nada de ti!

Transpirando abundantemente; con la respiración agitada y jadeante, se levantó  angustiada por la pesadilla. Para tranquilizarse se acarició el vientre, oprimiéndolo con suaves movimientos circulares, al instante, la respuesta amorosa de un pequeño pie hizo contacto con sus manos a través de la piel, transmitiéndole confianza y seguridad .
            Acudió al hospital y le practicaron el ultrasonido. El bebé estaba en perfectas condiciones y era un varón. ¿Se parecería a él? ¿tendrá su sonrisa? Se sobrepuso del pensamiento que constantemente le acosaba, ¿Me querrá aún?, y del lamento y recriminación que generalmente seguía: podríamos haber formado una bonita familia…
Le comunicó a su ginecólogo la decisión de tener un parto natural, asistida en su casa por una comadrona. El médico, la canalizó con la señora Queta.
           
Al tratar de descansar por las noches no encontraba posición que le satisficiera, le costaba trabajo darse vuelta, tuvo que utilizar una almohada para descansar el vientre y otra para separar las rodillas. El tiempo entre las contracciones se fue acortando, llamó a Maura,  su mejor amiga, al trabajo y se recostó. Durante el sueño, se transportaba en una canoa, remando en un plácido río, la luz del amanecer era tan deslumbrante que no vio una roca frente a ella y volcó, cayéndose al agua; nadaba en el agua fría y… despertó empapada. Con dificultad se incorporó, dándose cuenta que había roto la fuente, y el líquido amniótico  mojaba las sábanas. Llamó a Queta y esperó con ansiedad la llegada de Maura.
            Las contracciones aumentaban en frecuencia e intensidad, y Maura… hablando por teléfono.
            —¡Maura, deja el teléfono y ayúdame! —le gritó Mariana.
            Un cólico intenso en el abdomen, las ingles y espalda; la sensación de malestar general la invadió. La necesidad de pujar se hizo urgente y lo hizo con toda la fuerza muscular que le permitió el cuerpo.
            —¡Puja! ¡puja!, le gritó Queta. ¡Ya está asomando la cabeza!
            Sintió que unas manos fuertes ayudaban al bebé a salir. Emitió un angustioso aullido y pujó hasta sentir que su hijo se deslizaba entre las piernas.
            —¡Ya nació nuestro hijo, amor! —Escuchó Mariana al terminar exhausta el trabajo de parto.


El metiche

El gurú del dominó

El gurú del dominó

Jorge Llera

Toda la mañana la había dedicado a preparar los alimentos  para la carne asada que iba a disfrutar con los amigos. Acondicionó  la terraza con mesas, sillas, manteles y cubiertos necesarios para el evento. Subió las cervezas en la hielera y las botellas de vino. Todo estaba listo en el tiempo programado.
            Llegó la comitiva y rápidamente se conformó con sus integrantes el equipo de cocineros, de meseros y de comensales. En el último, destacaba la presencia del "gurú del dominó", del cual se decía que era implacable con sus rivales en el juego. Se rumoraba que no había perdido una partida desde 1953, que la jugó en el hospital contra los médicos cirujanos cuando lo operaban de apendicitis. Pero no lo habían vencido ellos, sino... la anestesia. Él se encargaba de difundir su fama y lo hacía fervorosamente martes y jueves de cada semana cuando acudía regularmente al bar a jugar con sus compañeros - que recibían su instrucción con agradecimiento porque iba acompañado se tragos de cortesía, pues también era dueño del bar. Con él, venía su  compadre "el jaque mate" -Temible ajedrecista que popularizó en el medio el jaque mate del Agrónomo, utilizando únicamente los peones y los caballos...como corresponde a un buen agricultor. Junto a ellos, el afamado "Doc" -el poder médico de la región-, respetado y temido porque de su voluntad dependía la salud de la comunidad. Como César, el movimiento de su dedo pulgar determinaba un destino.
            El olor de la carne asada y del chorizo aromatizaba el ambiente. De la parrilla los enviaban a la mesa y cada quién preparaba sus tacos y adicionaba al plato arroz y frijoles. Se bebía vino y cerveza mientras se disfrutaba de la música ambiental. Sin embargo, había un dejo de tensión en el ambiente. La ansiedad del gurú por comenzar el juego era evidente: movía los pies constantemente, cruzaba y descruzaba los brazos, tamborileaba con los dedos sobre la mesa, hasta qué...en voz alta expresó:
            —¡Qué, ¿No vamos a jugar?!
            Se sortearon las fichas y al gurú le tocó se pareja "el jefe" que era la autoridad dentro del grupo y como el filósofo Maimónides, le correspondía conciliar los intereses de todos. Y así lo hacía, pero nunca le había tocado el gurú como compañero. Requeriría usar toda su sapiencia, para armonizar en el juego.
            Los contrincantes fueron: el "callado" y el "Contador". Decían del primero qué si lo ponían a dialogar con una piedra en una competencia...ésta hablaba primero. Y del segundo, que sus primeras palabras no fueron mamá y papá, sino cargo y abono. Era reconocido como el ángel guardián del jefe.
            Comenzó la partida y la primera mano la ganaron los "callados" y por tanto, al jefe le correspondió una reprimenda del gurú: ¡Repite la ficha, jefe!, tenías que poner el cuatro/tres, que para eso te mandé el cuatro. Terminando la segunda mano y aunque ganaron, el gurú volvió a recriminar al jefe: ¡Te mandé el cierre! y ¡No lo cerraste!...fíjate. Después de dos manos más, triunfaron rotundamente.
            —¡Vente compadre!, vamos a demostrarles como juegan los agrónomos. Y el "jaque mate"con la parsimonia de un campeón, ocupó su lugar. Jugaron contra el "jefe" y el "Anfitrión". No tuvieron consideración de éstos y como si pensaran no volver a esa casa, sin el más mínimo respeto y agradecimiento por la hospitalidad, los masacraron con un tremebundo zapato.
            Jugaron toda la tarde y parte de la noche y el gurú ganaba con todos. Cuando ya nadie quería jugar, sólo el gurú; hacia el Oriente del estrellado cielo, comenzó a distinguirse un resplandor, un astro, un metéoro, que se acrecentaba en tamaño y brillantez conforme se acercaba. Todos se quedaron petrificados  con el espectáculo y distinguieron entre la brillantés, dos figuras delgadas de hombres barbados, vestidos con togas blancas. El que parecía ser el guía, se dirigió al "gurú" y le espetó en la cara:
            —¿Se sienten muy chingones para el dominó? ¡Pues a ver si nos ganan!... Siéntate frente a mí Pedro.


17/09/2012




lunes, 7 de diciembre de 2015

La partida

La partida



Apenas se cerraron tras ellos las dos hojas de cristal
 y fue como si hubieran dejado atrás el mundo…
Traveler hotel
Antonio Parra


El llanto confundió los cuerpos de los dos amigos, quienes abrazándose durante largos minutos comprobaron su realidad: se vieron viejos, enfermos y demacrados, habían perdido años de vida  en pocos días. David  encaminó a Gonzalo a un lugar alejado del corredor, fuera de la vista de los ancianos que reposando su nostalgia, alimentaban con  tacañería de avaro las últimas horas de vida.
            Habían llegado a ese hotel después de varios días de cruzar la frontera escabullendo a la migra, desesperados buscaban un refugio donde holgar su cansancio y continuar, a la brevedad, con el sueño americano. Acosados por la inclemencia del viento helado, David arrastró con dificultad el cuerpo enfermo y enfebrecido de Gonzalo, introduciéndolo al vetusto edificio que anunciaba con un viejo anuncio luminoso: Traveler Hotel. Después de un rato largo de requerir su presencia con el timbre de la recepción, el decrépito administrador los atendió y les rentó la única habitación disponible. El silencio se les había hecho presente desde que entraron...* Al parecer, era un albergue de pensionados por los ancianos que indiferentes veían la escena del registro, como si la estuvieran observando a través de la televisión; en sus rostros cenizos se estampaba una absoluta indiferencia hacia los sucesos del mundo…*
Gonzalo pasó días enfermo, con fiebre, delirando en la cama: prisionero en ese cuerpo ardiente, oprimido por la penumbra…* Se daba cuenta de que David le llevaba comida y agua dejándolas junto a él, y desaparecía inmediatamente, sólo permanecía el tiempo necesario para atenderlo. Parecía con prisa, desesperado, ansioso, preocupado; como si quisiera recuperar pedazos de existencia; caminaba ligero dentro de la habitación, aunque el sonido de sus pasos sonara cansado.
            Una pesadilla atormentaba a Gonzalo en sus noches de delirio: jugaba al poker con varios ancianos… los viejos sonreían con bocas desdentadas al mostrarle sus cartas, y abrían desmesuradamente los ojos, mirándolo con atención desde unos globos amarillos a punto de reventar. Perder el juego significaba morir.*

En el pasillo y con voz temblorosa, casi en secreto, David le habló a Gonzalo:
            ¾Discúlpame, amigo, no te lo comenté antes por tu estado de salud, pero la moneda de cambio en este hotel, son horas de vida. El administrador me lo advirtió desde el momento de registrarnos y me indicó que la transferencia se realizaba cada noche en el juego de póker. No le creí, pensé que se burlaba de nosotros. Nuestra situación era tan desesperada en esos momentos que acepté lo que fuera por conseguir un refugio y un poco de alimento. También me advirtió de la imposibilidad de salir del lugar si no era con el triunfo completo, derrotando a todos los huéspedes. Con incredulidad acepté las condiciones sonriendo en mi interior, por lo que consideré una broma de mal gusto.  Sin embargo, me preocupé cuando intenté salir del edificio y encontré las puertas cerradas; traté de escapar varias veces, y fracasé. Sin otra alternativa, acepté la opción del juego, participé en varias reuniones  arriesgando tus horas y las mías. A veces ganaba, y los contrincantes se desvanecían en cenizas frente a la mesa, esparciendo sus últimos segundos al caer cartas sobre el mantel; en otras, perdía, y nos avejentábamos tú y yo, después de la partida. Ya nos quedan pocas fichas; por la noche, definiremos nuestras vidas…

La boca desdentada se iluminó en una amplia sonrisa cuando el anciano dejó caer sobre la mesa el póker de ases…

* Traveler hotel. Antonio Parra