miércoles, 28 de octubre de 2015

Una idea espeluznante (minificción)






Una idea espeluznante


Gárgamel

Me entrego a ti para que hagas…
lo que quieras.
Mátame, ámame, bésame,
Si así lo deseas…
Poema erótico
Pandora (seudónimo)


En la oscuridad inducida, la sensación de asfixia lo exasperaba; transpiraba copiosamente por el nerviosismo y la ansiedad; el áspero costal que le cubría la cara lo raspaba al menor movimiento, y la resequedad de la garganta le producía escozor. La saliva pastosa y enlodada con sabor a tierra seca, le pegaba la lengua al paladar. Sentía  rocas calientes que se friccionaban, lacerando con cada movimiento la parte interna de la boca, cuarteada por la sed; la lengua le dolía al moverla. El calor extenuante lo debilitaba. Con las manos atadas a la espalda y los pies amarrados por los tobillos, aguardaba ansiosamente a que le diera agua. Desesperado, a punto de desfallecer, y haciendo un esfuerzo logró gritar:
            ¡Amanda!, ¡Amanda!, ya no me gustó tu juego erótico… ¡Desátame!
           


26 de octubre de 2015

lunes, 26 de octubre de 2015

Fatalidad

Fatalidad

Viernes por la noche… ¡Por fin, a descansar! Ya casi salgo, fue una semana pesada, agotadora  por el proyecto que se va a enviar al concurso. Ya no aguanto las zapatillas,  en cuanto llegue al carro me las quito, No soporto a la Chela, metiendo siempre las narices donde no la llaman.¡Ah!, y ¡éste maldito calor!, no puede trabajar tanta gente en una oficina tan pequeña, y ¡sin aire acondicionado! Estoy exhausta, ansío con desesperación un largo y relajante baño de burbujas, quedarme en la tina oyendo música hasta que mi piel envejezca de satisfacción y no salir en todo el fin de semana. De reojo observo una luna enorme que me vigila a través del ventanal: áspera, maltrecha, abochornada y sudorosa; ilumina con sus rayos sofocados mi despedida, creo que envidia mi próximo reposo.
            Con la bolsa negra que compré el mes pasado, colgada al hombro, camino lenta y perezosamente, abandonando todo lo que signifique trabajo; son las ocho de la noche y conmigo salen los últimos trabajadores.
             El elevador es abordado por un tumulto, las puertas se cierran con dificultad, comprimiendo los cuerpos, enlatándolos. Quisiera bajar por las escaleras, pero desde el quinceavo piso es complicado, mejor espero.
Se abre der nuevo el elevador y en vilo me lleva la turba hasta arrinconarme en el fondo. De perfil, pegada al espejo, me observo como en una pecera viendo al mundo en otra proporción y boqueando repetidamente para respirar. No puedo moverme, tengo enfrente la espalda del licenciado Fariñas, esa masa humana de más de cien kilos, jadeando y transpirando angustia por el esfuerzo de la entrada, y el calor sofocante que se comienza a sentir; al lado se encuentra Lolita, masticando su inmanente chicle y delineándose con habilidad las cejas.
            Las puertas cierran y vienen a mi imaginación las imágenes del infierno de Dante:  cuerpos estrujados, prensados, expeliendo humores, sensaciones y pecados, y sonrío. Se inicia el descenso y aumenta la sofocación, cesan las pláticas y con la vista fija en el indicador luminoso, vemos pasar los números esperando con ansia el final del recorrido.
            Un sudor frío me recorre el cuerpo al escuchar fuertes tronidos metálicos arriba y por fuera de las paredes del elevador. De pronto, ¡aumenta vertiginosamente la velocidad!, ¡el elevador se balancea dando bandazos!, ¡provocando chirridos al rozar las paredes! El ruido  exterior no opaca los alaridos de terror y el llanto de los pasajeros. Con el  crujir desquiciante del roce de metales, el ascensor se detiene bruscamente y escuchamos un estruendoso choque contra algo duro; a pesar de lo reducido del espacio, todos caemos; en un entrevero de cuerpos y en completa oscuridad; desparramados en el suelo y encimados unos sobre otros comenzamos a identificarnos y a preguntar por nuestras condiciones. Con heridas superficiales, la mayoría se reporta sin mayor riesgo. Sólo el licenciado Fariñas no contesta. Llego a él y trato de darle respiración artificial, revivirlo, pero es inútil, está muerto.
El cadáver quita espacio, por lo que decidimos hacer turnos de gente parada y otros en descanso, sentados sobre el licenciado. Los teléfonos celulares no funcionan y por más que gritamos nadie responde. Esperaremos hasta que noten nuestra ausencia.
            El calor asfixiante provoca que sudemos abundantemente, y que nuestros humores se confundan en el ambiente con el olor de los residuos fisiológicos. El aire enrarecido, comienza a provocar náuseas y vómito en algunos pasajeros.
            Varias horas más tarde, sentimos que el elevador se mueve lentamente hasta las puertas de un piso. Se escucha el ruido de la herramienta confundido con lo gritos, lamentos y rezos. Las puntas de las barretas asoman, lastimando a los que se encuentran en las puertas; fuerzan la entrada, la luz ilumina el caos y comienza la atención de los paramédicos. Poco a poco recuperamos nuestra normalidad.
Para concluir, fuimos a las oficinas del Ministerio Público a hacer nuestra declaración sobre la  muerte del licenciado .
            En la madrugada, con la ropa sucia manchada de inmundicia, llego al edificio donde desde hace algunos años vivo, agotada, sucia, adolorida, muerta de sueño, y con la necesidad imperiosa de darme un baño y dormir; esperando que el mal momento no arruine mi fin de semana. Se abren las puertas, marco el número trece en el tablero, recuesto mi cabeza sobre la pared del ascensor y observo en el indicador el avance hasta que me invade la oscuridad y… el silencio acompaña la detención del ascenso.



viernes, 9 de octubre de 2015

16 de marzo de 2009 (minificción)


16 de marzo de 2009



Gárgamel

Comadre que no le mueve
las caderas al compadre
no es comadre.
Refrán popular

Esa fecha, cambió mi vida. Prudencio llamó a la carpintería para celebrar el día del Compadre en su casa. Quise resistirme, pero insistió: —Nomás una, Pedro, para que no pase desapercibido nuestro cariño. Como mi comadre está de muy buen ver, y  le bauticé al niño, me sentí obligado y fui. Después de varias horas de recrearme la vista y tomar tequila, me despedí porque tenía que entregar unos muebles. Estaba cortando las tablas y  pensando en la anatomía de mi comadre, cuando de repente vi manchas en la madera y mi mano sangrante, sin el dedo índice. Lo recogí e injertaron en el hospital, pero desde entonces quedó rígido. Dejé la carpintería por temor a usar las máquinas y me dediqué a jugar dominó de apuesta en la cantina.  Ahí fue donde me localizaron los verdes, me propusieron sacarle partido a mi dedo erecto. Ahora soy diputado y lo utilizo frecuentemente; los contrincantes temen a mis señalamientos y me llaman "Pedro el admonitorio".


10 de octubre de 2015