Maraña
Nada
ha cambiado.
Sólo
yo he cambiado,
por
lo tanto, todo ha cambiado.
Marcel
Proust
Con un dolor leve a la altura de los riñones y la
sensación de malestar por el roce de los pezones con la ropa interior, salió de
la oficina después de un día de actividad rutinaria y
monótona. Malhumorada llegó a casa y se dio un baño. El retraso en la
menstruación la alteraba, la
tornaba nerviosa e irritable, los compañeros de trabajo se daban cuenta y se
alejaban de ella esperando días mejores. Llevaba casi un mes, y
comenzaba a temer estar embarazada. Atribulada, pensaba en los días que pasó con Julio de campamento en
aquella playa solitaria alejada del mundo civilizado. Cuatro días en los
que, supuestamente, no estaba en periodo fértil; cuatro días de un
amor apasionado, entrega total y la comunión de dos
cuerpos enardecidos por la pasión ...
—Hola cariño, tengo algo que comentarte: ¡Estoy embarazada! Ya me hice la prueba y salió positiva.
—Hay
alternativas, que podemos analizar —le contestó Julio.
—¡No, lo voy tener!
¡quiero a mi hijo!
—Ese no era el trato. No estoy preparado para ser padre. Te
quiero mucho, pero no estoy de acuerdo. Te pasaré algo de dinero para los gastos, mas no puedo
asumir esa responsabilidad.
—¡ No necesito tu dinero! Sino el
apoyo moral…
Aventó el teléfono al sofá y lloró. Confundida, trataba de analizar la situación que había
provocado un vuelco en su vida, pero todo era tan
confuso que saltaba de un pensamiento a otro, sin rumbo. La responsabilidad la aplastaba inmovilizándola sin saber como
actuar, se sintió desprotegida e incapaz de afrontarla sola. Toda la noche le dio
vueltas al asunto hasta que
se quedó dormida…
Al revisar la
correspondencia de la oficina, encontró un sobre dirigido a ella y dentro de él,
una tarjeta: Mariana, te quiero y no
puedo perderte. Platiquemos, aún es tiempo. Planeemos nuestro futuro con más
calma. La rompió y lloró desconsoladamente. Sintió cansancio y sueño, comió
sin ganas parte de su almuerzo, y …corrió al baño cuando la nausea le llenó la
boca.
Llamadas constantes de Julio, y
siempre la misma respuesta:
—¡No me hables!¡No quiero saber nada
de ti!
Transpirando
abundantemente; con la respiración agitada y jadeante, se levantó angustiada por la pesadilla. Para
tranquilizarse se acarició el vientre, oprimiéndolo con suaves movimientos
circulares, al instante, la respuesta amorosa de un pequeño pie hizo contacto
con sus manos a través de la piel, transmitiéndole confianza y seguridad .
Acudió al hospital y le practicaron
el ultrasonido. El bebé estaba en perfectas condiciones y era un varón. ¿Se parecería a él? ¿tendrá su sonrisa? Se
sobrepuso del pensamiento que constantemente le acosaba, ¿Me querrá aún?, y del lamento y recriminación que generalmente
seguía: podríamos haber formado una bonita
familia…
Le comunicó a su ginecólogo la decisión de tener un parto
natural, asistida en su casa por una comadrona. El médico, la canalizó con la
señora Queta.
Al
tratar de descansar por las noches no encontraba posición que le satisficiera,
le costaba trabajo darse vuelta, tuvo que utilizar una almohada para descansar
el vientre y otra para separar las rodillas. El tiempo entre las contracciones
se fue acortando, llamó a Maura, su
mejor amiga, al trabajo y se recostó. Durante el sueño, se transportaba en una
canoa, remando en un plácido río, la luz del amanecer era tan deslumbrante que
no vio una roca frente a ella y volcó, cayéndose al agua; nadaba en el agua
fría y… despertó empapada. Con dificultad se incorporó, dándose cuenta que
había roto la fuente, y el líquido amniótico mojaba las sábanas. Llamó a Queta y esperó con
ansiedad la llegada de Maura.
Las contracciones aumentaban en
frecuencia e intensidad, y Maura… hablando por teléfono.
—¡Maura, deja el teléfono y ayúdame!
—le gritó Mariana.
Un
cólico intenso en el abdomen, las ingles y espalda;
la sensación de malestar general la invadió. La
necesidad de pujar se hizo urgente y lo hizo con toda la fuerza muscular que le
permitió el cuerpo.
—¡Puja! ¡puja!, le gritó Queta. ¡Ya
está asomando la cabeza!
Sintió que unas manos fuertes ayudaban
al bebé a salir. Emitió un angustioso aullido y pujó hasta sentir que su hijo
se deslizaba entre las piernas.
—¡Ya nació nuestro hijo, amor!
—Escuchó Mariana al terminar exhausta el trabajo de parto.
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