La
partida
Apenas se cerraron tras ellos
las dos hojas de cristal
y fue como si hubieran
dejado atrás el mundo…
Traveler hotel
Antonio Parra
El llanto
confundió los cuerpos de los dos amigos, quienes abrazándose durante largos
minutos comprobaron su realidad: se vieron viejos, enfermos y demacrados,
habían perdido años de vida en pocos
días. David encaminó a Gonzalo a un lugar alejado del corredor, fuera de
la vista de los ancianos que reposando su nostalgia, alimentaban con
tacañería de avaro las últimas horas de vida.
Habían
llegado a ese hotel después de varios días de cruzar la frontera escabullendo a
la migra, desesperados buscaban un refugio donde holgar su cansancio y
continuar, a la brevedad, con el sueño
americano. Acosados por la inclemencia del viento helado, David
arrastró con dificultad el cuerpo enfermo y enfebrecido de Gonzalo,
introduciéndolo al vetusto edificio que anunciaba con un viejo anuncio
luminoso: Traveler Hotel. Después de un rato largo de requerir su
presencia con el timbre de la recepción, el decrépito administrador los atendió
y les rentó la única habitación disponible. El silencio se les había hecho
presente desde que entraron...* Al parecer, era un albergue de pensionados
por los ancianos que indiferentes veían la escena del registro, como si la
estuvieran observando a través de la televisión; en sus rostros cenizos se
estampaba una absoluta indiferencia hacia los sucesos del mundo…*
Gonzalo pasó días enfermo, con fiebre, delirando en la
cama: prisionero en ese cuerpo ardiente, oprimido por la penumbra…* Se
daba cuenta de que David le llevaba comida y agua dejándolas junto a él, y
desaparecía inmediatamente, sólo permanecía el tiempo necesario para atenderlo.
Parecía con prisa, desesperado, ansioso, preocupado; como si quisiera recuperar
pedazos de existencia; caminaba ligero dentro de la habitación, aunque el
sonido de sus pasos sonara cansado.
Una pesadilla atormentaba a Gonzalo en sus noches de delirio: jugaba al
poker con varios ancianos… los viejos sonreían con bocas desdentadas al
mostrarle sus cartas, y abrían desmesuradamente los ojos, mirándolo con
atención desde unos globos amarillos a punto de reventar. Perder el juego
significaba morir.*
En el pasillo y con voz temblorosa, casi en secreto, David le habló
a Gonzalo:
¾Discúlpame,
amigo, no te lo comenté antes por tu estado de salud, pero la moneda de cambio
en este hotel, son horas de vida. El administrador me lo advirtió desde el
momento de registrarnos y me indicó que la transferencia se realizaba cada
noche en el juego de póker. No le creí, pensé que se burlaba de nosotros. Nuestra
situación era tan desesperada en esos momentos que acepté lo que fuera por
conseguir un refugio y un poco de alimento. También me advirtió de la
imposibilidad de salir del lugar si no era con el triunfo completo, derrotando
a todos los huéspedes. Con incredulidad acepté las condiciones sonriendo en mi
interior, por lo que consideré una broma de mal gusto. Sin embargo, me preocupé cuando intenté salir
del edificio y encontré las puertas cerradas; traté de escapar varias veces, y
fracasé. Sin otra alternativa, acepté la opción del juego, participé en varias
reuniones arriesgando tus horas y las
mías. A veces ganaba, y los contrincantes se desvanecían en cenizas frente a la
mesa, esparciendo sus últimos segundos al caer cartas sobre el mantel; en
otras, perdía, y nos avejentábamos tú y yo, después de la partida. Ya nos
quedan pocas fichas; por la noche, definiremos nuestras vidas…
La boca desdentada se iluminó en una amplia sonrisa cuando el anciano dejó caer sobre la mesa el póker de
ases…
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