lunes, 7 de diciembre de 2015

La partida

La partida



Apenas se cerraron tras ellos las dos hojas de cristal
 y fue como si hubieran dejado atrás el mundo…
Traveler hotel
Antonio Parra


El llanto confundió los cuerpos de los dos amigos, quienes abrazándose durante largos minutos comprobaron su realidad: se vieron viejos, enfermos y demacrados, habían perdido años de vida  en pocos días. David  encaminó a Gonzalo a un lugar alejado del corredor, fuera de la vista de los ancianos que reposando su nostalgia, alimentaban con  tacañería de avaro las últimas horas de vida.
            Habían llegado a ese hotel después de varios días de cruzar la frontera escabullendo a la migra, desesperados buscaban un refugio donde holgar su cansancio y continuar, a la brevedad, con el sueño americano. Acosados por la inclemencia del viento helado, David arrastró con dificultad el cuerpo enfermo y enfebrecido de Gonzalo, introduciéndolo al vetusto edificio que anunciaba con un viejo anuncio luminoso: Traveler Hotel. Después de un rato largo de requerir su presencia con el timbre de la recepción, el decrépito administrador los atendió y les rentó la única habitación disponible. El silencio se les había hecho presente desde que entraron...* Al parecer, era un albergue de pensionados por los ancianos que indiferentes veían la escena del registro, como si la estuvieran observando a través de la televisión; en sus rostros cenizos se estampaba una absoluta indiferencia hacia los sucesos del mundo…*
Gonzalo pasó días enfermo, con fiebre, delirando en la cama: prisionero en ese cuerpo ardiente, oprimido por la penumbra…* Se daba cuenta de que David le llevaba comida y agua dejándolas junto a él, y desaparecía inmediatamente, sólo permanecía el tiempo necesario para atenderlo. Parecía con prisa, desesperado, ansioso, preocupado; como si quisiera recuperar pedazos de existencia; caminaba ligero dentro de la habitación, aunque el sonido de sus pasos sonara cansado.
            Una pesadilla atormentaba a Gonzalo en sus noches de delirio: jugaba al poker con varios ancianos… los viejos sonreían con bocas desdentadas al mostrarle sus cartas, y abrían desmesuradamente los ojos, mirándolo con atención desde unos globos amarillos a punto de reventar. Perder el juego significaba morir.*

En el pasillo y con voz temblorosa, casi en secreto, David le habló a Gonzalo:
            ¾Discúlpame, amigo, no te lo comenté antes por tu estado de salud, pero la moneda de cambio en este hotel, son horas de vida. El administrador me lo advirtió desde el momento de registrarnos y me indicó que la transferencia se realizaba cada noche en el juego de póker. No le creí, pensé que se burlaba de nosotros. Nuestra situación era tan desesperada en esos momentos que acepté lo que fuera por conseguir un refugio y un poco de alimento. También me advirtió de la imposibilidad de salir del lugar si no era con el triunfo completo, derrotando a todos los huéspedes. Con incredulidad acepté las condiciones sonriendo en mi interior, por lo que consideré una broma de mal gusto.  Sin embargo, me preocupé cuando intenté salir del edificio y encontré las puertas cerradas; traté de escapar varias veces, y fracasé. Sin otra alternativa, acepté la opción del juego, participé en varias reuniones  arriesgando tus horas y las mías. A veces ganaba, y los contrincantes se desvanecían en cenizas frente a la mesa, esparciendo sus últimos segundos al caer cartas sobre el mantel; en otras, perdía, y nos avejentábamos tú y yo, después de la partida. Ya nos quedan pocas fichas; por la noche, definiremos nuestras vidas…

La boca desdentada se iluminó en una amplia sonrisa cuando el anciano dejó caer sobre la mesa el póker de ases…

* Traveler hotel. Antonio Parra

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